Luisgé Martín
Editorial Anagrama, Barcelona, 2016, 272 páginas.
A los quince años, tal como
confiesa el autor, Luisgé Martín se arrodillaba y le pedía a Dios que le
gustaran las mujeres, “que en mis pensamientos impuros solamente hubiera
chicas”. Es el arranque sin cortapisas de esta autonovela que trabaja con las
técnicas de la ficción la propia historia personal. El escritor añade que, en
esos momentos cuando no le quedó ninguna duda sobre su condición homosexual,
prometió solemnemente que jamás lo sabría nadie. Sin embargo, en el año 2006,
se casó con un hombre ante un buen número de invitados, sin excluir a sus
amigos de infancia. Pero eso es otra historia, mejor dicho biografía que poco
tiene que ver con la autorreferencialidad del yo propia de la autoficción. Y es
ficción, mal que le pese al autor, porque, tal como él mismo confiesa, en el
libro hay cosas de su pasado idealizadas.
El amor al revés es ciertamente ficción, pero
también la segunda gran traición del juramento del autor, que brota de la
urgencia de llenar de sentido ese largo y penoso episodio de su existencia. Y
es, sobre todo, un sincero libro confesional “un inventario de arrepentimientos
y mentiras”, que a la par de otros libros de su autoría le ahorró muchos
psicólogos y le ayudó a ahuyentar el suicidio, pero únicamente porque no
conocía ningún modo de suicidio para cobardes. Todo ello, fruto de la educación
clerical en un colegio madrileño en el que los curas, como en tantos otros
colegios y sobre todo en internados -también desde los púlpitos se siguen
diciendo barbaridades-, se sentían responsables de administrar la sexualidad de
alumnos y alumnas.
Con esa promesa del secreto guardado durante
toda la vida, comienza la existencia de un adolescente en el primer
postfranquismo del año 1977, una época
de una educación restrictiva en la que la homosexualidad, si bien ya no era un
delito de vagos y maleantes, seguía siendo considerada una enfermedad, un tabú,
a veces cool, en el que primaban las
apariencias. Hasta en el estilo de fumar
había que revestirse de una masculinidad postiza, fumar con “gestualidad
bogartiana existencialista”.
El tránsito de la “metamorfosis inversa a la
kafkiana de Gregorio Samsa” para convertirse en ser humano que es capaz de
aceptarse a sí mismo, será largo y tortuoso; repleto de cenagosas y plomizas
obscuridades. Pese a no sentirse nunca acosado por causa de su homosexualidad,
el autor siente muy pronto el espanto de la “enfermedad” que lo convertía en
monstruo, sin que las oraciones a Dios para que le otorgara la dicha de ser un
chico normal al que le gustan las mujeres, diese resultado. Son años de
máscaras, de ocultamientos, de silencios, disfraces, de sentimentalidad enigmática, muchos miedos, pero también de
desnudamiento de la cucaracha.
Mas,
a pesar de las idealizaciones, Luisgé Martín lo cuenta todo en un relato
escrito desde las venas y las vísceras: el aire fétido del colegio de curas
progres; el primer enamoramiento de un compañero. Es entonces cuando empieza a
sentirse un niño cucaracha, pero, por miedo a
ser descubierto, se empeña en no tocar la carne desnuda, permanecer
virgen. Pronto, sin embargo, advierte la inutilidad de su propósito, y a pesar
del terror a ser desenmascarado, va a
los urinarios. No cejará de contravenir las leyes de la naturaleza, aunque
realiza terapias conductistas para ser capaz de amar a las mujeres, terapias
que solamente atacan la superficie del “mal”. Aceptará finalmente su suerte y se
sumerge en las ciénagas morales tales como se consideraban en aquellos años: la
sexualidad torcida, correrías por bares, cines frecuentados por gais a la
espera de ser cazado, por las catacumbas del barrio de Chueca, “en busca de
aventuras, amores y quimeras”. Amores efímeros que le despiertan la urgencia de
encontrar un novio que le aleje del zangoloteo sexual de los homosexuales. Y en
efecto, se enamora de muchos hombres, aunque solo llegará a amar realmente a
tres. El último y definitivo con el que se casó en 2006. Un matrimonio con el
que se cierran los años de cucaracha y la cacería sexual. Un final feliz
aunque, fiel a los desenlaces de su narrativa, el autor no tiene reparos en
confesar que, “si es feliz”, no es todavía el final.
El
amor del revés es un libro basado en la verdad. Escrito con la necesaria
crudeza para hacerles ver a los lectores que la vida de los homosexuales es
equiparable a la de los salmones saltando cascadas, esquivando remolinos,
luchando a contracorriente (página 271).
Memorias morales teñidas de ficción que retratan de forma lúcida sobre todo el
infierno que, en los años 70, 80 y 90, sufrían aquellos y aquellas cuya
sexualidad se desviaba de la inclinación sexual hacia el sexo opuesto. Relato
memorialístico ajeno a imposturas, pero también a sordideces, basado en buena
medida en el diario del autor en aquellos años. Con algún exceso lacrimógeno
ante los amores no correspondidos. Indiferencia ante los que se “alzan en la
nada” (Cortázar). Todo ello acompañado de lo que se ha llamado una buena razón
literaria: narración a tumba abierta, mas escrita con una prosa de gran
calidad, repleta de matices y muy coherente con un tema tan vital como
complejo.
Francisco
Martínez Bouzas
Fragmentos
“Fue
en aquellos días cuando comencé a rezar para pedirle a Dios que me permitiera
enamorarme de una chica, que pusiera en mis fantasías, como en las del resto de
mis compañeros de clase, el cuerpo desnudo de mujeres lujuriosas. Nunca fui
beato, pero había recibido una educación católica que me hacía creer en ese
poder mágico de las oraciones: si había fe y cercanía a Dios, cualquier deseo
piadoso –y éste sin duda lo era-sería concedido. Si le pedía con humildad a
Jesucristo que me liberara de un mal, el mal desaparecería.”
…..
“Yo
había soportado la terrible mutación hormonal con un ascetismo admirable. Me
masturbaba sin descanso, rabiosamente, pero había sido capaz de ver pasar los peores años de la exaltación
corporal sin tocar a nadie, satisfaciéndome a mí mismo con fantasías delirantes
y con juegos obscenos sublimados. En los lóbulos del cerebro, sin embargo, iban
quedándose poco a poco restos de esperma que corroían la pureza de mis
creencias. Renovaba con frecuencia mi compromiso de no hablar jamás con nadie
de lo que sentía, pero cada vez lo hacía con menos convencimiento y trataba de
encontrar ardides o disculpas para burlarlo. Fue entonces cuando empecé a ir a
los urinarios.”
…..
“Me
queda la memoria desvaída de algunos rostros pintados en gris y de algunos
episodios nebulosos. Un estudiante de provincias guapo y musculoso me citó en Moncloa y me
explicó que él era esencialmente heterosexual, pero que en ocasiones había
imaginado a hombres desnudos y quería saber cómo funcionaba el engranaje de ese
mundo. Era aún más inexperto que yo -o eso fingía- y hablaba siempre en sentido
figurado. Dimos vueltas retóricamente a las hipótesis que él planteaba (yo con
la paciencia que me requería el deseo) y luego fuimos a su apartamento de
estudiante, que estaba en la misma calle en la que yo vivo ahora. Fornicamos
con impericia, pero yo regresé a casa satisfecho. Nunca volvimos a vernos.”
…..
“Las
mejores predicadoras del machismo, como se sabe, han sido algunas mujeres, y
los mayores paladines de la homofobia han sido, a lo largo de la historia, los
homosexuales, instruidos en creencias ponzoñosas que, proclamadas por ellos,
transmitidas de su propia voz, acreditaban más ferozmente las acusaciones de
los inquisidores. Este libro es, en cierto modo, el inventario de mis
arrepentimientos, de las mentiras que acepté con mansedumbre. Algunos
deterministas creen que la libertad no existe, que actuamos siempre de la única
manera que podemos hacerlo tomando en consideración nuestro sistema nervioso,
nuestro entorno cultural y las circunstancias exógenas del mundo. Si es así,
nunca hay culpa y el arrepentimiento es sólo un acto ficticio. Pero si no es
así, si queda al menos un margen de conducta guiada por la razón o por el
albedrío, el arrepentimiento se convierte en un gesto e dignidad. En cualquiera
de los dos casos, sin embargo, ese arrepentimiento, si es público, resulta provechoso
para el futuro de los otros, de los que aún no han escuchado las mentiras.”
(Luisgé Martín, El
amor del revés, páginas 20, 64-65, 138, 183-184)
Bien comentado.
ResponderEliminarExcelente comentario Francisco, hace tiempo que no te leía, tu estilo me parece muy pulcro, tu comentario muy atinado; aunque no he leído el libro, estoy segura que es muy acertado. Tus comentarios invitan a leer!
ResponderEliminarUna excelente reseña querido Francisco, una obra fuera del moralismo convencional donde nos revela la lucha interior por la atracción hacia el mismo sexo, algo que hoy en día ha ganado parte de su batalla milenaria. Gracias, un gusto disfrutar de tus siempre atinada invitación a la lectura. Un abrazo.
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