Julen Ezcurra
Prólogo de Agustín Remesal
Epílogo de Joaquín García
La Raya Quebrada, Zamora, 2011, 231 páginas
Aunque separados en el tiempo más de
cuarenta años, este viaje por la memoria de Julen Ezcurra, no está temáticamente
tan alejado de aquel extraordinario documento, el Diario de
las diez semanas que el patriota irlandés Roger Casement pasó, comisionado por el Foreign Office,
investigando las denuncias contra la compañía cauchera “Peruvian Amazon Company”.
Desde Iquitos, navegando por los ríos y recorriendo las selvas amazónicas,
Casement recopiló minuciosamente los indicios, pruebas y documentos de la cacería
humana dirigida por la codicia occidental y personificada en aquel “empresario
genocida del caucho” que fue Julio César Arana. Ediciones del Viento dio a la
imprenta el Diario de la Amazonía de
Roger Casement, en coincidencia temporal con este otro libro que, en algunos
aspectos, se le asemeja: Mi vida en la
Amazonía de Julen Ezcurra.
Julen Ezcurra (Izarra, 1930) llegó a Iquitos,
capital de la Amazonía peruana como miembro de la Orden Agustiniana. Un viaje
en el trasatlántico “Reina del Pacífico” (Santander-El Callao) de veintiún días
de duración. Corre el año 1954. Diez años de permanencia en Perú, ahora
recogidos en este libro, Mi vida en la
Amazonía (Andanzas de un músico vasco
en la selva peruana). Porque Julen Ezcurra amalgama en su condición humana
ante todo su vocación de músico. Puede dar fe quien esto escribe, porque el
comentarista, con Agustín Remesal, que con escritura florida prologa este
volumen, fue uno de los afortunados a los que el maestro Ezcurra legó el
mensaje musical que él había escuchado en el Amazonas y en los Andes. Y también
sus deseos y afanes de cambio en tiempos difíciles.
La obra, que no es un libro de memorias,
aunque sí un viaje por la memoria con altos en el camino para transmitirnos
aquellos acontecimientos que más impactaron al autor, nos presenta sus
recuerdos en la Amazonía. No como grandes hazañas, sino como estampas,
impresiones de ese mundo exótico que es la majestuosa selva amazónica. El protagonismo
radica pues en la realidad circundante: la selva y sobre todo los seres humanos
que la habitan.
Ya desde la Introducción deja claro el autor
cuál es el ideal de lucha de los
misioneros y cooperantes pertenecientes a diversas órdenes y comunidades
religiosas: la liberación de la miseria natural -la esclavitud de los pobres- y
especialmente de la miseria espiritual por medio de la educación y de la
cultura. Ideal que sigue aún vigente. Los misioneros agustinos no han cesado en
sus denuncias contra la actuación del Estado peruano que favorece a las compañía
petrolíferas sin importarle las consecuencias -derrame de hidrocarburos en los
ríos amazónicos- que sufren los pueblos indígenas.
Con la música como hilo conductor, Julen
Ezcurra recupera en este cuaderno de recuerdos algunos de los acontecimientos
de sus estancia en Perú: su bautismo de fuego visitando enfermos y acribillado
por los “isangos”; el espectáculo de la Venecia amazónica, el barrio lacustre
de Belén; el viaje al interior de la selva remontando el río Nanay, visitando poblados
y rancherías, situados a sus orillas y en las de sus afluentes Chambira y
Pintuyacu. Es allí donde descubre cómo vivían los indígenas y se convence de
que había que llevar la cultura, y sobre todo la conciencia de la suya propia, a
los moradores de estos asentamientos; los poderes alucinógenos de la ayahuasca;
la sabiduría de los brujos; la toma de contacto con el “menguaré”, el teléfono
de los indios amazónicos y de los nativos “witotos” que pueblan el Putumayo y
el Caquetá; los contactos con la colonia española que le permiten concienciarse
de las represiones franquistas; el encuentro con altos mandos del
nacionalsocialismo, entre ellos Martin Bormann; con Miguel de la Quadra
Salcedo, con Chabuca Granda en Lima…
Y
toda una vida consagrada a la música coral, con estudios superiores en París
con Nadia Boulanger, en Roma con Anglés, Bartolucci y Ranzi. Mas todo eso forma parte de otros derroteros. La
segunda escala de una vida plenamente identificada con la música.
El músico de Izarra no rehúye las cargas de
profundidad. Cuando todavía nadie soñaba con al Teología de la Liberación,
Julen Ezcurra la practicó de hecho al anteponer la liberación de la esclavitud
de los pobres por medio de la cultura a cualquier adoctrinamiento religioso. El
libro no es ajeno a las denuncias contra
la discriminación socio-económica: la practicada, por ejemplo, por miembros
americanos de su misma Orden en la Universidad Católica de La Habana: entre sus
alumnos no había ningún rostro negro ni mulato. Cargas de profundidad contra
los grandes genocidas de la Amazonía peruana: Fitcarraldo y Julio César Arana,
el rey del caucho. Y desde la distancia de aquella Arcadia feliz en la que,
como tantos otros creía haber vivido, contra la España franquista, una inmensa
cárcel con burbujas de cristal: los colegios religiosos, los seminarios,
internados, la Sección Femenina…
Libro profusamente documentado, con fotografías
en blanco y negro de aquella época y otras actuales a todo color, que nos regala además un
epílogo de Joaquín García, un verdadero manifiesto de la conciencia ecológica y
un CD con una antología musical del maestro Julen Ezcurra, en grabaciones con
el Coro de la Universidad del País Vasco, fundado por el autor en 1977, y con
el Coro Lirain de Gorliz.
Francisco
Martínez Bouzas
Julen Ezcurra y Agustín Remesal en la presentación del libro en Valladolid |
Fragmentos
“Elías
había divisado dos tambos a lo lejos, sobre una loma. Nos acercamos a la orilla
para atracar junto a un barranco profundo. Yo trepé como pude para
inspeccionar, mientras Elías amarraba la lancha y preparaba todo para la noche.
Al alcanzar la cima de la loma me sorprendió la presencia de una mujer muy
joven que se mostraba calata -desnuda- con la mayor naturalidad del mundo. Parecía
una venus de ébano, ya que era muy morena y no tenía vello ni en las axilas ni
en el pubis; existe entre los nativos «iquitos» la costumbre de depilarse las
cejas, axilas y otras zonas del cuerpo con resinas o pinzas. Apenas hablaba
castellano, si bien entendía algo. Creía ella que éramos regatones. Le dije,
hablando despacio, que no vendíamos nada; que éramos misioneros y veníamos a indagar
los problemas y necesidades que puede tener la gente del río, para tratar de
ayudar a resolverlos; que a la vuelta nos detendríamos más tiempo.
En
esto, oí los vagidos de un bebé. Le pregunté por su «hombre»,
-Al
centrito- me contestó. Es decir en el interior de la selva. ¿En busca de jebe,
maderas, pieles, mitayo…? Por la cercanía de Iquitos, deduje que se trataba de
algún mestizo que trabajaba por libre para algún regatón de la ciudad.
Mientras
hablaba yo con la joven, Elías había subido algo para comer que ofrecí a la
mujer, en especial la farinha, tan
rica en proteínas. Ella aceptó gustosa, y al cabo de un rato se dirigió al
tambo para traernos carne de mono ahumada y pescado reseco al sol. También nos
ofreció fruta de su chacra cercana. Al
acabar, Elías Huamán me ayudó a instalar mi hamaca con el mosquitero sobre el emponado de un tambo contiguo sin paredes ni techo
que estaba vacío; él bajó a dormir a la lancha por miedo a los regatones que
suelen robar a los incautos cuando de noche o de día abandonan en la orilla sus
lanchas.”
…..
“En
cuanto a mí, el viaje por el Nanay supuso una catarsis profunda, una
transformación total. Hacía tiempo que los misioneros sentíamos la necesidad de
un «aggiornamento», de un cambio en el método de transmitir el mensaje evangélico.
Pues bien, durante el viaje fui descubriendo la evidencia. Nos habían enseñado
que la pastoral consistía en convertir y
bautizar, cuando lo fundamental en ella es dar testimonio y compartir. Yo no me
sentía doctrinero ni «sacramentero». Muy pronto, en la década de los 60, se
produjeron los acontecimientos que
confirmarían estos presentimientos.
Primero
fue el Concilio Vaticano II con su bocanada de esperanza. Enseguida América latina
reunió en Medellín a los obispos para hacerlos portavoces del clamor y los gemidos
de los pobres del Nuevo Mundo. Y nació la Teología de la Liberación.
Poco
después apareció la figura gigantesca de Casaldáliga, como un faro de luz en
las tinieblas de la selva brasileña (…).Mientras tanto yo, durante aquel viaje
iniciático por el Nanay, me sentía totalmente impotente frente a la enorme infraestructura
que exigía la misión pedagógico-cultural,
previa a toda otra misión. Aquella pobre gente del río no me entendía nada…Había
un muro infranqueable entre ellos y yo. Ese muro sólo lo podía derribar la
educación, la escolarización; únicamente la cultura les permitiría descubrir su
propia dignidad humana.”
(Julen Ezcurra, Mi vida en la Amazonía, páginas 45. 74-75)
Magnífica presentación !
ResponderEliminarMark de Zabaleta