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viernes, 12 de diciembre de 2014

"LA LIBRERÍA QUEMADA", RETABLO DE CRISIS E INTEMPERIES



La librería quemada

Sergio Galarza

Editorial Candaya, Avinyonet del Penedès (Barcelona), 2014, 205 páginas.



   He tenido la fortuna de haber podido seguir con delectación y ojo crítico los dos anteriores volúmenes, Paseador de perros y JFK, con los que Sergio Galarza (Lima, 1976) trazó la mayoría de las pinceladas de su mural costumbrista de Madrid, territorio de la desolación, que ahora convierte en trilogía con este nuevo libro, La librería quemada. Una trilogía sobre Madrid, que  es a la vez, como el mismo autor nos hace saber, una trilogía sobre las intemperies de nuestro tiempo: “Una trilogía sobre el mundo laboral, el trabajo marginal visto sucesivamente a partir de un paseador de perros, del mundo de la prostitución y de un librero”.

   Con La librería quemada Sergio Galarza   cierra su ácida pero realista visión de nuestros días, en el que una buena parte de los seres humanos nada pueden hacer contra su destino, como afirmaba el protagonista de JFK. Y lo hace reflejando el mundo de los libreros, un sector que conoce sobradamente pues el autor trabaja como dependiente de una gran librería madrileña que en la novela se llama precisamente así, “La Gran Librería”. Es pues Sergio Galarza testigo privilegiado de cómo la sempiterna tormenta de la crisis afecta a los libros y  a los que los venden, libreros que, con excepción de los que trabajan en grandes superficies que siguen acumulando ganancias, son víctimas de salarios de miseria, de condiciones de trabajo inhumanas, rutinas, miedo a los despedidos y todos los dramas que pueden recaer sobre los seres humanos. Por eso mismo, esta novela, este mural nada complaciente, tejido con hilos ficcionales y otros extraídos de la inclemente realidad,  pone punto y final a esta saga de una ciudad mucho más desabrida de lo que uno puede imaginarse.

   La librería quemada acumula en su haber no pocas virtudes narrativas. Quizás la más relevante, en mi opinión, es la de hacernos ver que una librería es un espejo de la sociedad. Un retrato de la sociedad de nuestro tiempo que  no solo sufre  o goza la o con la crisis, sino que es algo más: un remolino de historias personales que encierran en sus brumas dramas, tragedias, insatisfacciones, ilusiones insatisfechas, calvarios de todo tipo y hechura. Por La librería quemada transita un amplio registro de personajes -de ahí el carácter coral de esta novela en contraste con los anteriores volúmenes de la trilogía-: empleados, jefes, jefazos, clientes…un elenco variopinto. Y el escritor observa este mundo y lo que halla en poco se diferencia de un cementerio de ilusiones, perfecto diagnóstico de los puntos cardinales hacia los que apunta la sociedad de nuestros días.

   Mas el peso de la trama recae sobre todo en los dependientes, aterrorizados todos ellos por la llegada de los viernes porque es el día de los despidos y contra eso no existen antídotos válidos. Además La Gran Librería -les dice a sus empleados- no tiene dinero para contratar a más personal indefinido con cuarenta horas y por eso recibe a chicos becarios o en prácticas de formación profesional con veinte horas, pero le sobra el dinero para despedir a quien quiera!!! (página 169). Jefes que actúan como enfermos bipolares; el recorte de todos los planes y regalos; la lucha contra los ladrones de libros, tipos que roban libros caros porque su mujer los ha dejado y no saben qué hacer; la misma librería que hoy se ha convertido en un mundo hostil para los amantes de los libros, porque ya no es una librería sino un centro comercial para la venta de lectores de libros electrónicos y artículos de merchandising; los enfrentamientos con los clientes simplemente porque falta el libro que buscan. Clientes muy peculiares que Sergio Galarza diseña con firmes trazos irónicos, pero también con puntadas de compasión. Muchos de ellos, almas desesperadas que buscan cura para su tristeza con menos de cien páginas en la tercera planta que cobija los libros de autoayuda. Y sí,  compradores crueles y prepotentes que gozan humillando a los libreros.

   Y entre los entresijos de esta Gran Librería, hoy en crisis y microcosmos del mundo que vivimos, Sergio Galarza engarza, sin que desentonen, un sin fin de historias personales de empleados y clientes: la Cristo el primer despedido, la de Maruja, la contable viuda con más de treinta años en la empresa, despedida otro viernes, la de Teodoro, un ex seminarista devoto de Franco; Santos, portador de una novela sobre Vallejo que busca inútilmente editor y que apaga sus frustración masturbándose cada noche hasta el agotamiento; Marcial  que hace todo lo posible para que lo despidan y así poder pagar con la imaginada indemnización los engañosos caprichos de su novia dominicana; en fin, Carmencita, Lorena, Marisol… con sus soledades, sus solterías. Un conglomerado humano sobrado de  problemas sentimentales o enganchado en  líos sexuales: sexo salvaje, frenético, descarnado  de cualquier brizna sentimental. Hombres infieles que engañan a sus mujeres y acaban percibiendo en sus almas ateridas las dudas heladas del desamor. Un pavoroso elenco de seres humanos, casi todos ellos perdedores excepto los de arriba, los que mandan, que enumeran sus desgracias y que, como antídoto, se inscriben en las páginas de Internet para ligar.

   Sergio Galarza le presta especial atención a los dependientes y clientes de la tercera planta donde se halla la sección de los libros de autoayuda, esa droga de los tiempos actuales que la hija de Punset define como “ventana al autoconocimiento interior de las emociones”, pero que en el fondo son inmensos autoengaños o prédicas de resignación y aceptación del destino.

   La librería quemada es por supuesto una novela sobre la crisis. Pero, en mi opinión, es mucho más. El autor ha sabido bosquejar con los problemas, elementos y personajes que existen o frecuentan una librería, hoy convertida en centro commercial, un gran retablo tan crudo como descarnado de vidas frustradas y quemadas que le hacen honor al título de la novela. Personajes cuya vida es literalmente una mierda que sepultan sus desgracias en el desamor. Y como en las anteriores entregas de la trilogía, el autor huye de la compasión y de las medias verdades. Sus novelas traducen historias reales, que acontecen cada día en una ciudad donde el gran acompañante es la soledad y la explotación.

   El autor tampoco renuncia en este tercer volumen a sus estilo sencillo, exento de artificios, de lirismos -las exaltaciones líricas en esta novela serían una ofensa a la realidad-; una prosa cercana al periodismos narrativo, acompasada de caracterizaciones humorísticas y disimuladas dosis de ironía, reservadas de manera muy especial a los autores que acrecientan la secta de los libros de autoayuda. Para muestra, un botón: “aquel filósofo de apellido marino que ha publicado una colección de libros para ayudar a los padres a educar a sus hijos” (página 179). Así pues, una voz franca, sincera, que no rehúye ningún tema por duro y escabroso que sea, preñada de inteligente ironía, para retratar la crisis y los infiernos existenciales de las vidas destrozadas de la especie de los “hombres sabios”, antes y después de la actual tempestad.



Francisco Martínez Bouzas



                                                     
Sergio Galarza

Fragmentos



“Lo siguiente fue la contratación de sicarios en todas las empresas que no cumplían sus objetivos, multiplicándose así los obituarios de empleados. Un despido a los cincuenta años era igual que ser enterrado vivo. Y a los cuarenta, y  a los treinta quizás, porque a los veinte solo se es becario, y eso apenas cuenta como agonía. Se multiplicó también el pánico y los empleados quedaron divididos como esquirlas de un hueso tras una paliza. Cuando echaban a un compañero ya no había lugar para la rabia, esa que debía concentrase en un solo puño que tirara abajo la puerta del despacho de los jefes. Los que permanecían en su puesto se alegraban de seguir con vida, construían de inmediato una semblanza breve del ex compañero a varias voces, un retrato que oscilaba entre la querencia y el odio dependiendo de las veces que el despedido les había aceptado un cambio de turno, y luego se ponían a trabajar al miso ritmo de siempre, entre la desgana y la resignación, como si el chaleco azul fuera un grillete.”



…..



“No faltan clientes que llegan pidiendo libros sobre el suicidio. Lorena conoce algunos títulos para psicólogos, ninguno que pueda llamarse serio para suicidas fallidos o familiares o amigos de estos, pero hay uno que no se atreve  a recomendar porque pertenece  a la autoayuda, le da vergüenza que un cliente crea que  ella lo ha leído  y que la imagine como una mujer sufrida, y tampoco hace falta si se trata de aumentar las ventas. El poder del ahora del señor Tolle no indica en la contraportada que sea una lectura para suicidas, es uno de esos libros que todos los dependientes de la tercera planta venden una vez al día por lo menos, sin importar la crisis. La gente llega y lo pide, ni siquiera lo hojean, pagan y ya está. Ninguno de sus compradores está sano, según Lorena. Hay algo en sus peinados, en su ropa, en sus gestos una pequeña llama en su mirada que la sumergen en el pasado, en esas mañanas que eternizaba metida en la cama hasta que la urgencia de mear la llevaba al baño, y al mirarse en el espejo se preguntaba por qué no estaba del otro lado.”



…..



“Lorena aún puede recordar las veces que sorprendió a los clientes mirándole el culo a Marisol o distrayéndose con sus tetas de manera mal disimulada. Mientras pagaban. Poco faltaba para que pasaran las tarjetas de crédito por las ranuras de esos escotes tan perturbadores que ni Teodoro se había resistido a echarles un vistazo, aunque en su caso aquel disfrute fuera condenado por la mirada omnipresente de su dios y Santos le preguntaba si se flagelaba después de hacerse una paja. Marisol no es una mujer bonita y le costaba sonreír, quizás por la dureza de sus rasgos. «Parece que hubieras comido cemento», se burlaba Lorena. Tampoco le hacía falta mostrarse simpática, le bastaba con levantar la barbilla para que cualquier cliente entendiera que no le gustaba  repetir sus respuestas…”



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“Un mendigo negro lee sentado en una banqueta, con la espalda pegada contra la estantería de Perros. Qué mal huele aquel negro, pero nadie le dice nada porque no causa problemas. Lee libros sobre electricidad y electrónica que apoya en su maleta. A ratos se queda pensativo, cierra los ojos y de pronto regresa a la lectura. Santos recuerda que al principio compraba algunos libros. Llegaba vestido con un mono azul de trabajo y con un maletín de metal. Al estallar la crisis dejó de acercarse a la librería y al cabo de unos meses reapareció convertido en mendigo, con los ojos sanguinolentos y la cara lustrosa, saludando a los dependientes con una venia.”



(Sergio Galarza, La librería quemada, páginas 14-15, 119, 139, 193)

domingo, 20 de octubre de 2013

"JFK": SCORT, QUE NO PUTO CHAPERO EN LA SOLEDAD MADRILEÑA



JFK
Sergio Galarza
Editorial Candaya, Avinyonet del Penedés (Barcelona), 2012, 175 páginas.

   JFK es la segunda entrega de una trilogía que el peruano Sergio Galarza sitúa en su mayor parte en los barrios madrileños: La Latina y Malasaña, emparentado con los topos, y cuyo origen es un cuento, “El mapache”, construido con la argamasa de los muchos kilómetros que el autor, en su momento emigrante sin papeles, recorrió a través de la intemperie de las calles y parques de Madrid. De esa experiencia, de su lado B -el lado A es Lima, su ciudad de origen, la brazada afectiva de sus padres, un colegio de élite…- nació Paseador de perros, novela que iniciaba la trilogía. Porque JFK aparecía ya como personaje en Paseador de perros, aunque con un rol  distinto del que desempeña en la presente narración.
   JFK, como la primera parte de la trilogía, está inspirada en hechos reales. En lo que le sucedió a un amigo del escritor, sin desechar vivencias personales como librero de la sección de libros de autoayuda. Una novela pues de formación que deriva en las últimas setenta páginas en una “road movie”. La novela se titula  JFK porque el protagonista se llama así (Jota Fernández Klimkiewicz. Padre español y madre polaca. Vende su cuerpo, se prostituye pero no se considera un puto chapero, sino un scort, es decir, un terapeuta. Su personaje le ahorra al autor la creación de un narrador externo o heterodiegético. Él nos cuenta su propia historia. Una criatura solitaria entre seres tan solitarios como él en los “meeting point”  de nuestro tiempo: bares, moteles, carreteras… Una primera persona tan ácida como real que nos refiere que, por hacer algo, se ha metido en el trabajo de scort y que, estando ya en el oficio y ganando dinero fácil, no sabría hacer otra cosa. Pero realiza  algo de lo que no todo el mundo es capaz: se traga la mierda de sus clientes, aunque esa mierda muchas veces solo sea escuchar a la gente que le ha contratado, pero en otras ocasiones es el culo peludo de algunos tíos o “los olores de algunas mujeres que llegaban corriendo de la oficina y que me obligaban a convencerlas de que el mejor sexo era bajo la ducha” (página 13).
   Al protagonista, son sus palabras, le jode que los personajes no puedan hacer nada contra su destino. De hecho JFK es un personaje que intenta redimirse haciendo el bien para pagar sus culpas (la muerte de su amigo El Chico de la Moto, la separación de sus padres), pero es incapaz de renunciar al trabajo de scort. Se ha acostumbrado a esa vida. Sin embargo tiene muy claro que no es un puto, sino un acompañante que se ofrece para asistir y hacer compañía a sus clientes, auque después sí que podía haber sexo. En sus correrías por los barrios madrileños, en hoteles de lujo, en pisos, bares, moteles… lo que encuentra son criaturas tan solitarias como él mismo. Y hay de todo, hombres y mujeres que solo quieren un polvo rápido, otros, sobre todo mujeres, que demandan algo más. Hasta que sobreviene un problema, un trágico golpe de efecto que hace que su vida derive en un “road movie” por carreteras y ciudades de Estados Unidos. Un viaje de ida y vuelta, con regreso a Madrid.
   Sergio Galarza huye de la compasión. Su personaje no se flagela ni arrepiente por lo que hace. Tampoco el autor pretende mostrar la dureza de la industria del sexo ni la vida subterránea de Madrid. Su novela únicamente traduce una historia real, repleta de contraposiciones irónicas, de caracterizaciones humorísticas y, sobre todo, el devenir existencial de alguien que ha perdido la capacidad de alegrarse o deprimirse en una ciudad donde la soledad es el gran séquito de sus  moradores. El estilo sencillo y exento de artificios de Sergio Galarza, muy cercano al periodismo narrativo, hacen que esta desolación resuene todavía con más contundencia.

Francisco Martínez Bouzas




Sergio Galarza

Fragmentos

“Me llamo JFK y trabajo como scort. Algunos pensarán que mi nombre es una broma y otros que solo soy un puto chapero, pero ¡cuál es la diferencia! Sé que para muchos un scort y un chapero son lo mismo, aunque los dos comparten menos similitudes de las que podrían imaginarse. Un scort, grábenselo, es un terapeuta. (…)
Una breve descripción de mi trabajo: un escort es alguien a quien hombres y mujeres pagan por un rato de conversación en un bar, una cena íntima, una salida al cine, un domingo de visita a los museos, una tarde buscando libros de segunda mano o novedades y tantas otras cosas más ligadas a la idea de un fin de semana romántico aunque sucedan durante un lunes o un martes, sin la obligación de sexo como punto final, pero reconozco que suele ser lo preferido. Si solo se tratara de sexo lo confesaría. Diría que soy un puto y ya está. Pero yo hago algo que no todos pueden hacer: me trago su mierda. Y para eso no hace falta ejercitarse durante horas en un gimnasio.”

…..

“El Chico de la Moto y yo habíamos hecho un trato: prestaríamos servicio a personas cuya prioridad no fuera el sexo,  a nadie más. Era la base del negocio, lo que nos diferenciaba de los niñatos  fibrados y sus competidores en musculatura. Queríamos dinero a nuestra manera, haciendo la menor cantidad de concesiones, por algo éramos los jefes y nadie nos haría agachar la cabeza. Para identificar el propósito de cada llamada sometíamos a los posibles clientes a un interrogatorio. Si lo primero que pedían era una descripción física detallada en extremo, pese a que ya habían visto nuestras fotos, les colgábamos. La mayoría insistía. Les explicábamos que no éramos unos putos, en la página web había una descripción sutil de lo que ofrecíamos por si no lo habían leído bien. Podíamos acompañarlos a donde quisieran, al cine o a cenar,  a cualquier lugar que les apeteciera, y después, sí, podía haber sexo.”

(Segio Galarza, JFK, páginas 7-8, 84)

lunes, 11 de abril de 2011

EMPLEADO DE UN PERRO EN LA JUNGLA DE MADRID


Paseador de perros
Sergio Galarza
Editorial Candaya, Les Gunyoles (Avinyonet del Penedés) 2010, 134 páginas.


   Paseador de perros es una historia construida como ampliación de un cuento, “El Mapache”, argamasado con el cemento de los muchos kilómetros que el autor recorrió por las calles y parques de Madrid. En el regalo de la posdata que nos hace desde Malasaña, nos dice que la historia de este Paseador de perros pertenece más a la ficción que a la realidad, a pesar de su intención de contar la ciudad de Madrid desde los ojos de un cronista – crítico – hiperrealista. No obstante, todos los indicios nos empujan a catalogar la novela como una roman à clef. Sergio Galarza o su innominado alter ego en el relato, llega a Madrid en compañía de su novia, Laura Song y aquí, sin visado de trabajo, da comienzo el lado B de un disco sin éxito. El lado A es su ciudad de origen, Lima, el prestigioso colegio San Agustín. Cuando lo frecuentaba, su padre, es posible que al observar a los frailes españoles que lo dirigían, le decía al hijo que se hiciera cura; así tendría dinero, comida y mujeres. En el lado A, su ciudad de origen, se protegía de los problemas bajo la brazada de la seguridad afectiva que proporciona el estar en casa. Madrid en cambio es la intemperie, sobre todo para un tipo como él, sin los papeles en regla. La historia pues que relata Sergio Galarza es la de una huída. Como la de tantos emigrantes, “peregrinos de la ruta incierta de los anhelos” (página 7). Vive en Malasaña, antes en la Latina, emparentado con los topos. Comparte vivienda con dos chicas danesas y, hasta que rompe con su novia, acompaña su hastío con la música de Baxter Dury, Nick Drake o Sr. Chinarro.
   El protagonista se inicia en el único trabajo al que un sin papeles como él tiene acceso: paseando perros, cuidando gatos y limpiando la jaula de un mapache. Siete días a la semana, desde primera hora de la mañana hasta la noche, recorriendo los barrios y periferias de Madrid por un sueldo miserable. Un oficio que aporta piernas hinchadas, trituradas de tanto caminar. Asalariado de un perro, esa es su condición. Un oficio de solitarios, como solitarios son igualmente los dueños de esos animales, pero que no deja de encerrar ciertos placeres: diseccionar la ciudad, esa jungla, la cara oculta de una urbe que no captan los ojos y las cámaras de los turistas; sus gentes, la complejidad del trasporte público, las miles de incongruencias sociales. Husmear en los pisos, establecer el perfil de los dueños de los animales, reconstruir sus vidas, sus soledades.
Sergio Galarza
   Se siente como agente secreto al servicio de una sociedad que no tolera que los enfermos de locura o depresión paseen sueltos por las calles, excepto los domingos. Y los que detecta ese paseador de perros es una ciudad enferma, que sufre de todo: alzheimer, esquizofrenia, parkinson, artritis, depresión crónica, miseria existencial, llevada a extremos inimaginables; expresiones congeladas por el dolor, traiciones, infidelidades, dejadez, intentos por restablecer en la memoria un orden identificable con la felicidad. El paseador de perros, como si fuera un psicólogo, acarrea ese trabajo extra de escuchar todas esas tragedias. Por eso concluye que los escritores deberían pasear perros para conocer esa otra vida que no está encerrada en las bibliotecas.
   La trama argumental, erguida sobre una estructura serpenteante, es varias cosas a la vez. Un aprendizaje inaugural e iniciático de la vida que permite que afloren las propias frustraciones del protagonista / autor que libera así su rabia. La insatisfacción de los sueños rotos que proyecta sobre el resto de los inmigrantes, contagiándose de los xenófobos lugares comunes: los rumanos, si no trabajan en la construcción, roban casas, la rumanas o son asistentas o prostitutas. Y la letanía continúa: chinos mafiosos, moros terroristas, sudacas brutos.
   Una historia corriente y al mismo tiempo dotada de gran excepcionalidad. Una epopeya cotidiana, sin gran pedigrí, pero llena de rabia. Un gran mural costumbrista, hecho con las pinceladas de la música, con el tono de una voz franca, sincera, llena de ironía. Ejecutado sobre la cara oculta de una ciudad donde la soledad es el cortejo de sus moradores. Así es la mirada reflexiva de un escritor al que seguramente no leerán las chicas de la línea 2 del metro madrileño, como el mismo Sergio Galarza describe a los autores enterrados en el anonimato de la indiferencia mediática. ¿El objetivo de esa mirada? La desolación de una ciudad a la que llegan muchos hombres y mujeres con la seguridad de comerse el mundo y, como los perros con pedigrí, se verán obligados a saciar su  apetito inmigrante, comiendo mierda.