Afinidad
Sarah Waters
Editorial Anagrama, Barcelona, 427 páginas
(LIBROS DE FONDO)
Cada diez años en la literatura británica nace una nueva generación de narradores. La forman, en teoría, los veinte escritores menores de cuarenta años, elegidos cada decenio desde 1983 por la revista literaria Granta. Salman Rushdie, Martin Amis, Ian McEwan, Julian Barnes formaron parte, entre otros, de la lista Granta de 1983. Diez años más tarde, entraban en la misma Hanif Kureishi, Will Self y Kazuo Ishiguro. En la relación del año 2003 entraba en el club de los nuevos jóvenes talentos la galesa Sarah Waters. Eso significaba que, con independencia del valor intrínseco de su escritura, las obras de esta autora llegarán a las manos de los lectores dotadas de un plus promocional innegable. El éxito de ventas y la traducción a otras lenguas no ha hecho más que corroborar la consolidación de una narradora de gran talento, ya conocida por sus estudios sobre género y sexualidad. Pero sobre todo por ser la autora de tres novelas que han sido traducidas al español en orden distinto al de la cronología de su edición original. A las pocas semanas de su inclusión en la lista Granta, Anagrama editaba con el título de Falsa identidad la última pieza narrativa de la trilogía de la escritora galesa, Fingersmith. Meses después llegaba a las manos lectoras la primera pieza narrativa de la escritora, Tipping de Velvet (1998), traducida simultáneamente al catalán por La Magrana con el título de Besar el vellut y al español por Anagrama con una metáfora diferente, El lustre de la perla. Y finalmente la editora barcelonesa tradujo la segunda novela de Sarah Waters, Afinidad.
Tres novelas que constituyen la mejor trilogía del amor lésbico de la literatura contemporánea y, sobre todo, la crónica novelada de su normalización en la época victoriana. Porque la escritora no aborda el tema desde la militancia sino contándonos historias de amor o de absoluta aceptación que se desenvuelven en atmósferas dickensianas perfectamente retratadas por Sarah Waters. La sexualidad, el amor sáfico, todo aquello que solamente se podía leer entre líneas en la narrativa victoriana, aparece presentado en la escritura de esta mujer como opciones aceptables, practicables y, por consiguiente, novelables.
Afinidad abre las puertas a un mundo túrbido. Con la misma ambientación de sus otras piezas -la Inglaterra victoriana del siglo XIX- un contenido semejante -el amor lésbico- y sorpresivos giros argumentales. No obstante, en este segundo libro, la escritora sondea territorios más obscuros y opresivos que en sus otras obras, tales como el espiritismo y el mundo de la cárcel. Uno de los grandes méritos de la novela consiste precisamente en haber sido su autora capaz de suturar estas dos realidades: el espiritismo y el ambiente carcelario. A pesar de que en buena medida Afinidad desenvuelva una enrevesada trama folletinesca, pero tejida con gran habilidad. La autora, partiendo del pastiche, escruta y reinterpreta la sofocante moralidad y las ambigüedades de la Inglaterra victoriana.
Afinidad basa su estructura en los diarios de dos mujeres, víctimas de irrespirable puritanismo de una época en la que la soberana británica aceptaba la homosexualidad masculina pero era incapaz de creer en la existencia de mujeres lesbianas y tampoco resultaba infrecuente observar como en algunas casas inglesas incluso se les tapaba las patas a las sillas con la finalidad de que su visión no estimulase la concupiscencia de moradores y visitantes.
En este ambiente incrusta Sarah Waters a sus heroínas. Son ellas Margaret Prior y Selina Dawes. La primera había intentado suicidarse con una buena dosis de morfina a raíz del fallecimiento de su padre. Un verdadero drama para esta mujer debido a la relación que mantiene con su madre. Enamorada de Hellen, sufrirá una enorme decepción al contemplar como ésta prefiere a su hermano, Stephen, con el que acaba casándose. Margaret se encuentra sola soportando la asfixiante compañía de su madre y su propia soltería. Le queda el refugio de la solterona con buena posición social: las obras de caridad. Es así como Margaret Prior se convierte en visitadora, compañía y guía moral de las mujeres presas en la cárcel de Millbank. En ese ambiente duro, entre asesinas, prostitutas y ladronas, Margaret conoce a Selina Dawes, un médim espiritista, tan habil y misteriosa como los espíritus que invoca. Y enormemente seductora. Margaret Prior vivirá con esta mujer una increíble y escalofriante historia de amor carcelario.
Afinidad es un intento de exploración de las dimensiones en las que el deseo lésbico pudo experimentarse y expresarse en la cultura del siglo XIX, una cultura en la que no poseía el más mínimo espacio público. El resultado es una historia íntima, mágica, repleta sin embargo de inmensa tristeza.
Sarah Waters |
Novela sobria cuyo escenario queda prácticamente reducido a una cárcel femenina y el protagonismo, al de dos mujeres. Texto narrativo de interiores. No solamente interiores físicos – los muros y celdas de una prisión – sino sobre todo, interiores anímicos: los secretos reprimidos, los diarios que se escriben a escondidas, los deseos y sentimientos insatisfechos, los desengaños, el sufrimiento, las decepciones. Retrato, y muy fidedigno, de las miserias y venenos de una sociedad sumamente puritana, clasista, estratificada. Y a la vez, conmovedora historia de amor. Historia de amor secreto y fallido que las protagonistas, sumidas en un ambiente pacato, disfrazan con el nombre de afinidad.
Sarah Waters escribe con un estilo refinado y haciendo uso de una gran capacidad fabuladora y melodramática. Es capaz de mezclar hábilmente las convenciones de la novela histórica con las transgresiones de la mirada contemporánea. El resultado será una especie de Dickens en versión femenina. Y si algo brilla con luz propia es el gusto por contar historias liberadas de las censuras de tiempos pasados. Una narrativa rica de pathos, suspense, amores fatales, premoniciones reveladoras. Pero en la que también hay espacio para ciertos momentos de delicado erotismo sáfico y una toma de conciencia post feminista.
Francisco Martínez Bouzas
Francisco Martínez Bouzas
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