sábado, 28 de abril de 2012

MARCELO BIRMAJER, HISTORIAS ERÓTICAS PARA DESASOSEGAR AL LECTOR

Eso no
Marcelo Birmajer
Tusquets Editores, Barcelona, 219 páginas
(LIBROS DE FONDO)


En el mes de diciembre de 2003 Tusquets Editores sacaba a la luz Eso no, novela que el jurado del XXV Premio La Sonrisa Vertical había declarado finalista, a la vez que recomendaba su publicación. El jurado apreció en los relatos de Marcelo Birmajer (Buenos Aires, 1966) seis ejemplos paradigmáticos de literatura erótica, un terreno difícil y ciertamente pantanoso que admite opiniones encontradas, ya que no resulta fácil fijar las fronteras del erotismo, quizás el género más borroso y difícil de precisar. Para Vargas Llosa, por ejemplo, no existe literatura erótica, sino erotismo en grandes obras literarias y apela a dos piezas maestras donde eso acontece: La Celestina y Lolita de Nabokov. Otros escritores, entre los que me viene a la mente el nombre de Lola Beccaria, van mucho más allá. En declaraciones efectuadas cuando presentó su novela Una mujer desnuda manifestaba que es reaccionario etiquetar un libro como novela erótica. Para un jurado tan legendario como el de La Sonrisa Vertical, presidido por Luis García Berlanga desde su creación en 1977  hasta su suspensión en 2004, los buenos libros  susceptibles de hacerse merecedores del premio, han de reunir dos condiciones: tensión erótica y una satisfactoria elaboración literaria.
Ambos desafío y alguno más supera Marcelo Birmajer en esta su primera y única incursión en el controvertido género erótico. Nos brinda, en primer lugar, una obra en la que la sexualidad ocupa un espacio al menos tan importante como la trama: el relato detectivesco, el viaje en el tiempo propio de la ciencia ficción, la literatura de terror, la novela de espías, el diario íntimo y el cuento tradicional. Ese fue su reto: abordar en tono erótico algunos de estos géneros narrativos clásicos. En todos lo relatos anteriormente mencionados, que son los que componen el volumen, se centra además en un único tema erótico que tiene que ver con el lugar donde la espalda pierde su nombre. Birmajer supera esta prueba con una escritura rigurosa y de calidad literaria.
Eso no confirma sin duda a un escritor que desde hace tiempo suena como una de las grandes promesas consolidadas  de la más reciente literatura argentina. Mezcla de Woody Allen y Somerset Maughan,  es uno de los pocos narradores de su generación que se deja escuchar con voz singular. Una voz que, como en una de sus obras más conocidas, Historias de hombres casados, siempre consigue filtrar por medio de la intriga y del humor un buen contenido de preocupaciones recurrentes: los interrogantes acerca de la identidad, el irreversible paso del tiempo, la existencia de un lugar donde los valores morales cambian o desaparecen, la idea de que los acontecimientos actuales pueden alterar el pasado.
El escritor, para el que las restricciones funcionan como un motor creativo, piensa que en literatura resulta fundamental incomodar al lector, producir en él grandes desasosiegos.
Así pues, no escribe historias para representar a una generación ni para reflejar la realidad que atraviesa o coloniza su país. Ni siquiera para referir dramas históricos o conflictos personales. Escribe historias para inquietar, para producir esa extraña sensación de saber que en el período de tiempo en el que uno está leyendo, nada acontece y, sin embargo, al terminar la lectura, uno tiene la certeza de que algo sucedió en nuestro interior. Algo inexplicable y a la vez irreversible. He aquí el “darse” al lector de Marcelo Birmajer que se puede apreciar en estos relatos en los que el desasosiego se mezcla con el placer.

Francisco Martínez Bouzas


Marcelo Birrmajer


Fragmentos

“Si bien es cierto que yo necesitaba atisbar los genitales del señor Tures, no era menos cierto que, por mi espejo secreto, al que ningún cliente tiene acceso, podría apreciar también las nalgas de mi nuevo y furtivo empleador. Tenía un culo redondo y lampiño. Siempre me había negado a las muchas ofertas para penetrar anos masculinos, pero debido al incremento de las mismas en los últimos meses, decidí que, de aceptar alguna vez semejante proposición -dado el cambio ontológico que significaría para mi vida-, elegiría el mejor culo que hombre alguno pueda proporcionarme. Pensaba hacerlo una sola vez, y esa debía ser, por única, la mejor comparada con todas las ofertas que me hiciesen. Reconozco que miré durante mucho más tiempo de lo que hubiera querido el culo casi femenino de mi pobre cliente, al punto que éste me llamó la atención, creyendo que me había distraído”

…..

“De todas las mentiras entre amantes, la del único amor es quizás la más efectiva, y perniciosa. Suele funcionar especialmente con las mujeres solas, sin marido ni novio, que pasan largas semanas sin follar, o follando sin escuchar una palabra de ternura. Ana Laura tenía treinta y nueve años, y era guapa, inteligente y, cuando quería, sensual. Hasta los treinta había preferido no comprometerse en ninguna de sus muchas relaciones, y después de los treinta había descubierto que ninguna de sus muchas relaciones quería comprometerse con ella. Los hombres la buscaban sólo una vez: no insistían si ella se negaba, y no la llamaban más que para follar en ocasiones. Ana Laura conocía los tonos de voz, y éstos indicaban: «Mi esposa está de viaje», «Mi novia está trabajando», «Estoy más solo que un faro», etcétera. Era una mujer suplente”.

(Marcelo Birmajer, Eso no, páginas 13, 133)

martes, 24 de abril de 2012

"LA MUJER DE SOMBRA", LAS OSCURAS SINUOSIDADES DEL ALMA

La mujer de sombra
Luisgé Martín
Editorial Anagrama, Barcelona, 2012, 228 páginas.


Luisgé Martín piensa que la literatura es un arma para hacer daño, para molestar. Lo afirma sin remilgos y en esta novela lo hace a conciencia, descubriéndonos el monstruo que todos llevamos dentro. Porque La mujer de sombra no solo es la plasmación escrita de una trama morbosa, autodestructiva, de alto contenido de sexo adulto y de sexo prohibido (pederastia), sino una brutal zambullida en el monstruo que personas aparentemente normales -todos nosotros- llevamos dentro y por regla general nunca llegamos a descubrir. Para eso está la literatura: para inquietarnos, para percutir conciencias adormiladas por una sociedad tan puritana como fácil de escandalizar.
En efecto, el escritor madrileño, después de un paréntesis de tres años (Las manos cortadas, 2009), retoma en esta novela los temas que siempre le han atormentado: los sentimientos de culpa, la esclavitud de las obsesiones, los secretos inconfesables y, sobre todo, las cuevas, los sótanos, la catacumbas en las que muchas veces se oculta el obrar humano. La parte no confesable del obrar humano que, como los icebergs -afortunada comparación del mismo escritor- frecuentemente es mucho mayor, más pesada, más densa y más verdadera que la fachada que exhibimos. Quizás incluso más interesante, como da a entender la cita paratextual de Céline que inaugura la novela: “Todo lo que es interesante ocurre en la sombra. No se sabe nada de la verdadera historia del hombre”.
La mujer de sombra es un viaje  a los infiernos en el que casi que determinísticamente  se precipita el protagonista de la novela, provocado por las incertidumbres que en él genera la conducta de la mujer de la que está enamorado. Y para él querer saber demasiado será destructivo.
La novela está sembrada de componentes indudablemente para gente adulta: sexo explícito, sadomasoquismo, drogas, violaciones, repelentes violaciones tanto imaginadas como reales de niños narcotizados, y una pasión obsesiva de tinte morboso identitario, que se convierte en el nudo gordiano que vuelve loco al protagonista. A ese Eusebio que escucha de su amigo Guillermo poco antes de morir que, fuera de su feliz matrimonio, mantiene una relación sadomasoquista con una mujer. Fallecido el amigo, decide buscar a esa mujer. Entra entonces en escena Julia a la que identifica con la  mujer sadomasoquista y cuyos jeroglíficos pretende descifrar porque con él la “dominatrix” es dulce, sensual, pudibunda. ¿Será la misma mujer?
Para despegar el interrogante el enamorado protagonista inicia una indagación que le llevará por una geografía delirante de obsesiones enfermizas, dilemas existenciales, pasiones sexuales y en las que atraviesa líneas que jamás podrá volver a cruzar en sentido inverso, aunque se justifica pensando que de algunos males de la vida solamente es posible defenderse con un crimen. Es el uso de la sexualidad como forma de infierno y como compendio de descarríos humanos, la pederastia entre ellos y de cuyo remordimiento intenta liberarse con teorías humanitarias.
Novela muy dura, con una historia  de no fácil digestión, pero tejida además con un lenguaje descarnado, obsceno a veces, frecuentemente hiriente -absténgase de su lectura los beaterios-, mas a la vez muy letárgico, capaz de atrapar al lector que se atreve a cruzar la primera página. Un buen escritor, en definitiva, dueño de una prosa cultivada y atrevida con la que nos introduce en el territorio del morbo, pero sobre todo nos hace meditar en las oscuras y laberínticas sinuosidades del alma humana.

Francisco Martínez Bouzas


Luigé Martín

Fragmentos

“En una carpeta escondida del ordenador guarda las conversaciones más obscenas que ha ido recopilando en esos meses, las que contienen relatos siniestros o libertinos de especial aspereza. PrincesaSucia está casada con un hombre impotente y no la satisface desde hace años. Ella es católica y no consiente en el adulterio, pero estaría dispuesta a abandonar a su esposo si encontrase a alguien que la amase de verdad. Mientras tanto, para calmar las necesidades de la carne, tiene relaciones sexuales con su perro, un mastín de tres años que la monta cada día. PrincesaSucia no cree que eso sea una infidelidad, pues el animal no tiene alma. A Eusebio le contó sin rubor los detalles de la fornicación, el entresijo zoológico de sus amoríos con el mastín…”

…..

“Eusebio ha escrito las historias de PrincesaSucia,de Martina y de Dorian. Lo ha hecho sólo para no olvidar ninguno de sus detalles, sin demasiado esmero. Pero en algunas ocasiones se le viene a la cabeza la idea de componer un libro. Le impresiona la ferocidad de algunas depravaciones, el albur metafísico de la vida. Lo que más le fascina, sin embargo, es la oscuridad del secreto, el nudo negro que algunas personas tienen en su corazón…”

…..
“La niña, en cambio ha empezado a pintarse y  a coquetear con chicos. Es responsable y hace sus tareas, pero lo que más le preocupa son los vestidos, las canciones y los amoríos de la escuela. Padrastro lo cuenta con afecto, con devoción de padre. «Es una edad terrible», asegura. Eusebio le escucha fascinado: lo prodigioso, como él imaginaba, no es conocer los secretos de los hombres, sino las rutinas cotidianas de las bestias. La bondad de los vampiros, la ternura de los monstruos. Padrastro no posee racionalidad: ofrece a sus hijos narcotizados para que los violen y habla luego de ellos con cariño. La mente humana produce esos ensueños. Eusebio bebe su cerveza y se pregunta si también él, como Padrastro, desvaría, si sus pensamientos son discontinuos y paradójicos, si su raciocinio está mordido por termitas. ¿Cómo comienza la locura? ¿Cuál es el principio?”

…..

“Eusebio termina de desnudarse en el umbral de la puerta. Deja su ropa en el suelo, desordenada. Siente la solemnidad del momento. Sabe que va a travesar una línea que no puede volver a cruzar en sentido inverso. Sin embargo no está atormentado. Tiene una sensación fría de liberación. Sabe que hace todo eso por amor  a Julia. Tal vez es el efecto de la droga que ha tomado, pero en ese instante es capaz de concebir con claridad  que de algunos males de la vida sólo es posible defenderse con un crimen: para volver a ser compasivo hay que ser antes despiadado.
Eusebio es feliz mientras acaricia a Cecilia. Lo olvida todo… Le desaparecen las larvas del cerebro. No piensa en la muerte, en las vértebras sin carne, en el cráneo de un cadáver. Con la lengua, despacio, explora las encías de la niña, el lomo de sus muelas, su paladar, sus dientes. Se emboca en ella, la muerde con suavidad…”

(Luigé Martín, La mujer de sombra, páginas 129-130, 134, 207-208, 223- 224)

viernes, 20 de abril de 2012

"COMPOSICIÓN Nº.1", UN ARTEFACTO HIPERTEXTUAL


Composición nº 1
Marc Saporta
Traducción de Jules Alqzr
Presentación de Migel Ángel Ramos
Capitán Swing Libros, Madrid, 2012, 344 cuartillas sin paginar.


En el prefacio de Composición nº 1, señala su autor Marc Saporta: “Se ruega al lector que mezcle las páginas como una baraja de cartas. Que las corte si lo desea con la mano izquierda igual que una echadora de cartas. El orden en el que salgan las hojas después de hacerlo orientará el destino de X (…) Del encadenamiento de las circunstancias depende que la historia acabe bien o mal. Una vida se compone de elementos múltiples. Pero el número de composiciones posibles es infinito” La pregunta que de inmediato surge en la mente lectora,  no puede ser otra: ¿De qué se trata? ¿De una nueva o vieja audacia experimental, un intervención artística, una performance libresca opaca, clausurada en si misma, pero incapaz e transmitir nada, como no sea la novedosa fiebre experimentadora?
Sin duda que la caja, excelentemente diseñada en la que Capitán Swing nos presenta estas más de trescientas páginas sueltas, sin numeración, encierra algo más que una simple fiebre vanguardista que Marc Saporta concibió en el año 1962. El autor de este libro caja o artefacto hipertextual es uno de los precursores más conspicuos de los textos no lineales, de los discursos fragmentados que hoy son el gran paradigma de la literatura hipertextual en la que cada lector crea su propio libro. Marc Saporta y ahora Capital Swing Libros lo que nos ofrecen es el azar, un juego estocástico que rompe la estructura de la novela decimonónica (inicio, desarrollo, desenlace), puesta en entredicho por los escritores de Nouveau Roman -Marc Saporta es un miembro de esta corriente-  y nos introduce de lleno en el paradigma de la hipertextualidad al que nos han acostumbrado las nuevas tecnologías (un único clic sobre un enlace hace que un texto nos lleve a otro).
Otros rasgos de este libro caja puesta en manos del lector no son tan novedosos como pudiera parecer. Me refiero a su estructura fragmentaria, ensayada igualmente por el Colectivo Oulipo (Raymond Quenau, Cien Trillones de Poemas, sobre todo) por  Rayuela de Cortazar, Por Max Aub (Juego de Cartas), Italo Calvino (El Castillo de Destinos Cruzados) o el mismo Julian Ríos (Larva). A algo muy semejante remite cierta línea de cultivo filosófico: la pluralidad de conexiones que desarrollan Deleuze y Guattari, la interacción de opiniones simultáneas de las que habla Michel Foucault en El orden de las cosas, o la metodología de la descomposición (fragmentos que remiten a otros) desarrollada de Derrida.
Los cierto es que el lector tiene en sus manos no un texto lineal, sino una “baraja literaria”, cuya mezcla de páginas dará lugar a que los personajes de esta composición tengan uno u otro destino, dependiendo de esa “ars combinatoria” de la que nos habla el prologuista, Miguel Ángel Ramos.
La escritura tradicional mayoritaria nos brinda un molde que nada tiene de laberinto, ya que todos conocemos la salida: el desenlace o la última página. Marc Saporta, contrariamente, nos encierra en un sinuoso laberinto en el que hallamos historias  de Marianne, de Helga, de Dagmar, de Mamá o de Robert…, episodios escuetos que no ocupan más de una cuartilla. Acto seguido las desordenó y publicó como páginas sin encuadernar y sin numerar, dispuestas de forma azarosa.
Le compete al lector activo ordenar el libro trastornando las cartas de esta baraja literaria, siendo así la contingencia la que decide lo que el libro va a resultar al final.
De este modo, como en la cartomancia, nuestro corte y barajado de cuartillas representa un conjunto de acontecimientos. La azarosidad pues y no el orden canónico como conductor de los juegos literarios. Y hablo de juegos literarios porque las cuartillas de Marc Saporta no están habitadas por la nada, sino por una narrativa excelente en forma de breves relatos, rebosantes de agudos matices psicológicos, estampas en las que se deja sentir una inequívoca voluntad de contar, con una clara inclinación hacia el poema en prosa. Lo que diferencia la escritura de Marc Saporta lo recapitula la forma lúcidamente clarificadora el prologuista: “El libro de Saporta propone una liberación de lo encuadernado hacia el sorteo, creando una suerte de contrainte oulipina, una nueva regla de juego que al desestabilizar el tablero non obliga a reconsiderar, revisar lo que posee un exceso de naturalidad previsible. Poner entre comillas cualquier continuidad, poner en cuestión cualquier regla inherente al juego desde el juego mismo”

Francisco Martínez Bouzas



Marc Saporta


Fragmentos

“MARIANNE, una joven casada, enervada bajo sus velos, vuelve del altar entre la doble fila de amigos y parientes. Tropieza y durante un instante apoya todo su peso sobre el brazo que la sujeta. Después se endereza, con la mirada perdida en la puerta que debe alcanzar y avanza con pasos rígidos, como un soldado mecánico en el desfile de juguetes del trágico cuento de Andersen.
Su mirada surge de sus ojos negros como un trazo. La bajada de la iglesia es interminable. Deseaba ese matrimonio con avidez, pero el resultado no parece haber satisfecho esa especie de ferocidad de la que se ha valido para conseguir sus objetivos. Tal vez piensa ya en las consecuencias de una unión conseguida mediante amenazas mezcladas con un intento de suicidio como chantaje (…)
A su paso, los invitados se esfuerzan por sonreír, pero la alegría se paraliza, y los comentarios cesan al ver a esa joven afeada por la tensión. No queda ya nada ni de la elegancia natural, ni del paso ligero que constituyen el encanto habitual de Marianne.
Suiza se extiende ante el pórtico abierto de par en par. El sol rebota sobre el porche blanco y salta al rostro. Los fotógrafos hacen su trabajo. Marianne fija un rictus que le frunce los morros como si fuera a tener que pelearse por una presa; pero, al parecer, ya sabe que la presa se le va a escapar, que otros se la arrancarán”.

…..

“DAGMAR avanza con su abrigo de piel leonado, y su soberana elegancia, en medio del frío. El viento la escolta. Delante de ella, torbellinos de hojas secas le abren camino, como los motoristas al paso de una princesa. Despliegan a su paso una alfombra roja en las alamedas. El rostro rubio está helado. Con una risa perlada, en la que brillan los dientes, Dagmar toma posesión del invierno.
Cubierta con el vestido verde y ajustado que dibuja maravillosamente su cuerpo, Dagmar recorre la alameda con toda la primavera. Sus brazos brotan como agua viva del vestido sin mangas. Lo senos hinchan la blusa. Cuando se detiene ante la estatua, sus pies calzados con zapatillas de bailarina se sitúan instintivamente en la 3ª posición de las bailarinas (…)
Dagmar es el deseo. Su cuerpo huele al verano y sus frutos Parece caída al pie de la Alhambra, cuando las granadas maduras hacen estallar su corteza endurecida, en los jardines del Generalife. Y su boca rosa tiene el sabor fresco de los granos que se roban a la sombra de los granados andaluces. Dice:
-¿Para qué sirve ser mujer…?”

…..

“HELGA se debate entre las manos como un bengalí prisionero. Intenta en vano estirarse. Los puños la sujetan con fuerza contra la cama con ambos brazos abiertos hacia atrás. Se produce un momento de calma en el que todo es aún posible. Aplastada contra el diván, apretujada sobre sí misma con todo su peso, la joven parece intentar abrir bajo su espalda una vía de escape. Espera sin decir nada, y sus grandes ojos rehúyen la mirada como los de un pájaro (…)
Los miembros frágiles están al borde de la ruptura. El antebrazo, sujetado hacia atrás contra la cama, ofrece su blancura indefensa a los labios que lo recorren, y que, a lo largo de su recorrido, suscitan un estremecimiento. La carne es elástica y se hunde bajo la boca. Una brizna de piel se queda pillada entre los dietes que dibujan una huella apenas roja, que rápidamente se borra.
Con un movimiento de cadera, Helga intenta escaparse sin convicción. La marejada evoca ya los movimientos del placer. Presionado es fácil inmovilizar el vientre de la joven, que cede, se resiste y, finalmente, responde al abrazo.
La suerte está echada. El seno late muy fuerte bajo la mano. La mano liberada de Helga acaba de abatirse sin fuerza por encima de esa otra mano que engulle el joven pecho”

(Marc Saporta, Composición nº 1, sin paginación)

martes, 17 de abril de 2012

MIDDLESEX, LA EPOPEYA DE UN HERMAFRODITA

Middlesex
Jeffrey Eugenides
Traducción de Benito Gómez Ibáñez
Editorial Anagrama, Barcelona, 673 páginas
(LIBROS DE FONDO)


Jeffrey Eugenides (Detroit, 1960) es el autor de una de las mejores novelas cortas de los últimos veinticinco años, Las vírgenes suicidas, llevada al cine por Sophia Coppola. Con Middlesex  retornó  a la arena literaria y ganó el Premio Pulitzer del año 2003, hecho que demuestra que en Estados Unidos las grandes sagas genealógicas llevan la delantera a la hora de concurrir en los certámenes literarios más prestigiosos. Es el gran tópico de la novelística americana que siente la necesidad de incubar pormenorizadas sagas familiares como consecuencia de su condición de nación joven que precisa excavar en sus raíces y en el carácter fundacional del país.
Pero Middlesex encierra además otra historia, una historia hermafrodita, la epopeya de un hermafrodita que busca su identidad sexual y personal. De hecho la novela arranca con fuerza desde sus primeras líneas: “Nací dos veces: fui niña primero, en un increíble día sin niebla tóxica de Detroit, en enero de 1960; y chico después, en una sala de urgencias cerca de Petoskey, Michigan, en agosto de 1974”. En efecto, el héroe de Eugenides (Cal / Calliope) es una criatura mitad hombre, mitad mujer que nació en América de familia griega y que ahora vive en Berlín como agregado cultural de la embajada de sus país.
Enamorado de una mujer, se siente asustado, sin embargo, ante lo que pueda acontecer en el momento de la verdad cuando caen por tierra todas las vestiduras y máscaras y decide narrar su historia, revelar su secreto. Contarnos ese viaje en montaña rusa a través del tiempo, hablarnos de la mutación recesiva unida al quinto cromosoma, en la falda del Monte Olimpo, de cómo prosperó en la otra orilla del océano hasta caer en el fértil terreno del vientre de su madre.
En esta historia de historias, Cal Stephanides comienza narrándonos su vida. Postrer anillo de una larga cadena tejida con incestos y relaciones consanguíneas. Porque, como Tiresias, Cal vivió como mujer y como hombre, fruto de una historia que se inicia en 1922 cuando sus abuelos, dos hermanos enamorados, pertenecientes a la comunidad griega de Turquía, huyen del caos de la guerra con documentos falsos. Olvidan el tabú fundamental, ese que según Claude Lévi- Strauss supone el tránsito de la naturaleza a la cultura, se casan en el barco que les lleva a América y sus hijos, en un triple juego de consaguinidad, lo hacen a su vez con parientes también consanguíneos. Serán los padres de Cal, que al nacer fue inscrita como Calliope.
Jeffrey Eugenides comprime en esta profusa e inmensa novela, una especie de Odisea laica, todo el acervo de su memoria histórica. Middlesex prolonga la gloriosa tradición de la novela total que en el siglo XIX elevó la narrativa hasta cimas panópticas de indudable eficacia. Una obra que se inscribe en la esquela de la tradición épica, aunque quizás desprovista del sentido apocalíptico necesario para salir del trasfondo iluminista que exige cualquier acercamiento cauto al mito.
Al escribir Middlesex Eugenides es consciente de que la utopía de la gran novela americana demanda hablar de la nación y de su formación sin cortapisas. Sabe que no es suficiente posesionarse de la memoria emotiva o de las gloriosas palabras que se fueron acumulando a lo largo de los siglos. Es igualmente necesario asumir sus silencios, sus letras impronunciables. Desencanto, sin embargo, en el ojo lector al comprobar que los ecos épicos y trágicos de Middlesex no hallan en la construcción de la novela un tratamiento apropiado. Porque la voz narradora no sabe cómo fundir las dos novelas que se despliegan en el texto: la historia íntima de un hermafrodita que busca su identidad y la saga épico familiar a través de varias generaciones.

Francisco Martínez Bouzas


Fragmento

“Cuando este relato salga a luz, quizá me convierta en el hermafrodita más famoso de la historia. Otros me han precedido. Alexina Barbin fue a un internado femenino en Francia antes de convertirse en Abel. Dejó una autobiografía que Michel Foucault descubrió en los archivos del Ministerio de Sanidad francés. (Sus memorias, que se interrumpían poco antes de su suicidio, dejan mucho que desear, y al acabar de leerlas hace unos años, fue cuando se me ocurrió escribir las mías.) Gottlieb Göttlich, nacido en 1798, vivió con el nombre de Marie Rosine hasta los treinta y tres años. Un día Marie fue al médico a causas de unos dolores abdominales. El médico la examinó para ver si tenía una hernia y, en su lugar, se encontró con testículos que no habían bajado. A partir de entonces Marie se vistió con ropa masculina, se puso el nombre de Gottlieb y ganó una fortuna viajando por Europa, exhibiéndose ante profesionales de la medicina.
En cuanto a los médicos se refiere, yo soy aún mejor que Gottlieb. En la medida en que las hormonas fetales afectan a la química cerebral y la histología, yo poseo un cerebro masculino. Pero me educaron en sentido femenino. Si hubiera que concebir un experimento para evaluar las respectivas influencias de la naturaleza y la educación, no podría encontrase nada mejor que mi vida. Cuando me examinaron en la clínica hace más de dos décadas, el doctor Luce me sometió a una batería de tests (…)
Lo único que se es lo siguiente: pese a mi androgenizado cerebro, en la historia que voy a contar hay una innata cicularidad femenina. Es una historia genética. Yo soy la última cláusula de una oración periódica, cuya primera frase se escribió hace mucho tiempo, en otra lengua, y hay que leerla desde el principio para llegar al final, que es mi nacimiento”

(Jeffrey Eugenides, Middlesex, páginas 31-32)

sábado, 14 de abril de 2012

EL SALARIO DEL MIEDO

El salario del miedo
Georges Arnaud
Tradución de Encarna Castejón
Prólogo de José Giménez Corbatón
Editorial Contraseña, Zaragoza, 2011, 2002 páginas.


El salario del miedo fue publicado en 1950. Más de sesenta años después el relato de Georges Arnaud, pseudónimo de Henri Girard, no ha perdido fuelle, sigue suscitando el interés del lector que busca saciar en la literatura su sed de aventuras. Y si el lector es un cinéfilo  y tuvo la oportunidad de ver en una pantalla aquella adaptación en blanco y negro que de la novela hizo Clouzot en 1953, con Yves Montand de protagonista, ganadora de la Palma de Oro de Cannes y del Oso de Oro del Festival de Berlín, la lectura de la novela de G. Arnaud debería significar el regreso a las fuentes escritas por un novelista tan subversivo como el cineasta francés.
Georges Arnaud se convirtió con la publicación de El salario del miedo en un escritor debutante. Precedido de oscuros sucesos (el asesinato de su familia del que fue acusado y finalmente absuelto), bohemio generoso que dilapida la fortuna familiar, emigrante en el continente latinoamericano donde desempeñó dispares oficios, entre ellos el de camionero. A su regreso a París publica El salario del miedo que se convirtió de inmediato en un gran éxito editorial.
Georges Arnaud patentiza en El salario del miedo lo que él mismo llama “la poética del riesgo asalariado”, sobre todo cuando el salario es la recompensa de un trabajo sumamente peligroso: conducir un camión cargado de nitroglicerina desde un supuesto poblado guatemalteco (Las Piedras) hasta un pozo de una compañía petrolera norteamericana que ha explotado y no cesa de arder. Urge llevar la nitroglicerina hasta el lugar de la explosión ya que se considera que su detonación es la única forma de sofocar las llamas. Al anuncio en el que se solicitan camioneros expertos, se presentan numerosos voluntarios dispuestos a jugarse la vida por los mil dólares (el salario del miedo) que la compañía petrolífera ofrece por cada viaje. Son aventureros que malviven en lo que antes era un pequeño y limpio puerto de mar y ahora es un lodazal, rodeado de desolación, traficantes, prostitutas, alcohólicos… que esperan en vano una oportunidad.
Cuatro son los elegidos, no entre conductores expertos sino entre suicidas, entre tipos dispuestos a afrontar cualquier vicisitud con tal de lograr el dinero y escapar de aquel lugar.
Encerrados en los camiones, este cuarteto de perdedores transportan la nitroglicerina por carreteras erosionadas y territorios abruptos, imposibles. Uno de ellos es Sturmer. Viaja en compañía de un rumano, asesino confeso de su mejor amigo, que solo le ocasiona problemas. Las jornadas del viaje se harán interminables, obligados a luchar contra mil adversidades, pero sobre todo contra el miedo.
Georges Arnaud
Porque, aunque en esta novela hay múltiples actantes, seres amorales que basculan entre la bajeza y la camaradería, lo que realmente se deja sentir es el protagonismo prácticamente exclusivo del miedo, como con acierto apunta el prologuista. En una narración sin resquicios, el miedo se hace omnipresente. El miedo, un miedo unas veces líquido, incoloro, insípido, otras, un miedo sólido, que pesa, aplasta, petrifica, modula y gobierna la conducta de los personajes. Se anuncia tan pronto como el cartel de la Crude and Oil Limited reclama camioneros expertos. Se reitera en la tasca prostíbulo del poblado de Las Piedras cuando alguien que consume sus días al margen de cualquier perspectiva, señala como “muertos” de antemano a los camioneros seleccionados. Y el miedo despliega sus alas y aprieta sus garras sobre todo en el viaje, en el transporte del explosivo.
A la par del miedo conviven en la narración de Georges Arnaud la insensibilidad y la degradación moral, así como un retrato muy crítico del capitalismo feroz de las empresas extranjeras que explotan Latinoamérica, buscando márgenes de rentabilidad al margen de cualquier consideración ética y de los posibles daños colaterales que su insaciable hambre depredadora provoque.
El pequeño y túrbido  microcosmos en el que nos introduce Arnaud es una amalgama de egoísmos entre explotados, despojos viriles, marginación, desgracia. Con escasos personajes femeninos si exceptuamos la omnipresencia de la muerte y la de la sumisa prostituta nativa que también está en la cola de las redenciones imposibles.

Los más de dos millones de ejemplares de El salario del miedo vendidos en Francia dan fe de las apetencias de un argumento para un lector interesado en la aventura, cuando esta se encuentra acompañada de calas meditativas, exentas no obstante de moralismos, erguida a través de una estructura en la que tiene cabida una perspicaz presentación de la acción, con las oportunas pausas para incrementar la tensión y una prosa sobre todo efectiva, intencionadamente descuidada, poblada con buenas dosis de argots del hampa de estos perdedores que, en su bajada a los infiernos, nos demuestran que pueda haber una poética del pico y pala, tesis que Arnaud sostiene en la “Advertencia” que precede al texto.

Francisco Martínez Bouzas



Fotograma de la película "El salario del miedo" dirigida por G. Clouzot


Fragmentos

“Las voces resonaban con fuerza en el salón del Corsario Negro, el antro de Las Piedras, y no obstante parecían provenir de un altavoz. Al oírlas nadie pensaba en el espectáculo de los aficionados de pie en los tendidos; había que buscar con la mirada el aparato de radio que captaba, entre interferencias, la retransmisión de una corrida. Quizá era por culpa de la húmeda niebla que flotaba tanto en la ciudad como dentro del local. Los habitantes de Las Piedras la llamaban aliento de caimán, a causa de los innumerables cocodrilos que infestaban el delta”

…..

“El irlandés exhaló una gran bocanada de humo y continuó:
-He querido hablaros personalmente para que no haya malentendidos. Necesito cuatro conductores para llevar a la torre Dieciséis dos camiones cargados con mil quinientos kilos de nitroglicerina. Los camiones son corrientes, sin amortiguadores compensados, sin dispositivo especial de seguridad, en excelente estado, nada más.
Los hombres escuchaban son prestar demasiada atención. Hasta el momento, se estaban aburriendo. Estos yanquis eran todos iguales: locos por los discursos familiares redactados según los métodos de Dale Carnegie para una entrega de premios. El colmo…”

…..

“Ha caído la noche sobre Las Piedras, sobre las playas y orillas del Guayas. En el campamento de la Crude se han apagado las luces de los despachos y se han encendido, al unísono, las luces de los bungalós privados.
La ciudad tiene miedo. Al caer la tarde ha corrido el rumor del transporte previsto para la noche, y las casas que bordean la carretera han quedado vacías. Luego el pánico se ha apoderado del resto de la población, y se ha iniciado un éxodo hacia las partes altas. Solo se han quedado algunos viejos.
-Si pasa algo, será el fin del mundo. No vale la pena irse, será igual en todas partes”

…..

“El miedo. Está ahí, sólido, presente y estúpido, no hay manera de escapar. Fuego en el culo y  no poder correr. Solo que el miedo se puede rechazar; una carta de recomendación del Diablo, y se rechaza. Pero sigue esperando en el umbral. Se acomoda detrás en el tanque de nitroglicerina, y acecha desde allí. Se lleva bien con esa sopa de muerte repentina. Como un par de gatos, una pareja de tigres  que fingen dormir para elegir mejor el momento. Pero, si el explosivo salta primero, el miedo se verá burlado, tendrá que irse con las manos vacías, habrá llegado demasiado tarde. Y sin embargo allí está, agazapado a tu espalda, con las ruedas traseras bajo su vientre de  animal azul, de verdadero Apocalipsis; allí está, dispuesto a saltar”

(Georges Arnaud, El salario del miedo, páginas 51, 76-77, 96-97, 104)

martes, 10 de abril de 2012

UNA ESPÍA COMO CEBO AMOROSO PARA BERTOLT BRECHT

La amante de Brecht
Jacques-Pierre Amette
Tusquets Editores, Barcelona, 198 páginas
(LIBROS DE FONDO)


En el mes de noviembre del año 2003 los diez miembros del jurado que forman la Academia Goncourt, decidieron en la quinta votación otorgar el premio Goncourt del centenario a la novela La Maîtresse de Brecht de la que es autor el narrador y crítico literario Jacques-Pierre Amette. La novela retoma hechos históricos del autor de Galileo y Madre coraje y sus hijos, quien, al asumir la militancia política comunista, personifica en la figura del propio Marx al espectador ideal de un teatro que tiene mucho más de épico que de dramático. Pero, al mismo tiempo es ficción, una mentira novelesca de la que no se pueden defender los personajes históricos que en ella intervienen.
Una obra pues que se encuadra en eso que los norteamericanos clasifican con el término “faction”, amalgama de “facts” y de “fiction”. Estamos ante el excepcional privilegio de la literatura: su infinita capacidad para crear personajes inventados, desfigurar los históricos echando mano de sus nombres y de sus vidas. En tal labor Jacques-Pierre Amette actúa con mano maestra.
En primer lugar los “facts”, los hechos históricos. En 1948, y después de un largo período de quince años, Bertolt Brecht regresa a Berlín Oriental invadido por los escombros, ruinas y en el que se respira una atmósfera de sospechas y delaciones. En esos quince años precedentes, Alemania había presenciado el ascenso y caída del nazismo y el comienzo de una vida sombría bajo la bota soviética. Bertolt Brecht tiene cincuenta años, todavía cree en las posibilidades de una verdadera aurora para la humanidad y llega para fundar el “Berliner Ensemble”, su compañía personal de teatro. Pero su ideología comunista no tranquiliza a  los dirigentes de le República Democrática Alemana. Si en los Estados Unidos Brecht ya había sido acusado en la época maccarthista  de la caza de brujas de actividades antiamericanas, en el Berlín comunista la policía política tampoco se fía y quiere a toda costa asegurarse de que el célebre dramaturgo es un verdadero camarada.
He aquí el motivo  por el que le preparan un cebo: María Eich, la futura Antígona, una joven y hermosa actriz vienesa que no tiene mucho que perder y sí un pasado colaboracionista que hacer desaparecer.
Pero ya nos encontramos en el territorio de la “fiction”, de la mentira novelesca que entreteje los hechos reales con otros inventados para hacernos ver un Brecht menos nítido,  algunas veces un titánico creador, otras un ser egocéntrico que se sirve de hermosas actrices como si fueran parte de un decorado teatral que controla como un omnipotente “deus ex maquina”.
La novela de Jacques-Pierre Amette es la crónica de la sumisión humillante de una mujer forzada a traicionar para sobrevivir. Una mujer a la que su época convierte en fantasma, en una mujer marcada por su incapacidad para entender el mundo dual, roto, dogmático y frío. Un mundo polarizado entre la infinita miseria de los slogans comunistas y la infinita injusticia del mundo capitalista.
El narrador se muestra perplejo delante de este panorama que abarca todo un siglo, pero antes de poner el punto final en el libro es capaz de evocar las palabras de Brecht: vosotros que os levantareis del marasmo en el que nosotros nos hemos hundido, cuando habléis de vuestras debilidades, pensad también en los tiempos sombríos de los que habéis escapado. Pero vosotros, cuando lleguen los tiempos en los que el hombre se convierta en amigo del hombre, pensad en nosotros con indulgencia.

Francisco Martínez Bouzas



Jacques-Pierre Amette

Fragmentos

“Mientas Hitler echaba por la boca proclamas y salivazos y hacía marchar a su pueblo, Brecht, siempre más rápido, ponía a crepitar su máquina de escribir. Poemas-metralleta. Allí tenía por fin el gran combate: hacer que la lengua alemana, de una manera grandiosa, insólita, nunca vista, alzara la voz para abolir procesiones y desfiles, banderas y consignas nazis gritadas en estadios silenciosos.
Brecht, ya por la mañana, enjabonándose, con el torso desnudo, le decía a Ruth Berlau que la calase obrera debía unirse para luchar contra aquella «banda de criminales»
…..

“Brecht solía llamar a María a su habitación, que era también su despacho. En general, todo ocurría como siempre: María se tumbaba, él la desnudaba lentamente. Pasada la fase erótica, el maestro se daba una ducha. Y María fotografiaba con mucho sigilo los papeles que había sobre la mesa.
A veces hurgaba también en la papelera y desarrugaba borradores de poemas.
Aquel verano entregó a una empleada de Correos cuatro carretes que fueron enviados a Berlín. Se supo así que Brecht había remitido tres cartas a Eric Honecker, entonces diputado, para mediar a favor del famoso actor Ernst Busch, cuyo nombre, en una canción infantil, no había gustado a las autoridades. Aparecían asimismo tres cartas dirigidas al compositor Paul Dessau, que también era tenido por un curioso formalista después de sus composiciones para el Interrogatorio de Lúculo

( Jacques-Pierre Amette, La amante de Brecht, páginas 48-49, 79-80)

jueves, 5 de abril de 2012

"EL TEMBLOR DEL HÉROE", UNA NOVELA SOBRE LA FALTA DE SUSTANCIA

El temblor del héroe
Álvaro Pombo
Ediciones Destino, Barcelona, 2012, 222 páginas


¿Puede ser la literatura ese territorio donde plantear los grandes asuntos que atarean o agobian al ser humano, tales como la traición, la culpa, el arrepentimiento, la cobardía o el mismo sentido de la existencia? Estamos ante una pregunta claramente retórica. Un personaje de Milan Kundera se servía de una sola arma para defenderse del mundo, de la zafiedad que le rodeaba: los libros que le prestaban en la biblioteca. Al igual que dicho personaje, la novela de Álvaro Pombo ganadora del Premio Nadal 2012, que profundiza en los mecanismos del engaño, en las consecuencias trágicas de pasar por el mundo resbalando, deslizándose sobre la superficie de la realidad, sin comprometerse con nada, es una nueva prueba de que la literatura es una infinita cosmografía en la que cabe todo, si detrás de la pluma que escribe está esa rara avis que es Álvaro Pombo con  su “poética del bien”. Álvaro Pombo, filósofo empedernido -esta novela es una prueba fehaciente-, contorsionista de las palabras, defensor de la libertad e inventor de tramas que encauza a través de un peculiar método literario, por él mismo bautizado como psicología-ficción, cuyo primer postulado es la falta de sustancia, abordado de forma magistral en esta novela.
Pombo es un creador superdotado, un creador pleno como lo definen los académicos, aunque quizás más para ser leído por escritores que por el gran público. Ya en 1992, cuando aún no estaban amasadas sus grandes obras (Donde las mujeres, La cuadratura del círculo, El cielo raro, Contra natura…) hubo críticos que catalogaron a Pombo junto con Javier Marías como los dos narradores más interesantes de los últimos veinte años. La lengua prodigiosa, mezcla de barroquismo, espontaneidad y capacidad inventiva de este genio que anda suelto (Jorge Herralde) hacen de Álvaro Pombo el mejor estilista, el gran fascinador verbal y uno de los grandes creadores contemporáneos en lengua española.
El temblor del héroe es una prueba sobreabundante de cuanto digo y confirma además la querencia del escritor por explorar en el interior de los universos humanos. Sin embargo, que nadie se confunda: El temblor del héroe no es una novela comercial, de consumo rápido. Se trata, al contrario de una pieza narrativa compleja, densa, rebosante de reflexiones y disquisiciones filosóficas, también de citas en latín y en otros idiomas, pero no una pieza obscura, sobre todo a medida que se avanza en la lectura. Tampoco experimental a pesar de algún que otro comentario metanarrativo de un narrador omnisciente.
Pombo, como ha escrito Ángel Basanta, solo se parece a Pombo, se ha especializado -y en esta novela lo hace de forma brillante- en la fabricación de estructuras narrativas penetradas de cultura, de ideas, combinando sabiamente reflexión, narración, descripción y diálogo, con la presencia de personajes complejos que el escritor explora en sus más ocultos recovecos y sinuosidades.
En una breve sinopsis argumental, cabe decir que la novela nos presenta de entrada a Román, un profesor universitario jubilado, invadido por la nostalgia de los días luminosos de la pedagogía en los que fascinaba a sus alumnos, inculcándoles el amor  a la sabiduría y estimulándoles para alcanzar una vida más noble y más alta. Todo aquello se evaporó de repente. Dos de ellos, sin embargo, una pareja de médicos, comparten su amistad y con ellos ha entablado complejas relaciones intelectuales y sentimentales. En un momento determinado, entra en su vida un joven periodista (Héctor), arrastrando una niñez de abuelos aturdidos por los hijos drogadictos y una adolescencia torturada por las violaciones de un pederasta (Bernardo), un ser demoníaco, una rémora vampiresca, que consigue así mismo incluirse en la vida de esta celebridad menor con perfil de Wikipedia.
Es  a partir de este momento cuando los fantasmas del pasado reaparecen a la vez que los mecanismos del engaño, la cobardía, la insensibilidad y la falta de compromiso para reaccionar ante el dolor ajeno provocan un trágico final en una novela cuyo núcleo diegético se reduce sin embargo a un trío con un conflicto amoroso no resuelto en un ambiente de relaciones homosexuales, amores líquidos y chaperos, con sentimientos de culpa y muchos vaivenes. Con vidas agobiadas por lo que el autor llama una razón aburridamente posmoderna: la falta de sustancia en seres incapaces de sustentar una ética autónoma, aletargados que pasan por la vida patinando, deslizándose, sin involucrase en nada más allá de lo que les dicta la cobardía.
Una novela con trasfondo turbulento, perturbador que se desarrolla en un burdo tiempo democrático y sin héroes, con un gran problema verbalizado en las palabras del profesor jubilado: no sentimos nada y por eso mismo somos insensibles ante el dolor y el sufrimiento ajenos. Y si alguna vez lo percibimos, la cobardía, la inacción o ese insustancial escurrirse por el mundo, nos impide comprometernos con los demás.
Novela pródiga de comentarios y digresiones filosóficas (el motor inmóvil aristotélico, el entendimiento agente medieval…), con citas y referencias de numerosos pensadores desde Platón a Roland Barthes, pasando sobre todo por Kierkegaard; con el uso de variados registros: un nivel culto sobreabundante en terminología filosófica y otro que se alimenta de jergas juveniles y de neologismos (por derivación y acronimia sobre todo) y expresiones de propia cosecha, sin que falte la barroca pedantería de alguna frase típicamente pombiana (“Tenía el don predigital del uso transtextual de los textos”, página 130)

Francisco Martínez Bouzas



Álvaro Pombo


Fragmentos

Román está en su sesión de meditación. Lleva años practicando. Hace la mayoría de los ejercicios muy automáticamente, con considerable perfección, elasticidad… pero puede hacerlo sin prestar atención o reflexionar. Esto no está bien. Hoy es uno de esos días. Puede desbaratarlo todo ahora mismo. Desbaratarse y desahuciarse. Y desea darse esta extremaunción, el descabello. No, no está muerto aún. Aún no es inane, pero le ronda la inanidad como una mosca cojonera. Recuerda las clases que él daba. Y cómo se fue adrede desligando de las relaciones.Fue debido todo a una elemental decencia de maestro, de profesor, rodeado de gente muy joven”
…..

“Una vez más, al hablar ahora con Héctor acerca de Bernardo, en estos nuevos términos amistosos, Román da vueltas a lo que ha dado en llamar, para su capote, el misterio de la víctima. Cómo es posible que Héctor, víctima de la violencia sexual de Bernardo cuando era un niño todavía, haya, en poco más de quince años, trasformado todo aquello en admiración y afecto  por su victimario. A Román no le ha convencido del todo la explicación que Héctor ha dado desde un principio, que le quería, que no tenía familia propia y que Bernardo hizo las veces de su familia, su madre, su padre, sus hermanos. La sexualidad no tenía ningún perfil específico, era parte de la ternura que los dos sentían el uno por el otro”
…..

“- ¿De dónde has sacado ese dinero?
  -Se lo he sacado a un tío que me ligó la otra noche.
  -Déjate de bromas.
  -Es la verdad, no son bromas.
  -¿Qué le diste a cambio?
  - Lo normal, lo que suele venderse en estos casos: mi cuerpo. Fue agradable. Fue una experiencia agradable, me hubiera dado el dinero de cualquier manera, el pobre maricón, pero yo le garanticé la mercancía. Hice lo que me pidió, ¿te parece mal?
  -No te creo.
 - Dirás que no quieres creerme. Que si me creyeras tendrías que aceptar que he hecho lo correcto dentro de un mundo absurdo. Reconoce que eres tú quien más gana con mi chapa. No Bernardo, sino tú. Si yo no te hubiese traído los 1.600 euros, hubieras tenido que tomar una determinación, montarle un pleito a Bernardo, echarle de casa”
(…) – Esa pena tuya, Román, es desagradablemente buenista. ¿Qué quieres decir con que si fuera verdad te daría pena? ¿Te parece mal la prostitución masculina? ¿Te parece mal la prostitución en general?¿Crees que somos víctimas insalvables de un sistema económico salvaje, un antiquísimo sistema de compra-venta, que tiene sus encantos, dependiendo, claro está, del precio que se asigne cada cual? El mío, por cierto, es muy alto. En el alterne siempre se ha considerado que el alto alterne es menos puterío  que el bajo. ¿No vende la gente otras cosas? ¿Dónde está la degradación? Hay mucho paro, tío. Mejor puto que insolvente, digo yo”.
…..

“En el momento en que los dos se levantan tras apurar sus bebidas, Héctor se da cuenta de que ha cometido una gran equivocación. El bareto les amparaba: la comunidad gay, por artificial y absurda que parezca, les contenía, aunque solo fuera superficialmente, les alojaba en su seno equívoco, en su bienestar campechano, provinciano, minitransgresor  hoy en día, reasegurado, a diferencia de la calle y los automóviles de lujo y el dinero y el intercambio comercial entre viejos y jóvenes. Todo lo incalculable estaba fuera: the truth is out there. La verdad es interior como el tiempo. Héctor sabe que lo verdadero y lo falso intercambian papeles ahora en su conciencia: lo inauténtico y lo auténtico: el no poder creer que alguien le amaba (excepción hecha de Bernardo) y el creer a pie juntillas que cualquiera le amaba. Todo el mundo le deseaba aquella tarde de otoño a la salida del bareto de Chuecas: se sintió sin embargo, indeseado, el indeseado, el jovenzuelo equívoco, que jamás lograría distenderse y desanudarse y correr los 1.500 y hacer una marca razonable”

(Álvaro Pombo, El temblor del héroe, paginas 21, 109, 178-179,198)