lunes, 20 de agosto de 2018

RADIOGRAFÍA DEL SUEÑO AMERICANO


El Gran Gatsby
F. Scott Fitzgerald
Traducción de Justo Navarro
Editorial Anagrama, Barcelona, 200 páginas
(Libros de siempre)

   

   Francis Scott Fitzgerald (1896-1940) es uno de los escritores más importantes y emblemáticos de la literatura norteamericana, y posiblemente el mejor cronista de toda una generación que inicia su andadura, como él mismo escribía, para hallar muertos todos los dioses, finalizadas todas las guerras, así como toda la fe en el ser humano, sometida además  a una duda radical. Nadie como Scott Fitzgerald supo definir la llamada “era del jazz”, la prosperidad derivada de la Primera Guerra Mundial, los “felices años 20”. Y también diagnosticar con crudeza su fracaso, la traición con la que, con su materialismo e ignorancia, la nueva clase surgida del enriquecimiento fácil, terminaría por volatizar todos los ideales del alegre sueño americano. Supo definir en su escritura las coordenadas de ese sueño, porque Francis Scott Fitzgerald representó de forma modélica a aquella “generación perdida”, slogan que en su día había empleado Gertrude Stein para encuadrar a ciertos compatriotas suyos, más jóvenes y osados que ella, que vivían y, sobre todos bebían y escribían bajo el aliento voluptuoso de los felices años 20.
   Efectivamente, el autor de El Gran Gatsby representa mucho más que cualquier otro escritor el modelo del perdedor de la época; un hombre al que sus escritos, especialmente sus relatos convierten en famoso de la noche a la mañana y que termina sus días, a comienzos de la época de los cuarenta, alcoholizado, sin dinero, abandonado por su alejada pareja amorosa y olvidado por el público americano.
   La genialidad de Scott Fitzgerald consistió justamente en hacer de todo esto un tema artístico, en presentar literariamente el dinero en toda su materialidad, algo voluptuoso, símbolo de un ideal que a la vez es tan frágil y efímero como el placer.
   El Gran Gatsby es literatura que hace de la sátira social y del reflejo de la decadencia de la sociedad norteamericana su tema central. Una novela que tematiza amores nunca logrados de forma plena, la muerte, fiestas alocadas y cimentadas en desvaríos,  ideales románticos, y contiene el retrato despiadado e implacable de la sociedad de Estados Unidos tras la primera Gran Guerra, época en la que surgen, como clase social, los nuevos ricos. Sin que los pobres lo dejen de ser. Jay Gatsby, el protagonista de la novela, es el prototipo de esta nueva clase social, amoral e independiente, que ansía triunfar como sea, y que finalmente será destruida por aquellos a los que intenta imitar..
   Sin embargo, Nic Carraway, narrador de la historia, un ser con especiales cualidades para captar la falsedad, la dureza y la aspereza del sistema clasista americano y el fracaso de su sueño, acaba por  rendirse ante el incuestionable hechizo de Gatsby. Su aura romántica hace que el personaje no pertenezca por entero al grupo de los ricos de origen, una clase sin moral y sin posibilidades de redención. De hecho en Gatsby la necesidad de hacerse rico no tiene otro origen que el de lograr el amor de Daisy.
   En el fondo, Scott Fitgerald es un heredero de la idea romántica de que la verdad equivale  a la hermosura, pero también de que es necesario vivir la vida al instante, puesto que nada mortal es eterno. Así pues, sobre la novela planea un cierto aire de tragedia griega. Personajes como Jay Gatsby, con esa indomable capacidad de amar a Daisy, la chica que tiene la voz rebosante de dinero, nos recuerdan a los grandes héroes clásicos que, cuando se acercan a la meta, esta desaparece en el horizonte.
   El Gran Gatsby fue publicada en 1925, pero no logró el éxito popular de los relatos breves de Scott Fitzgerald, ni los de sus primeras novelas. No obstante, los críticos más exigentes opinaron que era de las obras más importantes de la literatura escrita en inglés. Una categoría que queda sobradamente demostrada al comprobar los magistrales enfoques narrativos, la complejidad de la voz narradora, a la vez observador y partícipe en el destino del protagonista; los diálogos perfectos; las descripciones incomparables; la luz del embarcadero de Daisy en Long Island, que Gatsby vela en el verano y que desde entonces se convirtió en metáfora de las ilusiones y de los sueños inalcanzables.


F. Scott Fitzgerald


Fragmentos


"En mi primera infancia mi padre me dio un consejo que, desde entonces, no ha cesado de darme vueltas. Cada vez que te sientas inclinado a criticar a alguien -me dijo- ten presente que no todo el mundo ha tenido tus ventajas. No añadió más, pero ambos no hemos sido nunca muy comunicativos dentro de nuestra habitual reserva, por lo cual comprendí que, con sus palabras, quería decir mucho más.”

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“Su corazón se hallaba en constante y turbulenta agitación, temperamento creador, tenía un don para saber esperar y, sobre todo, una romántica presteza; era la suya una de esas raras sonrisas, con una calidad de eterna confianza, de esas que en toda la vida no se encuentran más que cuatro o cinco veces”.

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“James Gatz era víctima de un mundo al que no pertenecía: ricos, seres descuidados e indiferentes, que aplastaban cosas y seres humanos, y luego se refugiaban en su dinero o en su amplia irreflexión.”

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“Gatsby creía en el fastuoso futuro que año tras año retrocede ante nosotros. Aunque en este momento nos evite, no importa... Mañana correremos más rápido, estiraremos más los brazos... Y una hermosa mañana. Y así seguimos, luchando como barcos contra la corriente, atraídos incesantemente hacia el pasado."

(F. Socott Fitzgerald, El Gran Gatsby)

miércoles, 15 de agosto de 2018

UN NIÑO OBSERVA ELHORROR


El rey blanco
György Dragomán
Traducción de José Miguel González Trevejo
RBA Libros, Barcelona, 256 páginas.

   


   György Dragomán  (Târgu Mures, Transilvania, 1973)  nació y se educó, al igual que la Premio Nobel Herta Müller, en Rumanía, formando parte de una minoría represaliada por el régimen totalitario del “canducator” Ceausescu, antes de huir en su adolescencia con toda su familia a Hungría, cuyo idioma adoptó de una forma definitiva, hasta el punto de ser considerado en la actualidad un escritor húngaro. En el año 2002 debutó con su primera novela Genesis undone. Sin embargo, fue con su segunda pieza narrativa, A fehér király  (El rey blanco) con la que alcanzó un gran éxito tanto de público como de la crítica. Traducida a treinta idiomas, obtuvo también el prestigioso Premio Sandor Márai.
   Una obra de gran madurez, aunque pueda contener algún defecto, que narra el paso crucial desde la infancia a la adolescencia en el peor de los escenarios imaginables: un país totalitario que el lector de inmediato identificará con la Rumanía de los años 80, puesto que en la novela se menciona la construcción del Canal Danubio-Mar Negro -el Canal de la Muerte-, un proyecto megalómano del régimen de Ceausescu y en cuyas obras fueron obligados a trabajar más de veinte mil prisioneros desidentes comunistas, “enemigos del pueblo”. Uno de esos prisioneros es el padre del protagonista narrador, Djata, un niño de once años que se queda solo con su madre. El padre había sido detenido por los agentes de seguridad del régimen, con el engaño de que solamente estaría ausente seis meses para realizar un trabajo en un centro de investigación. Pero pasaron esos meses y los mismos agentes les comunican  a los familiares que el padre estaba arrestado, excavando en el Canal del Danubio, por haber conspirado contra el estado.
   Este niño, en el paso crucial de la infancia a la adolescencia, será testigo-observador del horror, en una lucha por la supervivencia. Narrada la novela desde el punto de vista del niño y sin ninguna concesión al lirismo, lo que presenciamos en las páginas de El rey blanco es un estremecedor retrato, tejido con gran riqueza de detalles, de la degradación de la vida de las personas en los universos totalitarios, porque incluso la gente común asume los roles de víctima y torturador.
   Desde la página inicial, el lector se da cuenta de que Dragomán lo sumerge en la estructura perversa de un estado totalitario y opresivo. En ese mundo, el niño protagonista y principal narrador en primera persona, intenta sobrevivir como puede, tanto de las crisis típicas de su edad como del túrbido desasosiego cotidiano que provocan las estructuras de poder y de la violencia de su entorno: una sociedad corrompida deshumanizada debido al largo período del régimen dictatorial.
   Desde la desaparición del padre, la vida se transforma en un verdadero infierno para el niño y su madre, la puta judía según el abuelo del niño, el camarada ex secretario del partido, que la acusa de tener la culpa de la desgracia familiar, ya que sigue obcecada en no reconocer el “maravilloso” país en el que tiene la suerte de vivir. Pero este país, como acabo de decir, es sinónimo del infierno: en él, el miedo y la violencia son algo cotidiano. Los niños tienen tanto terror por el simple hecho de ir a la escuela que intencionadamente buscan romper un tobillo, o fabrican bombas como si se tratase de juguetes. Entre los adultos, no rige ninguna ley, no existe el sentido de la piedad: el entrenador de futbol emplea una máquina con balón giratorio, capaz de reventar la cabeza de los adolescentes; los obliga a entrenarse en un césped  contaminado por la radioactividad de Chernobil que arrastran las nubes. No obstante, el autor huye de los planteamientos simplistas y maniqueos en los que el estado sería el victimario y los ciudadanos sus víctimas. En la ficción de Dragomán, el círculo vicioso de la violencia es universal, un mal transversal, muy semejante al poder en la concepción de Foucault.
   Esta cultura tensa aparece suavizada por el narrador en algunas ocasiones, sobre todo debido a la estrategia narrativa elegida. Por eso mismo, la madre no le cuenta al hijo los motivos reales de la desaparición del padre; el niño descubre el sexo en una sala de cine secreta; el amor en la piel de una compañera de curso; la épica en la vorágine de una batalla en una finca de maíz con los chicos de otro bando.
   Uno de los más reseñables méritos de la novela es el hecho de que el autor sabe evitar el sentimentalismo y la sensiblería melodramática, a pesar de la carga argumental que se prestaba a caer en tales defectos. Los esquiva porque escribe El rey blanco como si de una comedia se tratase, a veces brutal, otras grotesca, paródica y caricaturesca, con grandes dosis de humor. La poética de la aspereza tiñe la novela, compuesta por dieciocho capítulos o secuencias que funcionan como una sucesión de cuadros, aparentemente desconectados e independientes. No obstante, Dragomán tuvo la suficiente habilidad para hacer que el lector encuentre de inmediato el hilo conductor que les da unidad y permite verlas como fotogramas que retratan una vida.
   
                                            
György Dragomán
                 

 Considero así mismo que la estrategia narrativa y el estilo son los apropiados para hacer visibles de forma eficaz esta sucesión de cuadros. En los primeros capítulos prima un cierto realismo descriptivo, con un fiel y efectivo reflejo de los momentos de gran brutalidad y vileza. Pero, a medida que el relato avanza, la ficción cobra mayor protagonismo, y así podemos leer  capítulos como el titulado “África”, en los que se produce una verdadera explosión del imperio de la ficción. Un ejemplo modélico es la visita a la casa del “camarada” embajador un depredador de mujeres y animales en África, donde Djata se ve en la obligación de enfrentarse en una partida de ajedrez a un autómata que provoca horror, mientas el “camarada” abusador intenta violar a su madre que le había ido a pedir ayuda. Ni la madre dulcifica el sistema, ni el niño le gana a la máquina, pero le roba el rey blanco de marfil que se convertirá en su amuleto, lo que explica el título de la novela. Y pese a que los dos terminan malheridos, conservan la vida.
   Estilo discursivo con frases largas, escasa adjetivación, sintaxis muy elemental, redundancias. Pero todo eso enteramente coherente con la forma de hablar del narrador, un niño de apenas once años que habla tal como le corresponde a su edad: un lenguaje elemental, torpe y repetitivo. Si algún pero se le puede achacar a El rey blanco, este está en la construcción de los personajes, demasiado planos e incapaces de mostrarnos el desenvolvimiento de la personalidad de los protagonistas.

viernes, 10 de agosto de 2018

DICOTOMÍA EN LA HISTORIA ALTERNATIVA DE MARK TWAIN



Un yanqui en la corte del rey Arturo
Mark Twain
Traducción de Juan Fernando Merino Peláez
Alianza Editorial, Madrid, 520 páginas
(Libros de siempre)


    

   Reconocido universalmente como fundador de la novela autóctona norteamericana, sobre todo a través de esas dos obras maestras que son Las aventuras de Tom Sawyer y Las aventuras de Hucleberry Finn, Samuel Langhorne Clemens (1835-1910), más conocido por el pseudónimo Mark Twain, adoptado en recuerdos de sus años como piloto fluvial (“marca dos” al echar la sonda), no pretendió otra cosa que ser un escritor modesto, sin ninguna aspiración de alta cultura. Sin embargo, hoy en día está considerado como unos de los grandes clásicos universales que nos ofrece la literatura norteamericana de todos los tiempos. De una de sus obras, Las aventuras de Hucleberry Finn, reconoce el mismo Hemingway que surge toda la literatura norteamericana moderna.
   Escritor de talante progresista, en sus obras que él nunca pensó que pudiese alcanzar el rango de verdadera literatura, se percibe un carácter popular, humorista, a veces corrosivo, si bien las críticas más acerbas y duras fueron arrancadas de sus escritos por su esposa. Como telón de fondo de su obra es preciso tener en cuenta la gran expansión y popularidad de la narrativa norteamericana que posiblemente alcanzó su edad de oro en el siglo XIX. Literatura en general puritana, y que sin embargo tiene en Mark Twain un perfecto contrapunto, puesto que se convirtió en un crítico radical del estilo y maneras de vivir norteamericanas, y sobre todo de la ideología que la alimentaba. Además de sus obras más conocidas -las ya mencionadas-, escribió otros libros que alcanzaron la fama. Uno de ellos es A Connecticut yankee in King Arthur’s court (1889), traducido y editado multitud de veces a los idiomas más importantes.
   En esta obra, así como en Personal recollection of Joan of Arc (1896), Mark Twain emplea el recurso del desplazamiento temporal hacia el pasado de la historia para obtener un resultado ciertamente humorístico. Un yanqui en la corte del rey Arturo está escrita con la intención de influir en las ideas religiosas y políticas, así como en los conocimientos tecnológicos del siglo XIX, a través de una ficción satírica de caballeros que se desenvuelven en el reino de Camelot.
   La novela le presenta al lector el diario ficticio de un joven norteamericano, Hank Morgan, especialista metalúrgico, que tras recibir un golpe en la cabeza, despierta trasportada hacia atrás en el tiempo, en el año 528, en los gloriosos días del Rey Arturo. Es capturado, llevado al castillo real y condenado a morir en la hoguera. Pero el americano se sirve de sus conocimientos para predecir un eclipse solar y librarse así de ser ejecutado. Sospechando que posee poderes mágicos, el Rey Arturo lo nombre ministro a perpetuidad. Con la ayuda de Clarence moderniza el reino, con los ojos puestos, no en el altruismo, sino en el negocio, como él mismo confiesa. Una empresa que no le resulta fácil  debido a la aciaga influencia de las instituciones: la iglesia y la monarquía especialmente, enemigas del progreso tecnológico y de todo aquello que suene a modernidad.
   
                                          
Mark Twain

 Una novela concebida originariamente como una sátira, si bien sus dardos cambian de destino a lo largo de la obra: comienza satirizando los tópicos románticos y los males de la Edad Media (superstición, tiranía, obscurantismo, el poder de la nobleza y de la Iglesia Católica, la monarquía absolutista), contrastándolos con los valores del progreso, de la democracia y de la tecnología, pero en una suerte de giro apocalíptico, Mark Twain, en la segunda parte de la novela, termina poniendo en cuestión la superioridad del progreso moderno y la industrialización que cavan su propia tumba porque nadie es capaz de controlar sus bases. De ahí que al final Merlín acabe con Hank Morgan. El mito de la superstición y la ignorancia se hacen con el triunfo y se sobreponen al espíritu científico.
   Así pues, un viaje en el tiempo hacia el pasado con una clara lección: la tecnología es capaz de lograr conquistas sorprendentes en múltiples campos, pero al final no es capaz de transformar la mentalidad de la gente para que se aleje de la superstición y las personas piensen críticamente por sí mismas.

miércoles, 8 de agosto de 2018

UN HOMBRE MINIATURA EN EL ANTIGUO RÉGIMEN


Memorias del célebre enano Joseph Boruwlaski,

gentilhombre polaco

Joseph Boruwlaski

Lengua de Trapo, Madrid, 133 páginas



   

    Memorias del célebre enano Joseph Boruwlaski, gentilhombre polaco es una apuesta interesante ya que nos permite conocer la historia de este célebre enano que vivió a caballo entre los siglos XVIII y XIX. Y sobre todo, explorar guiados por su mano y sus peripecias, las cortes europeas en un momento en el que el mundo se debatía entre el Antiguo Régimen y el Siglo de las Luces.

   En las cortes y en los palacios del Antiguo Régimen, era muy frecuente la presencia de estos anormales monstruos de la naturaleza, considerados, sin embargo, como una señal de distinción y exclusividad, que desempeñaba  la función de diversión para la realeza y para la aristocracia. Entre estos seres anormales, los más valorados eran los enanos siempre que sus cuerpos estuvieran bien proporcionados. Al reunir comportamientos amenos y afables, los enanos tenían el privilegio de pasearse por los salones señoriales, gozando de una vida suntuosa a cambio de proporcionar diversión a cortesanos y cortesanas. Personajes pues “de placer” -así les llamaban- que reyes y nobles albergaban en sus palacios poco menos que como juguetes u objetos de diversión.

   Con el cambio de época (paso del Antiguo Régimen al mundo burgués) los enanos verán modificado su status, no su rol. En pocos años, pasaron de vivir entre lujos a tener que ganar su sustento, mostrando sus habilidades delante de un público mucho menos opulento y refinado.

   Las memorias del enano Joseph Boruwlaski tienen el interés de evidenciar este cambio de tiempos. Lo traumático que fue para él y para sus iguales el paso de divertir a reyes y nobles, sus benefactores, a sentir la humillación de ser un espectáculo burlesco para la plebe, exhibiéndose a cambio de dinero. Esa es precisamente la razón por la que Joseph Borulawlaski escribe sus memorias: las redactó, escribe, para rendir cuentas ante si mismo de las diferentes situaciones ante las que se encontró.

   Boruwlaski nació el año 1739 cerca de Halych, en la Rusia polaca. De padres humildes y estatura media. Tuvieron seis hijos, tres de estatura normal y otros tres, entre ellos el protagonista y voz narradora, por debajo de la altura de los niños normales. Sin embargo, no padecían enanismo y estaban bien proporcionados. A los quince años fue acogido por su benefactora, la condesa Humieska que lo llevó a Viena y lo presentó a la Reina Emperatriz que lo consideró una de las cosas más divertidas que jamás había visto. Obtiene las voluntades de todos los que lo conocen aunque, a la vista de los demás, no era más que un muñeco. Despierta la misma curiosidad en Múnich y en otras cortes europeas y, poco a poco, va adquiriendo una educación amplia y refinada, hecho que provocó el celo y las venganzas de otros enanos.

   Una de las secuencias más interesantes de las memorias de Joujou -así le llamaban- es el relato en el  que nos confiesa su atracción por el sexo femenino, del que, reconoce, depende la felicidad de los hombres. Y es así como se enamora de Isaline Barboutan, una joven acogida por su benefactora. Lo relata en un episodio que ocupa buena parte de las memorias de Joujou. A  pesar de ser consciente de que su tamaño corporal es un obstáculo para alcanzar la felicidad, acaba por declararle su amor a la chica, pero no como podría hacerlo un niño. Después de múltiples rechazos, la madre de la joven da su consentimiento para la boda, sin contar con la aprobación de la hija porque el enano cuenta con la aprobación de un príncipe, y ve en el matrimonio un asunto ventajoso. Y Joujou, a partir de la boda, se verá obligado a exhibirse a cambio de dinero por distintos países de Europa.

   
                                               
Joseph Boruwlaski


   Más que lo hechos, aventuras, viajes y personalidades a las que Borulawski conoce -María Antonieta, el Príncipe de Gales y los reyes de media Europa-, las memorias de este hombre miniatura pero de gran talento, permiten que nos acerquemos a las prácticas del Antiguo Régimen, heredadas de las fiestas y entretenimientos con los viejos bufones medievales. Una época en la que el hecho de poseer uno de estos monstruos de la naturaleza era considerado un signo de exclusividad de las clases sociales más poderosas. Frente a esas prácticas, el comportamiento del protagonista, reflejado en estas memorias, es una verdadera lección sobre la igual dignidad de los seres humanos, sea cual fuere su condición física.