Sergio Galarza
Editorial Candaya, Avinyonet del Penedés (Barcelona),
2012, 175 páginas.
JFK es la segunda entrega de
una trilogía que el peruano Sergio Galarza sitúa en su mayor parte en los
barrios madrileños: La Latina y Malasaña, emparentado con los topos, y cuyo
origen es un cuento, “El mapache”, construido con la argamasa de los muchos kilómetros
que el autor, en su momento emigrante sin papeles, recorrió a través de la
intemperie de las calles y parques de Madrid. De esa experiencia, de su lado B -el
lado A es Lima, su ciudad de origen, la brazada afectiva de sus padres, un
colegio de élite…- nació Paseador de perros,
novela que iniciaba la trilogía. Porque JFK aparecía ya como personaje en Paseador de perros, aunque con un rol distinto del que desempeña en la presente
narración.
JFK,
como la primera parte de la trilogía, está inspirada en hechos reales. En lo
que le sucedió a un amigo del escritor, sin desechar vivencias personales como
librero de la sección de libros de autoayuda. Una novela pues de formación que
deriva en las últimas setenta páginas en una “road movie”. La novela se
titula JFK porque el protagonista se llama así (Jota Fernández Klimkiewicz. Padre español y madre polaca. Vende su
cuerpo, se prostituye pero no se considera un puto chapero, sino un scort, es decir, un terapeuta. Su
personaje le ahorra al autor la creación de un narrador externo o heterodiegético.
Él nos cuenta su propia historia. Una criatura solitaria entre seres tan
solitarios como él en los “meeting point” de nuestro tiempo: bares, moteles, carreteras…
Una primera persona tan ácida como real que nos refiere que, por hacer algo, se
ha metido en el trabajo de scort y
que, estando ya en el oficio y ganando dinero fácil, no sabría hacer otra cosa.
Pero realiza algo de lo que no todo el
mundo es capaz: se traga la mierda de sus clientes, aunque esa mierda muchas
veces solo sea escuchar a la gente que le ha contratado, pero en otras
ocasiones es el culo peludo de algunos tíos o “los olores de algunas mujeres
que llegaban corriendo de la oficina y que me obligaban a convencerlas de que
el mejor sexo era bajo la ducha” (página 13).
Al protagonista, son sus palabras, le jode
que los personajes no puedan hacer nada contra su destino. De hecho JFK es un
personaje que intenta redimirse haciendo el bien para pagar sus culpas (la
muerte de su amigo El Chico de la Moto, la separación de sus padres), pero es
incapaz de renunciar al trabajo de scort.
Se ha acostumbrado a esa vida. Sin embargo tiene muy claro que no es un puto,
sino un acompañante que se ofrece para asistir y hacer compañía a sus clientes,
auque después sí que podía haber sexo. En sus correrías por los barrios
madrileños, en hoteles de lujo, en pisos, bares, moteles… lo que encuentra son
criaturas tan solitarias como él mismo. Y hay de todo, hombres y mujeres que
solo quieren un polvo rápido, otros, sobre todo mujeres, que demandan algo más.
Hasta que sobreviene un problema, un trágico golpe de efecto que hace que su
vida derive en un “road movie” por
carreteras y ciudades de Estados Unidos. Un viaje de ida y vuelta, con regreso
a Madrid.
Sergio Galarza huye de la compasión. Su
personaje no se flagela ni arrepiente por lo que hace. Tampoco el autor
pretende mostrar la dureza de la industria del sexo ni la vida subterránea de
Madrid. Su novela únicamente traduce una historia real, repleta de
contraposiciones irónicas, de caracterizaciones humorísticas y, sobre todo, el devenir
existencial de alguien que ha perdido la capacidad de alegrarse o deprimirse en
una ciudad donde la soledad es el gran séquito de sus moradores. El estilo sencillo y exento de artificios
de Sergio Galarza, muy cercano al periodismo narrativo, hacen que esta desolación
resuene todavía con más contundencia.
Francisco
Martínez Bouzas
Sergio Galarza |
Fragmentos
“Me
llamo JFK y trabajo como scort. Algunos pensarán que mi nombre es una broma y
otros que solo soy un puto chapero, pero ¡cuál es la diferencia! Sé que para
muchos un scort y un chapero son lo mismo, aunque los dos comparten menos
similitudes de las que podrían imaginarse. Un scort, grábenselo, es un
terapeuta. (…)
Una
breve descripción de mi trabajo: un escort es alguien a quien hombres y mujeres
pagan por un rato de conversación en un bar, una cena íntima, una salida al
cine, un domingo de visita a los museos, una tarde buscando libros de segunda
mano o novedades y tantas otras cosas más ligadas a la idea de un fin de semana
romántico aunque sucedan durante un lunes o un martes, sin la obligación de
sexo como punto final, pero reconozco que suele ser lo preferido. Si solo se
tratara de sexo lo confesaría. Diría que soy un puto y ya está. Pero yo hago
algo que no todos pueden hacer: me trago su mierda. Y para eso no hace falta
ejercitarse durante horas en un gimnasio.”
…..
“El
Chico de la Moto y yo habíamos hecho un trato: prestaríamos servicio a personas
cuya prioridad no fuera el sexo, a nadie
más. Era la base del negocio, lo que nos diferenciaba de los niñatos fibrados y sus competidores en musculatura.
Queríamos dinero a nuestra manera, haciendo la menor cantidad de concesiones,
por algo éramos los jefes y nadie nos haría agachar la cabeza. Para identificar
el propósito de cada llamada sometíamos a los posibles clientes a un
interrogatorio. Si lo primero que pedían era una descripción física detallada
en extremo, pese a que ya habían visto nuestras fotos, les colgábamos. La mayoría
insistía. Les explicábamos que no éramos unos putos, en la página web había una
descripción sutil de lo que ofrecíamos por si no lo habían leído bien. Podíamos
acompañarlos a donde quisieran, al cine o a cenar, a cualquier lugar que les apeteciera, y después,
sí, podía haber sexo.”
(Segio Galarza, JFK, páginas 7-8, 84)
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