Ricardo Menéndez Salmón
Editorial Seix Barral, Biblioteca Breve, Barcelona,
2013 (2ª edición), 173 páginas.
Ricardo Menéndez Salmón (Gijón, 1971) está
considerado como un autor joven pero ya consolidado en el actual panorama
narrativo español. Un autor de culto, sin duda, dueño de una escritura dura y
profunda que desconcierta a más de un lector carente de la receptividad
necesaria para comprender cabalmente la escritura de este licenciado en Filosofía
y director literario de una editorial asturiana.
La producción literaria de R. Menéndez Salmón,
y más en concreto esta su última obra, La
luz es más antigua que el amor que rebosa substancias intelectuales, artísticas
y filosóficas, camina a caballo entre la ficción y el ensayo, la biografía
ficcionada y la crítica artística. Una ambiciosa amalgama entre la indagación
existencial, la ficción y la estética. En su obra narrativa anterior, La ofensa (2007), Derrumbe (2008) y El
corrector (2009), que conforman su “Trilogía del Mal”, Menéndez Salmón había
abordado algunas caras de horror. Ahora, sin embargo, en un giro radical, el
escritor asturiano hace gravitar su escritura en torno a un propósito central:
perforar en los enigmas del arte y destapar la postura de compromiso o
independencia del artista frente al poder encarnado en el mercado, la Iglesia o
el Estado.
Las tres partes de la novela están
protagonizadas por un ficticio novelista, Bocanegra, alter ego del propio autor,
que fusiona en su paleta ficcional la trágica realidad de tres pintores cuyas
historias transcurren en tres épocas diferentes. Tres pintores, uno real y dos
ficticios a los que Bocanegra aborda en situaciones existenciales muy problemáticas,
tanto en sus vidas como en sus quehaceres artísticos. Así pues, cuatro
historias ligadas con un tema de fondo o eje narrativo: el penoso y trágico
proceso creativo, el misterio de la creación.
La estructura de la novela se ajusta a un
guión que le confiere unidad: tres historias en las que se narran esos momentos de los pintores, seguidas de un texto
en el que Bocanegra contrapuntea los distintos fragmentos y narra también tres
momentos de su vida, introduciéndose así en la novela.
La primera historia nos sitúa ante un pintor
soñado: Adriano de Robertis que, inmerso en la Europa medieval tras la Peste
Negra, sufre una crisis personal tras la muerte de su hijo que le lleva a
pintar “una insultante pero seductora blasfemia”, una Virgen barbuda. Por boca
de Pierre Roger de Beaufort, futuro Gregorio XI, es reprendido severamente por
la Iglesia, su obra destruida y condenado a la invisibilidad. Mas, a pesar de
morir viejo, comido por la miseria de un lazareto, su gesto es no solo un acto
de rebeldía, sino también un interrogante sobre el sentido de la creación artística
ante el éxito y la desolación.
Aparece a continuación otro pintor, en este
caso real, Mark Rothko, capaz, según el cineasta Michelangelo Antonioni, de
pintar la nada. El pintor letón, emigrado a Estados Unidos, autor de
crucifxiones desmontadas sobre el abismo, incapaz de soportar la tensión dramática
de la vida y pintor de un último cuadro, “Un réquiem por la luz”, desvariado antes
de suicidarse, “la máxima expresión de la voluntad por perdurar” (página 88). Y
finalmente otro pintor inventado Vsévolod Semiasin. Enfrentado a Stalin,
asistimos a sus derrumbe esquizofrénico y a sus reclusión en un sanatorio tras
haber engullido su propia obra, cuyas razones revela en un carta escrita el 11
de septiembre de 2001, en la era del Desconsuelo.
Y, como he señalado, entrelazando los tres
episodios, las reflexiones de Bocanegra sobre el sentido del arte, a la vez que explora las profundas coordenadas
de la condición humana y la posición trágica y doliente del acto creativo bajo
los poderes de la pura nada, tal como la entendió Kafka en una entrada de sus
diarios. Pintar, escribir, crear en la travesía de la nada.
Especialmente interesante es, en mi
apreciación, el segundo contrapunto, “Bocanegra en 2008”, un fragmento
metanarrativo en el que el escritor explica su propio proceso creativo, un tema
recurrente en la narrativa actual para desconcierto de algunos lectores. Libro
complejo, de gran densidad intelectual, apto para degustación no del lector
consumista de banalidades, sino de una literatura ajena a la moda y cimentada
en la reflexión, en historias de gran calado y con estructuras formales que se
sitúan entre las experiencias más vanguardistas.
Francisco
Martínez Bouzas
Ricardo Menéndez Salmón |
Fragmentos
“Porque
quien en el acto de componer música, pintar frescos, esculpir sobre mármol o
levantar catedrales se contempla a si mismo desde la perspectiva del oficio, no
puede por menos de preguntarse: «Todo este esfuerzo, toda esta lucha de
vanidades, toda esta ingente escenificación, ¿para qué?» De los demonios que
acechan al creador a lo largo de su tarea, ninguno tan angustioso como la
carencia de sentido, acepta De Robertis bajo la mirada bobina, un tanto estúpida
del pantocrátor en quien ya no sabe si cree. Porque, por definición, el sentido
no es algo que se le suponga a la creación, no es algo que le sea dada ex ovo. Así, del misterio de las sensaciones e
impresiones que alimentan su vida, el creador cosecha el misterio de la
realización de su obra.”
…..
“Un
aneurisma de aorta que en 1968 lo había retirado temporalmente de la pintura (a
Mark Rohtko), dejando su salud quebrantada, la separación de su mujer, que lo
engañaba con hombres mucho más mediocres (qué suplicio para un talento tan
inmenso ser vencido polla, por una forma de besar, por ciertos aspectos de la
ternura o de la galantería), y un creciente estado de desasosiego por una
depresión latente desde hacía años se asociaron sin remedio para que sus últimos
cuadros se volviesen densos y oscuros, como si ya no pudiera salir de aquel
reino de penumbras y pintar la luz en la que se había refugiado durante décadas,
la misma luz que iluminó al niño letón en su viaje al corazón del futuro
imperio. Quizás la conciencia de que ya no podía convocarla, de que ya no podía
esconderse en ella, hizo que no fuese capaz de soportar durante más tiempo la
tensión dramática de la vida y, en efecto, pintase un último cuadro, un réquiem
por la luz, que no era otra cosa que su autorretrato.
Un
cuadro totalmente negro que lo devoró la mañana del 25 de febrero de 1970 en su
estudio de Nueva York, exactamente 51 semanas antes de que yo, el autor de La luz es más
antigua que el amor, naciera al otro lado
del atlántico (…) Poco antes de morir proféticamente escribió:
«Mi
capacidad de mirar es tal que mis ojos terminarán por consumirse. Y este
desgaste de las pupilas será la enfermedad que me llevará a morir. Una noche
miraré tan fijamente en la oscuridad que terminaré dentro e ella.»
…..
“Hay
días en que Bocanegra se sienta a escribir y lo rodea la nada. Una larga, desalentadora
nada. Una nada nada dadivosa. Una nada del tamaño del planeta. No es el famoso
bloque del escritor, li la socorrida falta de inspiración, ni el consabido tedium vitae. No: es la pura nada, los poderes de l
nada, los ropajes de la nada, los interruptores apagados, las circunvalaciones
secas. Postración, silencio: nada.
Kafka
escribió esa palabra en una de las entradas más impactantes de sus diarios: «Nada».
Podría no haber escrito nada, esperar atener algo que contar y entonces
hacerlo, dejarlo escrito, dar fe de ello. Pero no, un día, en medio da la nada,
durante la travesía de la nada, encerrado a solas con la nada, decidió abrir su
diario y escribir: «Nada.»
(Ricardo Menéndez Salmón, La luz es más antigua que el amor, páginas
31, 56,111)
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