Luis
Rei Núñez
Alianza
Editorial, Madrid, 2001 280 páginas
En estos días en los que el negacionismo
comienza a tomar impulso en España y hay grupos y personas que hablan del
“buenismo” de la Dictadura y de la Guerra Civil, considero oportuno releer y
comentar una novela editada hace 19 años, Expediente
Artieda de Luis Rei. Desde entonces la imagen de la Guerra y Posguerra, de la Dictadura tanquista no solo no ha
merecido su merecido sino que ha ido a mejor; y son muchos los que sienten
nostalgia de aquellos años de piedra y plomo.
Expediente
Artieda fue merecedora del Premio Xerais. Y en el años 2001 aparece su
versión española. Expdiente Artieda
es una novela social, un tipo de literatura absolutamente necesario tanto en la
escritura gallega como en la española, ya que ayuda a romper la capa de desmemoria, permitiendo que
salgan a luz, aunque sea de forma ficcional, muchas coas de nuestro pasado
franquista. Aquí munca se hizo justicia con los que se rebelaron con los
genocidas, con los torturadores -hasta desde Chile nos lo han recordado-, y
hasta no hace muchos años daba la impresión que los argumentos de la Guerra o
de la Posguerra en Galicia o bien no interesaban o existía el acuerdo tácito de
no remover en el asunto. Sin embargo, a finales del siglo pasado y a comienzo
del actual ciertos narradores como Anxo Angueira en Pensanao o Luis Rei con Expediente Artieda, dos novelas
en absoluto maniqueas, se comprometen con la historia y la verdad.
La novela de Luis Rei es un relato complejo
y muy rico que admite varias lecturas. Una narración comunal -novela coral-
ante todo que, como en un enorme friso expresionista, desarrolla la vida en una
ciudad, A Coruña, veinte años después del final de a Guerra. La ciudad que
guarnece en su seno las camadas de los ganadores, A Coruña del poder franquista, representada por personajes
como el gobernador Valeriano de Frutos, un falangista en toda su chulería, que
le pone los cuernos a su mujer y al Caudillo que no perdona los pecados de la
cintura para abajo. Como el delegado de abastos, o Ventura Bugallo, el negro
del gobernador, criticado por no emplear un estilo suficientemente imperial.
También aquellos que ficharon por el ministerio del terror y tienen en el
policía Pombo, capaz de apagarle para siempre la luz a un viejo sindicalista
mediándole con sus propias garras cal viva en las pupilas de los ojos. A Coruña
franquista arrodillada delante del Generalísimo, que en el Pazo de Meirás y sin
que le tiemble el alma, pone con su mano tan so dos palabras: “garrote y
prensa” al frente de las protocolarias sentencias del Tribunal Especial.
A su lado y bajo su yugo, los verdaderos
protagonistas de la vida y de la novela, la inmensidad de A Coruña doliente, la ciudad de ciento cincuenta mil
almas en pena, como afirma un personaje, miles de figurantes anónimos que se
preguntan que hicieron para ser merecedores de tanta miseria, tanta vesania,
tanto miedo.
La novela refleja perfectamente el heroísmo
de la existencia cotidiana de esta gente, la mayoría de la población que calla
y soporta en sus carnes las aberraciones del franquismo, por puro instinto de
supervivencia, en un tiempo de vómitos de sangre y esgarros nauseabundos
-metáforas de la miseria- en la funda del colchón. También el valor de unos
pocos, la última partida de los maquis gallegos, militantes antifascistas,
sobre todo los comunistas que, a pesar de las decisiones desmovilizadoras que
toma un alejado Comité Central en París, se entregan a sus ideales, con inaudito
sacrificio y sintiéndose derrotados, en la Posguerra tardía, en la ciudad
herculina.
Luis Rei rehace, sin alterarla, la historia,
de los perdedores que jamás recibieron una pizca de reconocimiento. La historia
de aquellos que, en tiempos desesperanzados, jamás cantaron, resistieron las
descargas eléctricas seguidas en los testículos, hasta quedar reducidos en su
incomparable heroísmo a un montón de escombros. Pero también la heroicidad de
aquellos que no soportaron la tortura y hablaron. Porque ¿cuál es la vara de
medir el heroísmo?, como interroga, en pregunta inocente, un inocente
Novela, así pues, política, comprometida humildemente
con la realidad, con la historia, que toma partido por los inmolados, por las
víctimas. Una invención de Luis Rei, pero nuca carente de verosimilitud, ya que
detrás de cada página, se halla el aval de un trasfondo histórico y todo el
martirologio laico gallego, empezando por Gayoso y Seoane, torturados
escrupulosamente, pero que nunca hablaron.
Luis Rei escribe una novela compleja y muy
rica como ya quedó apuntado. Un inicio lento en el que el lector difícilmente
capta la trama, porque el autor se recrea en la minuciosidad, y porque articula
el desarrollo diegético a través de una estructura fragmentaria, con una
verdadera maraña de personajes. Poco a poco se nos va presentado la trama
argumental y por medio de escenas y acontecimientos aparentemente inconexos, en
una primera visual. Con un desarrollo no lineal, sino entrecruzado, en el que
se mezclan la voz narrativa en tercera persona y otras muchas que lo hace en
primera. Esa lentitud inicial se aviva sin embargo por medio de estrategias narrativas, como pueden ser las
referencias que de pronto aparecen con relación al tema de la traición y de la
venganza presentida. La inicial confusión desaparece hacia la medad de la
novela, cuando comienzan a confluir todos los hilos narrativos. Y en el último
tercio, el relato se convierte en muy vivo y apasionante, aunque un final un poco
peliculero -también necesariamente desesperanzador- puede disminuir la seriedad
de este ajuste de cuentas literario con el pasado.
Novela basada en gran medida en el diálogo, en
el relato de acciones con pequeñas escenas descriptivas. Y en la habilidad del autor
para reflejar el ambiente y la atmósfera gris y opresiva de aquellos días, con protagonistas
así mismo oscuros en búsqueda de un protagonismo grupal.
Francisco Martínez
Bouzas
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