Amélie Nothomb
Traducción de Sergio Pàmies
Editorial Anagrama, Barcelona, 135 páginas
(Libros de fondo)
Amélie
Nothomb, la “chica mala” de la literatura francesa, se reveló en 1992 como un
prodigio precoz con Higiene de l’assasin,
una novela que vendió más de 350.000 ejemplares, dio lugar a dos versiones
teatrales y a otra cinematográfica. Desde entonces, Amélie Nothomb tiene como
norma publicar una novela cada doce meses. Pauta que ha seguido hasta ahora. Su
última pieza es Frappe-toi le coeur (2017), todavía sin traducción al español. Años más tarde de su
primera novela, con Estupor y temblor (1999), la escritora que tiene
siempre al Japón como país de referencia, conquista definitivamente su público.
Cientos de miles de ejemplares vendidos y el galardón del “Gran Prix” de la
Academia francesa.
Autora de obras breves y a la vez refinadas,
esta verdadera maniática de la escritura, como ella misma se autodefine, sabe
conectar con insólita complicidad con los interrogantes de nuestro tiempo, que
traduce en ficciones contundentes, tan alejadas de lo insustancial como de lo
solemne, de la ingenuidad como del academicismo.
En la narrativa de esta escritora obstinada,
perversa y cruel, podemos diferenciar claramente dos líneas narrativas: por un
lado, aquellos textos merecedores de ser clasificados como ficciones puras; por
otro, aquellos que se basan en temáticas autobiográficas o que cumplen con los
requisitos de lo que Lejeune llamó “pacto autobiográfico: un tratamiento de
ciertas temáticas que hacen que el lector piense que se encuentra delante de
una recreación retrospectiva que una persona hace de sus existencia.
Diccionario de nombres propios, la
novela con la que Amélie Nothomb cumplió con su compromiso de publicar una
pieza narrativa en 1999, participa de esta obsesión. El enemigo no aparece,
como en El sabotaje amoroso, en la figura de una hermosa niña,
ingenua y a la vez cruel, sino en una de las plagas de nuestro tiempo: en la
anorexia.
El lector adivina desde las primeras líneas
que el destino de Plectrude, la protagonista, no tendrá nada de ordinario.
Pierde a su madre que se suicida después de asesinar a su marido por la
sencilla y estremecedora razón de que la niña tenía hipo en su vientre. Pero antes
decidirá que se llamará Plectrude porque ese nombre hace pensar en un pectoral
que la protegerá como un talismán. Un nombre extraordinario para un destino
ordinario. Crece lentamente bajo los cuidados de su tía que la adopta como
hija, idolatrada, sin apetito. Y se da cuenta de que no estamos en este mundo
para el placer. Alumna problemática y a la vez excepcional, pues no muestra el
más mínimo interés por la actividades escolares, pero, sin embargo, es genial
como bailarina. Se convierte así en la perezosa más apreciada de Francia.
Finalmente, la aceptan como “petit rat” en la Ópera de París, y la férrea
disciplina que rige en esta institución y la embriaguez de éxito que allí
siente Plectrude, acaban por destruirla, convirtiéndola en víctima de la máquina
interior de la anorexia.
Amélie Nothomb recurre al humor para hacer
más digerible el drama. Un humor y una ironía espontáneos y cortantes que
forman parte de un estilo inconfundible que le permite explorar, sin las
barreras de la solemnidad, la personalidad subterránea de sus personajes.
Miradas incisivas, con frecuencia impasibles y crueles, los dos polos extremos
de la estética (la hermosura turbadora y la fealdad irremediable), el
conflicto, el amor, los golpes de escena, la genialidad de las ambientaciones,
el sarcasmo, la ironía. He aquí algunos de los pernos de una escritura
irreverente, capaz de producir historias extraordinarias y muy originales que
responden a las inquietudes de nuestro tiempo.
Amélie Nothomb |
Fragmentos
“Fue encarcelada. Una
enfermera la visitaba a diario.
Cuando le anunciaban la
visita de su madre o de su hermana mayor, se negaba a recibirlas.
Sólo respondía a las
preguntas referidas a su embarazo. De no ser así, se mantenía muda.
Mentalmente, hablaba
consigo misma: «Hice bien en matar a Fabien. No era mal chico, era mediocre. Lo
único que no era mediocre en él era su revólver, pero Fabien sólo habría hecho un uso
mediocre, contra los pequeños gamberros del barrio, o bien habría dejado que el
niño jugara con el arma. Hice bien en apuntarle a él. Querer llamar a su hijo
Tanguy o Joëlle es ofrecerle un mundo mediocre, con un horizonte cerrado de
antemano. Yo, en cambio, quiero que mi bebé tenga el infinito a su alcance.
Quiero que mi hijo no se sienta limitado por nada, quiero que su nombre le
sugiera un destino fuera de lo normal.”
…..
“Las primeras
manifestaciones de la sexualidad
aparecieron en el horizonte de la clase de quinto, inspirando a Plectrude la necesidad de protegerse con una coraza de
profunda inocencia. Habría sido incapaz de describir con palabras el miedo que
sentía: sólo sabía que, mientras algunas de sus condiscípulas ya se sentían
preparadas para todas esas «cosas raras», ella no lo estaba. Inconscientemente,
se esforzaba por comunicárselo a las demás, con gran despliegue infantil.”
…..
“Plectrude admiraba su
propia vida: se sentía como la única heroína de una lucha contra la gravedad.
Se enfrentaba a ella a través del ayuno y la danza.
El Grial era el despegue y,
de entre todos los caballeros, Plectrude era la que estaba más cerca de alcanzarlo.
¿Qué importaban unos dolores nocturnos comparados con la inmensidad de su búsqueda?
Transcurrieron los meses y
los años. La bailarina se integró en su escuela como la carmelita en su orden. Fuera
de la institución, no hay salvación.
Ella era una estrella en ascenso.
Se hablaba de ella en lugares privilegiados: Plectrude lo sabía.
Llegó a la edad de quince
años. Seguía midiendo un metro cincuenta y cinco y, por tanto, ni siquiera había
crecido medio centímetro desde su ingreso en la escuela de bailarinas. Su peso:
treinta y dos kilos.”
(Amélie Nothomb, Diccionario
de nombres propios, páginas 16, 69, 106)
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