Un relato policíaco
Imre Kertész
Acantilado, Barcelona, 104 páginas.
Una tumba para Boris Davidovich
Danilo Kis
Prólogo de Joseph Brodsky
Acantilado, Barcelona, 185 páginas
(LIBROS DE FONDO)
En 1935 publicó Borges una de sus primeras obras, Historia universal de la infamia, en la que presenta las biografías de siete personajes de infausto recuerdo. Una colección de cuentos basados en crímenes reales. Los siete personajes que Borges describe ficcionalmente, brindan un ingenioso panorama de la iniquidad y del horror, extraídos de diversas realidades culturales y geográficas. Porque desde tiempos inmemoriales, seguramente desde que “homo sapiens” bajó de los árboles, la humanidad no ha cesado de experimentar en sus propias carnes las garras del horror. Desde Eibl -Eibesfeld (1970), sabemos que la sonrisa y las lágrimas son innatas en el hombre. También lo es la desmesura que impregnó el terreno de las pasiones más ancestrales y violentas: la destrucción, el asesinato, las carnicerías. Mas esta afectividad intensa e inestable de un ser, á la vez amoroso, furioso y violento, no siempre halló reflejo en sus propias creaciones simbólicas. Con frecuencia el “hombre sabio” enmascara su “ubris”, sus desmesuras en las relaciones con sus semejantes. En especial, cuando domina las armas del poder. Nuestro tiempo es testigo del silencio cobarde y vergonzoso de muchos que, en razón de la especial resonancia de su voz, deberían haber denunciado las locuras destructoras y gratuitas de sus semejantes. No es el caso, sin embargo, de dos narradores europeos, deponentes y referendarios inequívocos de la pavorosa destrucción del hombre por el hombre en el siglo XX. Son ellos: el premio Nóbel Imre Kertész y el escritor serbio Danilo Kis.
Dos de sus obras entraron o regresaron al mercado literario en lengua española de la mano de la editorial El Acantilado de Barcelona. Una breve ficción del Nóbel hungaro, Imre Kertész, Un relato policíaco y quizás la novela más conocida del escritor serbio, Una tumba para Boris Davidovich. Dos piezas narrativas que se centran sin concesiones en los grandes episodios de crueldad opresiva y genocida de los sistemas totalitarios del pasado siglo. Un pasado que no solamente explica el presente sino que lo mancilla.
En sólo dos semanas salió de la pluma de I. Kertész, Un relato policíaco. Una obra breve escrita paradójicamente con la finalidad de eludir la censura. El escritor húngaro, sobreviviente de Auschwitz, escribe en efecto esta pequeña pieza en 1976 como una especie de relleno que posibilitara la publicación de otra novela, El rastreador. El comunismo gulash de la Hungría de entonces, cuyos censores eran los mismos editores, exigía un mínimo de diez octavillas en cada volumen que se publicase. Fue entonces cuando Kertész hubo de escribir a toda prisa la historia de Un relato policíaco, en la que, sin embargo, ya llevaba tiempo cavilando. El relato supero la censura porque todo en él era ficción, ficción que, por otra parte se desarrollaba en un pseudo estado suramericano y, por consiguiente, podía ser leído de forma inofensiva en su país. El relato es muy anterior a la conocida frase que Kertész pronunció en 2002 al recoger el Premio Nóbel: “De Auschwitz solamente es posible escribir una novela negra”. Seguramente porque Auschwitz es la metáfora sangrante de la implicación del ser humano en la maquinaria totalitaria del terror, tal como le ocurre al protagonista de Un relato policíaco. Un tal Martens, un policía que se confiesa novato y que forma parte de los mecanismos torturadores de un país imaginario. Poco antes de ser ejecutado, narra sus experiencias en el cuerpo de policía encargado de interrogar y torturar a los supuestos y, frecuentemente, imaginarios opositores del régimen. Pretende absolverse a si mismo de sus crímenes mediante la catarsis de la escritura de su propio diario. ¡El verdugo convertido definitivamente en víctima!
Kertész narra pues desde el punto de vista de los torturadores, que confiesan trabajar a lo grande, sin rendir cuentas a nadie. Únicamente con la lógica de los sistemas totalitarios: al servicio no de la ley, sino del poder, confiando solamente en ellos mismos y en la fatalidad. Los interrogatorios, el trabajo sucio (“Como los que se ven en la películas, pero un poco más simples”) son la antesala del infierno. Pero Martens omite la descripción de ese infierno de la tortura, quizás como una forma de eliminarlo de su existencia.
Estamos ante un relato breve. Sin embargo, como algún crítico ha recordado, nada de cuanto ha escrito Kertész desde que escapó del holocausto hasta recoger el Nóbel, tolera el calificativo de breve. En Un relato policíaco se manifiesta el fabulador de pluma ligera que escribe en el lenguaje atonal que caracteriza la escritura que Kertész emplea para describir el desgarro y el falso orden del mundo. Y es una lúcida introspección en las interioridades de los verdugos, capaces de convivir trivialmente con la tortura, a la vez que una agria parábola sobre los totalitarismos y su lógica salvaje.
De Una tumba para Boris Davidovich dijo Susan Sontag que era uno de los viajes literarios jamás efectuados por un escritor en la segunda mitad del siglo XX, una obra que preserva el honor de la literatura. Fue seleccionada así mismo por Harold Bloom en su canon de la literatura occidental como representativa de la literatura serbo-croata. La obra fue publicada en 1976 como una colección de relatos, siete biografías, siete capítulos de la misma historia, que no es otra que la de la ancestral tendencia humana de destruir al adversario mediante los mecanismos de opresión totalitaria que tanta vigencia tuvieron en décadas pasadas, sin que su presencia y utilidad hayan sido puesta en duda en nuestros días. Dispositivos de destrucción del adversario teñidos de intolerancia religiosa o de fanatismo ideológico que se sirve de las herramientas de la tortura para aplastar creencias y voluntades. La mayor parte de la novela relata el destino de muchos hombres y mujeres que perecieron durante el Gran Terror estalinista, a finales de la década de los treinta. Son siete historias que se suturan entre si y también con la borgiana “universal historia de la infamia”. Una historia repleta de fraudes, farsas institucionalizadas, estrategias policiales que solamente sirven a los mecanismos del poder totalitario que se ensaña con cualquier forma de vida o pensamiento disidente.
Todos los relatos de la novela hacen referencia en efecto a la intolerancia inquisitorial. Incluso uno de ellos está ambientado en plena exaltación exterminadora de la Santa Inquisición europea. Pero, si tenemos en cuenta la opinión del prologuista, el Nóbel en 1987, Joseph Brodsky, Danilo Kis escribía en realidad sobre el régimen yugoslavo. El relato del que toma el título la colección, escenifica de manera magistral las relaciones entre la maquinaria del poder y los ciudadanos, mejor dicho, súbditos, en el nazismo y en el antiguo bloque soviético. El revolucionario Boris Davidovich es acusado injustamente de colaborar con el enemigo. De inmediato se ve encerrado en un agujero hediondo y soporta toda clase de torturas con tal de no manchar su biografía. Pero el astuto captor halla la forma de arrancarle una confesión falsa que mancilla su trayectoria vital y, a la vez, absuelve al sistema.
El libro de Danilo Kis está habitado por revolucionarios profesionales y asesinos ideológicos que esparcen el terror y la iniquidad desde lo más profundo de tenebrosas checas. Ninguno de ellos, sin embargo, es yugoslavo. Lo único que tienen en común con la antigua Yugoslavia es la ideología que allí se profesaba en el año 1976. De ahí que los estalinistas conservadores de la jerarquía literaria, incapaces de discutir sobre el verdadero tema del libro por miedo a llamar la atención sobre el mismo, acusaron a Danilo Kis de plagio.
Danilo Kis construye esta novela fragmentaria por medio de una técnica minuciosa, repleta de detalles nimios, mas a la vez simbólicos y de sobria poesía. En su escritura sobresale el surrealismo de sus metamorfosis y la naturaleza antiheroica de sus de sus personajes arquetípicos, a pesar de que el libro, como afirma el prologuista, está construido como un extenso poema dramático. Escritura sumamente alusiva que ajusta cada una de las escenas de las biografías por medio de una fina sutura de detalles escrupulosamente escogidos. En definitiva, un singular estilo literario para describir las mazmorras del terror, que logra, de nuevo en palabras de J. Brodsky, comprensión estética allí donde la ética había fracasado.
Francisco Martínez Bouzas
Francisco Martínez Bouzas
Danilo Kis por Marjana Miccinovic |
* Este texto, con ligeras modificaciones, fue publicado por su autor, Francisco Martínez Bouzas, el día 26 de agosto de 2007, en el suplemnto "Gaceta Dominical" del periódico El País de Calí (Colombia)
No hay comentarios:
Publicar un comentario