La amante de Brecht
Jacques-Pierre Amette
Tusquets Editores, Barcelona, 198 páginas
(LIBROS DE FONDO)
En el mes de noviembre del año 2003 los diez miembros del jurado que forman la Academia Goncourt, decidieron en la quinta votación otorgar el premio Goncourt del centenario a la novela La Maîtresse de Brecht de la que es autor el narrador y crítico literario Jacques-Pierre Amette. La novela retoma hechos históricos del autor de Galileo y Madre coraje y sus hijos, quien, al asumir la militancia política comunista, personifica en la figura del propio Marx al espectador ideal de un teatro que tiene mucho más de épico que de dramático. Pero, al mismo tiempo es ficción, una mentira novelesca de la que no se pueden defender los personajes históricos que en ella intervienen.
Una obra pues que se encuadra en eso que los norteamericanos clasifican con el término “faction”, amalgama de “facts” y de “fiction”. Estamos ante el excepcional privilegio de la literatura: su infinita capacidad para crear personajes inventados, desfigurar los históricos echando mano de sus nombres y de sus vidas. En tal labor Jacques-Pierre Amette actúa con mano maestra.
En primer lugar los “facts”, los hechos históricos. En 1948, y después de un largo período de quince años, Bertolt Brecht regresa a Berlín Oriental invadido por los escombros, ruinas y en el que se respira una atmósfera de sospechas y delaciones. En esos quince años precedentes, Alemania había presenciado el ascenso y caída del nazismo y el comienzo de una vida sombría bajo la bota soviética. Bertolt Brecht tiene cincuenta años, todavía cree en las posibilidades de una verdadera aurora para la humanidad y llega para fundar el “Berliner Ensemble”, su compañía personal de teatro. Pero su ideología comunista no tranquiliza a los dirigentes de le República Democrática Alemana. Si en los Estados Unidos Brecht ya había sido acusado en la época maccarthista de la caza de brujas de actividades antiamericanas, en el Berlín comunista la policía política tampoco se fía y quiere a toda costa asegurarse de que el célebre dramaturgo es un verdadero camarada.
He aquí el motivo por el que le preparan un cebo: María Eich, la futura Antígona, una joven y hermosa actriz vienesa que no tiene mucho que perder y sí un pasado colaboracionista que hacer desaparecer.
Pero ya nos encontramos en el territorio de la “fiction”, de la mentira novelesca que entreteje los hechos reales con otros inventados para hacernos ver un Brecht menos nítido, algunas veces un titánico creador, otras un ser egocéntrico que se sirve de hermosas actrices como si fueran parte de un decorado teatral que controla como un omnipotente “deus ex maquina”.
La novela de Jacques-Pierre Amette es la crónica de la sumisión humillante de una mujer forzada a traicionar para sobrevivir. Una mujer a la que su época convierte en fantasma, en una mujer marcada por su incapacidad para entender el mundo dual, roto, dogmático y frío. Un mundo polarizado entre la infinita miseria de los slogans comunistas y la infinita injusticia del mundo capitalista.
El narrador se muestra perplejo delante de este panorama que abarca todo un siglo, pero antes de poner el punto final en el libro es capaz de evocar las palabras de Brecht: vosotros que os levantareis del marasmo en el que nosotros nos hemos hundido, cuando habléis de vuestras debilidades, pensad también en los tiempos sombríos de los que habéis escapado. Pero vosotros, cuando lleguen los tiempos en los que el hombre se convierta en amigo del hombre, pensad en nosotros con indulgencia.
Francisco Martínez Bouzas
Jacques-Pierre Amette |
Fragmentos
“Mientas Hitler echaba por la boca proclamas y salivazos y hacía marchar a su pueblo, Brecht, siempre más rápido, ponía a crepitar su máquina de escribir. Poemas-metralleta. Allí tenía por fin el gran combate: hacer que la lengua alemana, de una manera grandiosa, insólita, nunca vista, alzara la voz para abolir procesiones y desfiles, banderas y consignas nazis gritadas en estadios silenciosos.
Brecht, ya por la mañana, enjabonándose, con el torso desnudo, le decía a Ruth Berlau que la calase obrera debía unirse para luchar contra aquella «banda de criminales»
…..
“Brecht solía llamar a María a su habitación, que era también su despacho. En general, todo ocurría como siempre: María se tumbaba, él la desnudaba lentamente. Pasada la fase erótica, el maestro se daba una ducha. Y María fotografiaba con mucho sigilo los papeles que había sobre la mesa.
A veces hurgaba también en la papelera y desarrugaba borradores de poemas.
Aquel verano entregó a una empleada de Correos cuatro carretes que fueron enviados a Berlín. Se supo así que Brecht había remitido tres cartas a Eric Honecker, entonces diputado, para mediar a favor del famoso actor Ernst Busch, cuyo nombre, en una canción infantil, no había gustado a las autoridades. Aparecían asimismo tres cartas dirigidas al compositor Paul Dessau, que también era tenido por un curioso formalista después de sus composiciones para el Interrogatorio de Lúculo”
( Jacques-Pierre Amette, La amante de Brecht, páginas 48-49, 79-80)
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