Gabriela
Ponce
Editorial
Candaya, Aviyonet del Penedès
(Barcelona), 157 páginas.
Un sello editorial tan selecto como Candaya
está apostando últimamente por jóvenes escritoras ecuatorianas. Y a fe que no
se está equivocando. Pienso en Solange Rodriguez Pappe, en Mónica Ojeda, en
Daniela Alcira Bellolio, autoras las tres de excelentes e inesperadas novelas.
Candaya contempla hoy el debut en la narrativa, de amplio recorrido, de
Gabriela Ponce (Quito, 1977), directora de teatro, profesora de artes escénicas
y escritora de libros de cuentos y de algún texto teatral. Ella, como escriben
los editores en las Claves sobre el libro, aporta su personal visión del mundo,
un gran ejercicio prosístico, plagado de símbolos, y una novela llena de
interrogantes, resistencias y aperturas, especialmente sobre el cuerpo
femenino. Resistencias y desenfrenos que instaura con algunos de los
acontecimientos más importantes de una mujer: su cuerpo, su sexualidad, el instinto
maternal y las sacudidas de ese mismo cuerpo, sin excluir ninguna de sus
vivencias, incluido lo sórdido, o lo que llega, como casi profetiza la cita
inicial de Pascal Quignard.
La trama de la novela, con la protagonista
hablando en primera persona y descubriendo los acontecimientos que circulan por
la corriente de su pensamiento -la gama
completa de su pensamiento, sea o no
consciente- nos aproxima a sus interioridades. Podemos captar así la
mente de una mujer que cuenta su historia: tras la ruptura de su matrimonio,
amargada, desesperada, desenfrenada, intenta salir adelante de la manera que
está a su alcance. Da el paso, entregándose de forma salvaje, en cuerpo y alma,
y en amalgama con la naturaleza que la rodea. También precipitándose en
relaciones de diversa índole, tanto sexuales, como comunicativas.
Esta forma de proceder desbocado forma buena parte del núcleo diegético de la
novela que no es ninguna golosina para los ojos lectores, sino todo lo
contrario, porque la autora no reserva nada, ni de lo bonito ni de lo feo que sucede
en el cuerpo de una mujer. Y que la autora nos transmite sin pelos en la
lengua, en verdaderos remolinos. Sus palabras y reflexiones, su contar las
intimidades de su cuerpo, terminan envolviéndonos en una prosa a la vez cruda,
poética y visceral. Vergas duras, penetraciones, úteros y vaginas lamidos, una
cueva agreste, musgo que sale de todas partes; odio hacia sí misma para
compartir con su ansiedad y su desesperanza.
Y una prosa que se desliza como las balas de
una ametralladora y nos dispara gatos negros que cruzan, olor a orines, un murciélago
que cruza y que que la interrumpe con su
vuelo en el momento de venirse.
Pero también recuerda: su matrimonio hecho
humo, porque la protagonista intuye que le queda algo de fuerza para sobrevivir
a la desintegración de una relación que se rompe en trizas. En otros casos, la
prosa de la mujer que relata nos sumerge en un trajín amoroso y, en algunos
casos, de nimia importancia. Pero deja constancia de que lo único que merece la
pena y su atención es el enamoramiento: el atolondramiento por la proximidad de
los cuerpos, una tendencia que se remonta a su infancia.
Una novela, en definitiva, que no solo
aborda el cuerpo femenino, sino que lo expone sin ningún tabú entre orgasmos
disfrutados o soportados. Por supuesto, con ausencia total tanto de
remordimientos como de romanticismos. Del cuerpo femenino no se oculta nada:
aparecen con absoluta naturalidad todos sus fluidos, la menstruación, el
erotismo, la violencia y el vacio posterior y la tristeza de su carne después
de parir.
También sin eufemismos y con naturalidad
relata su embarazo y su parto: un parto que la va abriendo en canal, en el que
va sintiendo las piernas, la cabeza de la criatura luchando para encontrar su
camino. Es sin duda la parte más humana y menos desbocada de la novela.
Pero el lector tendrá que esperar al
capítulo 21 en el que la protagonista
inicia el relato de su embarazo: “Fue el último día del mes de julio el día en
que me embaracé…Fue la cantidad de semen”. Con ella sufriremos en este embarazo
y en este parto, con un orificio crecido por el que va a salir la vida, la
criatura que no será suya. A partir de este momento la novela deja en gran
parte de ser la reverberación casi agreste de ascos desbocados para convertirse
en un duro y desolado diario, para huir de un embarazo al que la protagonista
no puede renunciar y que le produce pánico.
Mientras tanto, leeremos las pesadillas, las
desesperanzas, las decisiones que brotan del pleamar de la conciencia de la
protagonista, casi todas ellas abordando el cuerpo femenino que aparece así
casi fotografiado de forma cruda y poética.
Francisco
Martínez Bouzas
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