sábado, 26 de noviembre de 2016

ANTONIO TABUCCHI Y EMMANUEL CARRÈRE, NOVEDADES DE ANAGRAMA


   A pocas semanas de que Silvia Sesé substituya a Jorge Herralde al frente de Editorial Anagrama, aunque el fundador y director, desde hace cuarenta y siete años, de la editorial barcelonesa seguirá colaborando, apoyando sin interferir, o dedicándose simplemente a leer a Proust, el catálogo de ensueño de Anagrama sigue creciendo, sigue llenando de buenas vibraciones el día a día de los lectores en español, y desde hace años también los que leen en catalán.
   En ese empeño y voluntad de editar “libros” y desechar los “no libros”, han ido surgiendo colecciones que marcan la historia literaria de este país y de otros de Latinoamérica: “Argumentos” en el campo del ensayo, “Panorama de narrativas” y “Narrativas hispánicas” en el de la ficción. “Otra vuelta de tuerca” y “Compactos” que nos permiten recuperar obras de gran calidad, o “Anagrama compendium”, compilación de las mejores novelas y relatos editados con anterioridad por Anagrama.
   En este mes sobresalen los tres títulos de la colección “Argumentos”: Estudios del malestar. Palabras de autenticidad de las sociedades contemporáneas de José Luis Pardo; Contra el tiempo. Filosofía práctica del instante de Luciano Concheiro y La hora de clase. Por una erótica de la enseñanza de Massimo Recalcati.
   En la colección “Panorama de narrativas”, “la peste amarilla”, tal como la definió el patriarca de Planeta, José Manuel Lara, y cada vez más cercana  a los mil títulos, cuatro piezas ficcionales importantes: El gigante enterrado de Kazuo Ishguro, La Esposa joven de Alessandro Baricco, El juego del revés de Antonio Tabucchi y Bravura de Emmanuel Carrère.
   Entre esos libros que suturan por igual éxito y calidad, se encuentra la nueva traducción con material inédito en español de los cuentos de Antonio Tabucchi, editados por primera vez en marzo de 1986 -fue entonces el número 77 de la colección- y Bravura de Emmanuel Carrere. Antonio Tabucchi (Vecchiano,1943-Lisboa 2012), profesor universitario de literatura portuguesa, ha sido conocido sobre todo por sus relatos, por sus novelas y también por su producción ensayística. Enamorado de la literatura portuguesa, hasta el punto de haberse nacionalizado portugués, traductor y comentador de Fernando Pessoa, Tabucchi ha recogido en su narrativa la tendencia del poeta portugués a multiplicar los planos de la realidad, a añadir constantemente nuevas presencias, a extender las situaciones hasta el punto de hacerlas inconmensurables. Si ha habido un escritor versátil, éste es por antonomasia Antonio Tabucchi. Conocido sobre todo por Sostiene Pereira, el narrador italiano es mucho más que ese paréntesis de novelas fáciles, populares, epopeicas como la citada o La cabeza perdida de Damasceno Monteiro. Tabucchi es sobre todo el delicado y exigente refinamiento de Dama de Porto Pim, Nocturno hindú, Sueño de sueños & Los tres últimos días de Fernando Pessoa. Así como su novela epistolar, Se está haciendo cada vez más tarde y el monólogo desencantado de Tristano muere, seguramente su novela más ambiciosa y en la que el maestro italiano, el mejor escritor de su generación, trabajó doce años y que vio  la luz en la mayoría de las lenguas del mundo, incluidas las minoritarias.
   De Emmanuel Carrère, por su parte (París, 1957), es un extraordinario escritor en los últimos tiempos de novelas de no ficción como El adversario, De vidas ajenas, Limónov o El Reino, y de novelas de solo ficción de sus inicios como El bigote, Una semana en la nieve, comentadas en este cuaderno de crítica literaria. Y  podemos leer ahora en castellano Bravoure (París, 1984), igualmente una pieza que mezcla la ficción, la realidad y personajes históricos..
   Con una finalidad divulgativa, reproduzco la información que nos llega a través de las respectivas presentaciones editoriales. En los próximos días o semanas, volveré sobre estas dos piezas de ficción y ofreceré no solo información de tramas y contenidos, sino también mi valoración personal.

Francisco Martínez Bouzas


Antonio Tabucchi
Traducción de Carlos Gumpert
Editorial Anagrama, Barcelona, 2016, 183 páginas.

  «El libro más hermoso de Tabucchi y uno de los más hermosos de la literatura de estos tiempos»: así calificó el gran crítico italiano Pietro Citati El juego del revés, el libro que supuso en 1981 la revelación de la extraordinaria sabiduría narrativa de Antonio Tabucchi. Ahora volvemos a presentarlo, con honores de estreno, traducido de nuevo, revisado y reordenado siguiendo las últimas disposiciones del autor y con varios apetitosos añadidos: dos nuevos cuentos, incluidos en su momento en la segunda edición, y un tercero jamás traducido a ningún idioma, que sólo circuló en 1986 en edición limitada; una tríada que prolonga la tonalidad de un volumen ya clásico, escrito bajo el signo del temor y del asombro que produce el desvelamiento del reverso oscuro de las cosas, del insondable laberinto de la existencia.
   El relato homónimo que abre el libro puede ser considerado la piedra angular de la obra de Tabucchi, quien nos ofrece ya aquí muchos sus grandes temas: las máscaras que paradójicamente nos revelan, los vericuetos del tiempo, las voces que nos acechan desde fuera y desde dentro, el juego infinito de la literatura. Aunque todos los relatos rayan a gran altura, cabría quizá destacar el bellísimo «Carta desde Casablanca», «Las tardes del sábado», magistral cuento de fantasmas, o «El pequeño Gatsby», bajo el ala de Scott Fitzgerald.”

Bravura
Emmanuel Carrère
Traducción de Jaime Zulaika
Editorial Anagrama, Barcelona, 2016, 355 páginas.

   “De 1816 se dijo que fue «el año sin verano». La erupción de un volcán indonesio alteró la meteorología incluso en lugares tan lejanos como Suiza. Allí, en la villa Diodati, Lord Byron y sus invitados –su médico y secretario Polidori y los Shelley, Percy B. y su esposa Mary– soportaban como podían la lluvia y el frío del inexistente estío. Para combatir el aburrimiento, se retaron a escribir cada uno una historia de terror. En aquella velada, que se conoce como «la noche de los monstruos», nació el Frankenstein de Mary Shelley, y también El vampiro de Polidori.
   De los cuatro personajes, Emmanuel Carrère se centra en el menos relevante, en el paria, en el fracasado: Polidori, al que encontramos en el Soho londinense, adicto al láudano que le proporciona una joven prostituta llamada Teresa, al borde del suicidio y carcomido por el resentimiento porque cree que Byron se ha apropiado de El vampiro y considera que Shelley le ha robado una idea para escribir Frankenstein.
   Pero Polidori acaso sea un personaje manejado por la pluma de otro escritor, el capitán Walton, que está fraguando una versión alternativa de la historia de Victor Frankenstein en la que su amada Elizabeth desempeña un papel relevante. Esta versión la leerá Ann, que redacta libros para una colección de novela rosa y visita a Walton en un extraño hotel regentado por chinos. Y así se despliega un juego de muñecas rusas, una novela de novelas en la que el relato gótico da paso a la novelita rosa y ésta a la narración detectivesca y a la ciencia ficción, en una adictiva sucesión de sorpresas.

   El título, Bravura, hace referencia a una expresión francesa, un morceau de bravoure, que designa aquel fragmento de una obra en la que el creador despliega todo su virtuosismo. Y la novela es precisamente eso: una exploración de los mecanismos de la narración, una sugestiva indagación en el papel del escritor y también del lector, y sobre todo una propuesta literaria de una inventiva torrencial, que deslumbra y atrapa.”

miércoles, 23 de noviembre de 2016

LAS NEBULOSAS DE LA DESMEMORIA



Lo que olvidamos

Paloma Díaz-Mas

Editorial Anagrama, Barcelona, 2016, 163 páginas.



   Paloma Díaz-Mas (Madrid, 1954), es una narradora con una sólida trayectoria consolidada sobre todo en Anagrama. Fue finalista en el año 1983 del primer Premio Herralde de Novela con El rapto del Santo Grial. Lo ganó años más tarde, en 1992, con El sueño de Venecia.  Otros galardones, como el Premio Euskadi 2000, jalonan su carrera literaria. En la editorial barcelonesa han aparecido la mayoría de sus libros, tanto novelas como relatos autobiográficos. El pasado mes de octubre, Anagrama editaba su última entrega narrativa, Lo que olvidamos, una pieza literaria que reproduce una dura experiencia, anclada sobre todo en lo emocional, sobre el proceso de la enfermedad del olvido, vivida por la madre de la protagonista, una paciente de Alzhéimer,  y reflejada por la hija.

   Un núcleo diegético no ajeno a la obra literaria anterior de la escritora, servido especialmente en el contexto de la recreación del pasado, de todo aquello que levita entre el día y la noche de nuestra memoria, de los contenidos que, con el paso del tiempo, se derrumban y se evaporan de nuestros recuerdos.

   Lo que olvidamos es una muestra paradigmática de la narrativa confesional e intimista, centrada en torno a una experiencia familiar, y sobre el puzle vital de un político de la Transición que ya no sabe quién es, ni se recuerda de sí mismo saliendo el 24 de febrero de 1981 del Congreso de los Diputados.

   Una posible experiencia autobiográfica le proporciona a la autora los materiales para ilustrar, desde una intimidad doliente y respetuosa, el proceso de la perdida de la memoria, la enfermedad de la edad avanzada. El relato es ajeno a la visión médica de la dolencia, y se centra en la vertiente humana de un estado progresivamente más angustioso cada día para el paciente y quizás aún mucho más para sus allegados. Con desasosiego que crece a medida que pasan  las páginas, el lector asiste a una experiencia familiar que supera lo meramente anecdótico: una hija que es la voz narrativa, visita, en una residencia de la tercera edad, a su madre víctima del Alzhéimer, y por lo tanto carente de anclajes en el mundo. Allí se relaciona también con otros dolientes de la desmemoria que reclaman su ración de cariño, la afectividad de los besos. Reconstruye Paloma Díaz-Mas el proceso del deterioro mental de la madre (“un goteo de despropósitos” al principio, un entramado de mentiras absurdas, palabras inanes…) que va abriendo un abismo entre la madre y los familiares que presencian horrorizados la carrera imparable de la destrucción. La construcción sobre la marcha de una biografía ficticia y otros penosos acontecimientos acrecientan el período de estupor familiar. La confusión de su propia personalidad y el olvido del hogar les obliga a buscar una nueva vida para la enferma, también para la familia, en un hogar sustitutorio donde se harán cargo de ella. Una vida nueva ancorada únicamente en el presente, sin pasado.

   La voz narrativa entrelaza historias concernientes a la familia, a la casa de siempre, a los objetos allí guardados desde hace muchos años, historias que ya no existen para la madre doliente, pero que son muletas en los que se sustentan los recuerdos futuros. Es así como surge la historia de Pedro, otro enfermo de la residencia y cuyo rostro, treinta y cinco años más joven, ve en la portada de un periódico correspondiente al 24 de febrero de 1981. Es el mismo Pedro saliendo del Congreso de los Diputados tras el asalto de Tejero; en su día posiblemente una personalidad de la Transición. Comienza así la novela del hombre que vive en el olvido; y la recuperación de una parte importante de la historia reciente de España; el testimonio de la Guerra convertido en un puzle de historias contadas desde recuerdos borrosos; el sentimiento de incertidumbre y miedo ante la posibilidad de otra tragedia, intensamente temida durante una larga noche. Y los hombres y mujeres que hicieron la Transición condenados hoy a la amnesia individual y colectiva.

   El laberinto de los núcleos familiares -madre e hija son términos confusos para la que ha perdido la memoria de su propio yo y la de sus allegados- impulsa así mismo a la autora a bucear en los arcanos más inmediatos de la familia materna. Así recupera la figura de la abuela materna, en su niñez, en los años sufridos bajo las bombas, el final de la Guerra; el fallecimiento del abuelo.

   Relato a la vez analítico sobre el progresivo avance del Alzhéimer, y emocional que refleja especialmente el dolor de una hija ante el derrumbe interior de la madre. Con acento melancólico, la voz narrativa trae a escena sus propios recuerdos y su desmemoria, ráfagas del pasado suscitadas por la nueva relación doliente de su progenitora. La singularidad de esta novela-testimonio, escrita desde un doloroso realismo, reside sobre todo en que el acto escritural no se concentra exclusivamente en la fase en la que el deterioro de la persona ya está consolidado, sino en el desarrollo y avance de la enfermedad y en la punzante factura que proyecta sobre los familiares.

   Huelga decir que, en esta bajada a los infiernos de las nebulosas impenetrables de la demencia, Paloma Díaz-Mas huye de lo truculento, del sentimentalismo lastimero. Sin llevar la narración al tremendismo fácil, tampoco ahorra nada. Mas si algo hay que destacar en la tremenda intensidad de esta historia es el propósito autorial de subrayar la importancia de las relaciones humanas, incluso en las fases más agudas del deterioro mental.

   Todo ello presentado a veces con curiosas dosis de humor y con un estilo pulcro y sencillo, que sin embargo a veces ronda lo lírico. Un plus que favorece la intensidad emocional de una novela -muestra plausible del arte de contar- que no es patética, pero sí realista.



Francisco Martínez Bouzas



                                                 
Paloma Díaz-Mas

Fragmentos



“Ya voy a salir, pero no puedo irme así, viendo la cara de desamparo de Ángela y Carmen: tengo que besarlas a ellas también, o se quedarán desconsoladas, le dirán a la cuidadora: «Hoy ella no me besó»; no recordarán mi nombre ni sabrían decir quién soy yo, quién ha sido aquella que se marchó sin besarlas, pero sí que sabrán sentir eso que les falta: que hoy vino alguien que besó a otras y no las besó a ellas. De paso, beso también a esta otra señora sin nombre, la mujercilla de pelo blanco vestida de negro como una abuela antigua, la que está siempre inmóvil como un árbol, mirando al infinito con unos ojos que son, sin embargo, vivarachos y expresivos; vivarachos y expresivos, aunque no se sepa lo que quieren expresar. La beso también a ella, que ni lo espera ni me lo ha pedido ni es capaz de decir su nombre -por eso no sé cómo se llama-; la beso por si acaso, con un beso preventivo, podríamos decir.”



…..



“Quizás, si lograse averiguar algo sobre aquel pseudo-Pedro de la fotografía de 1981, me atrevería a preguntarle algo  a su hijo: si, de verdad, el Pedro de los puzles es aquel diputado del cual yo sé esto y lo otro. Tal vez se sintiese halagado al comprobar que, al cabo del tiempo, alguien ha reconocido a su padre, un hombre que sin duda fue importante un día, que tuvo una relevancia pública hoy ya pasada y olvidada. O a lo mejor lo que sentiría el hijo no sería halago (un impulso de vanidad por la importancia de su padre), sino alivio: alivio al saber que ese hombre que ya apenas reconoce a su propio hijo es, sin embargo, reconocible por otros. Que no todo ha pasado y que su padre no ha cambiado tanto, al fin y al cabo; que está un poco perdido, con la cabeza un tanto ida, por la edad, pero sigue siendo el mismo, tan el mismo que alguien ajeno fue capaz de reconocerlo y decir: es él.”



…..



“Estoy sentada junto a mi madre y de repente la mujer que está en el sillón de al lado me agarra  del brazo, me zarandea enérgicamente, haciéndome un poco de daño. Su mano aprisiona con fuerza mi muñeca para conseguir que la mire, que le preste atención. Y cuando vuelvo la cara hacia ella, me dice bajito, con apenas un hilo de voz: «Creo que estoy preñada.»

Veo sus ojos de susto, el gesto angustiado. Es una mujer de aspecto un tanto rudo, como una campesina antigua, y aparenta más de ochenta años. Tiene miedo. Repite: «Creo que estoy preñada», y su frase es un grito de socorro: quiere que yo le diga algo que la ayude a salir del trance, que la salve, y no sé cómo. Luego se retrae en el sillón, se apoya en el respaldo y añade, algo más tranquila pero todavía preocupada, con un anhelo de quien cree que nada grave ha pasado, que en realidad no ha sucedido el temido desastre: «No, no, no. No estoy preñada. Creo que no estoy preñada.»

En ese declarar y negar entreveo, completamente vivo, un miedo adolescente, el de la jovencita que hace mucho años, en otra sociedad y en otro mundo -en un mundo rural desaparecido, en un país tan cambiado que ya no existe-, tuvo un desliz  (así se decía: «un desliz») y temió el embarazo no deseado o tal vez realmente se quedó preñada  -así: preñada, no embarazada ni encinta; preñada como se quedan las hembras cuando los machos las fecundan, como se quedaban las mujeres del campo y las ovejas, las cabras y las vacas que ellas mismas cuidaban- y tal vez tuvo ese niño o tal vez no o quizás fue solo una falsa alarma, un retraso de unos días en la esperada regla del mes, esa cosa incómoda que de repente se volvía deseable, la menstruación aguardada con impaciencia, esperada como una salvación, recibida -si llegó- con alivio.”



(Paloma Díaz-Mas, Lo que olvidamos, páginas 8-9, 74-75, 118-119)

martes, 22 de noviembre de 2016

LOS FANTASMAS DE LA NOCTURNIDAD INSOMNE



Obra muerta
José Luis de Juan
Editorial Minúscula, Barcelona, 2016, 108 páginas.

   En la colección “Micra” de Editorial Minúscula, ve la luz una pequeña novela, o relato en formato largo, del periodista mallorquín José Luis de Juan (Palma, 1956), escritor desde los diecisiete años y autor de notables novelas como La mano queformula el deseo, El apicultor de Bonaparte o Este latente mundo.
   En el relato Obra muerta, la voz confesional de un hombre que, en ciertos momentos de su vida, pensaba al acostarse que no vería la luz del día siguiente, convierte en literatura los fantasmas que pueblan una noche insomne y que lo hacen retrotraer sobre el pasado, a la edad joven, asentado en una vida estable, pero que no era más que “obra muerta”, un símil tomado de la náutica que alude a la parte visible de un barco, que no es la de más entidad e importancia en los navíos, a pesar de las apariencias.
   El protagonista, en ciertos momentos de su vida, debido a motivos laborales, solía llegar a su casa después de medianoche y, tras conseguir alejarse de la siniestra llamada suicida de la ventana, se desliza entre las sábanas, luchando para no hacer ruido  y despertar a su mujer. Conocedor del insomnio, un estado de estupor, con los músculos en tensión, que lo estanca en el umbral del sueño, pero se niega  a abrirle sus puertas, sus sensaciones insomnes se hacen acompañar de recuerdos de escenas de tiempos pasados; incursiones oníricas que no obedecían a ninguna lógica ni a pensamientos lineales y coherentes. En ese proceso de cobrar sensaciones, aparecen personajes del pasado.
   Una noche, cuando ya habían desaparecido esos problemas para dormir y con otra mujer a su lado, vuelven los fantasmas, la vulgar tiranía de un cerebro que no descansa y recuerda nimiedades, deseos y miedos. Y sobre todo, experiencias de y con amigos conocidos en el pasado, y ya fallecidos. El primero será Pablo Romeo, quintaesencia de un capitán de barco, varado en tierra, bebedor, mujeriego y hombre del tiempo en un periódico local. Romeo había proyectado escribir una novela sobre sus experiencias, con el título de Obra muerta. Un personaje a la deriva que había barajado diversas maneras de suicidarse.
   Otro personaje que hace acto de presencia esa noche es Chris  Tango, dueño de una agitada vida amorosa, que un día deja de lado su obsesión por los periódicos y sus actividades de alto ejecutivo y se introduce en el más humilde negocio de los restaurantes, montando una red de bares en Inglaterra. Joan Delta, un pintor catalán, fallecido hace más de treinta años, carente de buena mano para las mujeres y con contagios dalinianos, será el tercer visitante de su noche.
   En deseo revive en el protagonista con la evocación de los naipes pornográficos que le regala el japonés Oskar Isumi, un estudiante de español y el único hombre con el que habría podido acostarse el personaje insomne. Amigo de juventud e igualmente fallecido años antes de que él se enterara. Y sobre todo, paradigma de una existencia que se niega  a seguir los designios de la herencia. El reencuentro, tras los remordimientos de la amistad abandonada, será en el cementerio de Google.
   Memorias difusas, trémulas, entreveradas con la ficción y que, con el paso de los años, se transforman en imágenes roídas por la polilla. Un fantasmal desfile de los amigos de otro tiempo y sus vicisitudes, unas corrientes y prosaicas, otras memorables que la pericia de José Luis de Juan transforma  en atractivo material ficcional. Experiencias vitales que parecían olvidadas, y sobre todo la muerte de los demás se transfiguran en un apetitoso cebo narrativo, en un fugaz pero vertiginoso relato. Una muestra altamente plausible de la literatura retrospectiva, alumbrada desde la oscuridad nocturna, “entre el amanecer y la noche, el presente y la memoria”, como reza la presentación editorial.

Francisco Martínez Bouzas

                                                           
José Luis de Juan
                                                             
Fragmentos

“Vuelvo a dar otra vuelta en la cama, Y cada vez que me giro de lado arrastro con las piernas el cojín azul. El insomnio es un animal oscuro con los ojos rojos como ascuas. Te mira pegado al techo mientras transcurren los minutos sin marcar de veras períodos en el tiempo. Me parece que mi respiración se detiene y que el corazón no late, o late demasiado despacio. Casi tengo miedo de dormirme, porque en ese caso ya no podría vigilar mi aliento ni mi ritmo cardíaco . No quiero despertar a Juliet. Ella respira apretada a mí de un modo profundo y de vez en cuando emite un silbido tenue al que siguen movimientos bucales como si fuese a hablar y no pudiera. Apenas me atrevo a moverme, o más bien es como si no tuviera espacio para moverme en realidad.”

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“Desde esta cama que pende sobre el abismo de mi edad, como si no hubiera nada debajo, veo a Joan Delta a los dieciocho años. Un joven artista con melena a lo Jimmy Hendrix, gafas de miope  y tez blanca llena de granos, que ha estado varias veces en casa de Dalí. De hecho pinta como Dalí, es un buen dibujante, preciso y seguro. Conservo una muestra de ello, un dibujo a bolígrafo de diseños psicodélico que debió de hacer en las tediosas clases de Derecho Canónico. Le veo extender en el suelo un largo rollo de papel de estraza en el que va  a pintar un mural de gran tamaño para el piso de las demoiselles de la calle Amigó, así lo llamaba. Va a representar a las tres chicas que viven allí bajo formas animales, dos de ellas, y la otra con la cara furiosa de una bruja, y en segundo término pintará el perfil de un hombre, que nunca sabré si soy yo o él.”

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“Juliet me ha dicho muchas veces que la despierte si no puedo dormir, pero a mí me parece un sacrilegio. Me dice que le gustaría despertarse a causa de mis embestidas y yo juro que cualquier noche voy a hacerlo. Hablo de ello y me excito. Pero nunca lo hago. Nunca lo he hecho en estos años. Si Juliet hubiera estado a mi lado cuando barajaba aquellas cartas ni ella ni yo hubiéramos dormido, de tantas tardes y noches ocupadas en el juego, intentando llegar a las lejanas fuentes del deseo atravesando junglas y manglares.”

(José Luis de Juan, Obra muerta, páginas 45-46, 59-60, 66-67)

domingo, 20 de noviembre de 2016

"NEFANDO": EN LAS ENTRAÑAS DE LO ABOMINABLE



Nefando
Mónica Ojeda
Editorial Candaya, Avinyonet del Penedès (Barcelona), 2016, 206 páginas.

   Candaya, un sello editor muy selecto, con una especial sensibilidad para captar la buena literatura, esa que supera con creces la narrativa o la lírica golosina, con empatía por lo que se escribe en Latinoamérica, abre las puertas a la narradora y poeta Mónica Ojeda (Guayaquil, 1988) que nos sorprende agradablemente desde el punto de vista escritural con Nefando, un convite literario inquietante, pero rebosante de buena y vanguardista literatura, que se atreve a explorar los límites del lenguaje ante determinadas e inquietantes experiencias del dolor y del placer. Y algo más, porque, por encima de ese acto registral que es la esencia de la novela, Mónica Ojeda entiende la literatura - son sus palabras- como un intento de imaginar lo que hay más allá de nuestro reducido campo de experiencias. El resultado: una novela no apta para mojigatos, pero plato regalado para esa especie de lectores capaces de mirar lo que potencialmente nos puede incomodar, aquello que, como la pornografía infantil, el incesto, lo abusos sexuales, ciertas filias, la violencia en sus distintas versiones, tienden  a repeler o esquivar las personas que se consideran normales.
   En un durísimo relato, Mónica Ojeda presenta a seis personajes, jóvenes veinteañeros, que comparten piso en Barcelona, cada uno con inclinaciones muy particulares (escritura pornoerótica, hacker, mutilaciones corporales…), estigmatizados por oscuros sucesos de los que fueron víctimas en su niñez. La hostilidad del mundo empezó para todos ellos en su propia casa, y esas devastaciones los irán configurando, reconoce en las páginas finales uno de ellos. Artífices de un videojuego on line que difunde contenidos extremados que basculan entre lo poético y la monstruosidad inmoral, y que cuelgan en la Deep Web. La novela, en cada una de sus secuencias y con diversos registros lingüísticos, intenta hallar el lenguaje apropiado para enfrentarse a lo abominable, a lo repulsivo,  a las profundidades abisales más lóbregas de los seres humanos.
   La autora teje Nefando desde el fragmentarismo; con una arquitectura compositiva compleja, pero talentosa y muy productiva para este tipo de narrativa: varios de los convivientes en el apartamento barcelonés refieren, con relatos autónomos o con entrevistas, el origen y el porqué del videojuego Nefando, diseñado por tres hermanos ecuatorianos y subido a la Deep Web con la ayuda de El  Cuco Martínez, un hacker y diseñador autodidacta de vídeos. Nefando surge de una idea extraña, utiliza imágenes escalofriantes y pretender hacer de la mierda algo lúcido. Así mismo, dentro de la novela se incrusta otra novela: una pornonovela hype, cuyos tres capítulos, repartidos a lo largo del libro, son de la autoría de Kiki Ortega, una chica mexicana que convive en el piso.
   A través de la coralidad que le da forma  a la trama, nos vamos sintiendo no solo incómodos, sino incluso aterrados por las experiencias que nos transmiten estos personajes frágiles y extremados: las primeras experiencias amorosas y sexuales de El Cuco con su primera novia, tan facha como su padre militar que abusó de ella cuando era niña; los deseos sexuales hacia el compañero a los doce años; experiencias corporales sadomasoquistas; la devoción por el placer del cuerpo lesionado/humillado, la entrega al BDSM; sexo entre adolescentes, pederastias brutales. La violencia del instinto sexual del depredador; relaciones incestuosas de padres con hijos y de hermanos entre sí. Violaciones en el seno familiar que los ecuatorianos hermanos Terán muestran con entusiasmo porque habían aprendido a lidiar con el pasado y no se consideraban víctimas; vídeos de personas autolacerándose o automutilándose; zoofilia, bestialismo, sadismo sobre  animales. Pero al fin y al cabo, como reconoce uno de los personajes, no hay erotismo que se niegue al horror; el erotismo es violento como la naturaleza y también lo revulsivo merece ser articulado, y para ello alguien  debía ensuciarse en el lenguaje, aunque hay ciertas experiencias, tanto de dolor como de placer en las que el lenguaje solamente se queda en los aledaños. Solo encarnándolo se llega  a saber cómo es el dolor ajeno.
   Todo esto son testimonios y experiencias al margen del videojuego Nefando. Del mismo, eliminado pronto de la red, únicamente sabemos lo que era a través de la recopilación de posts y crónicas de diversos gamers. En esta parte de la novela, la autora abandona cualquiera concesión y nos enfrenta de nuevo con el horror: zoofilia, sadismo sobre animales, necrofilia, pornografía infantil… Un videojuego abominable alojado en la Deep Web, la internet profunda, oculta e invisible de la que, según El Cuco Martínez, se puede aprender mucho, porque todos los problemas sociales y humanos de nuestro mundo tienen su correlato en la red oculta: robo, pederastia, pornografía, narcotráfico, crimen organizado, sicariato, cibercrimen, explotación sexual, documentación falsa, secretos de estado, paquetes de virus… Un verdadero inframundo que constituye más del 90% de todo el contenido de internet, invisible, amparado en el  anonimato, ya que esos contenidos no están indexados a los motores de búsqueda. ¿Dónde queda la humanidad de las personas? En otra moral como se responde en una de las entrevistas.
   La novela es un navajazo  que hace aflorar las profundidades más abyectas del ser humano, la esencia de la aberración. La autora, experta en la literatura pornográfica latinoamericana  durante las dictaduras, pone en las manos lectoras una obra incómoda, pero a la vez luminosa. Y lo hace con valentía y oficio, suturando con pericia los múltiples mosaicos-fragmentos que tienen vida propia  en la novela. Con una amalgama de registros lingüísticos con los que revela y se ajusta al origen de los protagonistas. Y una gran versatilidad narrativa, con componentes metaliteraios e intertextualidad; pensamientos profundos que verbalizan algunos de los personajes. Reflexiones no banales sobre la existencia humana y el ánfora oculta de nuestros deseos. Para muestra, un botón: “La erradicación final de la animalidad -esa que obliga a hombres y mujeres a afrontar el lado salvaje y violento de sus deseos- era simultáneamente utopía y distopía” (página 50).

Francisco Martínez Bouzas

                                                
Mónica Ojeda

Fragmentos

“A lo que voy es que muchas cuestiones que consideramos perversas se pueden volver sublimes, para algunos, en el arte de la iconografía cristiana, y para otros en obras literarias o plásticas o perfomáticas. Santas como Margarita María Alacoque, con la escusa de tener éxtasis místicos, comían vómito y mierda de enfermos, o incluso su propia mierda. María Alacoque sentía que  a través de este tipo de actos Dios le hablaba y entraba en ella. Estaba convencida de que por el tormento de la carne accedería a la santidad, a un estado cercano a la divinidad, y esto, no nos confundamos, le producía placer. Y ahora te estarás preguntando, ¿cómo puede un cuerpo torturado sentir placer? (…) El placer no está en las heridas de la carne, sino en la idea de las heridas de la carne, en su significado, ¿y cuál es su significado? te preguntarás, pues el de la absoluta entrega, el de la completa sumisión. Para las santas que se infligían todo tipo de castigos físicos no había nada más excitante que sacrificar su cuerpo por su amor: amo y señor (…)
En la religión cristiana hubo BDSM mucho antes que Sacher-Masoch escribiera La Venus de las pieles,  pero todo esto es sólo considerado perverso cuando no está vinculado a la religión cristiana. ¿Qué diferencia hay entre una santa mística y una mujer que le pide a su pareja que le eche cera caliente en la espalda y que le meta el puño por el culo? Tal vez la diferencia entre ellas radica en que la santa mística, como los crucificados en semana santa, es capaz de autodestruirse para alcanzar su éxtasis, mientras que muchas mujeres y hombres BDSM tan solo juegan a que se entregan.”

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“Durante el segundo semestre del curso, Diego y Eduardo creyeron notar que el profesor de Educación Física tenía una inclinación especial hacia ellos. Cuando hacían sentadillas, corrían por el campo de fútbol o jugaban al baloncesto, él los observaba de una forma peculiar, como si quisiera atravesarlos con un lenguaje de expresiones silentes y taciturnas. Una noche lo siguieron al interior del bosque que cercaba el lado oeste del colegio. Llevaba consigo a un pequeño y escuálido alumno de primer año que temblaba igual que una lavadora. El chico usaba una pijama limpia que se parecía a la luna (…) Se introdujeron en el bosque hasta que la oscuridad se les metió en los pulmones como un torrente de agua sucia. Entonces el profesor se detuvo y tomó al chico de primero de la cadera para bajarle el pantalón hasta los tobillos. Diego y Eduardo escucharon,  entre el ruido de los insectos nocturnos, los ruegos del niño que sollozaba: «Por favor, no», decía. «Por favor, no». El profesor se arrodilló frente a las nalgas del muchacho, redondas y aduraznadas, las apartó con sus manos Kingman y metió su lengua babosa, del tamaño de una culebra, en el ojo ciego (…) Unos minutos más tarde, después de escupir y untar de saliva el ojo ciego de su amante, el profesor le hizo ponerse en cuatro patas y, antes de penetrarlo de una sola embestida, tomó un puñado de tierra con sus manos Kingman y la estrelló contra la cara húmeda del chico.”

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“¡Si supieras todo lo que hemos estado leyendo!, le dijo Cecilia, podríamos escribir una novela mejor que la de Kiki a partir de las historias que pululan en los foros. Narrar nuestros horrores, ¿para qué servía la ciencia si no era para narrar nuestros horrores?, pensó El Cuco, ¿para qué servía la tecnología si no era para narrar nuestros horrores? ¿Para qué servían los lenguajes, los gritos, las teclas, los pozos si no era para narrar nuestros horrores? El deseo de decir el deseo no se mitiga hablando, le dijo una vez Emilio, a veces tenemos que hacer y dejar que lo hecho pronuncie nuestro vértigo. Te necesitamos para crear Nefando, le dijo Irene con una sonrisa delgada. Las luces del auditorio se encendieron.”

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“Veo a Ely. Tiene siete años. Su padre le sirve su esperma en una cuchara de palo. Veo a Jenny. Tiene diez años. Su collar de púas parece una planta en medio del paisaje de cuerpos que se destiñen. Veo a TommyG. Tiene trece años. Veo a su padre ordenándole que le lama el pene a un perro. Veo a Landa. Tiene siete años. Veo a Elizabeth. Tiene quince años. Las veo ayudando a su padre  a violar a su hermana pequeña, Mandy, que llora enrojecida en el balde de una camioneta negra. Veo a Maryanne. Tiene cinco años. Le mete el puño a su padre en el culo con los ojos cerrados. Veo a Pae. Tiene cuatro años. Su madre le introduce la lengua en la vagina y el dedo índice en el ano. Veo a Veronika. Tiene doce años. La veo penetrada por su padre y su hermano al mismo tiempo. Veo todo lo que ha sido consumado. Veo a papá meneándosela con los videos. Veo sepulcros de risas, llanuras de miedo. Polvo. Viento. Veo mi necesidad de contar que veo paisajes de cuerpos que destiñen el color todas las noches. Veo un montón de cuerpos que son el mío: lo único. Dientes.”

(Mónica Ojeda, Nefando, páginas 35-37, 55-56, 106-107, 127-128)