Ivan
Jablonca
Traducción
de Agustina Blanco
Editorial
Anagrama y Libros del Zorzal, Barcelona 2019, 182 páginas.
No resulta fácil determinar el género
literario de este libro de Ivan Jablonca. Quizás un texto híbrido que participa
de aspectos autobiográficos, recuerdos, relato de viajes, aspectos y
reflexiones de cariz sociológico - de sociohistoria, habla el autor-, relación
entre generaciones. Pero nada que ver con otros libros del autor, especialmente
con Laëtitia o el fin de los hombres, la
crónica de la vida, asesinato y descuartizamiento de la joven Laëtitia Perrais.
El ambiente miserable en el que estuvo sometida la víctima inmolada de niña y
de joven, y su amplitud y riqueza temática, se transforma en el texto de En camping-car en una novela aparentemente amable, un texto
heterogéneo, en el que se dan cita una epigrafía turística de una niño, su
familia y amigos, una guía de turismo de los años 80, el relato sociológico de
lo que era el mundo de aquellos años.
En
camping-car posee además además
todos los elementos de un libro de iniciación que el protagonista experimentó
en tres continentes: Europa del Sur, África del Norte y Medio Oriente. Y es
sobre todo un libro sobre la infancia como un paraíso perdido.
Escrito en primera persona y posiblemente
sin ficción, basado en hechos reales, el autor, como historiador y estudioso de
las ciencias sociales, se refiere ante todo a la suya: “volcar esas ciencias
hacia mí” (página 161), con la concomitancia se una educación ilustrada, y de
haber experimentado, todavía en la niñez, un anticipo de la libertad y que su
padre pretendiera, casi por decreto, que fuese feliz. Pero antes de eso, le
proporcionó uno de los mayores placeres: los innumerables viajes en autocaravana,
vacaciones típicas de los años ochenta.
Hijo de unos padres que nacieron durante la
guerra, con los abuelos víctimas del Holocausto y sin derecho a vivir, el hijo se hizo a sí mismo. Por eso
este libro también posee connotaciones trágicas, ya que aparece la figura
paterna empeñada en grabar en sus hijos la idea de felicidad, porque él había
sido despojado de sus padres en la abominación del holocausto nazi. Por esa
razón, el autor también se considera un hijo de la Shoa.
El libro relata las vacaciones de una
familia francesa que opta poa la autocaravana para pasar sus días de descanso.
Son, como he señalado, los años ochenta. Y de la caravana y del “caravaning” se
describe todo, también de los spots, lugares
para acampar, cuyo espíritu queda reflejado en el libro. Los niños juegan a las
cartas en vez de contemplar el paisaje; hasta las visitas a las ruinas griegas
y romanas eran ocasión para el juego. En el libro así mismo aparece la
influencia del mundo hippie y las protestas del mayo del 68 en la manera de
hacer turismo, especialmente el espíritu de independencia que se refleja en el
“caravaning”, en “nuestra chocita itinerante”.
Homenaje a su padre, huérfano askenazi, pero
no por ello deja de reconocer sus órdenes contradictorias. Decirle a un niño a
gritos: “¡Sé feliz!”.
La sociohistoria de la infancia del autor
goza de todos los elementos de un relato de aprendizaje: gracias al
“caravaning” descubre el mundo, se abre a la cultura y a la diversidad;
madurece gracias a pequeñas pruebas que ha de superar; se distancia del modelo
social. Años de caravana o su equivalente: años de formación. “Crecí en la
autocaravana y esta me hizo crecer” (página 142). La caravana será su escuela
de vida para la juventud, la edad adulta e incluso para reflexionar sobre la
libertad. Y así surge este libro. Como confrontación de dos acontecimientos: la
Segunda Guerra Mundial y las vacaciones. En la alegría estival seguía latente
un careo con la muerte.
El autor se sirve de un estilo conciso en sus descripciones, y ágil
en el desarrollo del libro, pero sin omitir el peso de estimulantes y profundas
reflexiones qe parten de la memoria adulta de un escritor que se ciñe al relato
más como historiador que como novelista.
Francisco Martínez Bouzas
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