La mujer de sombra
Luisgé Martín
Editorial Anagrama, Barcelona, 2012, 228 páginas.
Luisgé Martín piensa que la literatura es un arma para hacer daño, para molestar. Lo afirma sin remilgos y en esta novela lo hace a conciencia, descubriéndonos el monstruo que todos llevamos dentro. Porque La mujer de sombra no solo es la plasmación escrita de una trama morbosa, autodestructiva, de alto contenido de sexo adulto y de sexo prohibido (pederastia), sino una brutal zambullida en el monstruo que personas aparentemente normales -todos nosotros- llevamos dentro y por regla general nunca llegamos a descubrir. Para eso está la literatura: para inquietarnos, para percutir conciencias adormiladas por una sociedad tan puritana como fácil de escandalizar.
En efecto, el escritor madrileño, después de un paréntesis de tres años (Las manos cortadas, 2009), retoma en esta novela los temas que siempre le han atormentado: los sentimientos de culpa, la esclavitud de las obsesiones, los secretos inconfesables y, sobre todo, las cuevas, los sótanos, la catacumbas en las que muchas veces se oculta el obrar humano. La parte no confesable del obrar humano que, como los icebergs -afortunada comparación del mismo escritor- frecuentemente es mucho mayor, más pesada, más densa y más verdadera que la fachada que exhibimos. Quizás incluso más interesante, como da a entender la cita paratextual de Céline que inaugura la novela: “Todo lo que es interesante ocurre en la sombra. No se sabe nada de la verdadera historia del hombre”.
La mujer de sombra es un viaje a los infiernos en el que casi que determinísticamente se precipita el protagonista de la novela, provocado por las incertidumbres que en él genera la conducta de la mujer de la que está enamorado. Y para él querer saber demasiado será destructivo.
La novela está sembrada de componentes indudablemente para gente adulta: sexo explícito, sadomasoquismo, drogas, violaciones, repelentes violaciones tanto imaginadas como reales de niños narcotizados, y una pasión obsesiva de tinte morboso identitario, que se convierte en el nudo gordiano que vuelve loco al protagonista. A ese Eusebio que escucha de su amigo Guillermo poco antes de morir que, fuera de su feliz matrimonio, mantiene una relación sadomasoquista con una mujer. Fallecido el amigo, decide buscar a esa mujer. Entra entonces en escena Julia a la que identifica con la mujer sadomasoquista y cuyos jeroglíficos pretende descifrar porque con él la “dominatrix” es dulce, sensual, pudibunda. ¿Será la misma mujer?
Para despegar el interrogante el enamorado protagonista inicia una indagación que le llevará por una geografía delirante de obsesiones enfermizas, dilemas existenciales, pasiones sexuales y en las que atraviesa líneas que jamás podrá volver a cruzar en sentido inverso, aunque se justifica pensando que de algunos males de la vida solamente es posible defenderse con un crimen. Es el uso de la sexualidad como forma de infierno y como compendio de descarríos humanos, la pederastia entre ellos y de cuyo remordimiento intenta liberarse con teorías humanitarias.
Novela muy dura, con una historia de no fácil digestión, pero tejida además con un lenguaje descarnado, obsceno a veces, frecuentemente hiriente -absténgase de su lectura los beaterios-, mas a la vez muy letárgico, capaz de atrapar al lector que se atreve a cruzar la primera página. Un buen escritor, en definitiva, dueño de una prosa cultivada y atrevida con la que nos introduce en el territorio del morbo, pero sobre todo nos hace meditar en las oscuras y laberínticas sinuosidades del alma humana.
Francisco Martínez Bouzas
Luigé Martín |
Fragmentos
“En una carpeta escondida del ordenador guarda las conversaciones más obscenas que ha ido recopilando en esos meses, las que contienen relatos siniestros o libertinos de especial aspereza. PrincesaSucia está casada con un hombre impotente y no la satisface desde hace años. Ella es católica y no consiente en el adulterio, pero estaría dispuesta a abandonar a su esposo si encontrase a alguien que la amase de verdad. Mientras tanto, para calmar las necesidades de la carne, tiene relaciones sexuales con su perro, un mastín de tres años que la monta cada día. PrincesaSucia no cree que eso sea una infidelidad, pues el animal no tiene alma. A Eusebio le contó sin rubor los detalles de la fornicación, el entresijo zoológico de sus amoríos con el mastín…”
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“Eusebio ha escrito las historias de PrincesaSucia,de Martina y de Dorian. Lo ha hecho sólo para no olvidar ninguno de sus detalles, sin demasiado esmero. Pero en algunas ocasiones se le viene a la cabeza la idea de componer un libro. Le impresiona la ferocidad de algunas depravaciones, el albur metafísico de la vida. Lo que más le fascina, sin embargo, es la oscuridad del secreto, el nudo negro que algunas personas tienen en su corazón…”
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“La niña, en cambio ha empezado a pintarse y a coquetear con chicos. Es responsable y hace sus tareas, pero lo que más le preocupa son los vestidos, las canciones y los amoríos de la escuela. Padrastro lo cuenta con afecto, con devoción de padre. «Es una edad terrible», asegura. Eusebio le escucha fascinado: lo prodigioso, como él imaginaba, no es conocer los secretos de los hombres, sino las rutinas cotidianas de las bestias. La bondad de los vampiros, la ternura de los monstruos. Padrastro no posee racionalidad: ofrece a sus hijos narcotizados para que los violen y habla luego de ellos con cariño. La mente humana produce esos ensueños. Eusebio bebe su cerveza y se pregunta si también él, como Padrastro, desvaría, si sus pensamientos son discontinuos y paradójicos, si su raciocinio está mordido por termitas. ¿Cómo comienza la locura? ¿Cuál es el principio?”
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“Eusebio termina de desnudarse en el umbral de la puerta. Deja su ropa en el suelo, desordenada. Siente la solemnidad del momento. Sabe que va a travesar una línea que no puede volver a cruzar en sentido inverso. Sin embargo no está atormentado. Tiene una sensación fría de liberación. Sabe que hace todo eso por amor a Julia. Tal vez es el efecto de la droga que ha tomado, pero en ese instante es capaz de concebir con claridad que de algunos males de la vida sólo es posible defenderse con un crimen: para volver a ser compasivo hay que ser antes despiadado.
Eusebio es feliz mientras acaricia a Cecilia. Lo olvida todo… Le desaparecen las larvas del cerebro. No piensa en la muerte, en las vértebras sin carne, en el cráneo de un cadáver. Con la lengua, despacio, explora las encías de la niña, el lomo de sus muelas, su paladar, sus dientes. Se emboca en ella, la muerde con suavidad…”
(Luigé Martín, La mujer de sombra, páginas 129-130, 134, 207-208, 223- 224)
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