martes, 1 de octubre de 2013

"VERDE OLIVA" : LA HISTORIA B DE LA REVOLUCIÓN CUBANA



 

Verde oliva

Xavier Alcalá

Nowtilus, Madrid, 2012, 382 páginas.





   Xavier Alcalá (Miguelturra, Ciudad Real, 1947) es un claro ejemplo de esa nómina no demasiada extensa de escritores nacidos fuera de Galicia, pero perfectamente integrado en su sistema literario, en el que ha publicado éxitos de público, crítica y lectores como A nosa cinza, uno de los best seller  de la narrativa gallega o la trilogía “Evanxélica Memoria” (Entre fronteiras, Nas catacumbas, Unha falsa luz) o Alén da desventura (Premio Blanco Amor 1998). En 1982 Xavier Alcalá se inicia en un tema que, con el paso del tiempo, será recurrente en su macrotexto: el mundo de la emigración gallega en el continente americano, con el propósito de recuperar la memoria histórica gallega desperdigada por tierras de Latinoamérica. Y lo hace echando mano de diversos géneros: crónica de viajes a caballo entre la ficción literaria y la memoria histórica, relatos con un transfondo biográfico o novelas, verdaderos  docudramas, como Verde oliva, novela en la que el autor inventó muy poco, fruto de sus viajes a Cuba, reflejados alguno de ellos en Habana Flash. Un libro polémico que le acarreó al autor la prohibición-sugerencia, llegada por vía diplomática de no volver nunca a la Isla.

   Mas de escritor monolingüe gallego, Xavier Alcalá ha derivado en sus últimas publicaciones hacia un bilingüismo, hoy frecuentado por otros literatos gallegos. Un hecho asumido hoy con normalidad, pero piedra de escándalo hace años para ciertos guardianes de la ortodoxia lingüística. Tal es lo que ocurre con Verde oliva. El propio autor es el padre de la edición en gallego (Editorial Galaxia) y de la española, que edita Nowtilus.

   Xavier Alcalá es un verdadero maestro a la hora de transformar la intrahistoria en historia, en historias inventadas, pero con bases reales, extraídas de conversaciones, viajes o cualquier otro tipo de documentación. Maestro así mismo, como ya señalé, cuando escudriña el mundo de la emigración gallega y profundiza en el espacio y en la memoria del galleguismo transterrado. En Verde oliva Xavier Alcalá se acerca  a Cuba, mejor dicho a la Revolución  cubana, inventando muy poco y poniéndose al lado de los perdedores, tomando partido -son palabras suyas- por la gente que estaba contra los hermanos Castro y la tropa castrista. Los perdedores son para Xavier Alcalá los compañeros de los castristas que lucharon contra el “batistato” sin renunciar a los principios democráticos.

   El lector de esta larga novela no debe olvidar que el viajero, y también el narrador suele encontrar lo que busca. Y desde el año 1989 sabemos que para Xavier Alcalá, Cuba es la inercia absoluta y Fidel es el Supremo (cínico, traidor, sanguinario). Remito a la crónica de sus viajes a la Isla, Habana flash. Sin embargo no osaría afirmar que Xavier Alcalá encuentra lo que busca en esta historia real de la joven Marina, agente secreto del Movimiento 26-J. Nacida en Galicia el año 1936, hija de padre gallego habanero y de una criolla, alter ego de Juana Maseda, personaje real de setenta y siete años que vive en la actualidad en una aldea de Lugo, arriba a la capital  cubana con tan solo catorce años. Ella será la voz narrativa de esta novela. Educada en un ambiente democrático y laico (su padre había sido republicano en España) y amiga de personajes como Raúl Roa o Eduardo Chivás Rivas, se ve inmersa por voluntad propia en la revolución política, clasista y antirracista  contra aquel sargento mulato, convertido en dictador, que fue Fulgencio Batista.

   Trabajando en la clandestinidad y en Sierra Maestra en extraña connivencia  con los militares de Batista que la resguardan de la policía del sanguinario Ventura y son a la vez protegidos por ella, la protagonista participa en el triunfo de la Revolución y así mismo en una gran decepción pues un golpe interno permitió que finalmente se impusiese el comunismo. Por eso mismo, la novela termina con un “Epílogo necesario” en el que Mariana, o mejor dicho Juana Maseda mirando al Cantábrico, le reprocha al “monstruo” Fidel, sesenta años después, las traiciones a los ideales de los revolucionarios que dieron su vida por la libertad de la Isla.

   De esta manera convierte X. Alcalá la intrahistoria en historia de intrigas, en la “historia B” de la Revolución cubana, fusionando vivencias individuales y su personal radiografía social. Y cediéndole la voz a la protagonista para hacer más creíble y vehemente el relato de quien abrazó la causa de la Revolución y termina decepcionada sesenta años después del comienzo de lo que les había unido.

   La edición española que no ofrece Nowtilus, añade a la gallega un glosario de personajes muy esclarecedor e ilustraciones en formato fotográfico sumamente significativas que, en algún caso, son un ajuste de cuentas con un Fidel Castro barbudo que así habla desde un pie de foto. “Yo no soy comunista. Mi ideología política es bien clara. Nosotros, antes que nada, sentimos los intereses de nuestra patria y de nuestra América, que es también una patria grande…” (Página  373). Un estilo narrativo ágil, visual y cinematográfico ayuda sin duda a que la novela entronque fácilmente con la realidad y con los deseos de cambio que laten en la Isla caribeña



Francisco Martínez Bouzas








Xavier Alcalá

Fragmentos



“Esa tarde por Radio Progreso, se supo que el presidente de las Juventudes Batistianas estaba ingresado en el Clínico Quirúrgico, «probablemente herido de bala»… Y pocos días después sucedía lo increíble, inaudito.

Ya por la mañana temprano el Clínico apareció tomado por la Policía nacional. Aquella imagen de uniformes azules oscuros contra el fondo claro del edificio me sugirió tomar la guagua de vuelta, huir. Pero en una abertura del cordón de guardias había gente del departamento de personal identificando a los uniformados de blanco como yo que se incorporaban a su turno. Ya me habían visto, no tenía escapatoria.

Allá fui. Pronunciaron mi nombre y mi puesto en Cardiología. Pasé la primera barrera. Detrás de ella, a la puerta de entrada de los empleados, estaba el director de personal con una pequeña custodia. Lo saludé y me dejó pasar.

Subí al vestíbulo. Más uniformes azules. Entre la gente que se movía por el espacio de distribución a escaleras y corredores, busqué a quien me diese explicación de lo que estaba pasando. Vi de lejos a Malanga empujando una cama. Me puse a su lado e hice como que llevaba su rumbo. Él empezó a imitar cantos de pajaritos y una cara pálida que salía de las sábanas de la cama intentó girar los ojos hacia el imitador.”



…..



“Se agotaba aquel día. Los militares hablaban y yo callaba, hundiéndome. Pensaba que los esfuerzos angustias y miedos habían merecido la pena. Recordaba a Laura, a Lucas, al doctor Carone,  a papá: un gallego metido en la pelea porque Cuba era su país.

Aquellos hombres alrededor de mí, esperando bazofia del chino y con suerte una cerveza, también tenían pellejo que salvar. El comandante había vuelto de Santiago, renovado, capacitado para dar órdenes: el teniente Torres parecía animoso. Pero con todo, desnudaban sus almas en presencia de la prisionera, del enfermero  civil que se consideraba preso y del radio sospechoso de comunicarse con el mundo. Ellos y sus compañeros declaran admirar a Bayo, militar español que había entrenado en México a la tropa de Alejandro. La guerra era una ciencia; era necesario estudiarla y practicarla; no valía añadir galones y estrellas al propio uniforme con manejos políticos. Batista era un politicón incapaz de entender que los Ejércitos no están para matar civiles; que en un país con miles de kilómetros de costa hace falta tener Marina; que mal se andaba sin aviación dispuesta a perseguir a «un loco acróbata» como el que suministraba a los rebeldes.

Ventura no escapó a la crítica mordaz por el caso Fangio: unos muchachos habían secuestrado al as del volante ante las narices del as de la tortura. Batista, Ventura y la camarilla de lo generales comerciantes, socios de la mafia yanqui, solo  pensaban en que La Habana siguiera siendo un escaparate, aunque el país entero anduviese desarrapado y descalzo. A tipos que vaciaban botellas de champaña en los cabarés, ¿qué les importaba el hambre y la sed que pasaban los soldados?”



…..



“Carta a Titín, Alejandro o Fidel escrita por Mariana:



Ya mayor, pero no anciana como tú, sabiéndote vivo y consciente, te mando esta misiva desde el lugar donde escuché que había llegado nuestro triunfo, y que tú lo comandabas.

Desde mi aldea en la Mariña de Lugo, te debo decir que tú eres el único cubano descendiente de gallegos de quien me tengo que avergonzar públicamente, ante los cubanos y el mundo entero. Usted -tú y los tuyos- no parecen cubanos, porque llevan una vida haciendo sufrir a sus compatriotas.

A veces vuelve a mi mente una vieja pesadilla. Veo las caras y oigo las voces de criaturas como yo que se entregaron a la causa creyendo que tú eras nuestro garante. Fueron muchísimos (¿sabrías contarlos?) los que perdieron la vida, y muchos de ellos los que cayeron tras la tortura. Algunos escapamos por milagro a las garras de la fiera.

A mí me sacaron de  Cuba  para que Ventura no me matase después de arrancarme las uñas y los ojos. Esteban Ventura era tan mal cubano como tú llegarías a ser. Ambos hicieron sufrir al pueblo de la Bendita Isla, aunque él no fue falso: esbirro a sueldo de Batista, proclamaba su fidelidad a «El Hombre». Tú fuiste  militante del Partido Ortodoxo y acabaste manejando todo desde tu Partido Comunista de Cuba.

Nos mentiste y acabaste dejando pequeño el desprecio del Mulato Lindo por las libertades de la gente. Por lo menos él dejaba que existieran medios de comunicación que lo criticaban; y, aunque pagaba chivatos, no todo el mundo espiaba a todo el mundo como ocurre hoy en la cárcel que te atreves a llamar República de Cuba.”



(Xavier Alcalá, Verde oliva, páginas 185, 273-274, 369-370)

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