martes, 29 de enero de 2019

UNA SAGA CORAL


La huella de los Adioses
Una historia mágica de la emigración cubana
Marieta Alonso Más
Editorum.es, Madrid, 2018, 381 páginas.

    

   Si Marieta Alonso Más, como señalé hace cinco años, perdió su virginidad literaria con aquel su libro en solitario ¿Habla usted cubano?, un reventar de de fantasías que nos llegaron en forma de relatos breves con sabores y acentos cubanos, hace unos meses, estimulada por las voces de su lectores y amigos, dio el salto del relato a la novela. El resultado: La huella de los Adioses, una novela de largo aliento que, no obstante su unidad temática, transita por la misma senda de sus anteriores incursiones en la ficción de formato breve. Marieta Alonso, hija de la cultura cubana y española, nos sorprende con una extensa saga familiar que bascula entre Cuba y España. Múltiples historias de emigrantes, cientos de personajes, aunque referenciados a una misma familia extensa con distintas ramificaciones.
   Narrativa circular, con coincidencia del principio y del final, tanto en el espacio como en el tiempo: Espasante (Santa Marta de Ortigueira, año 2007. La historia acaba igual que empieza, sin que ello quiera decir que su íncipit sea el final. A lo largo de las cerca de cuatrocientas páginas, múltiples recovecos, meandros, analepsis y prolepsis para reflejar ficcionalmente numerosas historias,  verídicas en los hechos esenciales. En un largo periodo de tiempo (1868-2007), con innumerables emigrantes que van y vienen. Sus historias cotidianas, pero no a ras de suelo.
   Una saga que une a dos progenies: la de Antón y sus descendientes y la de la familia de los Landeiro. Historias de ida y vuelta que recogen no solamente el vivir diario de los protagonistas en Cuba y en España, sino buena parte de los acontecimientos históricos, sociales y políticos acontecidos en estos cerca de ciento cuarenta años.
   La novela se inicia con el retorno a Ortigueira en el año 2007 de Cecilia. Trae la urna con las cenizas de uno de los personajes centrales de la narración. Y, sin solución de continuidad, retrocedemos a 1868, a Espasante, momento en que Antón, un joven de dieciséis años, dice adiós al mar que siempre logró sorprenderle. Al quedar huérfano, su tía María le envía a Cuba, donde le espera otra tía, Cristina. Llega a La Habana y por primera vez ve un negro, y le sorprende el baile de las caderas de las mujeres. Al alba del día siguiente, marcha a San Cristóbal, un pueblo de la provincia de Pinar del Río. Aprende los secretos del tabaco y se enamora de Micaela. Había venido a parar a la vega de los Landeiro y con ellos se emparentará.
   Saltos en el tiempo y en el espacio: la acción se traslada a España en más de una ocasión y de nuevo  retorna a Cuba. En 1920, la narración nos coloca en Tiedra Vieja, en las estribaciones de los montes Torozos en Valladolid para describir la venida al mundo en 1903 de Juan, que también emigra a Cuba, escapando de la epidemia de la gripe en España. Con su llegada a la Isla, la narración amplia su campo diegético, y a la vez cobra empuje.
   Una novela cuya arquitectura constructiva incluye materiales diversos: capítulos sobre personajes, diarios, cartas, y que tiene la capacidad de ofrecernos un minucioso retrato del último tercio del siglo XIX cubano, buena parte del siglo XX y los inicios del XXI, con el que se cierra el círculo de esta saga coral.
   A través de sus páginas, se nos hace presente la Guerra de los Diez Años, tratados con España, el poder colonial, el proceso del cultivo del tabaco asociado en la Isla con los minifundios, el final de la esclavitud en Cuba, el vivir diario y las ansias de superación de los inmigrantes españoles, la crisis de 1933, la peor en la Isla originada en 1929, la Guerra Civil española, y  Cuba país de acogida de republicanos, los interminables viajes a bordo del trasatlántico “Monte Ulloa”; una visión negativa de la Revolución castrista, más sin extremar los tintes; el “cubaneo” en Miami, el ataque a Playa Girón en la Bahía de los Cochinos, la crisis de los misiles, la libretas de racionamiento, el mercado negro, y sobre todo, el amor, el amor luchado y no aceptado, en más de una generación
   La huella de los Adioses es una narración de ida y vuelta también a nivel paisajístico: del paisaje cubano rebosante del esplendor tropical se nos traslada a los Campos de Castilla que se adentran en el alma con su trigo amarillo y la cebada verde clara. También de sonidos, acentos y palabras del idioma común.
   Marieta Alonso encauza su amplísimo relato por la senda del costumbrismo literario: refleja con acuidad los usos y costumbres del vivir diario de la Cuba rural, antes y después de la Revolución, y con frecuencia los analiza e interpreta críticamente. En su relato de costumbres tienen cabida numerosos refranes y expresiones sumamente elocuentes, llenas de humor (“soy de esas mujeres que ven un calzoncillo en la tendedera y se quedan embarazadas”, página 305). La edición no respeta, como en sus libros anteriores de la autora el criterio de traducibilidad, y por consiguiente nos permite seguir disfrutando de no pocos usos locales del idioma común que aportan colorido, sin entorpecer la lectura.
   En el debe de la novela, el vicio quizás inconsciente del primerizo, del autor novel: la ausencia del criterio de contención. Un buen fresco de la vida cubana y en parte de la española, con sus personajes bien perfilados, sobre todo por sus acciones, pero con sobreabundancia de secuencias, diálogos e incluso de capítulos enteros que poco añaden a este relato coral, con historias grandes y pequeñas, y que ralentizan el ritmo.
   Novela amable, de lectura sosegada, que mezcla familias, sangre, razas; narrada con ese estilo natural y sencillo, la lengua pulcra de la que la autora hizo gala en sus anteriores libros.

Francisco Martínez Bouzas


Marieta Alonso Más


Fragmentos

“Agachado entre las hojas de tabaco soñaba con la joven pelirroja. Buscaba excusas para ir a verla. Vicente y Pedro eran grandes personas y le tenían en gran estima. Sonreía planeando su próxima visita. A veces charlaban tanto del tema del tabaco que no sabían cómo hacerles callar y  a punto de estallar aparecían unos ojos que le volvían del revés. Ella aparentemente venía a escuchar la conversación y se daba mañas para sentarse cerca de él.
En una ocasión comentaron que a partir de 1848 llegaron cientos de miles de culíes chinos a Cuba, para trabajar en las labores agrícolas hasta que en 1874 prohibieron su contratación. Micaela aprovechó para meter baza y dijo estar convencida de que los emigrantes influían allá donde iban:
-¡Sabes!- Y con el dedo índice tocó en el hombro. Dio un respingo. Se mareó al sentir un apetito voraz, ojalá pudiera poner en su boca aquel dedo y besarlo con ternura-. En nuestra música hay una cierta influencia asiática, incluso en la conga, de origen africano, que tanto se baila y canta en los carnavales, se usa la corneta china.”

…..

“Detrás del bautizo llegó la rutina. La costumbre en el campo de irse a la cama al anochecer igual que las gallinas, se llevaba a rajatabla en aquella casa, la excepción era Micaela que se levantaba bien temprano y se acostaba pasada la medianoche. La llamaban pájaro de noche. Elegía esos momentos para estar a solas y arrellanarse en la mecedora a la luz de la luna, oyendo los ruidos de las sombras. Luego se encargaba de realizar el reconocimiento de suelos y puertas, ordenaba, recogía; preparaba la casa para que también se echara a dormir, respirando paz, al disfrutar de una conciencia tranquila.
Los sábados por la noche se reunían los vecinos para conversar de cómo iba la siembra, contaban anécdotas, chistes e incluso algún que otro chisme a la luz de un quinqué, después alguien rasgueaba una guitarra. Los domingos, engalanados, camino de misa, en las dos carretas, disfrutaban del día de descanso.”

…..

“Un gallego, de Vigo por más señas, de noviembre a mayo hacía la zafra en Cuba, regresaba a Galicia y sembraba su huerta con impaciencia ya que de junio a septiembre iba a la siega a Castilla, regresaba de nuevo a su pueblo y recogía la cosecha que había sembrado a su llegada, aumentando también la cosecha en el orden familiar que para eso pasaba dos lunas de miel al año. Regresaba a la isla y vuelta a empezar.
No perdía el tiempo, no, durante el viaje trabajaba de pinche de cocina en el barco. Una vida agitada. Sin embargo, no era una excepción, hubo muchos que con tanto ir y venir tuvieron descendientes en ambos lados del Atlántico. El vigués también la tenía y confesaba a Juan que al estar en un lado echaba de menos al otro, no podía evitar querer a dos mujeres a la vez y que constara que no estaba loco, ni era un desalmado.”

(Marieta Alonso Más, La huella de los Adioses, páginas 69, 100,193-194

sábado, 19 de enero de 2019

VIDAS QUEBRADAS


El día enterrado
Francisco Solano
Editorial Pasos Perdidos, Madrid, 2018, 158 páginas

   Francisco Solano (Burgos, 1952) es un escritor y crítico literario cuya obra constituye una de las parcelas tan singulares y desconocidas como sólidas de la actual narrativa española. Un corpus literario, el suyo, emparentado con la mejor tradición literaria centroeuropea. Una narrativa consistente que explora con acuidad tanto la novela como el relato breve, y escrita con incuestionable poderío estilístico. Todo ello aparece de nuevo plasmado en la última pieza de Francisco Solano, El día enterrado, un libro que exige una determinada disposición de espíritu, que demanda esos lectores que no se sienten saciados con tramas azucaradas.
   Un narrador innominado -crítico literario y escritor-, trasunto posiblemente del propio Francisco Solano, pretende explorar y componer un crepúsculo que se orienta en la noche ciega de personajes, unidos por lazos de parentesco o amistad. Una crisis de pareja, la ruptura sentimental entre Rubén y Gadea, marca el inicio de la trama que se nutre de otras subtramas que en sí mismas no despiertan la atención lectora. La ruptura matrimonial hace que Gadea se identifique con una mujer decapitada que ve en un cuadro. Y se interrogas sobre cómo había llegado con su pareja Rubén a ese estado de desafecto. Sigue ligada a su marido por la impertinencia de la memoria. Ha sido capaz de disolver a Rubén de su cuerpo, pero no de su alma. A Rubén, tratado casi de escorzo en la novela, la ruptura le supone un incremento de la soledad del apartamento. Ninguno de los dos ha sabido evitar el desastre y ya nunca compartirán el espacio común.
   Otra subtrama es la de Serapia y Gonzalo, dueño de una galería de arte en la que trabaja Gadea, que de pronto desaparece sin avisar y sin dejar rastros. Por Serapia, una anciana que mete la nariz en todos los asuntos amorosos, nos enteramos de las perversiones comerciales del arte: en la galería de Gonzalo se venden como auténticos cuadros de grandes pintores contemporáneos españoles, pintado por un pintor desconocido que se ha pasado la vida pintando los cuadros de los demás. Cuadros falsos, por consiguiente, que tienen en sus casas coleccionistas de firmas. Poco a poco el lector se va enterando del drama vivido por Serapia: no pudo salvar a su propia hija, y quizás por ellos pretende actuar de consejera sentimental de Gadea.
   Francisco Solano tematiza en El día enterrado ese río interior por el que discurren ciertas vidas quebradas en su parte afectiva, las fracturas amorosas, especialmente cuando el matrimonio se convierte en una rutina diaria y, por consiguiente, en algo que aboca al desconcierto: “El matrimonio es una zoología fantástica, pensaba Serapia, y aún no ha nacido un Linneo capaz de desenredar su confusión” (página 113). La novela, más que de acciones exteriores, es un relato intimista en el que se exploran especialmente los sentimientos, las insuficiencias amorosas, las reacciones que producen los vínculos sentimentales, las alteraciones, las dolencias, las modificaciones de la conducta, las aflicciones ocultas, los malestares e iniquidades de la convivencia. En definitiva: las aguas residuales, los estercoleros de las almas
   Un buceo  e lo que suele acontecer en tantas vidas quebradas, en los misterios de las convivencias felices y en aquellas otras condenadas al fracaso, al dolor, a la soledad y que, sin embargo se mantienen en pie o desaparecen sin dejar rastro. Novela además con incisivos interrogantes sobre el valor del arte actual y sobre el entramado absurdo que es su mercado: los coleccionistas no quieren un cuadro, quieren una firma.
   Así pues, como en otros de sus libros, Francisco Solano nos ofrece una historia más interior que exterior. Y nos la hace llegar a través de una prosa intensa y minuciosamente labrada.

Francisco Martínez Bouzas

                                                   
Francisco Solano


Fragmentos

“¿Qué hacer? ¿Se puede intervenir en los sentimientos? Esas injerencias han producido, en general, más daño que el que han evitado; y, en todo caso, los protagonistas del idilio han seguido sus propias inclinaciones, los dominante impulsos que les han llevado, en tantas ocasiones, a volver a pisar las mismas huellas erróneas de sus pasos. Pero se trataba de su opción, de la bendita y ensortijada voluntad propia, esa ofuscada creencia en decidir un destino, y presumir que somos señores o propietarios, codiciosos y deseantes, y no aparceros de nuestro cuerpo, inquilinos inestables con un frágil esqueleto, sometidos por una ley que puede revocarse en cualquier momento, y ser aún más injusta, con apartados más puntillosos e intrincados, y de nada sirve nuestra ignorancia o repulsa para impedir que nos caiga en la canezca. Y los sentimientos equivocados caen, siempre acaban por caer, nosotros los precipitamos, reclamamos su estrépito, como una tormenta de verano tras un día bochornoso, cuando respirábamos la ansiedad y la desidia, y el cielo restalla para ayudarnos, y luego arruina el frescor del agua con una atmósfera pesada.”

…..

“En la calle el aire parecía una gasa fluctuando bajo una luz cansada de transparencia. Quedaban unas horas para que se hiciera de noche, pero los días breves del invierno, antes de alcanzar la culminación, se sometían prematuramente a la amenaza del crepúsculo. Serapia se dirigió con resolución a la plaza, y se sentó aliviada en su banco, observando a un par de viejos, sentados enfrente, que fumaban en silencio. Delante del conserje no había tecleado el número de Rubén; cambió varias cifras, y tuvo suerte de dar con un número ocupado. Si alguien hubiera contestado, habría inventado la conversación típica de oficina de quien se dirige a una telefonista y le responden que esa persona está en una reunión.”

(Francisco Solano, El día enterrado, páginas 54-55, 68-69)

sábado, 12 de enero de 2019

HISTORIA DE DOMINACIÓN Y DE AMORES


Amores
Leonor de Recondo
Traducción de Palmira Feixas
Editorial Minúscula, Barcelona, 2018, 201 páginas

    

   Amores, un título en plural que lo dice todo. Adelanta en buena medida todas las variaciones del amor. Así rotula Leonor de Recondo (París, 1976) su penúltima entrega narrativa, publicada en Francia en el año 2015, y que Editorial Minúscula le ofrece a los lectores españoles en traducción de Palmira Feixas. El título, en efecto, revela sin ambigüedades  ni cortapisas una historia de amores, y a la vez una historia de dominación, de estratificación social, de clases sociales, de amos y servidores, de ricos y pobres. Y de todo lo que se oculta bajo los oropeles y alfombras de los poderosos. Pero es  sobre todo una historia de mujeres: sobre su silencio y sometimiento e los que estaban condenadas a vivir a comienzos del siglo XX. Enfrentando a la señora y a la criada, Leonor de Recondo hace palpable que, encerradas en el espacio de una casa burguesa, sus libertades no se podían medir con el mismo metro. Amores es por eso una novela que hurga y escudriña en las miserias de una familia burguesa, miserias finalmente sublimadas por los amores: no solo por los amores carnales entre mujeres, sino también por el amor maternal: el niño parido por la criada violada repetidamente por el señor de la casa, suscitará el amor de las dos mujeres: señora y criada.
   Un hilo conductor y u tema central: la obligación de ser madres que la sociedad impone a las mujeres a lo largo de los siglos como forma de su realización personal. Y un doble tema fundamental: una historia de amor entre mujeres y la comprensión del cuerpo femenino como requisito imprescindible para la liberación femenina.
   El íncipit de la novela es la violación de la criada Céleste por Anselme de Boisvaillant, un notario en una población de provincias, cercana a París. Todo sucede según las pautas sociales de dominación de la época, en un momento en el que dos mundos, el antiguo del siglo XIX y el nuevo del XX, se enfrentan. En los hogares burgueses conviven señores y sirvientes. Céleste tiene el convencimiento de que ha sido contratada para todo, y por consiguiente que no puede decir no al señor. La criada, en cada violación, se da cuenta de que no hay nada que hacer. Solamente esperar a que pase el tiempo. Anselme está casado con Victoire que cree que el amor a su marido consiste en llevar bien la casa, en retomar las riendas del hogar. Para ella el sexo es un “enredo inmundo” un muro de palabras, de sonidos para postergar la copulación.
   A medida que pasan los días, la vida se hace un lugar en el vientre de Céleste, y Anselme experimenta una satisfacción absoluta por el hecho de que va a ser padre y demostrar así que no es estéril. Además la abortista no logra llevar a buen término su trabajo clandestino. Y el niño nace para que la esposa, que oscila entre la melancolía y la histeria, lo asuma como propio. A partir de ese momento se produce el encuentro de dos cuerpos femeninos. La salud del bebé será el pretexto para que la señora y la criada rindan culto al monoteísmo del amor carnal.
   La novela es un fiel reflejo de toda una época: secretos inconfesables que se repiten generación tras generación, barreras sociales que existen de día pero no de noche: cuando el señor se cruza con la criada, no la saluda; ella no existe. Solamente cobra vida cuando un deseo irreprimible le empuja a subir las escaleras hasta el pequeño cuarto de la criada para agarrarla por el moño y tirar de él hasta que consuma su orgasmo. Porque una empleada de hogar es una mujer a la que se le puede ordenar acostarse con el señor de la casa, o con sus hijos como forma de iniciación en el sexo seguro, sin darle posibilidades a negarse ante tamaño abuso.
   Leonor de Recondo no obvia  algunas escenas de sexo perfectamente descritas: sexo de iniciación, de descubrimiento, de amor y también de sexo impuesto y forzado, de desahogo varonil, sexo en definitiva de poder. En el relato cobran vida otros personajes: la cocinera y ama de llaves y su marido sordomudo. Sus existencias están extrañamente imbricadas, Dependen los unos de los otros, cada cual a su manera. Y sobre todo están atados a su rango social
   La novela, bien estructurada, ofrece una lectura fácil, gracias en buena medida a sus capítulos muy breves. Un lenguaje claro y diáfano, sin complicaciones formales, traslada a los lectores una historia de dominación y de amores, en la que si algo sobra es una cierta tonalidad sentimentalista y un desenlace melodramático.

Francisco Martínez Bouzas


Leonor de Recondo


Fragmentos

“Anselme empuja a Céleste sobre el colchón, siempre con el mismo gesto que la arroja sobre el vientre, con la cabeza hundida en la almohada y el pelo al alcance de su mano. Le sube la falda a toda prisa. Ella no se resiste. Él se agarra al moño, tirándole con fuerza de la cabellera. Luego se coloca, plantado entre sus muslos, y empieza. Las patas de la cama de hierro chirrían. Ni Anselme ni Céleste oyen el quejido de la cama que aguanta el amor forzado. Siempre es laborioso. Y largo. Ella se pregunta por qué esos instantes transcurren tan despacio. Por qué no se desmaya para no sentir nada.
En una ocasión, intentó contárselo a Hueguette en la escalera de servicio. Temblando de pies a cabeza, balbució:
-El señor de Boisvaillant…
Las rodillas empezaron a castañearle. Hueguette lo comprendió enseguida. Le mandó callarse, repitiendo varias veces:
-¡Cállate, cállate, y ni se te ocurra decírselo a la señora.”

…..

“Le tiende la mano. Al levantarse, ella vuelca el pequeño taburete de caoba. Lo recoge con un gesto nervioso. Anselme la mira. Bajo la bata de seda rosa anudada a la cintura, lleva un camisón adornado con encaje y, debajo, una prenda con tirantes cuyo nombre se le escapa. Conoce esas espesuras. No le queda más remedio que lidiar con ellas. Su mujer nunca se desviste por completo. Jamás la ha visto desnuda, jamás la ha tocado entera. Se encoge de hombros. Ira al grano, como siempre. Como el grano se sitúa entre los muslos, que ella solo abre a regañadientes, siempre tiene que forzarla un poco. Y cuando, al fin, en medio de las sábanas, de la seda, del encaje, de las florituras y de la pequeña prenda sin nombre levantada hasta el ombligo, logra entrar en ella, todo sucede muy deprisa. Goza enseguida como si quisiera excusarse por esa intrusión, para que termine el silencio en el que se ha encerrado ella de repente, para que retorne a su reconfortante parloteo.”

…..

“Al penetrar a Céleste, Victoire deja entrar, tras ella, el tiempo, las noches y los días: el cortejo de la eternidad.
Las dos mujeres se zambullen la una en la otra, maravilladas de amar. Ese lazo que ahora une sus cuerpos rompe en un instante el tabú de su amor y de las convenciones sociales. Todas esas consideraciones inútiles que, cuando están desnudas, se quedan cosidas a la ropa.
A Victoire le turba la suavidad de Céleste. Una suavidad húmeda en la que puede entrar y salir a su antojo.
-Jamás había tocado ni visto nada tan suave…Te amo, Céleste.
Al declararse, todo el cuerpo de Victoire tiembla, como si esa verdad la hubiera fulminado. El amor está allí, aquí, con ellas.
Y la belleza de esas palabras, susurradas al abrigo del sueño e la casa burguesa, insufla a Céleste la audacia de erguirse, de mover delicadamente a Victoire y de sumergir la boca en el sexo de la otra hasta colmar su sed, hasta oírla gritar de placer.”

(Leonor de Recondo, Amores, páginas 11, 36,115)