Martin
Kohan
Editorial
Anagrama, Barcelona, 2020, 196 páginas-
Martin Kohan (Buenos Aires, 1967), escribe a mano y en los bares. La
compañía de los extraños funciona algo así como su fuente de inspiración. Y
vive poco menos que encapsulado con un teléfono celular antiguo, sin internet.
Sin embargo, con el confinamiento del covid-19, fue capaz de crear. De sus
gustos surgieron las ganas de escribir textos como Me acuerdo. Y el libro que edita estos días Anagrama, Confesión. Un novela verdad suturada por
dos personajes: una abuela, Mirta López y Jorge Rafael Videla, uno de los
grandes responsables, desde 1976 de lo más siniestro que aconteció en
argentina. Una novela sobre la monstruosidad de la que es capaz el ser humano.
Mas la dictadura argentina aparece de diversas maneras en otras de sus obras.
Por ejemplo en Ciencias morales
(2007), ganadora del Premio Herralde de Novela, o en Cuentas pendientes. No obstante vivir muy cerca de la ESMA, uno de
los mayores centros clandestinos de detención, tortura y exterinio, él no tenía
idea del horror que estaba pasando allí dentro. Y también fuera. Le faltaba el
contexto político de los macabro y fantasmal del terrorismo de estado.
Pero ese miedo revive en Confesion, con un lenguaje escrito riguroso, obsesivo que produce el
efecto amplificado del horror. Mas este impulso no es de ahora. A lo largo de las
últimas décadas, Martin Kohan ha estado escribiendo acerca del período
revolucionario en Argentina, y de su
trágico final con la dictadura. Así como el pose y el gusto de la violencia
política en el trasfondo de la burguesía argentina.
Pero es en Cofesión, una novela brutal y sobrecogedora, con la dictadura
argentina como telón de fondo, donde el autor llega al fondo. La novela se compone
de tres historias que forman parte de la misma historia y comparten personajes.
Con confesiones en la primera y última parte.
En la primera, el nieto de una anciana,
Mirta López, de la ciudad de Mercedes,
narra lo que su abuela, víctima de escrúpulos
y remordimientos siendo niña, le confiesa a un sacerdote: la fascinación que
sentía por un joven, el hijo mayor de los Videla, un muchacho adusto, llamado
Jorge Rafael, que será décadas más tarde un atroz dictador. Cree que ha pecado porque
sentía a veces un remolino caliente en
el estómago, y que le sobrevenía cada vez que veía pasar desde la ventana del
comedor al hijo mayor de los Videla. Pero nunca tenía malos pensamientos. La
anciana le cuenta a su nieto secretos que solamente alguien, con la carencia de
censura que otorgan los noventa años, es capaz de relatar. Sobre todo las
formas en las que su cuerpo pubescente reaccionaba ante Jorge Rafael Videla. La
lubricidad se va apoderando del cuerpo de la niña que reza y se humedece
mientras ora y espía al joven que parecía hecho de acero.
Pasan las semanas y la fijación en Mirta por
el hijo mayor de los Videla no hace más que aumentar. Incluso le sugiere
transcendencia. En ese momento lo que la enciende no son las aberraciones de
ese hombre que se producirán años más
tarde. Lo que a Mirta le fascina es que Videla es el impoluto circunspecto que
la enciende cada día más. En definitiva, el incendio ante el hijo mayor de los
Videla es ilusión convertida un poco más tarde en onanismo.
En la segunda parte, “Aeroparque”, se narra
la operación Gaviota, un episodio que la historia argentina suele pasar por
alto. Sucedió el 18 de julio de 1976. El Ejército Revolucionario del Pueblo
lleva a cabo un atentado contra el dictador Videla, colocando dos potentes
bombas en la pista de aterrizaje del aeródromo Aeroparque que debían de haber
explotado cuando el avión en el que viajaba el dictador Videla, estuviera a
punto de despegar. Buscaban golpear al terror para hacerle creer al pueblo que
se podía luchar contra el régimen. Y que incluso podían derrotarlo, porque lo
días en el país transcurrían oscuros y
criminales. La carga explotó, pero el avión logró remontar el vuelo herido y se
llevó al tirano ileso.
En la tercera parte, la narración retorna
sobre la niña de la primera parte, ahora en una residencia de ancianos y con su
cabeza medio perdida. Es un partido de cartas entre Mirta López y el narrador
que conduce a una nueva confesión y nos revela los secretos y razones de porqué
uno de sus tío fue secuestrado y desapareció durante la dictadura. Lo que nos
permite ver que la mayor de las desgracias puede ser el fruto del más grande
los amores. La confesión de la abuela
avanza “pornográficamente” sobre el secreto más impune, sin mostrar la mínima
señal de contrición.
Martin Kohan nos acerca a unos sucesos
monstruosos y a dos confesiones con un estilo de prosa directo, sencillo y
algunas veces repetitivo, al estilo de una plegaria judía. Una literatura que,
desde la ficción, pretende dar cuenta y normalizar acontecimientos reales de
gran magnitud.
Francisco
Martínez Bouzas
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