jueves, 29 de diciembre de 2011

GUILLERMO FADANELLI, LA "LITERATURA BASURA" Y ALGO MÁS

GUILLERMO FADANELLI: LA “LITERATURA BASURA” Y ALGO
MÁS
La otra cara de Rock Hudson
Guillermo Fadanelli
Editorial Anagrama, Barcelona, 142 páginas

Comprré  un rifle
Guillermo Fadanelli
Editorial Anagrama, Barcelona, 140 páginas
(LIBROS DE FONDO)



Guillermo Fadanelli es un escritor que, según sus propias palabras, alcanzó la fama por ser un cabrón de la Chingada, la Santa Patrona de México. Nació hace cuarenta y ocho años en la capital azteca y ha publicado cuatro novelas y numerosos relatos. Desde círculos subterráneos dirige la revista Moho, un producto sopechosamente pop aderezado con ideas nihilistas. La casa editora española que  editó  dos de sus últimas obras, certifica que  además de haber colaborado en fanzines, conocidas revistas y periódicos undeground y mantener en el anonimato los premios  recibidos ya que considera que se trata de una suma de malentendidos, ejerció empleos memorables como vendedor de bienes raíces, arriero, vendedor de árboles navideños en una esquina de Nueva York y dependiente de una pastelería en Madrid.
Pero sobre todo Guillermo Fadanelli es el más consumado “autor-basura” de la literatura mexicana. Un escritor que, con árido y descarnado realismo, está dibujando una pavorosa geografía del México actual, sin concesiones y desde una brutal clarividencia que no está reñida con la ironía y con el humor liberadores.
En su libro de relatos, El día que la vea la voy a matar, encontramos muestras inconfundibles de esta literatura – basura: relatos repletos de vagancia y de cinismo, pero muy divertidos. Como muestra, el intento de explicarle lo que es el postmodernismo  a una prostituta que compra  hot dogs en un puesto callejero. Con Lodo, seguramente su novela más conocida, Fadanelli tiene la oportunidad de entrar en contacto con la irreverencia por medio de una escritura asfixiante, redundante. Es la voz de un cínico que nos presenta a un personaje emblemático: Benito Torrentera, un agotado profesor de filosofía, semicalvo, cincuentón y de abdomen muy poco atractivo. Un verdadero ser anónimo en contacto permanente con el vacío y al que un conjunto de frustraciones convierten en un viejo prematuro. Son las frustraciones del existencialismo con acento mexicano. Este personaje vive sin preocupaciones hasta el día en que en su vida entra una hermosa analfabeta que lo saca de su decrepitud autocomplaciente y Benito Torrentera toma la más desatinada  decisión de su vida: esconde a una asesina a cambio de disfrutar de los favores sexuales de su cuerpo. El profesor Torrentera abandonará la filosofía para seguir a la joven ratera y asesina por los pueblos mexicanos, escenario de una serie de situaciones que se convierten en homenaje al género road movie. En las intenciones del autor, Lodo es el plausible intento de escribir una antinovela en la que el núcleo argumental sería lo que no aparece delante de nuestros ojos, en la mejor tradición de la más reciente novela negra norteamericana.
Fadanelli tiene el convencimiento de que, en los nuevos ámbitos literarios, ya no es posible ser un simple contador de historias. Su gran obsesión es hacer de los libros objetos peligrosos. Con relación a esta obsesión, el autor repite con frecuencia la frase del escritor Phillipe Sole: “hay que hacerse expulsar de todos los lados”. Y para lograrlo, nada mejor que la postura romántica y de anarquismo literario que Fadanelli defiende en la que incluso está permitido que la última novela de un autor traicione por completo  a la anterior.
Sin embargo, y como ocurre con la mayoría de los escritores, Fadanelli también evolucionó a partir de su novela La otra cara de Rock Hudson, que ahora nos ofrece el sello Anagrama. El autor deja atrás la literatura – basura (desvergonzada pero honesta) para escribir una narrativa mucho más estructurada, pero a la vez más propicia al truco.
Lo que escribe Guillermo Fadenelli, al que su editor Jorge Herralde considera uno de los escritores mexicanos actuales más arriesgados y personales, sirve para mostrarnos la verdadera cara del actual México, un país que no solamente es Chiapas o ciertos paraísos turísticos, sino también un mundo tremendamente agitado, un hervidero que amalgama violencia, desenraizamiento, hedonismo y corrupción. Este México amargo pero real es el que retratan los dos volúmenes firmados por Fadanelli y que puso en el mercado Anagrama. La otra cara de Rock Hudson, novela que en 1998 obtuvo en México el Premio Nacional de Literatura, y Compré un rifle, una selección de los relatos más representativos del escritor.
Con ocasión de la aparición de un libro de Fadanelli, escribió el periodista Sergio González Ramírez: “En la literatura, por fortuna, existen muestras de cómo se puede confrontar la decadencia. Una de estas consiste en conseguir su minuciosa tarea destructiva, en particular, en el ámbito de lo inmediato”. Para el crítico y periodista, Fadanelli es un ejemplo exquisito de esa perspicacia que le permite ver más allá de una atmósfera cultural repleta de un optimismo que parece sospechoso, caracterizado por los gestos voluntaristas, el desplante mediático y el lenguaje de la podredumbre que fermentan y expelen sus humores antes de extinguirse. Frente a este clima opone Fadanelli la agudeza y la memoria ejercidas desde el ámbito de lo cotidiano.

Guillermo Fadanelli

Los dos libros que ahora tenemos ocasión de leer en esta orilla del Océano, son una fiel imagen de la vida que se desenvuelve en las calles de la ciudad de México. Por su páginas transita una verdadera fauna de toxicómanos, vagabundos, perezosos, adolescentes nihilistas, prostitutas. Personajes como aves de rapiña, astutos administradores de la miseria, dueños de putas, distribuidores de droga. También delincuentes como Johnny Ramírez, hijo de la pobreza y de la violencia cotidiana que se rige por la moral de las calles e imagina la vida de sus víctimas como un ligero paseo fuera del sepulcro y a  si mismo como el encargado de avisarles del fin del paseo. Como el cartero que lleva una mala noticia de la que no es responsable.

A través de un realismo descarnado, sucio, duro y sin concesiones como debe ser el verdadero realismo, de dibujos realizados con pinceladas fuertes y arriesgadas que ponen en escena personajes definidos más por sus actos que por sus pensamientos y emociones, Fadanelli introduce al lector en un proyecto original y muy ambicioso: mostrarnos el lado natural y obscuro de los comportamientos mediante el mero registro de los hechos. La apatía, el vacío, la sordidez, el humor helado y letal, el hedor, la pestilencia se convierten así en la marca de la escritura de Guillermo Fadanelli que no puede dejar indiferente a los lectores.

Francisco Martínez Bouzas
  

lunes, 26 de diciembre de 2011

"LOS AÑOS DEL VERDE OLIVO", DONDE FLORECEN LAS UTOPÍA Y HABLAN LOS FUSILES

Los años del verde olivo
José Picado Lagos
EUNED, San José, Costa Rica, 2010, 61 páginas.


Lo recordaba Lolita Bosch en el año 2009: desconocemos casi por completo lo que se escribe en otros países hermanados por la lengua. Apenas existen vislumbres poéticos o narrativos que superen los horizontes nacionales. Vivimos sin esa ansiada globalización literaria entre países hermanos y hermanados por el idioma y por una buena parte de la misma tradición cultural. La literatura centroamericana es prácticamente invisible tanto en España como en otros países latinoamericanos. Los canales para la distribución bibliográfica no existen o están clausurados. De uno de esos países, Costa Rica, me llega a través de una mano amiga, Los años del verde olivo, un pequeño libro publicado por una editorial estatal costarricense, con el que debuta en la literatura José Picado Lagos, brindándonos su experiencia vital en las luchas antifascitas, liberadoras del continente.
Y hoy me siento honrado por traer a esta página la obra literaria de un hombre, sobre todo de acción, de un luchador en las mil batallas y empeños liberadores en Nicaragua y en El Salvador. José Picado Lagos es en si mismo y en su peripecia vital, un relato, un macrorrelato en el que la realidad supera a la ficción. Ausentes sus años vestido de verde olivo de las referencias oficiales, incluso de las digitales, el amigo costarricense Ronald Bonilla me introduce  -mi voz vicaria hace los mismo con relación a los lectores- en el peregrinaje existencial de José Picado Lagos, un incansable luchador desde 1970 contra ALCOA, organizando a los pobres de Chacarita en Puntarenas,  a los sindicatos campesinos, luchando como Segundo Comandante de la Brigada Internacional que ingresa en Managua junto con Edén Pastora. Combatiente más tarde del Frente Farabundo Martí por la Liberación Nacional de El Salvador. Pero no solo lucha con el fusil y las granadas, sino también en labores de alfabetización e integración social, labor que continúa ahora en su país natal, Costa Rica. Este es el perpetuo luchador en busqueda de esa orilla liberadora “donde florecen las utopías” que soñó y sigue soñando con Martin Luther King, Camilo Torres, con El Che, Sandino o Jac Palac.
Los años del verde olivo, una colectánea  de cinco relatos, está escrita desde el futuro como “testimonio de alguien que combatió” en la guerra contra la tiranía, pero con la ametralladora ardiendo todavía de deseo. Cinco cuentos que son retazos de la historia centroamericana de los años 70 y 80. Como telón de fondo, “espacios de nostalgia”: Las Segovias, montañas asentadas entre el mito y la magia, donde crecen rústicas margaritas silvestres; La Vía del Transito, el lago-río morada de filibusteros; los frescos y solitarios parajes de Masaya.
 La técnica narrativa: relatos hilvanados desde los hilos del recuerdo, que recuperan la memoria histórica que en Centroamérica tejieron otros hilos: los de la rebeldía e insurgencia revolucionaria contra los tiranos. Relatos testimoniales y escritos en primera persona, con una escritura sencilla, huyendo de artificiosas solemnidades y con un común leitmotiv: la participación de los internacionalistas costarricenses en la revolución sandinista y en el posterior combate contra la Contrarrevolución.
“La Vía del Tránsito” inaugura el libro. Mezclando ficción y realidad, relata la voz narradora -alter ego del autor- el asalto, con la participación de revolucionarios costarricenses, del puerto lacustre de San Carlos, que fue el pistoletazo de salida de la vía insurreccional en Nicaragua. Posiblemente el relato refleja fielmente los hechos, excepto el sorprendente final, porque, como diría o mejor dicho escribió Gabo, es preciso vivir para contarla. En “Asalto al cielo” asistimos al inicio del odio a la Guardia somocista y  a la conversión del protagonista, casi sin darse cuenta, en militante del  FSLN,  a su participación en el hostigamiento al cuartel de Masaya, a su clandestinidad, a la toma del Palacio Nacional de Nicaragua, en la Operación Chanchera, bajo las órdenes del Comandante Cero (Edén Pastora) y la Comadante Dos (Dora María Tellez). Relato de hechos históricos que cambiaron el rumbo de Nicaragua. En “La guerra es de colores” presenciamos el arranque del Frente Sur, con el ataque y toma de Peñas Blancas. “El Gato Peña” es un relato escalofriante en el que el protagonista ejecuta la sentencia de muerte contra varios guardias somocistas, asesinos y violadores. Es sin duda la más dramática de las prosas de José Picado Lagos ya que termina con el cumplimiento de la venganza, porque en las guerras la piedad también es una utopía.
El relato más literario de la antología es, en mi opinión, “Los años del verde olivo” Un grupo costarricense combate al lado del Ejército Popular Sandinista a la Contrarrevolución. La voz relatora es, en este caso, la de una mujer, homenaje, sin duda, a todas las mujeres que en Centroamérica lucharon y luchan contra los tiranos. Forman la Brigada Mora y Cañas, una escuadra “pura vida”.
José Picado Lagos fabula para todos aquellos, hombres y mujeres, que en Centroamérica dieron y siguen dando la vida por la libertad. Sus relatos nos sumergen en una ficción que es la realidad de estos países y lo hace -y se lo agradecemos- con los localismos orales del español de Centroamérica. La hermandad idiomática nos permite disfrutar de aquellas expresiones (“estaría jefeando”, “pangueros, “humazón”, “sangrerío”, “rengueo”, “chavalo”, “vergeo, “sabemos en puta”…) que enriquecen la lengua común y expresan su rica diversidad y dinamismo,

Francisco Martínez Bouzas



Fragmentos

“Un silencio pasado rodeó la panga y a sus ocupantes. El compa encargado de amarrar los mecates continuó con su tarea, sin encontrar ninguna resistencia de parte de los sobrevivientes y, cuando terminó, me lo hizo saber con una seña.
El resto ya se lo pueden imaginar. La sentencia de muerte fue cumplida. Los guardias escogieron lanzarse al agua para no recibir un tiro en la cabeza y se fueron lanzando con la misma cadencia que el pescador tira las boyas de señalización de su trasmallo. Todos terminaron en el fondo del lago, arrastrados por las grandes piedras y, posiblemente, de sus cuerpos se sirvieron los tiburones: los únicos tiburones de agua dulce del mundo. (…)
Y le dije a mi padre, el Gato Peña:
-Gato, cuando me enteré en abril del año pasado, que una patrulla de la genocida había llegado a buscarme en la casa que tenemos en Papaturro y que, al no encontrarme, lo habían sacado a usted, para tirotearlo en media calle y meterle más de veinte tiros en el cuerpo y un balazo de garand en cada ojo y que luego de asesinarlo los miembros de la patrulla entraron en casa y abusaron de mi mamá y de mis hermanas y las degollaron, para no hubiera testigos, yo me prometí vengarlos. Dios me permitió cumplir con esa palabra y por eso le doy gracias.
-Creo que de ahora en adelante me dedicaré a vivir como siempre lo he hecho, como un buen cristiano, sin rencores ni odios. Quiero encontrar a una mujer con las cualidades de mi mamá y tener hijos para educarlos como usted me educó. Me hubiera gustado mucho que la familia pudiera disfrutar de la vida sin Somoza, pero, bueno no ha podido ser”

(José Picado Lagos, Los años del verde olivo,  páginas 43-44)

jueves, 22 de diciembre de 2011

IMRE KERTÉSZ Y DANILO KIS: SE ACRECIENTA LA HISTORIA UNIVERSAL DE LA INFAMIA*

Un relato policíaco
Imre Kertész
Acantilado, Barcelona, 104 páginas.

Una tumba para Boris Davidovich
Danilo Kis
Prólogo de Joseph Brodsky
Acantilado, Barcelona, 185 páginas
(LIBROS DE FONDO)




   En 1935 publicó Borges una de sus primeras obras, Historia universal de la infamia, en la que presenta las biografías de siete personajes de infausto recuerdo. Una colección de cuentos basados en crímenes reales. Los siete personajes que Borges describe ficcionalmente, brindan un ingenioso panorama de la iniquidad y del horror, extraídos de diversas realidades culturales y geográficas. Porque desde tiempos inmemoriales, seguramente desde que “homo sapiens” bajó de los árboles, la humanidad no ha cesado de experimentar en sus propias carnes las garras del horror. Desde Eibl -Eibesfeld (1970), sabemos que la sonrisa y las lágrimas son innatas en el hombre. También lo es la desmesura que impregnó el terreno de las pasiones más ancestrales y violentas: la destrucción, el asesinato, las carnicerías. Mas esta afectividad intensa e inestable de un ser, á la vez amoroso, furioso y violento, no siempre halló reflejo en sus propias creaciones simbólicas. Con frecuencia el “hombre sabio” enmascara su “ubris”, sus desmesuras en las relaciones con sus semejantes. En especial, cuando domina las armas del poder. Nuestro tiempo es testigo del silencio cobarde y vergonzoso de muchos que, en razón de la especial resonancia de su voz, deberían haber denunciado las locuras destructoras y gratuitas de sus semejantes. No es el caso, sin embargo, de dos narradores europeos, deponentes y referendarios inequívocos de la pavorosa destrucción del hombre por el hombre en el siglo XX. Son ellos: el premio Nóbel Imre Kertész y el escritor serbio Danilo Kis.
   Dos de sus obras entraron o regresaron al mercado literario en lengua española de la mano de la editorial El Acantilado de Barcelona. Una breve ficción del Nóbel hungaro, Imre Kertész, Un relato policíaco y quizás la novela más conocida del escritor serbio, Una tumba para Boris Davidovich. Dos piezas narrativas que se centran sin concesiones en los grandes episodios de crueldad opresiva y genocida de los sistemas totalitarios del pasado siglo. Un pasado que no solamente explica el presente sino que lo mancilla.
   En sólo dos semanas salió de la pluma de I. Kertész, Un relato policíaco.  Una obra breve escrita paradójicamente con la finalidad de eludir la censura. El escritor húngaro, sobreviviente de Auschwitz, escribe en efecto esta pequeña pieza en 1976 como una especie de relleno que posibilitara la publicación de otra novela, El rastreador. El comunismo gulash de la Hungría de entonces, cuyos censores eran los mismos editores, exigía un mínimo de diez octavillas en cada volumen que se publicase. Fue entonces cuando Kertész hubo de escribir a toda prisa la historia de Un relato policíaco, en la que, sin embargo, ya llevaba tiempo cavilando. El relato supero la censura porque todo en él era ficción, ficción que, por otra parte se desarrollaba en un pseudo estado suramericano  y, por consiguiente, podía ser leído de forma inofensiva en su país. El relato es muy anterior a la conocida frase que Kertész pronunció en 2002 al recoger el Premio Nóbel: “De Auschwitz solamente es posible escribir una novela negra”. Seguramente porque Auschwitz es la metáfora sangrante de la implicación del ser humano en la maquinaria totalitaria del terror, tal como le ocurre al protagonista de Un relato policíaco. Un tal Martens, un policía que se confiesa novato y que forma parte de los mecanismos torturadores  de un país imaginario. Poco antes de ser ejecutado, narra sus experiencias en el cuerpo de policía encargado de interrogar y torturar a los supuestos y, frecuentemente, imaginarios opositores del régimen. Pretende absolverse a si mismo de sus crímenes mediante la catarsis de la escritura de su propio diario. ¡El verdugo convertido definitivamente en víctima!
   Kertész narra pues desde el punto de vista de los torturadores, que confiesan trabajar a lo grande, sin rendir cuentas a nadie. Únicamente con la lógica de los sistemas totalitarios: al servicio no de la ley, sino del poder, confiando solamente en ellos mismos y en la fatalidad. Los interrogatorios, el trabajo sucio (“Como los que se ven en la películas, pero un poco más simples”) son la antesala del infierno. Pero Martens omite la descripción de ese infierno de la tortura, quizás como una forma de eliminarlo de su existencia.
   Estamos ante un relato breve. Sin embargo, como algún crítico ha recordado, nada de cuanto ha escrito Kertész desde que escapó del holocausto hasta recoger el Nóbel, tolera el calificativo de breve. En Un relato policíaco se manifiesta el fabulador de pluma ligera que escribe en el lenguaje atonal que caracteriza la escritura que Kertész emplea para describir el desgarro y el falso orden del mundo. Y es una lúcida introspección en las interioridades de los verdugos, capaces de convivir trivialmente con la tortura, a la vez que una agria parábola sobre los totalitarismos y su lógica salvaje.
   De Una tumba para Boris Davidovich dijo Susan Sontag que era uno de los viajes literarios jamás efectuados por un escritor en la segunda mitad del siglo XX, una obra que preserva el honor de la literatura. Fue seleccionada así mismo por Harold Bloom en su canon de la literatura occidental como representativa de la literatura serbo-croata. La obra fue publicada en 1976 como una colección de relatos, siete biografías, siete capítulos de la misma historia, que no es otra que la de la ancestral tendencia humana de destruir al adversario mediante los mecanismos de opresión totalitaria que tanta vigencia tuvieron en décadas pasadas, sin que su presencia y utilidad hayan sido puesta en duda en nuestros días. Dispositivos de destrucción del adversario teñidos de intolerancia religiosa o de fanatismo ideológico que se sirve de las herramientas de la tortura para aplastar creencias y voluntades. La mayor parte de la novela relata el destino de muchos hombres y mujeres que perecieron durante el Gran Terror estalinista, a finales de la década de los treinta. Son siete historias que se suturan entre si y también con la borgiana “universal historia de la infamia”. Una historia repleta de fraudes, farsas institucionalizadas, estrategias policiales que solamente sirven a los mecanismos del poder totalitario que se ensaña con cualquier forma de vida o pensamiento disidente.
   Todos los relatos de la novela hacen referencia en efecto a la intolerancia inquisitorial. Incluso uno de ellos está ambientado en plena exaltación exterminadora de la Santa Inquisición europea. Pero, si tenemos en cuenta la opinión del prologuista, el Nóbel en 1987, Joseph Brodsky, Danilo Kis escribía en realidad sobre el régimen yugoslavo. El relato del que toma el título la colección, escenifica de manera magistral las relaciones entre la maquinaria del poder y los ciudadanos, mejor dicho, súbditos, en el nazismo  y en el antiguo bloque soviético. El  revolucionario Boris Davidovich es acusado injustamente de colaborar con el enemigo. De inmediato se ve encerrado en un agujero hediondo y soporta toda clase de torturas con tal de no manchar su biografía. Pero el astuto captor halla la forma de arrancarle una confesión falsa que mancilla su trayectoria vital y, a la vez, absuelve al sistema.
   El libro de Danilo Kis está habitado por revolucionarios profesionales y asesinos ideológicos que esparcen el terror y la iniquidad desde lo más profundo de tenebrosas checas. Ninguno de ellos, sin embargo, es yugoslavo. Lo único que tienen en común con la antigua Yugoslavia es la ideología que allí se profesaba en el año 1976. De ahí que los estalinistas conservadores de la jerarquía literaria, incapaces de discutir sobre el verdadero tema del libro por miedo a llamar la atención sobre el mismo, acusaron a Danilo Kis de plagio.
   Danilo Kis construye esta novela fragmentaria por medio de una técnica minuciosa, repleta de detalles nimios, mas a la vez simbólicos y de sobria poesía. En su escritura sobresale el surrealismo de sus metamorfosis y la naturaleza antiheroica de sus de sus personajes arquetípicos, a pesar de que el libro, como afirma el prologuista, está construido  como un extenso poema dramático. Escritura sumamente alusiva que ajusta cada una de las escenas de las biografías por medio de una fina sutura de detalles escrupulosamente escogidos. En definitiva, un singular estilo literario para describir las mazmorras del terror, que logra, de nuevo en palabras de J. Brodsky, comprensión estética allí donde la ética había fracasado.

Francisco Martínez Bouzas
 
Danilo Kis por  Marjana Miccinovic
                                  

* Este texto, con ligeras modificaciones, fue publicado por su autor, Francisco Martínez Bouzas, el día 26 de agosto de 2007, en el suplemnto "Gaceta Dominical" del periódico El País de Calí (Colombia)

martes, 20 de diciembre de 2011

LAS GLORIAS Y LAS AMARGURAS DE LA EMIGRACIÓN EN LEGUAJE "KHEMÍRICO"

Montecore
Un tigre único
Jonas Hassen Khemiri
Traducción de Martin Simonson
Miscelánea (Roca Editorial de Libros), Barcelona, 2011, 380 páginas.


Jonas Hassen Khemiri es un escritor nacido en Suecia en 1978 (padre tunecino, madre sueca) que forma parte del boom de las letras nórdicas o escandinavas. Basta con fijar nuestra mirada en la novela negra de estos países para sorprendernos gratamente por la riqueza y profundidad con que germina la noir entre los fríos nórdicos. No resulta aventurado pensar que durante el pasado siglo, especialmente en su primera mitad, la literatura de los países escandinavos vivió una auténtica edad de oro. Los nombres de Karen Blixen. Mika Waltari  o la narrativa de propedeutica filosófica de Jostein Garrder  así lo confirman.
Jonas Hassaen Khemiri prosigue en esa estela con Montecore, una novela-testimonio o biográfica, ganadora de diversos e importantes galardones y traducida a no pocos idiomas.
En una breve sinopsis cabe decir que el “superhéroe” del libro, el mejor padre del mundo, afamado fotógrafo y progenitor de un joven escritor, llamado precisamente Jonas Hassen Khemiri, celebra su cumpleaños en una lujosa azotea neoyorkina. Es Abbas. Le acompañan en la celebración celebridades del mundo de la música, de la cultura, de la fotografía y de la política, como Bono, Kofi Annan, Salman Rushdie, Cartier-Bresson, Richard Avedon. El incipiente escritor se pregunta cómo fue posible que un humilde tunecino emigrante en Suecia haya podido alcanzar un éxito de tal magnitud. Viajemos al territorio del libro y hallaremos la respuesta, nos responde el autor, hijo del padre afamado, pero con el que apenas se relaciona.
La voz que teje el relato y alter ego de Hassen Khemiri nos ofrece en efecto una mordaz y brillante historia en la que se juegan muchas cosas: la identidad y el racismo, el ascenso social, la amistad y la vida familiar. La novela se elabora y ofrece una primera respuesta a ese interrogante que quedó en suspenso, mediante e-mails de un viejo amigo de la familia, Kadir, que llevan agregados documentos Word y que relatan la infancia de Abbas en Túnez. Un intercambio epistolar entre ambos irá reconstruyendo la trayectoria vital de Abbas desde su infancia en Túnez hasta su etapa como exiliado político y padre de familia en el país escandinavo.
Nos convertimos así en asombrados testigos de una vida narrada en tercera persona y magnificada hasta la caricatura en el altar del mito en el que cree sobre todo Kadir y por eso redacta sus e-mails como si lo fueran: “una historia contada de generación en generación se transforma en mito”, afirma Jonas Hassen Khemiri, aunque ahora aquellas luchas e ideales de la juventud hayan quedado engullidas en un acomodaticio aburguesamiento.
Jonas Hassen Khemiri
Narrativa pues en la que las relaciones humanas actúan de  hilo conductor, dando lugar a episodios y reflexiones a través de las que se revela la figura poliédrica del padre y tiene lugar una subversión de los tópicos y clichés acerca de las identidades (personal, familiar, nacional).
Una agradable  sorpresa que nos regala esta novela, es el lenguaje con el que el autor hilvana la historia. Una lengua intencionadamente anárquica que se sirve de las expresiones lingüísticas deformadas por los emigrantes y jergas juveniles tan logradas que hoy en día se ha bautizado como “khemírico” este tipo de escritura.
Todo ello, junto con un sutil sentido del humor, un logrado perfil de los personajes y un inteligente uso de las estructuras narrativas dan como resultado un ingenioso producto literario, que, sin embargo, resultaría beneficiado mediante una reducción de las páginas y una contención en la ejecución de algunos aciertos. Porque, en definitiva, la brevedad, acompañada de calidad es la mejor moneda literaria.

Francisco Martínez Bouzas



Fragmento

“El segundo recuerdo viene de los tiempos en que padres acaba de empezar a conducir metros y vigilar torniquetes y despertar borrachuzos dormidos en las estaciones terminales. Es en esta época cuando padres sella billetes y guía a turistas alemanes hacia la salida desde el laberíntico andén de Kungsträdgärden. Es padres quien encuentra los vespertinos olvidados y hace sonar su manojo de llaves que tiene la solución para todo, donde la llave L abre la puerta a los compartimentos de los conductores entre los vagones cuando los trenes están demasiado llenos y la llave del cuadrado abre las trampillas de las escaleras mecánicas cuando los gamberros han pulsado el botón de parada de emergencia. Padres gira la llave, pone las escaleras en marcha con un empujón y devuelve la sonrisa de los agradecidos padres con sillas de bebé”

(Jonas Hassen Khemiri, Montecore, página 112)

sábado, 17 de diciembre de 2011

LA NORMALIZACIÓN DEL AMOR LÉSBICO EN LA INGLATERRA VICTORIANA

Afinidad
Sarah Waters
Editorial Anagrama, Barcelona, 427 páginas
(LIBROS DE FONDO)


   Cada diez años en la literatura británica nace una nueva generación de narradores. La forman, en teoría, los veinte escritores menores de cuarenta años, elegidos cada decenio desde 1983 por la revista literaria Granta. Salman Rushdie, Martin Amis, Ian McEwan, Julian Barnes formaron parte, entre otros, de la lista Granta de 1983. Diez años más tarde, entraban en la misma Hanif Kureishi, Will Self y Kazuo Ishiguro. En la relación del año 2003 entraba en el club de los nuevos jóvenes talentos la galesa Sarah Waters. Eso significaba que, con independencia del valor intrínseco de su escritura, las obras de esta autora llegarán a las manos de los lectores dotadas de un plus promocional innegable. El éxito de ventas y la traducción a otras lenguas no ha hecho más que corroborar la consolidación de una narradora de gran talento, ya conocida por sus estudios sobre género y sexualidad. Pero sobre todo por ser la autora de tres novelas que han sido traducidas al español en orden distinto al de la cronología de su edición original. A las pocas semanas de su inclusión en la lista Granta, Anagrama editaba con el título de Falsa identidad  la última pieza narrativa de la trilogía de la escritora galesa, Fingersmith. Meses después llegaba a las manos lectoras la primera pieza narrativa de la escritora, Tipping de Velvet  (1998), traducida simultáneamente al catalán por La Magrana con el título de Besar el vellut y al español por Anagrama con una metáfora diferente, El lustre de la perla. Y finalmente la editora barcelonesa tradujo la segunda novela de Sarah Waters, Afinidad.
   Tres novelas que constituyen  la mejor trilogía del amor lésbico de la literatura contemporánea y, sobre todo, la crónica novelada de su normalización en la época victoriana. Porque la escritora no aborda el tema desde la militancia sino contándonos historias de amor o de absoluta aceptación que se desenvuelven en atmósferas dickensianas perfectamente retratadas por Sarah Waters. La sexualidad, el amor sáfico, todo aquello que solamente se podía leer entre líneas en la narrativa victoriana, aparece presentado en la escritura de esta mujer como opciones aceptables, practicables y, por consiguiente, novelables.
   Afinidad abre las puertas a un mundo túrbido. Con la misma ambientación de sus otras piezas -la Inglaterra victoriana del siglo XIX-  un contenido semejante -el amor lésbico- y sorpresivos giros argumentales. No obstante, en este segundo libro, la escritora sondea territorios más obscuros y opresivos  que en sus otras obras, tales como el espiritismo y el mundo de la cárcel. Uno de los grandes méritos de la novela consiste precisamente en haber sido su autora capaz  de suturar estas dos realidades: el espiritismo y el ambiente carcelario. A pesar de que en buena medida Afinidad desenvuelva una enrevesada trama folletinesca, pero tejida con gran habilidad. La autora, partiendo del pastiche, escruta y reinterpreta la sofocante moralidad y las ambigüedades de la Inglaterra victoriana.
   Afinidad basa su estructura en los diarios de dos mujeres, víctimas de irrespirable puritanismo de una época en la que la soberana británica  aceptaba la homosexualidad masculina pero era incapaz de creer en la existencia de mujeres lesbianas y tampoco resultaba infrecuente observar como en algunas casas inglesas incluso se les tapaba las patas a las sillas con la finalidad de que su visión no estimulase la concupiscencia de moradores y visitantes.
   En este ambiente incrusta Sarah Waters a sus heroínas. Son ellas Margaret Prior y Selina Dawes. La primera había intentado suicidarse con una buena dosis de morfina a raíz del fallecimiento de su padre. Un verdadero drama para esta mujer debido a la relación que mantiene con su madre. Enamorada de Hellen, sufrirá una enorme decepción al contemplar como ésta prefiere a su hermano, Stephen, con el que acaba casándose. Margaret se encuentra sola soportando la asfixiante compañía de su madre y su propia soltería. Le queda el refugio de la solterona con buena posición social: las obras de caridad. Es así como Margaret Prior se convierte en visitadora, compañía y guía moral de las mujeres presas en la cárcel de Millbank. En ese ambiente duro, entre asesinas, prostitutas y ladronas, Margaret conoce a Selina Dawes, un médim espiritista, tan habil y misteriosa como los espíritus que invoca. Y enormemente seductora. Margaret Prior vivirá con esta mujer una increíble y escalofriante historia de amor carcelario.
   Afinidad es un intento de exploración de las dimensiones en las que el deseo lésbico pudo experimentarse y expresarse  en la cultura del siglo XIX, una cultura en la que no poseía el más mínimo espacio público. El resultado es una historia íntima, mágica, repleta sin embargo de inmensa tristeza.

Sarah Waters
   Novela sobria cuyo escenario queda prácticamente reducido a una cárcel femenina y el protagonismo, al de dos mujeres. Texto narrativo de interiores. No solamente interiores físicos – los muros y celdas de una prisión – sino sobre todo, interiores anímicos: los secretos reprimidos, los diarios que se escriben a escondidas, los deseos y sentimientos insatisfechos, los desengaños, el sufrimiento, las decepciones. Retrato, y muy fidedigno, de las miserias y venenos de una sociedad sumamente puritana, clasista, estratificada. Y a la vez, conmovedora historia de amor. Historia de amor secreto y fallido que las protagonistas, sumidas en un ambiente pacato, disfrazan con el nombre de afinidad.
   Sarah Waters escribe con un estilo refinado y haciendo uso de una gran capacidad fabuladora y melodramática. Es capaz de mezclar hábilmente las convenciones de la novela histórica con las transgresiones de la mirada contemporánea. El resultado será una especie de Dickens en versión femenina. Y si algo brilla con luz propia es el gusto por contar historias liberadas de las censuras de tiempos pasados. Una narrativa rica de pathos, suspense, amores fatales, premoniciones reveladoras. Pero en la que también hay espacio para ciertos momentos de delicado erotismo sáfico y una toma de conciencia post feminista.

Francisco Martínez Bouzas

                             

jueves, 15 de diciembre de 2011

"EL SÍNDROME E", UN NOIR IMPACTANTE EN LA ERA DE LA TECNOCIENCIA

El síndrome E
Franck Thielliez
Traducción de Joan Riambau
Ediciones Destino, Barcelona, 2011, 568 páginas.


No podía ser de otro modo. Los imparables avances tecnológicos tenían necesariamente que estar presentes en la literatura, ese arte que todo lo aprovecha y hace suyo. Nunca el ser humano ha estado tan sujeto al determinismo. Leyendo El síndrome E el lector llegará a la conclusión de que un sencillo mando a distancia es capaz de desencadenar o inhibir la violencia, que es factible modificar la estructura cerebral de un individuo a través del impacto de  imágenes y sonidos tan violentos que le obliguen a obrar de forma predeterminada. Es la evaporación de lo que la tradición filosófica llamaba libre albedrío, libertad psicológica.
Franck Thilliez nos lo hace patente de forma superlativa. Este ingeniero francés, especialista en nuevas tecnologías, se pasó a la escritura en el año 2003 con Train d’enfer pour Ange rouge, pero su salto a la fama le llegó en 2010 con Le síndrome E, traducido ahora al español por Ediciones Destino en “Áncora y Delfín”, su colección emblemática. Su pasión por la ciencia y el hecho de haber devorado durante muchos años las novelas de Stephen King -“¡Veo thrillers, leo thrillers y vivo con thrillers!”, es su grito de guerra- operó el milagro.
En El síndrome E Franck Thielliez le da forma a una trama en la que los avances tecnológicos, los experimentos neurocientíficos con cobayas humanas, llevados a cabo por la CIA en los años 60, constituyen el hielo conductor de esta novela negra que nos sumerge de forma realmente impactante en las razones y mecanismos que están o pueden estar en el origen del mal. Sus héroes son una pareja de policías, duros y bravucones aparentemente, pero se muestran ante el lector en su extrema fragilidad, tan vulnerables como cualquier otro ser humano. Son los detectives Franck Sharko y Lucie Henebelle. Ambos están obsesionados con sus respectivos casos hasta el punto de abstraerlos de la realidad. Films con imágenes subliminales pornográficas y violentas, brutales asesinatos, cadáveres de los que han sido extraídos cerebros, ojos, manos y dientes, redes de intriga y traición, violencia histérica, tendencias sádicas… son los ingredientes que rodean sus pesquisas y que les abocan a la conclusión de que es el proceso conocido como “síndrome E” el que permite convertir a los seres humanos normales en alucinados asesinos.
Así pues, auténtica novela negra, novela del mundo profesional del crimen, como la definió Raymond Chandler, que desemboca en un thriller impactante que conjuga acción, ciencia y neurología, sin que falte la investigación que genera los hechos delictivos, ni esa arquitectura misteriosa típica de la novela-enigma que conduce al lector hasta el desenlace sin concederle el más mínimo reposo. Trama que cumple además  con ese requisito de la mayoría de las novelas negras: una narración itinerante que describe ambientes, personajes variopintos, mientras se persigue el fin de la investigación policial.
La investigación es el elemento estructurador del relato de Franck Thilliez. Sin embargo no estamos únicamente ante una novela-enigma, una novela “Whodunit” en la que la gramática del relato se centre exclusivamente en descubrir quién lo hizo. En El síndrome E se privilegia el misterio y, sobre todo, la temática del peligro tecnocientífico que la convierte en una novela impactante, plenamente de nuestro tiempo sobre los fenómenos de la violencia colectiva. Mas que el lector no busque primores ni exquisiteces literarias en una novela que lo que pretende, por encima de todo, es impactar, no con propuestas literarias vanguardistas exquisitas, sino con la contundencia de un relato rotundo. Ese es su perfil: literatura comercial cuyo objetivo no es construir belleza con la palabra, sino arrebatar la atención del lector, sumergiéndolo en un torbellino de acción e impactantes novedades tecnocientíficas.

Francisco Martínez Bouzas



Franck  Thilliez
                                                 

Fragmento

“Eran casi las tres de la madrugada. Atiborrado de imágenes de espionaje y de guerra, remató su interminable sesión de proyección con aquel cortometraje desconocido, increíblemente preservado. Aparentemente, se trataba de una copia. Esos films sin nombre a veces desvelan auténticos tesoros o, con suerte, obras perdidas de célebres cineastas: Meliès, Welles, Chaplin… Como a todo buen coleccionista, le gustaba soñar. Al desenrollar el inicio de aquella película anónima para engranarla en el proyector, Ludovic leyó en el celuloide: «50 imágenes por segundo». Era extraño, pues la norma habitual de 24 por segundo ofrecía una velocidad suficiente para crear la impresión de movimiento. A pesar de ello, cambió la velocidad de obturación de su aparato para fijar el valor aconsejado. No era cuestión de ver un film al ralentí.
De inmediato, la blancura de la pantalla dio paso a una imagen oscura, velada, sin título ni créditos. En el ángulo superior  derecho apareció un círculo blanco. Ludovic se preguntó, en un primer momento, si acaso no se trataría de un defecto de la película, como a menudo sucede con las bobinas antiguas.
Y la película comenzó.
Ludovic cayó pesadamente mientras corría hacía la planta baja.
No veía nada, ni siquiera con luces encendidas.
Se había quedado ciego”

(Franck Thilliez, El síndrome E, páginas 14-15)

martes, 13 de diciembre de 2011

NARRATIVA NO FICCIÓN SOBRE EL TERREMOTO DE CHILE

8.8: El miedo en el espejo
Una crónica del terremoto de Chile
Juan Villoro
Editorial Candaya, Avinyonet del Penedés (Barcelona), 2011, 110 páginas.

La muy selecta Editorial Candaya edita para España -Alamadía ya lo había hecho antes en México-  8.8: El miedo en el espejo. Una crónica del terremoto de Chile. Su autor, Juan Villoro (México D.F.) es uno de los narradores con mayor pedigrí  desde el momento en que ganó premios tan prestigiosos como el Xavier Villarrutia, el Herralde de Novela y el Premio Internacional de Periodismo Rey de España. Pero Juan Villoro es sobre todo uno de los grandes renovadores de la literatura latinoamericana; miembro de esa generación de escritores que tomaron el testigo después del agotamiento creador de los autores del boom. Una línea claramente experimental, una literatura del desencanto, basada en la revisión estructural del relato, en el distanciamiento, en la ironía crítica, substituyen en la obra de Villoro a la imaginería tropical.
Se ha dicho que este libro sobre las “lecciones del abismo” que nos muestran que es posible el mal absoluto, llega tarde. Pero el mismo Juan Villoro, al que el impulso o el azar le hizo vivir en Santiago de Chile el terremoto de 8.8 de intensidad que sacudió el país en la madrugada del 27 de febrero de 2010, nos advierte que las réplicas más fuertes de un seísmo son las psicológicas. Y ante la conciencia de esa parálisis mental, él mismo le confesó  a una colega periodista que no podía escribir sobre el terremoto mientras le temblaran las manos. No es posibles construir  teorías express  ante los escombros porque -de nuevo es Villoro el que habla- “¿Hasta dónde es posible reconstruir la experiencia de espanto sin distorsionarla con argumentaciones ajenas a lo que se vivió como caos y marasmo?”  (página 15).
Sin embargo a Villoro le dejaron de temblar las manos y narra la destrucción en una crónica fragmentaria, que reconstruye sobre todo un microcosmo vital: las existencias de aquellos chilenos que vieron como el miedo se asomó en el espejo o estuvieron a punto de extinguirse aquella fatídica noche del 27 de febrero. Y lo hace de la forma más efectiva y enriquecedora, no imaginando la catástrofe sísmica desde la inmovilidad de su escritorio, sino pasando por ella.  
Juan Villoro había llegado a Chile, “el país de las primeras ocasiones”, para participar en el Congreso Internacional de Lengua y Literatura Infantil. Un impulso vital y literario le encaminaba al país andino para cumplir con una oculta cita que el destino le había presagiado. Y allí vivió el terremoto. Esta crónica-testimonio, narrativa no ficción, es el relato no sólo de los largos e interminables minutos del espanto y sus consecuencias y las experiencias humanas de los que con él compartieron la tragedia en el hotel, sino algo más. Al lector se le informa de las premoniciones de los psíquicos, de esa “luna mocha” que lucía con un tono amarillo y le faltaba un pequeño trozo, del agua que contempla el escritor Fabían Skármeta y que mana hacia fuera. Y es testigo a través del relato de Villoro de lo sucedido: ese seísmo de magnitud 8.8 que modificó el eje de rotación de la tierra, con sus siete minutos de duración, percibidos como una eternidad. Del sabor amenazante de la muerte que el escritor vive, no como gritos de pánico, sino vestida de pijamas -los pijamas y camisones en los que el escritor reparó al salir de la habitación-; los mexicanos varados en la capital chilena porque “como el día se acortó una milésima de segundo, nuestra burocracia ya no tenía tiempo para nada y no hubo modo de apoyarnos” (página 45); la generosa solidariedad de los chilenos  y mil fragmentos más sobre la incertidumbre y el miedo al monstruo invisible; también la sorpresa de salir vivo. Las réplicas psicológicas y las incontables migajas del desastre reunidas en cientos de sentencias que compendian una experiencia telúrica (“Los mexicanos tenemos un sismógrafo en el alma”) y que son altamente eficaces y expresivas.
Secciones especialmente destacables de este pequeño libro son el capítulo dedicado a relatar el caso de una mujer en coma que elude la tragedia gracias a un sueño del que nunca despertará. Así como el dedicado al relato de Heinrich von Kleist, “El terremoto de Chile”, una fábula moral escrita en el siglo XIX que inquiere sobre los dilemas morales que plantea un terremoto: ¿las víctimas omitidas, lo son por azar o por designio?
Testimonio, pues, contra el olvido que convierte este libro en algo íntimamente personal del propio autor. En el relato nos acompañan sus vivencias, su familia, amistades, su experiencia con los temblores, su forma de dormir, las historias que le transmitieron y, por encima de todo, esos pijamas que abren y le ponen el broche al libro, como metáforas de un terremoto de magnitud 8.8.

Francisco Martínez Bouzas

Juan Villoro


Fragmento

Los argentinos estaban condenados al más terrible aftershock: ninguno de ellos llevaba mate. Unos días antes, empacar hierba rumbo a Chile hubiera sido un regionalismo un tanto ridículo. A fin de cuentas, se trataba de un viaje de cinco días. Sin embargo, en el momento de conversar sobre lo que había sucedido y descubrir que la supervivencia constaba básicamente de largos ratos de espera para encontrar un autobús rumbo a Mendoza, los sobrevivientes argentinos supieron que el miedo y la sorpresa y las anécdotas requerían de un inexistente producto de primera necesidad: el mate.
El podio de la calma triunfal se completa con otra argentina, la escritora Elena Dreser. Cuando el temblor terminó, supo que debía bajar ala calle. Escogió la ropa para la ocasión y reparó en un hecho curioso: nunca se había vestido sin bañarse antes. «Hoy no es la excepción», decidió.
Fue al baño y descubrió que la ducha estaba llena de escombros. Esto no alteró su sangre fría ni su ímpetu higiénico. Se dirigió a un cuarto vecino, se presentó y pidió permiso para la ducha.
Media hora después era la persona más elegante en el banquete de la Alameda”

(Juan Villoro, 8.8: El miedo en el espejo, páginas 73-74)

sábado, 10 de diciembre de 2011

LOBISHOMES EN BRAÑAGANDA

Brañaganda
David Monteagudo
Acantilado, Barcelona, 2011, 282 páginas.



David Monteagudo, natural de una aldea de la Galicia profunda, debutó tardíamente en el mundo literario con la novela  Fin (2009). A esta le siguió Marcos Montes (2010). Brañaganda es su tercera novela y está basada en las creencias y leyendas derivadas de la licantropía. La licantropía o teriantropía, si queremos ser más exactos, es la creencia, transmitida por leyendas populares, en el poder de ciertos humanos para transformarse en un animal carnívoro, por lo general el más importante de la zona. En España y en buena parte de Europa ese animal es el lobo. Los casos reales y claramente documentados de licantropía revierten en síndromes psiquiátricos que provocan episodios de alucinación en la persona afectada a la que hacen creer que se transforma en ese animal carnívoro.
El lobo, como han puesto de manifiesto los antropólogos, es un personaje destacado en la literatura popular gallega transmitida a través de leyendas orales, que esconden una gran carga simbólica polivalente. Símbolos que, como escribió Paul Ricoeur, dan que pensar, mas solamente en la medida  en que seamos capaces de afrontar sus desafíos radicales y añadirles una interpretación coherente. Sin embargo, la figura del lobishome o el “lobo da xente” se ha resuelto frecuentemente a  base de tópicos, como demuestran la novela de Carlos Martínez Barbeito, El bosque de Ancines o la película de Pedro Olea, El bosque del lobo en la que José Luís López Vázquez encarna al hombre lobo de Allariz que muerde a las señoritas en la garganta.
En la Galicia recóndita, retratada en la novela de David Monteagudo, el lobo protagoniza historias en las que actúa como animal feroz o se funde con personas malditas o locos. Es en este último caso cuando se puede hablar con propiedad del lobishome y de las “peeiras dos lobos” (mujeres que amamantan o cuidan de los lobeznos). En esos mitos y tópicos que nutren una buena parte de la literatura oral gallega, se asienta Brañaganda, la novela de David Monteagudo, que no es una novela de ciencia ficción, sino una pieza de aventuras que pretende crear una gran intriga basada en las fantasías y supersticiones del lobishome.
La novela retrata la vida de una aldea gallega, perdida entre las montañas, pocos años después de la Guerra Civil, una sociedad rural que vive en un mundo aislado, con una economía de subsistencia. En ese caserío sus pobladores se sienten amenazados ante los asesinatos cometidos por un pretendido lobishome. El narrador y protagonista del relato, Orlando, ve interrumpida su tranquila existencia, poco después de que su padre se hubiera convertido en guardabosques, porque aparecen muertas varias mujeres en extrañas circunstancias, víctimas de violentos asesinatos. El rumor popular atribuye las muertes al brazo ejecutor de un misterioso lobishome que actúa como juez moral, castigando  ciertos pecados sórdidos que se habían cometido en la aislada Brañaganda. Solamente el marido de la maestra local busca explicaciones racionales a lo que sucede, pero la gente del pueblo rechaza sus pesquisas, atribuyendo esos asesinatos a lo sobrenatural. En la novela, no obstante, hay mucho más: amores prohibidos, actuaciones prepotentes y arbitrarias de la guardia civil, corrupción y espurias  alianzas de poder, silencios que destilan veneno sobre lo acontecido en la Guerra Civil. Y sobre todo, la presencia del mal y del terror.
David Monteagudo
Es aquí donde, en mi opinión, flaquea la novela de Monteagudo. Al autor le falta el coraje del que dio sobradas muestras en Fin para apostar por esa alta literatura de miedo a la que Lovecraft le asigna la tarea de resolver las dudas del hombre racional con relación a su lugar en el mundo. Función catalizadora de pulsiones reprimidas, refuerzo de la conciencia racional, con un imprescindible ensamblaje de contenidos y expresión, de tal manera que todos los elementos formales estén al servicio del factor terrorífico. En Brañaganda, poblada por descripciones muy elaboradas y construidas con un alto estilo literario, se echa en falta una mayor madurez técnica, capaz de suscitar el miedo en la narración, no por medio de la historia, según la tesis de Todorov, sino por la constelación de imágenes que el discurso va superponiendo y que preparan el terreno para la aparición de lo extraño en el momento en el que debe aparecer: en el clímax.
Las carencias de esta propuesta, me hacen rememorar la excelente novela de otro narrador gallego; Alfredo Conde que en Romasanta. Memoria incierta del hombre lobo (2004, edición conjunta en gallego, español y ruso) acaba con  invenciones mágicas y pseudocientíficas de la licantropía y nos presenta a un “amadamado” asesino, el execrable “home do unto”, “home do saco”, el despiadado “sacamantecas” que mataba para hacerse rico traficando con la manteca que extraía de sus víctimas, grasa que solidificaba posteriormente y vendía a un farmacéutico del norte de Portugal.

Francisco Martínez Bouzas
                                               
                                               

Fragmento

“El retrato de Cándida fue pintado trece o catorce meses después de que apareciera muerta en la gándara Sarita la de Couceiro; y cinco antes de que encontraran, en el mismo lugar y con el mismo ensañamiento, el cuerpo de Rosalía de La Veiga, la cuñada de Cosme. El porqué de ese lapso de un año y medio entre la primera y la segunda víctima del lobishome, entre el primero y el segundo de sus orgasmos de sangre y de muerte, es algo que nunca podremos llegar a saber, y que resultaba cuando menos chocante a la luz de lo que vendría. Porque a partir de su segunda víctima, empezó a actuar puntualmente con cada luna llena, desatando una oleada de temor, de recelo y desconfianza que atenazó el valle y sus habitantes durante un interminable otoño de miedo y superstición. Pero ya anteriormente, cuando se supo que las dos mujeres habían muerto en idénticas circunstancias, cuando se conocieron algunos detalles escabrosos acerca del estado en que fueron hallados sus cuerpos, se empezó a hablar abiertamente de la posibilidad de que el autor de aquellos crímenes fuera un alobado: alguien que llevaba una vida normal -tal vez un vecino de la garganta- pero que se transformaba bajo el influjo de la luna llena y salía por los caminos a saciar torpemente su inaplazable necesidad de carne humana”.

(David Monteagudo, Brañaganda, página 127)

viernes, 9 de diciembre de 2011

UN THOMAS PYNCHON CON ORIFICIOS

Vicio propio
Thomas Pynchon
Traducción de Vicente Campos
Tusquets Editores, Barcelona, 2011, 422 páginas.


Thomas Ruggles Pynchon es un célebre desconocido. Lo poco que de su vida sabemos, se sitúa entra la realidad y la quimera: que nació en Nueva York en 1937, que estudio ingeniería  y literatura en la Universidad de Cornell, donde una especie de leyenda urbana afirma que fue alumno de Vladimir Nabokov (auque este nunca recordará haberlo tenido en sus clases), que envió a un cómico a recoger el prestigioso National Book Award. Que apenas existen fotos de él y que vive en Nueva York. Eso es todo.
De su obra literaria hay críticos y blogueros que dicen haber luchado a muerte para lograr una lectura mínimamente comprensiva. Le consideran uno de los paradigmas de la postmodernidad maximalista y Harold Bloom le relaciona entre los grandes novelistas norteamericanos de nuestro tiempo junto a Don DeLillo, Philip Roth y Cormac McCarthy. Sin embargo su novela más conocida El arco iris de la gravedad fue rechazada por los administradores del Premio Pulitzer por “ilegible, sobrescrita y obscena”. Por eso  para el bloguero Rubén Martín G., Thomas Pynchon es un escritor sin orificios, “un día de turismo por el fracaso de un lector de Pynchon”.
Pero si usted lector disfruta de la novela criminal y está harto con los héroes de Camilleri, Mankell, Roukin o le producen cansancio, de tanto reiterarse, los autóctonos investigadores de crímenes, su apuesta debería de ser por el “fumeta” Doc Sportello de Thomas Pynchon. Olvídese de todo lo que se ha dicho de Pynchon, de que es un incono de la posmodernidad, de que sus temas recurrentes son la entropía, la paranoia, el giro apocalíptico de la historia reciente, la ausencia de significados y un estilo que desintegra el lenguaje y convierten la lectura de este hombre sin rostro público en ardua tarea, porque Vicio propio es otra cosa. Pura novela pynchoniana, pero una excepción que confirma la regla. Una novela que se entiende, que no es más obscura ni enredosa que cualquier pieza del género negro por la que transiten abundantes personajes y escenarios. Y como regalo, por tratarse de Pynchon pequeñas disonantes destemperanzas, como el hecho de que el detective sea un viejo surfistas, parroquiano de la marihuana.

Thomas Pynchon

Estas cacofonías narrativas, amalgamadas con un estilo propio, convierten el viaje por la lectura de esta novela en una experiencia a la vez gozosa e hilarante. Los amantes del clásico, del negro-negro tampoco terminarán decepcionados. Cientos de personajes secundarios: malos sin desperdicio, buenos inmensamente buenos, fiambres que no mueren, montones de conspiraciones y corruptelas, la pesadilla de Charlie Manson y sus sumisas discípulas y, en paralelo, Richard Nixon, como paradigmas del mal. Incluso una protointernet con protohackers. Y por descontado, nutridos puñados de sexo, droga y rock & roll. Pynchon retratando la cara más esperpéntica de la cultura americana, con diálogos delirantes, un singular humor negro, iconografías paródicas y grotescas y un lenguaje dominador, rico, torrencial.
Flotando sobre la superficie de este mar cenagoso, un personaje memorable, Doc Sportello, detective “fumeta” y medio casquivano, que recibe el encargo de encontrar a un empresario desaparecido y que,  a pesar de su origen judío, está protegido por una banda nazi. La trama de Vicio propio es lineal, sin saltos en el tiempo, sin sub-tramas. Muchos actores secundarios, pero un solo protagonista, el quijotesco  Sportello respirando el aire corrupto y despreocupadote finales de los 60 en el sur de California, donde todos engañan, conspiran, traicionan, mientras en las playas los surfistas  se enfrentan al estallido de las olas y las pandillas de hippies les rinden culto a las flores y a la marihuana, en una sociedad en la que se borraron todos los límites.

Francisco Martínez Bouzas



Fragmento

“Cerca de la oficina, tanto que de hecho podía ir andando, había una zona, que en el pasado constituyó un pequeño vecindario, cuyas casas habían sido declaradas en ruina para realizar una ampliación del aeropuerto que tal vez sólo había existido como una fantasía burocrática. Un barrio vació pero no exactamente desierto. Dentro se rodaban películas dudosas. Se hacían trapicheos con drogas y armas. Moteros chicanos tenían citas furtivas a mediodía con jóvenes ejecutivos anglos, con bisoñés que les servían para desgravarse impuestos…Los fumetas despegaban en sus aviones a unos centímetros por encima de sus cabezas, y los residentes especialmente infelices de la zona, que abarcaba desde Palos Verde a Point Dume, salían a buscar potenciales lugares para suicidarse.
Luz se presentó en un SS396 rojo que, repetía, se lo había prestado su hermano, aunque Doc creía detectar algún novio en algún punto del subtexto. Vestía tejanos recortados, botas de vaquera y una diminuta camiseta que hacía juego con el coche.
Encontraron una casa vacía y entraron. Luz había traído una botella de Cuervo. Había un colchón de matrimonio con quemaduras de cigarrillo, un televisor con mueble incluido modelo French Provincial con la pantalla destrozada a patadas y varios recipientes de pasta de yeso de veinte litros que la gente había utilizado como mobiliario de picnic.
-He leído en los periódicos que Mickey sigue desaparecido.
-Ya ni siquiera el FBI se pasa a visitarme. Riggs se ha largado otra vez al desierto, y Sloane y yo nos hemos hecho amigas.
-Ya, sí, ¿cómo de amigas?
-¿Te acuerdas de la cama de abajo donde Mickey nunca me folló? Ahora es nuestra.
-Humm
-Pero ¿qué es esto que veo aquí?
-Bueno, no me jodas, es una idea interesante, ¿verdad?, vosotras dos…
-Los tíos y el rollo de lesbianas… ¿Por qué no te pones cómodo ahí, no, ahí, y te cuento todos los detalles?
Los aviones de pasajeros pasaban atronadores cada par de minutos. La casa se estremecía. A veces, cuando Luz separaba brevemente las piernas, Doc creía que oía las ruedas del tren de aterrizaje rodando por el tejado. Cuanto más ruido había, más se excitaba ella”

( Thomás Pynchon, Vicio propio, paginas 167- 168)