Luis
Rodriguez
Editorial
Candaya, Avinyonet del Pendès (Barcelona) 2019, 188 páginas.
Libros especiales precisan editoriales
especiales. Sobre todo que no rehúyan editar gestos y textos vanguardistas. Y 3.38 lo es. Por eso uno de esos sellos
especiales que podía encarar su edición es Candaya. Porque, no lo olvidemos, de
la esencia de la literatura forma parte ir descubriendo nuevas formas de
narrar. Y además la novela es el reino de la subversión, como señaló hace ya
años el anterior del Director de la Real Academia Española: “(…) la novela es
el reino de la libertad, libertad de contenido y de forma, y por naturaleza
resulta proteica y abierta. La única regla que cumple universalmente es
transgredirlas todas”. Algo así se nos dice en interrogantes, más bien
retóricos, en las páginas iniciales de 3.38:
“¿De qué recursos se vale un escritor? ¿Son todos lícitos? ¿Permite ser
cuestionado como la cámara lúcida en pintura?” (página 39).
Que el autor de 3.38 se sirve de ciertos condicionantes como la metanovelística ya
se nos advierte en “Algunas claves sobre 3.38” que Candaya ha tenido a bien
insertar en su página web como introducción a la novela: “gesto vanguardista
incuestionable”, es una obra inclasificable escrita en clave metaliteraria (…)
sostenida en tres pilares narrativos de la contemporaneidad como el fragmento,
la elipsis y la ambigüedad narrativa. Este último apoyo es sin duda el más duro
de pelar para la mayoría de los lectores.
Mas comenzaré con la sinopsis o algo que se
le parezca. La primera voz que aparece en la novela es la de Pablo que nos
habla de un escritor que accidentalmente conoció en un hostal, y que pretende
escribir una novela sobre un brigada de la Guardia Civil, Aníbal, cuya
intención es darle caza a unos maquis; ese era el comienzo y el propósito del relato,
pero es incapaz de hacerlo. Luis Rodríguez hace referencia a sus novelas, a las
novelas del escritor Luis Rodríguez, autor de cuatro novelas reales. Y llena
esta primera parte de anotaciones, anécdotas, reflexiones metaliterarias,
llegando a decir, por ejemplo que le gustaba confundir la realidad con la literatura.
Habla además de autores conocidos de los que Pablo no tiene noticia. Rodríguez
no quiere construir una historia de una persecución, de emboscadas. Por eso se
halla tan lejos en su novela que le parece algo inalcanzable. Pero Luis
Rodríguez escribe porque sabe leer. Una mañana desaparece y ya no volvió.
Pablo persigue su pista y en su búsqueda se
topa con Jacinta, una preadolescente de doce años, que la noche precedente
había soñado con el suicidio de Luis en un embalse. Pablo le refiere el cuento
de la niña a Claudio, un personaje ajeno a la literatura, pero dueño de una
imaginación prodigiosa, capaz de inventar una estrambótica biografía de Luis
Rodríguez.
La narración se convierte entonces en una
especie de juego, a veces teatral. Luis Rodríguez seguirá jugando con todo
aquel que se obstine en continuar con la
lectura: porque de Claudio, sin apenas él sospecharlo, extraemos páginas
rebosantes de imaginación, y dado su oficio ajeno a la literatura, va
perfilando una extraña biografía de Luis Rodríguez.
Hay un inciso en la novela en el que se dice
que la literatura es un secuestro, un rapto, y que el escritor tiene que ser
muy astuto para que el lector no advierta el peligro. Algo así como el pacto
narrativo. El contrato implícito que se establece entre el emisor /escritor del
mensaje narrativo y cada uno de sus receptores, mediante el cual estos aceptan
la ficcionalidad de los que se les cuenta. Pero la lectura despierta preguntas
y como lectores exigimos respuestas. Y estas respuestas habrá que exigirlas al
autor, Luis Rodríguez o como quiera que se llame. No es suficiente que 8.38 sea un texto bello y adictivo, que para algunos lectores se convierta en un
verdadero regalo literario. Pero otros se preguntarán cuál es la historia que
cuenta la novela. No faltará quien responda que ninguna porque está preñada de
historias, de juegos narrativos, de intertextualidades, de inmersión del
supuesto autor en lo que escribe, o escribió en sus novelas precedentes,
que en vez de facilitárselo, le roba
cuerpo y contenido a la novela.
Esa novela no tiene concesiones con el
lector. Está escrita para lectores avezados, para aquellos lectores -y de nuevo apelo a “Algunas claves sobre 8.38”- a los que les gusta la literatura
que apuesta por renovar y explorar nuevas formas de narrar. Y que conste que en
8.38 también hay partes y largas
secuencias enteramente convencionales, especialmente en el desenlace, tales
como las páginas finales con madamas y prostitutas, entre ellas Jacinta que al
final confiesa que a Luis Rodríguez lo ha
matado.
Novela subversiva que explora nuevos caminos. Ignorar
estas nuevas sendas equivale a desconocer que el mundo se mueve constantemente hacia
alguna parte. Y la literatura, y en general todas las expresiones artísticas, no
tienen más remedio que acompañarlo. ¿Y lo que no quede claro? Sigamos el consejo
de Piglia: un relato en el que todo queda claro, está fuera de la literatura, y
si se quiere, la teoría del iceberg, de la que no solo forman parte la elipsis sino
también la ambigüedad narrativa.
Francisco Martínez
Bouzas
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