jueves, 25 de junio de 2015

EL AMOR EN LOS TIEMPOS DE SKYPE



Música para feos
Lorenzo Silva
Ediciones Destino, Colección Áncora y Delfín, Barcelona, 2015, 215 páginas.

   Tras un largo período de veinte años, Lorenzo Silva retorna a la narrativa de amor con Música para feos. El detonante de un proyecto que invernó en su cabeza durante tantos años, fue un viaje a Afganistán realizado el pasado año, un escenario en el que han trabajado personas de similares características a las del personaje masculino de su novela. Lorenzo Silva, uno de los autores más representativos de la actual narrativa en español, ganador de los grandes premios literarios de este país, tanto los comerciales como aquellos que premian la calidad literaria, permite que descansen los protagonistas de su saga policiaca (Bevilacqua y Chamorro) y nos ofrece una historia de amor actual, cimentada en el encuentro casual de dos personas que huyen de la soledad y de un mundo desabrido, basado en empleos precarios poco o nada gratificantes y en relaciones enfermizas.
   En Música para feos la experiencia amorosa se convierte en efecto en el eje central de la novela. Una experiencia amorosa que huye de excesos melodramáticos, de espurios y falsos ornatos líricos, de la tentación del erotismo explícito y que, sin embargo, persigue emocionalmente al lector echando mano de la contención.
   El cuerpo de la novela, su trama principal, se centra en dos personajes: Mónica, una periodista que roza la treintena, que malgasta sus días trabajando como telefonista para un reality que detesta. Su pasado está marcado por el fracaso de una relación frustrante que le dejó como secuela el temor de no volver querer a nadie. Él, Ramón, un hombre maduro, no muy lejano de los cincuenta, orgulloso de su profesión que sin embargo intenta ocultar por discreción profesional y quizás porque la considera tabú. Un hombre muy bregado en situaciones difíciles  como las guerras del siglo XXI. Dos desorientados, descartados, que solamente comparten una indisimulada desesperación vital. Por azar se conocen un viernes por la noche en un sórdido tugurio madrileño donde ninguno de los dos parece tener su sitio. Pero el encuentro, a parte de la caballerosidad de él, no dio más de sí. No obstante, una semana después se citan en El Retiro y la perspicacia y sensibilidad de él comienzan a seducir a Mónica, porque no solo la folla, sino que acierta a amarla y a provocar que lo ame. Y eso “antes o después será tu cárcel” (página 68).
   Pero el misterio de una gran parte de la vida de Ramón se prolonga en el tiempo; incluso en buena parte de los cuatro meses de una obligada separación. El laconismo sobre su trabajo y destino domina sus conversaciones por Skype, cuyo final precario y trágico el lector irá intuyendo a través de ciertos rastros que Lorenzo Silva irá sembrando en su narración y que, sin embargo, no comienza a ser previsible con absoluta certeza hasta el “Adios” de la parte final.
   Si algo es preciso resaltar en esta novela, en este idilio entre las asperezas bélicas, es la acuidad con la que Lorenzo Silva se mete dentro de la voz femenina. Es Mónica la que cuenta la historia, y el autor afronta con éxito ese reto de hacer creíble la voz femenina, haciendo que nos sumerjamos en esa doliente pero gran historia de amor, contada desde la perspectiva de una mujer. Y ello se debe a la extremada agudeza del escritor al delinear con gran perspicacia psicológica a los dos personajes del relato, definidos muchas veces simplemente por gestos o silencios.
   Huye el autor de los tópicos de un enamoramiento repentino, inesperado, pero intensamente deseado. En especial, del relato pormenorizado de las escenas de sexo. Lo que realmente cuenta y quiere trasmitir el escritor son las sensaciones que experimenta la protagonista al comprender también en la cama que aquel hombre era el hombre. Los pormenores de las descripciones anatómicas, de las mecánicas amatorias o de la dinámica de fluidos, piensa Lorenzo Silva, han dejado de ser literatura, son un plato indigesto, y por consiguiente están ausentes de las páginas de este canto de alegría, tristeza y superación. Pero a través de la elipsis, el lector intuye sobradamente que los errantes protagonistas están hechos de carne y hueso.
   La banda sonora no solo le hace justicia al título, sino que actúa como el marco escénico, más decisivo incluso que El Retiro madrileño o la base militar de Herat, en las estepas y montañas afganas. Serán las canciones de los 80 y de los 90, a las que los dos protagonistas les dan sentido, las que harán visibles sus afinidades y diferencias y sobre todo los sentimientos de la pareja. La música que también viaja a través de Skype, será la que en el fondo los defina, siguiendo el verso de Leonard Cohen: “Seremos feos pero tenemos la música”, reiterado en la novela.
   Una buena novela, de lectura lineal, ajena a cualquier rompecabezas estructural, con mínimas secuencias digresivas, que despierta sentimientos mas sin caer en sentimentalismos.

Francisco Martínez Bouzas

                                                
Lorenzo Silva
  
Fragmentos

“De pronto me sentí inútil, desvalida. El alcohol me había abandonado, dando paso a mis inseguridades y mis amarguras. Supongo que quise escapar de ellas, impedir con fuerza que tomaran posesión de mí otra vez. Con voz quebradiza, le ofrecía:
-¿Quieres subir?
Me miró. No sé describir cómo. Se supone que me gano la vida con las palabras, o me las ganaba, antes de convertirme en telefonista reducida a la  interlocución con pseudopersonajes retardados. Pero todos los adjetivos me parecen torpes, casi imbéciles. Pongamos que estuvo un rato mirándome, sin decir nada, sin prometerme nada, asegurándose, con una delicadeza que nunca le había visto a ningún otro hombre, de que no iba a hacerme daño. Sobre todo esto último. Con su mirada me preparó para que no me doliera lo que iba a decirme, y que iba a hacerme quedar como una idiota:
-No, no quiero subir.
-¿Y eso? -salté, nerviosa.
-No te ofendas. Me gustaría. Pero no quiero.
-No entiendo.
Volvió a mirarme de aquel modo. Cálido. Protector.
-Son las reglas. No se puede disparar contra quien no está en condiciones de dispararte a ti. No sería un blanco legítimo.”

…..

“Cuando acabó la música, suspiró y se quedó pensativo durante unos segundos. Luego tradujo:
-«Somos feos, pero tenemos la música».
Sonreí complacida.
-También es mi verso favorito. De todos los de Leonard Cohen, que es quien lo compuso. Me alegra que lo hayas cazado.
-No tiene mucho mérito. Pero tú no eres fea.
-Ni guapa. Y fea es mi vida, en muchos aspectos. No me engaño.
-Y la mía –dijo-. Y la de tantos. Pero para nosotros hay una compensación. Para otros, ninguna. Debemos estar agradecidos.
-Por la música…”

…..

-¿Sabes? Siempre he tenido la sensación de que las mujeres, en general, tenéis más capacidad de ver las capas profundas de las cosas. Que sabéis más, con menos información. La noche que nos conocimos, yo te miraba, pero tú viniste. Tú hiciste que pasara, yo no lo habría podido hacer. Viste lo que había antes de que yo lo viera.
-Para serte sincera, no andaba yo muy fina aquella noche.
-Pues no lo demostraste. ¿Y sabes otra cosa? Estoy convencido de que algunas mujeres no sólo saben más, sino que saben siempre. Eso no se da entre los hombres. Nunca. De ninguna manera.”

…..

“Ahora que era consciente de los doce mil kilómetros (seis mil de ida y seis mil de vuelta) que recorría nuestra conversación, me fascinó la inmediatez con que podía escribirle, y él a mí. Sólo veinte años atrás, semejante capacidad de conexión y comunicación sólo estaba disponible para unos pocos. Ahora la tenía en su mano cualquiera: incluso, como era su caso, quien usaba una tarjeta de telefonía afgana.
Al final, serían alrededor de las ocho y media cuando pude conectarme. Las once de la noche en Herat, por la diferencia horaria que según me molesté en averiguar teníamos en el horario de verano. Le había enviado un whatsapp unos minutos antes y me sorprendió no verle todavía en línea. Sin embargo, no tardó mucho en aparecer.”

(Lorenzo Silva, Música para feos, páginas 28-29, 81, 99-100, 156)

martes, 23 de junio de 2015

"LA CASA DE LOS ENCUENTROS": LAS OBSESIONES DE MARTIN AMIS



La casa de los encuentros
Martin Amis
Traducción de Jesús Zulaika
Editorial Anagrama, Barcelona, 2008, 264 páginas
(Libros de fondo)

   No hace mucho tiempo, y sobre todo en geografías anglófonas, se hablaba de él, de Martin Amis, siempre con frases muy elogiosas: “Me encantaban sus libros”, “Amis era tan buen escritor”. En efecto, el enfant terrible de las letras británicas, hijo de otro famoso escritor, Kingsley Amis, descubierto en la primera hornada de la revista Granta, tiene en su haber algunas de las más importantes obras de la ficción contemporánea. Libros versátiles y repletos de talento, como Money (1984), The Information (1995), Yellow Dogs (2004); junto con libros autobiográficos como Experience (2002) y otros productos híbridos entre el ensayo y el relato ficcional, como Koba the Dread o The Second Plane (2008). Algunos analistas consideran que Martin Amis es oscuro y desagradable; otros por el contrario opinan que es uno de los más ingeniosos escritores satíricos contemporáneos.
   House of Meetings, editada en español por Anagrama como La casa de los encuentros, ha recibido no pocos juicios elogiosos, pero también valoraciones muy negativas. No falta quien considera La casa de los encuentros como la mejor novela de Amis. Una novela que supedita el gusto por la pirotecnia posmoderna a las exigencias de la  historia; un texto tan fascinante como denso, con fuerte tufillo  a violencia y a gotas de intriga, sin olvidar un cierto adorno pasional. Para otros críticos, los elementos ficcionales de la novela son muy tenues. En el inicio de la obra se dejan sentir repetidos presagios de que está en camino un buen cuento chino. Pero no: el tema de fondo que finalmente aparece, es la clásica rivalidad amisiana entre dos hermanos, y un largo dietario de los actuales intereses y obsesiones de Martin Amis, sazonadas con ciertas dosis de imaginación, agudeza y hermosas florituras verbales. Porque ningún escritor inglés actual -podemos citar a Barnes, McEvan o Rushdie- es capaz de someter el idioma como Amis. Sin embargo, en esta ocasión, Amis machaca al lector con el empleo de un pretencioso registro lingüístico. Y además lo sumerge en una historia extraída del cajón de sastre de sus actuales obsesiones. Amis dejó de escribir buenos libros satíricos para convertirse en un indiscutible perseguidor de atrocidades. Ofertas inabarcables como los asesinos en serie, el Holocausto, el Gulag o el 11 de Setiembre, los errores o excesos de la revolución feminista… ¡Como si el hecho de escribir sobre acontecimientos realmente perversos o catastróficos convirtiera a un autor en un buen escritor!
   Para el comentarista La casa de los encuentros es una buena introducción al archipiélago Gulag para aquellos lectores que nada saben del mismo. El recorrido que Amis hace por los males de la sociedad soviética después de la Segunda Guerra Mundial, nos llega servido a través de un triángulo amoroso-sexual entre dos hermanos, los dos presos políticos en un gulag siberiano, y la mujer a la que ambos aman, que acude a visitarlos. Un narrador innominado, uno de los hermanos presos, más tarde ex preso, le cuenta a Venus, su hijastra americana, sus experiencias en el campo de trabajo siberiano y más tarde fuera de él. Había participado en la Segunda Gran Guerra, había sido herido y condecorado y así mismo había tomado parte  en las violaciones masivas del ejército soviético al invadir Alemania. Más tarde cae en desgracia y, junto con su hermano, es enviado al campo de trabajo, donde estarán retenidos durante diez años. Allí reciben la visita de Zoya que atraviesa medio continente para poder pasar una noche en la “casa de los encuentros” En 1954 habían comenzado efectivamente las visitas conyugales a los campos de trabajo soviéticos. Para los hombres estos vis a vis eran sinónimo de rapado de la cabeza, desinfección, duchas prolongadas con una manguera de incendios. Para las mujeres que acudían a la casa, el encuentro constituía por sí mismo una verdadera categorización: las transformaba sin más en esposas de los enemigos del pueblo.
   El prolongado monólogo del protagonista relator se convierte en una reflexión, no solo sobre sus propias experiencias vitales, sino también acerca del destino de Rusia y de las diferencias entre dos paraísos (el comunista y el capitalista), entre los que conocen el lado obscuro de la historia y los que todavía ignoran tales horrores. Así pues, una reflexión sobre el mal, sobre el terror que jamás será borrado del todo. El narrador le advierte a la destinataria de sus misivas que nunca existe un cierre definitivo para personas como él, que nadie se recupera jamás de nada ni es capaz de pasar página.
   La casa de los encuentros desmiente a aquellos que piensan que los lectores de Amis siempre se ven sorprendidos, porque el escritor retoma en la novela el tema de la Unión Soviética, ya tratado en sus alegaciones antistalinistas de Koba the Dread: la atrocidades del Gulag. Sin embargo, la novela es todo aquello que no llegó a ser el libro sobre Stalin. Sin dejar de ser un libro político, por mucho que Amis reitere que su ideología es la no ideología, La casa de los encuentros es fundamentalmente ficción. Ficción sobre las pesadillas de la sociedad soviética stalinista. Ficción sobre esa condición predadora de los seres humanos que con tanta exactitud había reflejado la metáfora de Hobbes.

Francisco Martínez Bouzas

                                                  
Martin Amis
Fragmentos

“Estoy a punto de describir a una jovencita extraordinariamente atractiva, y la experiencia me dice que no va a gustarte, porque eso es lo que tú eres también. Estoy seguro de que piensas que has evolucionado y te has librado de ello -de la envidia-. Pero la evolución no es cosa de una tarde. Y la experiencia me dice también que una mujer atractiva no quiere ni oír hablar de otra mujer atractiva. Y aún te va a resultar más problemático, quizá, por el hecho de que va a despertar en ti un ánimo protector hacia tu madre, lo cual es natural. Así que te invito a ponerte en la piel de cualquier fémina contemporánea de Zoya. Tenía diecinueve años, y, ya desde el principio, su reputación era francamente terrible. Seguro que eso te anima. Y, aun así, las otras chicas la veían como un ser excepcional. Instintivamente la disculpaban, pues veían en ella una figura de vanguardia -l’esprit fort-. Vivía más que ellas, pero también sufría más que ellas; y les mostraba posibilidades.
Solía decirse que Moscú era el pueblo más grande de Rusia. En los arrabales, en invierno, había pequeños senderos en la nieve que comunicaban cada casa con las paradas de tranvía y las tiendas de comida (Leche, decían los letreros), y la gente andaba de un lado para otro arrastrando los pies como rústicos, con sus abrigos cortos de piel de borrego, y parecía que en cualquier momento ibas a ver un mamut o un iceberg. Pero es un recuerdo de la niñez (hoy día no hay leche). El panorama cambió: una maraña primitiva en la que se habían incrustado varios altos hornos y fundiciones y fábricas de gas y curtidurías en medio de las casitas y los empedrados. Teníamos un pueblo dentro del pueblo (el distrito del sureste conocido como El Codo), y cuando Zoya entró en él, en enero de 1946, cayó como un rapapolvo contra las condiciones imperantes, la falta de comida y combustible, la falta de libros, ropa, cristal, bombillas, velas, cerillas, papel, goma, pasta de dientes, cuerda, sal, jabón. No, más: era como un acto de desobediencia civil. Zoya era temerariamente llamativa, y judía -un blanco natural para la denuncia y la detención-. Porque así era como se resolvían en mi país desde hacía siglos los resentimientos y las envidias. Así era como podía resolverse de forma maravillosamente simple, por ejemplo, un «triángulo amoroso.»

…..


“Teniendo en cuenta la variedad e intensidad del sufrimiento que casi siempre causaba, me dejaba perplejo cuán anhelada y perseguida seguía siendo aquella casita de la colina. Yo fui un estudioso atento de aquel rito de paso (aunque bastante irreflexivo, he de admitir, sobre todo al principio). Para los maridos, la visita conyugal significaba el afeitado de cabeza, la desinfección, el largo chorro con la manguera de incendios. Salían de las duchas irreconociblemente restregados, escocidos, alertados, con ropas tiesas no por la suciedad sino por el efecto de los detergentes feroces. Luego, como la viva estampa del apetito y el brío, flanqueados por una pequeña escolta, se encaminaban con prisa hacia La Casa de los Encuentros. Y al día siguiente, viéndolos bajar uno por uno, tambaleantes, hechos auténticas ruinas o apariciones, yo solía sorprenderme pensando: lo pedíais a gritos, luchamos por ello, ¿qué os pasa ahora?”

(Martin Amis, La casa de los encuentros)

martes, 16 de junio de 2015

HUNDIRSE EN EL CORAZÓN DE ÁFRICA



Ecuatoria

Patrick Deville

Traducción de José Manuel Fajardo

Editorial Anagrama, Barcelona, 2015, 322 páginas



   Ficción sin ficción. Así cabe definir las creaciones narrativas de Patrick Deville (Saint-Brevin-lesPins, 1957) en el último periodo de su trayectoria literaria, cuando pasó de la pura ficción de corte minimalista a la no ficción, con obras como Pura vida, Peste & Cólera, Ecuatoria, recientemente traducida al español y publicada por Anagrama y Viva, su pieza más reciente, todavía no traducida. Ecuatoria, al igual que Peste & Cólera, profusamente documentada, intensamente épica, adecuadamente ficcional, es otra excepcional novela de aventuras de verdad que se encuadra dentro de esa saga de construcciones novelescas cuyo marco escénico temporal es el último siglo y medio, en el que la geografía determina, de alguna manera, la historia y en las que Patrick Deville juega hábilmente con todos los géneros.

Ecuatoria que toma su nombre de una provincia egipcia en el Alto Nilo (hoy Sudán del Sur), es un libro coral y a la vez unitario, protagonizado por personalidades gigantescas, con caracteres diversos, frecuentemente antitéticos; seres excepcionales por su heroísmo  o por su maldad; titanes nacidos fuera de África, otros oriundos de una tierra condenada por un destino trágico. La novela se configura inicialmente como un relato de la vida de Pietro Paolo Savorgnan di Brazzà, más conocido por su nombre francés, Pierre Savorgnan de Brazza (1852-1905). Pero en ese relato, aunque a primera vista la relación no sea directa ni coincidente temporalmente, se hallan también las de otros muchos personajes, todos ellos relacionados con África y casi siempre antitéticos entre sí: Albert Schweitzer, Pierre Loti, Joseph Conrad, Julio Verne, Henry Stanley, Agostinho Neto, Jonas Savimbi, Pepetela, Manuel Rui, el gran potentado negrero Tippu Tip, Laurent-Désiré Kabila o Ernesto Che Guevara, alias Tatu o Ramón Benítez. Vidas destrozadas casi todas por la tentación del heroísmo: traidores o indecisos, como reza la dedicatoria de la novela.

Dibujo de Brazza en 1895
   Ecuatoria se despliega como un inabarcable mosaico de historias, un fresco vibrante compuesto de gestas y de acontecimientos relevantes relacionados entre sí, que interactúan mutuamente, y en las que el centro de África es el gran marco escénico, a lo largo de la inmensa franja ecuatorial, delimitada por las islas de São Tomé y Zanzíbar, atravesando una gran parte inesplorada de Gabón, Angola, el Congo y Tanganika, la actual Tanzania. El marco temporal: la segunda mitad del siglo XIX y buena parte del XX. Y como foco central, la reconstrucción de la biografía de Pierre Savorgnan de Brazza, rescatándolo de los olvidos e indiferencias de la Historia. Brazza, explorador y cartógrafo, fundador de Brazzaville, que liberó esclavos y frenó numerosos abusos, pero que gracias a sus actividades como pionero, y a pesar de su decidido impulso anticolonial, abrió involuntariamente las puertas a la gran colonización de África por parte de las potencias europeas. Brazza removerá cielo y tierra para sacar al Congo de la garra de las cuarenta Compañías. Por eso recibe durante su estancia en Argel amenazas de muerte y su fallecimiento sigue siendo una incógnita: ¿disentería o envenenamiento?

   En 1872 Brazza embarca a bordo del Vénus. Durante su escala en Gabón, al año siguiente, se entera de la muerte de David Livingstone, y en la enajenación de sus sueños de infancia, se interna en el estuario de Gabón hacia Komo, navega en piragua sobre el río Ogooué hasta la aldea de Angola. Su propósito: hundirse en el corazón de África y demostrar que era posible acceder desde ese río al curso alto del Congo. Se había equivocado, mas Brazza continuará con sus exploraciones.

   Patrick Deville, como hiciera en otras novelas, recurre al procedimiento de las vidas paralelas. Anota las experiencias vitales de los personajes que recorren el libro, y después trata de ponerlos en paralelo, remarcando sus coincidencias y sus antagonismos. En Gabón, Brazza y Stanley, sus antítesis: la rapidez y la lentitud, la audacia y la prudencia, la potencia y la debilidad. En Angola, Agostinho Neto y Jonas Savimbi. Los dos tienen en común África y la medicina. Los anima e mismo ideal: la liberación de los pueblos y la fundación de una nación. Pero se convirtieron en enemigos irreconciliables y sus restos mortales están desaparecidos. Brazza y el Che Guevara: ambos fueron conductores de hombres en terrenos selváticos o en la floresta, los dos arriesgaron sus vidas. En Taganika (Tanzania), Tippu Tip y Brazza; no se encontraron nunca a pesar de coincidir en el tiempo y en el espacio. Tippu Tip que arrastra una terrible historia de caza y venta de esclavos, estará siempre del lado de los europeos y de los árabes a los que surte de marfil y de esclavos. Brazza fue el gran liberador, el padre de los esclavos como le llamaban.

                                              
Mausoleo de Brazza en Brazzaville
El libro es una amalgama de historias, biografía, ficción y reportajes. Acierta Deville con la estructura paralela. El autor va relatando sus propias errancias por los mismos derroteros de sus héroes o villanos, al compás de las heroicidades, errores o perversidades por ellos cometidas. Rastrea sus huellas por los enclaves y nudos geográficos para conocer, no solo a través de la fidelidad documental, sino también in situ, aunque sea muchos años después, las heroicidades y los genocidios cometidos en esos países por los que se aventuró Brazza. Realiza,por ejemplo el mismo viaje que Brazza a través del curso del río Ogooué, o va a Kigoma para recuperar las huellas del paso de los cubanos, de los hombres que el Che dejó tras de sí con la misión de encontrar a los combatientes extraviados durante la debacle y la fuga del Congo en 1965. Y recuerda la muerte de los degollados, rinde tributo a los inocentes masacrados cuyos nombres nunca serán grabados en ningún monumento.

   Ficción y no ficción servidas con un estilo de prosa claro y conciso, pero dotado de gran fuerza evocativa, centelleante, y en la que ciertos ramalazos líricos, viscerales, entran con fuerza en el entramado  de una prosa que traslada al lector, en una alucinante exploración por África, tras los pasos de aquellos hombres legendarios que desvelaron el corazón de las tinieblas, abriendo, quizás sin pretenderlo, los cauces para la esquilma colonialista europea.



Francisco Martínez Bouzas



Patrick Deville


Fragmentos



“En la Plaza del 1º de Mayo, en Luanda, se alza la estatua en bronce del vencedor, con el puño levantado y un libro en la otra mano. Vigila la circulación de la calle Hô-Chi-Minh. ¿Ese libro es El Capital? ¿La esperanza sagrada, uno de sus propios libros de poemas? Agostinho Neto murió oficialmente de cáncer en 1979, en Moscú. Su féretro vacío en el momento de los funerales de Estado. Los rusos, los mejores especialistas en esa materia desde el antiguo Egipto, habían conservado sus restos mortales congelados.

Porque ésa es la debilidad del materialismo histórico, en comparación con las iglesias evangélicas, cuando se intenta imponerlo en el Tercer Mundo. No hay otra vida que ésta, que es insoportable, ni se espera resucitar  joven y hermoso en los verdes campos del paraíso, rodeado de difuntos queridos. Entonces, hay por lo menos que vencer la  degradación y detener el tiempo, salvar la apariencia del héroe antiimperialista. Se acomete la construcción de un mausoleo al sur de la capital. Los trabajos permanecerán inacabados durante años. Quizá todavía hoy siga vacío. Es una especie de cohete hecho de acero puro, presto a llevar el socialismo científico hasta los confines del universo. En 1979, a la muerte de Agostinho, Jonas estaba ya escondido en la jungla, en el porfundo sur de Angola…”



…..



“Uno no está muy seguro de admirar a esos hombres, a Brazza o a Savimbi, a Staley o a Guevara. Uno los envidia un poco, es cierto. Por haber creído que era posible forzar la Historia marchando siempre hacia delante en medio de la selva. Se siente menos respeto espontáneo ante los sedentarios. Seguramente estoy equivocado. Uno debe de ser más sabio cuando se dedica  a cultivar su jardín, a clasificar su biblioteca. A uno le gustaría poder detestar a todos esos promotores de convulsiones devorados por la inquietud. Ciertamente no lo consigue.

Esos hombres fueron capaces de soñar que eran más grandes que ellos mismos, sembraron el desorden y la desolación a su alrededor, cubriendo sus empresas aventureras con el manto de las ideologías de su tiempo, apropiándose de aquella que podían llevar como una antorcha: la exploración, la colonización, la descolonización, la liberación de los pueblos, el comunismo, la ayuda humanitaria… Quizá vale más limitarse a pasar, no mezclarse en nada, amar la curiosa vida de los hombres y dejarlos en paz. Observar las boyas y las balizas para la navegación, tan sabiamente dispuestas.”



(Patrick Deville, Ecuatoria, páginas 122-123, 299)