Sònia Hernández
Acantilado, Barcelona, 2019, 173 páginas.
El lugar de la espera es una novela que
no se amolda al uso de lo que se suele entender desde un punto de vista
canónico (inicio- desarrollo-desenlace). Sin una trama encarrilada desde el
primer momento, pero sí con un largo discurso coral, aunque narrado por la
primera persona del plural que representa, de alguna manera, a aquellos que
nacieron en eso que llamamos Democracia. Hijos de una Constitución que
engañosamente prometía a cada quien ser lo que quisiera ser. A una edad en la
que ya han superado la juventud, los miembros del grupo coral se niegan a
tratar esos temas, a hablar de que los han traicionado o al menos decepcionado.
En sus palabras encubiertas, se intuye sin embargo cuál es el sentido de lo que
no dicen. Y así, como muchos personajes de Samuel Beckett, reiteradamente
citado por la autora, todos a su manera buscan su sentido en el mundo.
Un
discurso complejo pero fascinante que nos ofrece Sònia Hernández (Terrassa,
1976) que dejó de ser una figura anónima del mundillo literario en español con Los Pissimboni (2015) y con El hombre que se creía Vicente Rojo
(2017) y varios libros de poesía.
Lo que en
El lugar de la espera nos ofrece es
un testimonio, al margen de convenciones, mas rebosante de significados y de
interrogantes. Una interrogación en definitiva sobre la propia identidad.
Una voz
en plural que inicia su discurso en un punto intermedio de la historia, como si
fuese una voz teatral que sale al escenario, hace referencia a ese conjunto de
jóvenes, ya en las puertas de la madurez, enteramente frustrados porque de
ellos se dijo que eran la generación mejor preparada de la historia, y sin
embargo no encuentran ni su significado ni su lugar en la vida. Su libertad,
aunque sin determinismos excesivos, no pasa de ser una utopía elaborada de
consignas y empujes para consumir más cada día y seguir consumiendo. Ese es el
lugar simbólico en el que viven los protagonistas de esta novela coral. El de
una generación desilusionada, perdida, a la espera de la señal que les indique
el momento de tomar decisiones que aporten algo de sentido a sus existencias.
Porque hasta ahora todos sus sueños no han dejado de ser vanas quimeras.
La voz
teatral en primera persona -un alter ego
de Beckett- inicia su largo discurso
como he dicho in media res, y compone un relato coral
que aparentemente da la impresión de ser una fábula chistosa y ocurrente para
adultos, pero que, si somos capaces de leer entre líneas, nos informa de lo que
está ocurriendo. Así, por ejemplo, Javier, que todo lo esperaban de la Democracia,
está dispuesto a denunciar a sus padres porque ha tocado fondo y se encuentra
desconectado de la realidad. Los va a denunciar porque, cuando era niño, no lo
educaron para lo que vendría después. Denunciará también al sistema educativo
porque le ha engañado, le ha robado sus oportunidades. Malva, otro personaje de
la voz coral, fue una actriz de éxito que “cayó” de pánico al salir al
escenario. Ahora atiende la barra de un bar, y calcula que dentro de dos años
podrá volver a actuar y de nuevo será
famosa. Alguno de sus amigos le dice que escribirá una obra de teatro
especialmente pensada en ella. Pero nadie ha empezado a escribirla, y Malva,
que a veces hace pensar que está muy sola, dentro de dos años ya no será joven.
Sergio
entiende que no tengamos energías para planear nada, pero él dice que está
obligado, que no se resigna a no tener hijos, y quiere luchar contra el
capitalismo, una lucha que él ingenuamente
cree no haber perdido.
Todos sin
embargo se entristecen porque ni siquiera hemos intentado luchar. Vassili
(Basilia) es artista con una sensibilidad poderosa tiene la intención de preparar una exposición
grandiosa para dentro de unos meses, quizás coincidiendo con el regreso de
Malva al teatro. Pero quizás la verdadera obra de arte es el intento incansable
de ser sí mismo. Y así el trabajo de Vassili estará siempre inacabado. Noe, en
realidad Noelia es el único del grupo
que se ha enfrentado a sus contradicciones y ambigüedades: de ser ella pasó a
ser él, pero creció mucho y no intenta representar la vida de los demás. Solo
representa la suya: conseguir cada día
vivir como un hombre habiendo nacido mujer.
Y de esta
manera, buscando cada uno algo que
de sentido a sus vidas, los personajes
de El lugar de la espera se erigen
como la voz de la generación en la que se prometía todo lo que uno desease.
Defienden y asumen el fracaso de sus propias vidas; algo así como aceptar
convivir en un mundo en el que solamente somos marionetas de alguien que a
escondidas las mueve. El tren que los debiera llevar al éxito no se detiene
ante ellos. Tampoco ante nosotros, que nos conste. Si uno deja de resistir,
puede sufrir menos. Es absurdo oponerse al diagnóstico que está fijado para
todas las generaciones. También para la actual, cuya formación dicen que raya lo
sublime. Ellas y ellos tendrán sus lugar en el lugar de la espera, y sus sueños
se esfumarán en lo que realmente es la vida: un continuo misterio que nos va apareciendo
en el camino y en el que nada está predeterminado y menos el éxito.
Una novela
con cierto carácter críptico, excelentemente escrita y que retrata no solo el devenir
de una generación sino el de todas: nadie recibirá la señal para salir del extravío.
Salir o quedarse es su responsabilidad.
Francisco Martínez Bouzas
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