jueves, 27 de agosto de 2020

"LUZ DE FUEGO": LO QUE EL REACCIONARIO BOLSONARO ODIA


Luz de fuego
Javier Montes
Editorial Anagrama, Barcelona, 2020, 276 páginas.

    


   Aunque en la actualidad no parece ser un dato demasiado relevante, Javier Montes (1976) fue incluido en 2010 por la Revista Granta en su selección de “Los mejores narradores jóvenes en español”. Porque lo realmente importante es su obra. Novelas como La vida en un hotel -entre otras razones por cierta relación ambiental con la novela que comento- y su brillante e inusitado Varados en  Río (2016).
   En esta novela, Javier Montes sutura varios géneros: entre la investigación detectivesca y la evocación novelada de un fascinante personaje femenino brasileño: Dora Vivacqua que dedicó su vida a encarnar el mito de “Luz de Fuego”, del que la novela recibe su título. Y en el trasfondo, el gran marco de un Brasil semimoderno, con ecos, redes e imaginarías de samba, bossa nova, tropicalismo e imágenes de un pasado, hoy casi olvidado.
   La novela es la historia de de una leyenda no inventada, sino real. La historia de una mujer de carne y hueso, Dora Vivacqua, brasileña revolucionaria, bailarina, pionera del nudismo en Latinoamérica, guerrillera urbana…. Una vez más, un personaje real se convierte en el objeto de una ficción, porque su personalidad fue tan fuerte y su magnetismo tan seductor que Javier Montes no se resistió y la noveló. En la novela relata un acontecimiento que transmite fielmente el carácter de Luz de Fuego: en pleno carnaval brasileño sacó dos pistolones al grito de “¡No soy la novia de Brasil! ¡Yo soy la novia Pistolera”. Y disparó todas las balas contra el techo.
   Todo sucede en Río de Janeiro en las décadas de los cuarenta y cincuenta. Y el autor emplea el mismo  modus operandi que ya usó en Varados en Río: ficción narrativa alrededor de un personaje real, una técnica narrativa hoy tan de moda. En la novela, el escritor se muestra como diletante detective y reportero que reúne pruebas, imágenes, textos sobre el personaje, y que amalgama con elementos de ficción.
   La novela es un vagabundeo y una pesquisa, una quest sobre el personaje. Dora Vivacqua no nació como Eva sino como Lilith. Y no vino para traer paz a la tierra, sino para enfrentarla con sus amigas ofidias. No será ella quien ceda al pecado sino quien lo invente. Una mujer demasiado libertina que colecciona amantes con método de entomóloga. Pagará sus excesos con su vida, porque a Luz de Fuego la destriparon antes de arrojar su cadáver,  lleno de piedras, a la bahía de Guanabara, para que no flotara cuando se hincharan sus vísceras bajo el agua.
   El libro reconstruye y evoca la existencia de Luz de Fuego. Hija de familia adinerada del interior del país, decide ser radicalmente libre y serlo de la forma más ruidosa posible. En la novela asistimos a momentos de su infancia, siempre ficcionalizados. A  su asentamiento en Copacabana, con libertad absoluta tanto en su cuerpo como en su conciencia. Será una valiente, una feminista no ortodoxa porque era ante todo una libertaria demasiado radical para encasillarse en nada. Pero, a lo largo de su existencia, demostró que una mujer de cuarenta o cincuenta años, podía descastarse, obrar libremente, proponerse cualquier meta. Decide llegar a la fama, apegada a la desnudez adámica. De hecho será la precursora del naturalismo. En la playa de la Isla del Sol quiso establecer su mundo utópico.
    
 
                                        
Javier Montes
 
   El libro se basa en la realidad, pero va casi siempre acompañado de un ejercicio de imaginación e de evocación. Y en esa evocación, asentada en algunas fotos de Dora con serpientes y fuego, Javier Montes la identifica con Lililith, en contra de la traducción judeo cristina, que se ha basado siempre en el mito fundacional  del valle de lágrimas; con una Eva sumisa y responsable, culpable de nuestros pecados y desgracias. Una tradición filosófica y religiosa que ha ignorado y condenado el mito de Lilith, la verdadera Primera Dama, más divertida y apetecible, que habría sido creada al mismo tiempo que Adán y que llegó a rebelarse contra su supuesta autoridad.
   Esta fue Dora Vivacqua, entre la realidad y la ficción, en un Brasil con el que hoy chocaría de forma radical, sobre todo con la sociedad reaccionaria que fomenta el presidente Bolsonaro.

Francisco Martínez Bouzas

jueves, 20 de agosto de 2020

UN BUEN HÍBRIDO LITERARIO


El hombre no mediático que leía a Peter Handke
Edgar Borges
Ediciones Carena, 2019, 238 páginas.

    


   Edgar Borges es un escritor venezolano (Caracas, 1966), residente actualmente en España. Autor de novelas y de libros de apuntes y anotaciones, con parte de su obra traducida a distintos idiomas. El traductor de su obra al italiano lo considera uno de los narradores más importantes de Latinoamérica. Edgar Borges utiliza las leyes de la ficción para investigar la realidad. Se vale de distintos géneros como la novela, la entrevista, el diario para elaborar una investigación sobre la base de la ficción.
   Para ello, en este libro, se sitúa a sí mismo en primera, segunda y tercera persona como quien interpreta a un hombre cuyo único territorio es la biblioteca de Peter Handke. “Una investigación novelada en clave de diario”, así define la obra el propio Edgar Borges. Por eso la biblioteca de Peter Handke le sirve al investigador como manantial en el que halla la savia para descubrir la relación entre la palabra y las sensaciones. Con el avance de la novela surgirán en efecto múltiples referencias  y extractos  de libros de Hanke. Y en paralelo a la obra de Handke, Edgar Borges relata los sucesos que están aconteciendo en Europa, como la guerra de los Balcanes.
   El hombre no mediático que leía a Peter Handke que ahora Ediciones Carena presenta en una reedición muy cuidada, comulga con los postulados de la postmodernidad. El libro es una obra “híbrida” de lectura abierta y poco apta para paladares no acostumbrados a las normas canónicass sobre la novela.
  El hombre no mediático que leía a Peter Handke relata en tiempo real, deteniendo o haciendo avanzar los segundos, el día a día de una investigación -se podría llamar encierro- que es al mismo tiempo una búsqueda. El hombre no mediático va tomando apuntes de lo que acontece a su alrededor. Y en su día a día se conjugan rutina familiar e investigación. Ambas  libran una lucha interior en el personaje que por ser “autista mediático” no tiene clara la vía para relacionarse con la sociedad. Su particular forma de ser lo aleja de los demás.
   La biblioteca de Peter Handke le sirve, ya que la emplea como germen para descubrir la relación entre palabras y sensaciones. En el desarrollo de la novela surgen reflexiones y copia extractos de los libros del Premio Nobel de 2019, autor de novela, poesía, teatro; y que entendía los problemas de la comunicación de los seres humanos y el lenguaje como espacio de reinterpretación de las relaciones humanas. Y en paralelo a la investigación sobre Handke, Edgar Borges se detiene a relatar  hechos de la época, sucesos como la guerra de los Balcanes que enfrentaron a Handke con el poder mediático de Europa. Por eso la historia transciende las cuatro paredes donde se desarrolla la trama.
    

                                            
Edgar Borges


   El narrador, en su juego escritural, desmonta realidades mediáticas y cuenta en tiempo real un híbrido literario que integra investigación, crónica y diario. La obra es un libro complejo con una estructura que no emplea capítulos sino treinta y tres Puertas. En su entramado entrevista a múltiples pensadores y escritores de Alemania, Venezuela, España, Chile; incluye conversaciones que intercala en medio de citas y alusiones al escritor austriaco.
   El hombre no mediático que leía a Peter Hanke es un hallazgo por la acertada mezcla que el autor hace de realidad y ficción, novela, entrevista y diario en beneficio de una investigación. Eso sí, de lectura ni fácil ni placentera.

Francisco Martínez Bouzas

jueves, 13 de agosto de 2020

"SANGUÍNEA": EL OLEAJE EN CANAL DE UN CUERPO DE MUJER


Sangínea
Gabriela Ponce
Editorial Candaya, Aviyonet del Penedès  (Barcelona), 157 páginas.

    


   
   Un sello editorial tan selecto como Candaya está apostando últimamente por jóvenes escritoras ecuatorianas. Y a fe que no se está equivocando. Pienso en Solange Rodriguez Pappe, en Mónica Ojeda, en Daniela Alcira Bellolio, autoras las tres de excelentes e inesperadas novelas. Candaya contempla hoy el debut en la narrativa, de amplio recorrido, de Gabriela Ponce (Quito, 1977), directora de teatro, profesora de artes escénicas y escritora de libros de cuentos y de algún texto teatral. Ella, como escriben los editores en las Claves sobre el libro, aporta su personal visión del mundo, un gran ejercicio prosístico, plagado de símbolos, y una novela llena de interrogantes, resistencias y aperturas, especialmente sobre el cuerpo femenino. Resistencias y desenfrenos que instaura con algunos de los acontecimientos más importantes de una mujer: su cuerpo, su sexualidad, el instinto maternal y las sacudidas de ese mismo cuerpo, sin excluir ninguna de sus vivencias, incluido lo sórdido, o lo que llega, como casi profetiza la cita inicial de Pascal Quignard.
  La trama de la novela, con la protagonista hablando en primera persona y descubriendo los acontecimientos que circulan por la corriente de su pensamiento  -la gama completa de su pensamiento, sea o no  consciente- nos aproxima a sus interioridades. Podemos captar así la mente de una mujer que cuenta su historia: tras la ruptura de su matrimonio, amargada, desesperada, desenfrenada, intenta salir adelante de la manera que está a su alcance. Da el paso, entregándose de forma salvaje, en cuerpo y alma, y en amalgama con la naturaleza que la rodea. También precipitándose en relaciones de diversa índole, tanto sexuales, como comunicativas.
   Esta forma de proceder desbocado  forma buena parte del núcleo diegético de la novela que no es ninguna golosina para los ojos lectores, sino todo lo contrario, porque la autora no reserva nada, ni de lo bonito ni de lo feo que sucede en el cuerpo de una mujer. Y que la autora nos transmite sin pelos en la lengua, en verdaderos remolinos. Sus palabras y reflexiones, su contar las intimidades de su cuerpo, terminan envolviéndonos en una prosa a la vez cruda, poética y visceral. Vergas duras, penetraciones, úteros y vaginas lamidos, una cueva agreste, musgo que sale de todas partes; odio hacia sí misma para compartir con su ansiedad y su desesperanza.
   Y una prosa que se desliza como las balas de una ametralladora y nos dispara gatos negros que cruzan, olor a orines, un murciélago que cruza  y que que la interrumpe con su vuelo en el momento de venirse.
   Pero también recuerda: su matrimonio hecho humo, porque la protagonista intuye que le queda algo de fuerza para sobrevivir a la desintegración de una relación que se rompe en trizas. En otros casos, la prosa de la mujer que relata nos sumerge en un trajín amoroso y, en algunos casos, de nimia importancia. Pero deja constancia de que lo único que merece la pena y su atención es el enamoramiento: el atolondramiento por la proximidad de los cuerpos, una tendencia que se remonta a su infancia.
   Una novela, en definitiva, que no solo aborda el cuerpo femenino, sino que lo expone sin ningún tabú entre orgasmos disfrutados o soportados. Por supuesto, con ausencia total tanto de remordimientos como de romanticismos. Del cuerpo femenino no se oculta nada: aparecen con absoluta naturalidad todos sus fluidos, la menstruación, el erotismo, la violencia y el vacio posterior y la tristeza de su carne después de parir.
   También sin eufemismos y con naturalidad relata su embarazo y su parto: un parto que la va abriendo en canal, en el que va sintiendo las piernas, la cabeza de la criatura luchando para encontrar su camino. Es sin duda la parte más humana y menos desbocada de la novela.
    

                                          
Gabriela Ponce
 

   Pero el lector tendrá que esperar al capítulo 21  en el que la protagonista inicia el relato de su embarazo: “Fue el último día del mes de julio el día en que me embaracé…Fue la cantidad de semen”. Con ella sufriremos en este embarazo y en este parto, con un orificio crecido por el que va a salir la vida, la criatura que no será suya. A partir de este momento la novela deja en gran parte de ser la reverberación casi agreste de ascos desbocados para convertirse en un duro y desolado diario, para huir de un embarazo al que la protagonista no puede renunciar y que le produce pánico.
   Mientras tanto, leeremos las pesadillas, las desesperanzas, las decisiones que brotan del pleamar de la conciencia de la protagonista, casi todas ellas abordando el cuerpo femenino que aparece así casi fotografiado de forma cruda y poética.

Francisco Martínez Bouzas

domingo, 9 de agosto de 2020

FRENTE AL HORROR


Confesión
Martin Kohan
Editorial Anagrama, Barcelona, 2020, 196 páginas-

    
  

   Martin Kohan (Buenos Aires, 1967), escribe a mano y en los bares. La compañía de los extraños funciona algo así como su fuente de inspiración. Y vive poco menos que encapsulado con un teléfono celular antiguo, sin internet. Sin embargo, con el confinamiento del covid-19, fue capaz de crear. De sus gustos surgieron las ganas de escribir textos como Me acuerdo. Y el libro que edita estos días Anagrama, Confesión. Un novela verdad suturada por dos personajes: una abuela, Mirta López y Jorge Rafael Videla, uno de los grandes responsables, desde 1976 de lo más siniestro que aconteció en argentina. Una novela sobre la monstruosidad de la que es capaz el ser humano. Mas la dictadura argentina aparece de diversas maneras en otras de sus obras. Por ejemplo en Ciencias morales (2007), ganadora del Premio Herralde de Novela, o en Cuentas pendientes. No obstante vivir muy cerca de la ESMA, uno de los mayores centros clandestinos de detención, tortura y exterinio, él no tenía idea del horror que estaba pasando allí dentro. Y también fuera. Le faltaba el contexto político de los macabro y fantasmal del terrorismo de estado.
   Pero ese miedo revive en Confesion, con un lenguaje escrito riguroso, obsesivo que produce el efecto amplificado del horror. Mas este  impulso no es de ahora. A lo largo de las últimas décadas, Martin Kohan ha estado escribiendo acerca del período revolucionario  en Argentina, y de su trágico final con la dictadura. Así como el pose y el gusto de la violencia política en el trasfondo de la burguesía argentina.
   Pero es en Cofesión, una novela brutal y sobrecogedora, con la dictadura argentina como telón de fondo, donde el autor llega al fondo. La novela se compone de tres historias que forman parte de la misma historia y comparten personajes. Con confesiones en la primera y última parte.
   En la primera, el nieto de una anciana, Mirta  López, de la ciudad de Mercedes, narra lo que su abuela, víctima  de escrúpulos y remordimientos siendo niña, le confiesa a un sacerdote: la fascinación que sentía por un joven, el hijo mayor de los Videla, un muchacho adusto, llamado Jorge Rafael, que será décadas más tarde un  atroz dictador. Cree que ha pecado porque sentía  a veces un remolino caliente en el estómago, y que le sobrevenía cada vez que veía pasar desde la ventana del comedor al hijo mayor de los Videla. Pero nunca tenía malos pensamientos. La anciana le cuenta a su nieto secretos que solamente alguien, con la carencia de censura que otorgan los noventa años, es capaz de relatar. Sobre todo las formas en las que su cuerpo pubescente reaccionaba ante Jorge Rafael Videla. La lubricidad se va apoderando del cuerpo de la niña que reza y se humedece mientras ora y espía al joven que parecía hecho de acero.
   Pasan las semanas y la fijación en Mirta por el hijo mayor de los Videla no hace más que aumentar. Incluso le sugiere transcendencia. En ese momento lo que la enciende no son las aberraciones de ese  hombre que se producirán años más tarde. Lo que a Mirta le fascina es que Videla es el impoluto circunspecto que la enciende cada día más. En definitiva, el incendio ante el hijo mayor de los Videla es ilusión convertida un poco más tarde en onanismo.
   En la segunda parte, “Aeroparque”, se narra la operación Gaviota, un episodio que la historia argentina suele pasar por alto. Sucedió el 18 de julio de 1976. El Ejército Revolucionario del Pueblo lleva a cabo un atentado contra el dictador Videla, colocando dos potentes bombas en la pista de aterrizaje del aeródromo Aeroparque que debían de haber explotado cuando el avión en el que viajaba el dictador Videla, estuviera a punto de despegar. Buscaban golpear al terror para hacerle creer al pueblo que se podía luchar contra el régimen. Y que incluso podían derrotarlo, porque lo días en el país  transcurrían oscuros y criminales. La carga explotó, pero el avión logró remontar el vuelo herido y se llevó al tirano ileso.
   

                                              
Martin Kohan
 

    En la tercera parte, la narración retorna sobre la niña de la primera parte, ahora en una residencia de ancianos y con su cabeza medio perdida. Es un partido de cartas entre Mirta López y el narrador que conduce a una nueva confesión y nos revela los secretos y razones de porqué uno de sus tío fue secuestrado y desapareció durante la dictadura. Lo que nos permite ver que la mayor de las desgracias puede ser el fruto del más grande los  amores. La confesión de la abuela avanza “pornográficamente” sobre el secreto más impune, sin mostrar la mínima señal de contrición.
   Martin Kohan nos acerca a unos sucesos monstruosos y a dos confesiones con un estilo de prosa directo, sencillo y algunas veces repetitivo, al estilo de una plegaria judía. Una literatura que, desde la ficción, pretende dar cuenta y normalizar acontecimientos reales de gran magnitud.

Francisco Martínez Bouzas