lunes, 28 de septiembre de 2015

EL AÑO DE LA BESTIA



El viaje de Baldassare
Amin Maalouf
Traducción de Santiago Martín Bermúdez
Alianza Editorial, Madrid, 485 páginas
(Libros de fondo)

   En la víspera de que Alianza Editorial, el sello editor que ha publicado en España todos los libros de Amin Maalouf, ponga en el mercado una nueva edición de dos de las obras más emblemáticas del escritor libanés (Samarcanda, 5ª edición y Las Escalas de Levante, 4ª edición), saludo ambas reediciones con un comentario de otro libro importante de Maalouf, El viaje de Baldasare, cuya primera edición tanto en el original francés,( Le Périple de Baldassare) como en otros muchos idiomas tuvo lugar hace ahora quince años.
   Amin Maalouf (Beirut, 1949), es sin embargo un escritor francés. Toda su obra, en efecto, está escrita en francés, y desde junio de 2011 ocupa uno de los cuarenta sillones de la Academia Francesa. La narrativa de Maalouf amalgama dos importantes realidades: la cultura oriental y la occidental y la historia con la ficción. Desde la publicación de su primer libro, León el Africano es uno de los escritores más leídos en todo el mundo por aquellos lectores interesados en la simbiosis entre Oriente y Occidente.
  El viaje de Baldassare  es un libro admirado y en buena medida embrujador, especialmente si  a la palabra viaje no la privamos de la connotación de “periplo” que tiene en el original francés. El libro de Maalouf es una hermosa y colosal fábula en la que la aventura estalla con fuerza, fresca y reluciente, y en la que el lector perseguirá rutas de tierra y de mar con la misma pasión y perseverancia con las que el narrador protagonista persigue el libro que, en el año 1666, año apocalíptico, año de la Bestia (según el Apocalípse el 666 es el número de la Bestia) revela el centésimo nombre de Dios. Pero teniendo en cuenta que esta es una novela de aventuras muy especial. La esencia de la misma y la meta perseguida no son únicamente la superación de espacios, obstáculos y dificultades que en el libro de Maalouf aparecen de forma muy abundante -lo que los teóricos de la ciencia literaria denominan “la retórica del acto”-, sino algo mucho más sutil y profundo y que en la novela aparece tanto de forma explícita como simbólica.
   La reflexión, la constante tensión entre las vivencias interiores del protagonista y la capacidad que posee Maalouf para reflejar el espíritu del tiempo en un momento convulso y tensionado por creencias mágicas y las luces del racionalismo que de alguna manera ya se preanunciaba en la segunda mitad del siglo XVII, son el gran mérito de esta obra. En cierto sentido, y aunque la escritura de Maalouf -especialmente en aquellas obras en las que se relatan historias en primera persona- es mucho más diáfana, El viaje de Baldassare nos recuerda los relatos de Conrad. En efecto, la aventura, la verdadera aventura,  tampoco la hallaremos en Maalouf, allí donde sería legítimo pensar que se encuentra: en los acontecimientos exteriores. No en el itinerario que lleva al protagonista por el mundo entero, superando dificultades, violencias, peligros, fábulas, amores y engaños, sino en el camino de sus dudas interiores y en esa permanente sensación de sentirse extranjero en todas las partes, lo que lo obligará a seguir un periplo en la búsqueda de una minúscula pizca de seguridad y de felicidad.
   En la novela existe ciertamente una historia central, el viaje de Baldassare Embriaco por Oriente y Occidente a la búsqueda de la salvación a través del conocimiento del nombre íntimo y definitivo de Dios, salpicada de múltiples historias secundarias, como la emotiva historia de amor entre Barinelli y la esclava Liva, la increíble peripecia iluminada y revoltosa de Sabbatäi delante de los ojos omnímodos de la Sublime Puerta, o el contrabando de mastic en el Mediterráneo, pero el lector nunca pierde el norte. En primer lugar por la estructura de la novela en forma de diario, mas sobre todo por la capacidad del autor de suturar los hilos argumentales secundarios en el hilo diegético principal, que se corresponde con la aventura interior del protagonista. Sus perplejidades, la contemplación de su propia angustia en el espejo del mundo, la tensión que constantemente se produce en su interior entre el azar / superstición / providencia y la razón. Baldassare  maldice la superstición y la credulidad, pero, al mismo tiempo, se mueve como un muñeco en las manos del azar.
   Baldassare es un escéptico muy poco constante tanto en la defensa de la razón, como en la búsqueda de quimeras. En su mente se le muestra una y otra vez que la numerología es capaz de sugerir toda clase de cosas sin probar ninguna. Sin embargo, a lo largo de su periplo, va hallando señales que casi siempre derramaban desolación, y el personaje acabará arrodillado delante de la providencia, dejando que otros y la concatenación de los hechos determinen su propio futuro. Y rindiéndose a la evidencia de que el viaje no es más que una ilusión y ese centésimo nombre salvífico, un signo invisible.

Francisco Martínez Bouzas

                                                       
Amin Maalouf
Fragmentos

“Me señaló con el dedo el título en letras cirílicas, y se puso a recitar con fervor «kniga o vere…», antes de darse cuenta de que era preciso traducirlo: «El Libro de la Fe una, verdadera y ortodoxa». Me miró con el rabillo del ojo para comprobar si tal formulación no me había revuelto mi sangre papista. Pero por dentro estaba yo como por fuera. Por fuera, la sonrisa amable del comerciante. Por dentro, la sonrisa socarrona del escéptico.
-Este libro anuncia que el apocalipsis está allegar.
Me señaló una página, hacia el final.
-Aquí está escrito con todas las letras que el Anticristo aparecerá, de acuerdo con las Escrituras, en el año del papa de 1666.
Repitió aquella cifra cuatro o cinco veces, escamoteando cada vez un poco más el «mil» del comienzo. Después me observó, esperando mi reacción.
Como todo el mundo, yo había leído el Apocalipsis de Juan, y me detuve un momento en aquellas frases misteriosas del capítulo decimotercero: «Que el inteligente calcule la cifra de la Bestia; pues es la cifra de un hombre. Su cifra es 666.”

…..

“Por desgracia, los rumores sobre la peste no se han desmentido. Nuestra caravana se ha visto obligada a rodear la ciudad y alzar la tienda hacia el oeste, en los jardines de Meram. Hay aquí una multitud, ya que numerosas familias de Konya han huido de la epidemia y se han refugiado en este lugar, donde sopla un aire sano en medio de unas fuentes.
Llegamos a eso del mediodía, y a pesar de las circunstancias reina un espíritu…iba a decir «de fiesta»…no, no es de fiesta, sino de paseo despreocupado y resignado. Por todas partes hay vendedores de sirope y de zumo de albaricoque, que hacen chocar los vasos que acaban de enjuagar en las fuentes; por todas partes hay puestos humeantes que atraen, seducen y encandilan a grandes y pequeños. Pero yo no puedo desviar la mirada de la ciudad, que está muy cerca, mirar las torres de la muralla, adivinar las cúpulas y los minaretes. Allá hay otra humareda que sube, que oculta todo, que lo ensombrece todo. Ese olor no llega hasta nosotros, a Dios gracias, pero lo olemos con la nariz del alma y nos hiela la sangre. La peste, la humareda de la muerte. Dejo la pluma para santiguarme. Antes de volver a mi crónica.”

…..

“Aquí  tengo, junto a mí, encima de la mesa, El centésimo nombre…¿He de considerarme privilegiado de poseerlo ahora que termina el año fatídico? ¿Nos encontraremos realmente en los últimos días del mundo? ¿En los tres o cuatro días que preceden al Juicio Final? ¿Va a arder el universo para extinguirse después? ¿Es que las paredes de esta casa van a arrugarse y retorcerse como un papel en la mano de un gigante? ¿Es que el suelo sobre el que se alza la ciudad de Génova va a hundirse de pronto bajos nuestros pies, en medio de aullidos, como en un gigantesco y último temblor de tierra? Y cuando ese momento llegue, ¿podré todavía coger este libro, abrirlo, encontrar la página oportuna y ver aparecer súbitamente ante mí en letras fulgentes el nombre supremo que todavía no he conseguido descifrar?
A decir verdad, no estoy convencido de nada. Me imagino todas esas cosas, algunas las temo, pero no creo en ninguna. Durante un año entero he corrido detrás de un libro que ya no deseo. He soñado con una mujer que ha preferido a un bandido. He emborronado cientos de páginas, y no me queda nada…Sin embargo, no soy desgraciado. Estoy en Génova, arropado, soy codiciado y tal vez hasta un poco amado. Miro el mundo y mi propia vida como un extranjero. Nada deseo, salvo tal vez que el tiempo se detenga el 28 de diciembre de 1666.”

(Amin Maalouf, El viaje de Baldassare, páginas 17, 100, 473-474)

viernes, 25 de septiembre de 2015

"CAMPO ROJO". SOBREVIVIR EN LAS INTEMPERIES DE LA INFANCIA



Campo Rojo
Ángel Gracia
Editorial Candaya, Avinyonet del Penedés (Barcelona), 2015, 255 páginas.

   Ignoro si a principios de los 80 se usaba el anglicismo “bullyng”. Quizás no, pero el acoso escolar actuaba entonces con la misma brutal intensidad que en nuestros días. Sobre ese intenso salvajismo del acoso escolar gira la novela de Ángel Gracia. Una pieza narrativa que fluye de las propias experiencias del autor, y que actúa ante los lectores como un verídico e inapelable derribo de esos mitos de la infancia feliz. Las relaciones de poder se hallan incrustadas de forma omnipresente en todas las etapas y estadios de la existencia humana. También en la infancia. Y más quizás todavía en ese período en el que los niños se acercan  a la pubertad, sobre todo cuando, como en la novela, se les coloca en un entorno proletario impregnado de sordidez, en un campo rojo como Marte, suburbio de cualquiera ciudad española: un descampado rebosante de escombros y colonizado por las ratas. Una verdadera selva árida, La Balsa, una plazoleta inundada de charcos y de materiales que quedaron de la construcción de las casas baratas que la rodean. En ese escenario no puede regir otra ley que la de la selva. Y ahí coloca Ángel Gracia esta brutal historia hiperrealista de víctimas y verdugos. Un retrato de inusitada crueldad, una despiadada novela coral que tiene como protagonistas a los alumnos y alumnas de un colegio de suburbio, tan campo rojo, tan “mierda pinchada en un palo” como el barrio de Los Molinos.
   En el medio de esa pandilla de críos malnacidos (“orangutanes”, “micos”, “monicacos”… el autor no ahorra apelativos) y de niñas ñoñas y niñatas, existen, como ya indiqué, relaciones de poder: víctimas y verdugos. Una de las primeras es el protagonista hipermétrope, un empollón  marsisabidillo, que se considera a sí mismo un pánfilo carente de gracia, un ababol que se ruboriza cuando habla con las chicas. Es el Garrafas, obligado cada año a cambiarse de gafas y a soportar por lo mismo las risas e insultos de sus compañeros. ¿Los verdugos? Muchos, la mayoría de sus compañeros, especialmente los que ejercen el poder en este suburbio a la intemperie. Pero en la cima de la jerarquía de la crueldad y del salvajismo camorrista, el Farute y su banda que se consideran auténticos supermanes porque comen muchos tigretones, beben mucha Coca Cola y se la cascan al menos tres veces al día. Matones, auténticos chuloputas que con palizas a diestro y a siniestro marcan su territorio y exhiben su poderío. Y esa ley no escrita, aunque acuñada por Plauto, del “homo homini lupus” rige en este colegio de marginados y en sus entornos marcianos. Su primer artículo impone que los chavales de la banda muelan a los demás  a patadas y a golpes. Ellos deciden quién recibe las hostias, quién es tonto de nacimiento, quién tiene hermanas putas. Niños y niñas de once y doce años que viven aterrados, con profesores que cierran los ojos o se ven incapaces de protegerlos. Preadolescentes  que despiertan a una sexualidad que es para ellos puro instinto animal: follar, follar, follar, o meter mano a las chicas el día de la gran sobada.
   Ángel Gracia escribe una historia con raíces en sus propias vivencias y la visualiza con una pavorosa radicalidad sobre las intemperies de la infancia, sobre los golpes recibidos y sobre las dolorosas e indelebles señales que esos episodios salvajes dejan en quienes los han sufrido. Con realismo extremado, sin apenas briznas de romanticismo -“romanticismo nihilista y desesperanzado” admite el autor-, aunque no carente de humanidad. Un retrato demoledor en el que se alterna la rutina diaria en el colegio y una excursión al Moncayo, al mando de dos profesoras que parecen haber surgido del mismo inframundo de gorilas y orangutanes y de seres enclenques que pierden todas las peleas.
   Novela pues de suburbio, con todo el fatalismo envolvente que esa palabra acarrea, de infancia salvaje y poblada por capos y parias, que nos sumerge en espantosas situaciones sociales y en despavoridos estados del alma, que seguramente pervivirán en la edad adulta. Y con un final tan certero como desesperanzador: como la violencia no es gratuita, también se aprende, las víctimas del principio acaban siendo verdugos de seres aún más indefensos: los niños del pueblo y el perro herido y abandonado.
   Ángel Gracia hace esta exploración por las intemperies de las infancias infelices sin ahorrarse eufemismos lingüísticos, tal como puede comprobarse en los fragmentos que reproduzco. Su prosa reproduce el mismo lenguaje brutal y descarnado que, en sus batallas y pesadillas cotidianas, emplean estos linchadores de los más débiles y apocados. Este lenguaje verosímil y el uso de la segunda persona y del monólogo interior acrecientan la eficacia de esta novela, un manual para sobrevivir en la infancia cuando esta se convierte en un infierno.

Francisco Martínez Bouzas

                                                       
Ángel Gracia
Fragmentos

“Desde tu ventana se ve el Panizo, un antiguo campo de maíz convertido ahora en un aparcamiento lleno de grava y de pedruscos, y el Campo Rojo, un descampado lleno de ratas, de escombros, de electrodomésticos con las tripas fuera, donde jugáis a gol portero y a los fusilamientos. Aquí solo hay dos tamarices enanos que sirven de portería y un chopo que nadie toca porque de una de sus ramas se colgó el padre de vuestro compañero Juanjo el Calvorota.
Desde tu ventana ves pasar el tráfico de las autopistas a Barcelona y Madrid. Algunos días claros, vislumbras el Moncayo y sus cumbres nevadas, donde según tu madre nace el cierzo. Cuando ese viento helador arras La Balsa y la ciudad entera, tu madre dice que el primer soplo, el primer aliento de ese aire cruel, ha nacido en la cima del Moncayo.”

…..

“Se pinta como una puta, dice el Farute por lo bajini. Pero si es una momia más vieja que la tana, dice el Bandarras, querrás decir que es la madre de las putas. Calla, retrasado, que te va a oír, no hables tan alto, le dice el Farute, eres más tonto que mi culo cuando caga. Las putas no tienen madre y si la tienen, su madre las echa de casa por putas. Será la jefa de las putas. El Bandarras se queda muy serio mirando al suelo como si hubiera visto una cucaracha. No tenéis ni puta idea, dice el Santito. Las putas que mandan en el puticlub se llaman madame en francés. En Canadá también se dice así.”

…..

“Todos los años, Castro Castro celebra el inicio de curso recibiendo una paliza, Cuando salís de clase, el Farute y su banda, que ya no pueden contener más las ganas de machacarlo con todas sus fuerzas, acumuladas durante las vacaciones de verano, lo sujetan por los brazos y le zurran. Hacemos esto por tu bien. Giboso. No eres más que un jorobado. Te vamos a poner más recto que una vela. (…)
Durante el curso, Castro Castro llega siempre tarde a la primera clase matinal para que los matones no lo hostiguen en el patio. La Amargada lo castiga por el retraso y lo pone cara a la pared, con los brazos en cruz. La banda entera se regocija, aunque no tanto como cuando le cascan.”

…..

“A por ellas. Por las chavalas. Todos juntos, a lo bestia.
Las chavales se dividen en potables y no potables. Buenorras y mazizas hay pocas. Solo la novia del Manta. Las chavalas, o están muy buenas o son un cardo, no hay punto intermedio. Las chavalas se dividen en tetudas y planas. Todas sueñan con tener un buen par de melones para dejar alelados a los tíos. Las chavalas se dividen en culonas y culosplanos, en jamonas y tísicas. Todas querrían tener un buen pandero para que se lo soben los tíos.
 A por ellas, a por las chavalas.
El Farute y el Bandarras abren sus zarpas de gorilas. Los Guaperas se remangan. Todos los chavales babean. El Santito marea a todos con su parloteo.
Bruslí dice que sí, que a por ellas. Yuste también. Todos obedecen, están convencidos. Los Maravillas no dicen nada, son unos retrasados. Tú quieres y no quieres hacerlo.
A por ellas, a por las chavalas. A por sus tetas, a por sus culos, a por sus chochos. El Farute y su banda dicen que son todas unas calientapollas, tienen ganas de marcha pero no se atreven  a pedirla.
No seas cobardica, ellos lo van a hacer. Míralos. Si no lo haces te llamarán maricón. Míralas a ellas. Son todas unas calientapollas. Zorras. Pon tus manos en su cuerpo, mételes mano. Sóbalas. Ahora, como el Farute. Le está tocando las peras a Cristina, qué ganas tenía.
Los chavales se dividen en sobones y maricones. ¡No!, grita Martínez. Aparta a los chimpancés a manotazos. Los de la banda lo empujan y lo golpean con la cabeza. Cae. Mazinger lucha contra el ejército de brutos mecánicos. El precipucio.”

(Ángel Gracia, Campo Rojo, páginas 23, 63, 138-139, 238-239)

lunes, 21 de septiembre de 2015

"HOTEL CIUDAD SUR": LAS DERROTAS DE LA VIDA



Hotel Ciudad Sur
Xerardo Quintiá
Traducción de Moisés Barcia
Pulp Books (sello de Rinoceronte Editora), Cangas do Morrazo, 2015, 152 páginas.

   Fue en el año 1997 cuando tuve la agradable experiencia de leer el primer libro de Xerardo Quintiá (Friol, Lugo, 1970). Fue un pequeño volumen, Finísimo po as ás que, a primera vista, semejaba literatura insignificante y temáticamente minimalista, tejida no obstante con puntadas de fina textura, literatura sencilla pero sin trampas. Otra colección de relatos, Unha soa man e outros intres volvió confirmar la calidad de una prosa rebosante de aire fresco. Un rabaño de ovellas brancas, otra colección de relatos, nos hacía extraviar, hace ahora diez años, en la recreación de la Galicia rural, con sus costumbres atávicas, en los sufrimientos de la emigración y en la magia que palabras mentirosas van dejando en las almas cautivas, en los dramas del crédito perdido.
   En el año 2012 Xerardo Quintiá retornó a la narrativa con ocho historias recogidas en este volumen que editó en gallego Editorial Galaxia y ahora ofrece en español Pulp Books. Ocho vidas cruzadas que laten de alguna manera en una pequeña ciudad gallega, en sus arrabales, hechos de la confluencia de lo rural y de lo urbano, claro trasunto literario de la ciudad de Lugo. Ocho relatos amalgamados por la presencia de un hotel, cuyo nombre rotula el libro, y poblado por antihéroes, personajes perdedores que, a la vez que nos sumergen en el presente, retroceden algunos de ellos a otro tiempo, el tiempo de la infancia en el que la narración explora las causas o las raíces de sus vidas grises, bien en la juventud, bien en la madurez.
   Un conjunto pues de cuentos transitados casi todos ellos por la presencia de la realidad urbana conjuntamente con la rural y, según alguna interpretación, escritos bajo el magisterio de Raymond Carver, afirmación que opino es preciso  matizar.
   Es verdad que Xerardo Quintiá conoce en profundidad la obra y la vida de Carver y también la de su mujer, Tess Gallagher que compartió con él los diez últimos años de su vida. Lo conoce y posiblemente lo admira hasta el punto de convertirlo en protagonista del relato, “La última propina”, que clausura el libro. Un relato de excelente prosa metaliteraria que nos acerca a la figura de Raymond Carver visitando la ciudad lucense y hospedándose en el Hotel Ciudad Sur. El escritor recorre las calles de la ciudad y, al compás de sus pasos, recuerda los años de propina que significó la convivencia como pareja al lado de Tess Gallagher. Esa fue la verdadera propina como lo expresa en el poema “Propina”, escrito cuando ya era consciente de que se acercaba su hora: “Una propina estos diez últimos años / Vivo sobrio, trabajando, amando / Y siendo amado por una buena mujer”. Este poema y  otro titulado “Último fragmento” que está colocado en muchas lápidas de las sepulturas norteamericanas y que se recita en las bodas, enmarcaron las fuerzas que unieron a Raymond Carver y a Tess Gallagher: el amor a la literatura y a su “luminosa reciprocidad”
   La libertad que la ficción le otorga al escritor gallego, le permite conjeturar que fue en este viaje cuando la mente de Carver concibe aquel poema y que la postrera propina fue para Carver la contemplación de las rosas que crecían, llenas de vigor, delante de la casa, antes de que se avecinase la definitiva oscuridad de la muerte.
   Pero la prosa de Xerardo Quintiá no brota directamente de los faldones de Carver, como afirmaba Jay MvInerney con relación a autores de relatos más jóvenes que Carver. El icono de la literatura minimalista norteamericana “depende de los omitido” (Harold Bloom). Y sin embargo, Xerardo Quintiá no comparte con el Chéjov norteamericano ni la sequedad de su prosa, ni su estilo elíptico, sus “diégesis parsimoniosas” o incluso insignificantes, o sus inesperados y terribles desenlaces. Tampoco Xerardo Quitiá comparte lo que Tim O’Briam dijo de Carver. El escritor nacido en Friol no emplea la lengua como una cuchilla, no despoja a sus prosas de todo, excepto del corazón de la emoción humana.
   Comparte, sin embargo, de la escritura minimalista ese muestrario de héroes que pueblan sus relatos, personajes sencillos, triviales, pero cuyas vidas captadas a través de los enfoques ficcionales, sin espacios en blanco, sin nada, los convierten no en asesinos o mentirosos, pero sí igualmente en perdedores, en seres monótonos en frágil equilibrio, seres grises que, de una manera o de otra, ven tronzadas las expectativas que alguna vez anidaron en su ser, formando parte de sus ilusiones.
   Sobre esas vidas indagan sobre todo los cinco primeros relatos. Será la vivencia de la infancia y su tránsito hacia la adolescencia, sus inquietudes, sus tristezas y una estela de “saudades” en el friso de esa pequeña ciudad, la ciudad infinita que rotula el primer relato, porque en ella no existen las paredes ni los caminos de carro de la aldea. En otras prosas son las convenciones sociales -la vida como es debido- las que destrozan definitivamente los sueños, las ilusiones, transformando la vida de los protagonistas en algo rutinario e insípido. La pusilanimidad  para afrontar, debido al qué dirán, el secreto íntimo, el sabor del primer beso, hace que el protagonista enmascare su cobardía  con una gran sonrisa de amargura.
   Otros relatos como “Un libro de John Berryman” nos acercan a otras derrotas, esta vez en los estudios, de un joven al que las garras de la incomprensión le arrancan hasta el último de sus sueños literarios. Mas Xerardo Quintiá no  circunscribe al universo infantil o juvenil ese remolino de existencias atormentadas  por la trivialidad, con sueños frustrados. En el relato “Romeo & Julieta, una historia”, nos sumerge en los fracasos de la pareja, en el vacío y en el fiasco sentimental.
   En resumen, historias cotidianas que seguramente no nos dejan sobrecogidos como aquellas de Carver despiadadas hasta lo inhumano -hoy sabemos que debido a la inmensa poda que en ellas hizo Gordon Lish, el editor que lo hizo famoso-, pero que reflejan fragmentos de vidas idénticas a las de muchos lectores, que en si misma son buenas y excelentes prosas y dan testimonio de que en cualquier parte y en todos los tiempos sigue habiendo “vidas cruzadas” por el fracaso, la injusticia y aludes de ilusiones perdidas.

Francisco Martínez Bouzas

Xerardo Quintiá

Fragmentos

“Cada uno cogió su camino.
Johnny optó por el lado más salvaje. Chema se marcho de la ciudad. Gonçal se metió a policía municipal. Y yo empecé a trabajar en 2x2, una empresa de transportes. Me casé y tuve dos hijos. La Mapex se quedó en el trastero, donde con el paso del tiempo se cubrió de silencio y humedad. A veces bajaba y la contemplaba con melancolía. Incluso en una ocasión cogí las baquetas y la golpeé con todas mis fuerzas, pero fue en vano. Su sonido me resultó pobre y opaco, y me pareció el sonido de mis propios latidos que cada noche escuchaba durante horas con los ojos fijos en la oscuridad, mientras Laura respiraba a mi lado como si en cada inspiración absorbiera litros y litros de aire.”

…..

“En cuanto llegó a Port Angles, le propuso a Tess hacer lo mismo que habían hecho Olga y Anton Chékhov. Casarse. Sería como gastarle una broma al destino, como si aquella propina de la que habías dispuesto los últimos años adquiriese una nueva dimensión.
Lo hicieron el diecisiete de junio de 1988, en una pequeña capilla de color blanco con grandes y luminosos letreros de neón, en Nevada. Desde entonces, hasta la tarde del uno de agosto de 1988, los días se fueron consumiendo de una manera extraña, dolorosa e incluso desesperanzadamente feliz. Era como si estuvieran dentro de un poema de Czeslaw Milosz y una calma luminosa y definitiva anegase cada uno de los instantes que aún les quedaban.
En algún momento Raymond habló de la importancia que las cosas más sencillas podían tener dentro de la literatura. De la utilidad que se les podía dar en un determinado contexto. Entonces, la verdadera importancia de aquellas cosas no afectaba a la literatura, sino a la propia vida. El simple hecho de desplazar la mano y tocar un vaso. O de contemplar la manera en que una embarcación atravesaba el estrecho de Juan de Fuca en dirección a Canadá. O de mirar el teléfono, esperando que sonase en cualquier momento y se oyese una voz.”

…..

“Cuando se despertó (Raymond Carver) el cielo estaba despejado. Sólo alguna que otra nube blanca flotaba en aquel azul inmenso. Se sintió tranquilo al contemplarlo. Parecía como si todo estuviera relacionado, como si algún significado oculto lo conectase todo. La suave brisa de la tarde le acarició el rostro y Ray se sintió agradecido.
En el pequeño jardín de delante de la casa crecían rosas. Tenían un aspecto espléndido. Ray las contempló como si formaran parte de una visión celestial. Siempre habían estado allí, pero nunca se había detenido a contemplarlas de la manera en que lo hacía ahora.
Las miró hasta que Tess fue a ayudarle a levantarse y regresar al interior de la casa. Cuando se giró y caminó en dirección a la puerta, dándoles la espalda, Ray tuvo la certeza de que contemplar aquellas rosas había sido la última propina concedida. Nada más existiría a partir de entonces: sólo la oscuridad de la noche que se acercaba desde todas partes.”

(Xerardo Quintiá, Hotel Ciudad Sur páginas 44-45, 148-149, 151-152)