jueves, 29 de marzo de 2018

LA ANOREXIA QUE AMPUTA LA INFANCIA


Diccionario de nombres propios

Amélie Nothomb

Traducción de Sergio Pàmies

Editorial Anagrama, Barcelona, 135 páginas
(Libros de fondo)



    
   Amélie Nothomb, la “chica mala” de la literatura francesa, se reveló en 1992 como un prodigio precoz con Higiene de l’assasin, una novela que vendió más de 350.000 ejemplares, dio lugar a dos versiones teatrales y a otra cinematográfica. Desde entonces, Amélie Nothomb tiene como norma publicar una novela cada doce meses. Pauta que ha seguido hasta ahora. Su última pieza es Frappe-toi le coeur (2017), todavía sin traducción al español. Años más tarde de su primera novela, con Estupor y temblor (1999), la escritora que tiene siempre al Japón como país de referencia, conquista definitivamente su público. Cientos de miles de ejemplares vendidos y el galardón del “Gran Prix” de la Academia francesa.

   Autora de obras breves y a la vez refinadas, esta verdadera maniática de la escritura, como ella misma se autodefine, sabe conectar con insólita complicidad con los interrogantes de nuestro tiempo, que traduce en ficciones contundentes, tan alejadas de lo insustancial como de lo solemne, de la ingenuidad como del academicismo.

   En la narrativa de esta escritora obstinada, perversa y cruel, podemos diferenciar claramente dos líneas narrativas: por un lado, aquellos textos merecedores de ser clasificados como ficciones puras; por otro, aquellos que se basan en temáticas autobiográficas o que cumplen con los requisitos de lo que Lejeune llamó “pacto autobiográfico: un tratamiento de ciertas temáticas que hacen que el lector piense que se encuentra delante de una recreación retrospectiva que una persona hace de sus existencia.

   Diccionario de nombres propios, la novela con la que Amélie Nothomb cumplió con su compromiso de publicar una pieza narrativa en 1999, participa de esta obsesión. El enemigo no aparece, como en El sabotaje amoroso, en la figura de una hermosa niña, ingenua y a la vez cruel, sino en una de las plagas de nuestro tiempo: en la anorexia.

   El lector adivina desde las primeras líneas que el destino de Plectrude, la protagonista, no tendrá nada de ordinario. Pierde a su madre que se suicida después de asesinar a su marido por la sencilla y estremecedora razón de que la niña tenía hipo en su vientre. Pero antes decidirá que se llamará Plectrude porque ese nombre hace pensar en un pectoral que la protegerá como un talismán. Un nombre extraordinario para un destino ordinario. Crece lentamente bajo los cuidados de su tía que la adopta como hija, idolatrada, sin apetito. Y se da cuenta de que no estamos en este mundo para el placer. Alumna problemática y a la vez excepcional, pues no muestra el más mínimo interés por la actividades escolares, pero, sin embargo, es genial como bailarina. Se convierte así en la perezosa más apreciada de Francia. Finalmente, la aceptan como “petit rat” en la Ópera de París, y la férrea disciplina que rige en esta institución y la embriaguez de éxito que allí siente Plectrude, acaban por destruirla, convirtiéndola en víctima de la máquina interior de la anorexia.

   Amélie Nothomb recurre al humor para hacer más digerible el drama. Un humor y una ironía espontáneos y cortantes que forman parte de un estilo inconfundible que le permite explorar, sin las barreras de la solemnidad, la personalidad subterránea de sus personajes. Miradas incisivas, con frecuencia impasibles y crueles, los dos polos extremos de la estética (la hermosura turbadora y la fealdad irremediable), el conflicto, el amor, los golpes de escena, la genialidad de las ambientaciones, el sarcasmo, la ironía. He aquí algunos de los pernos de una escritura irreverente, capaz de producir historias extraordinarias y muy originales que responden a las inquietudes de nuestro tiempo.









Amélie Nothomb



Fragmentos



“Fue encarcelada. Una enfermera la visitaba a diario.

Cuando le anunciaban la visita de su madre o de su hermana mayor, se negaba a recibirlas.

Sólo respondía a las preguntas referidas a su embarazo. De no ser así, se mantenía muda.

Mentalmente, hablaba consigo misma: «Hice bien en matar a Fabien. No era mal chico, era mediocre. Lo único que no era mediocre en él era su revólver,  pero Fabien sólo habría hecho un uso mediocre, contra los pequeños gamberros del barrio, o bien habría dejado que el niño jugara con el arma. Hice bien en apuntarle a él. Querer llamar a su hijo Tanguy o Joëlle es ofrecerle un mundo mediocre, con un horizonte cerrado de antemano. Yo, en cambio, quiero que mi bebé tenga el infinito a su alcance. Quiero que mi hijo no se sienta limitado por nada, quiero que su nombre le sugiera un destino fuera de lo normal.”



…..



“Las primeras manifestaciones  de la sexualidad aparecieron en el horizonte de la clase de quinto, inspirando a Plectrude  la necesidad de protegerse con una coraza de profunda inocencia. Habría sido incapaz de describir con palabras el miedo que sentía: sólo sabía que, mientras algunas de sus condiscípulas ya se sentían preparadas para todas esas «cosas raras», ella no lo estaba. Inconscientemente, se esforzaba por comunicárselo a las demás, con gran despliegue infantil.”



…..



“Plectrude admiraba su propia vida: se sentía como la única heroína de una lucha contra la gravedad. Se enfrentaba a ella a través del ayuno y la danza.

El Grial era el despegue y, de entre todos los caballeros, Plectrude era la que estaba más cerca de alcanzarlo. ¿Qué importaban unos dolores nocturnos comparados con la inmensidad de su búsqueda?

Transcurrieron los meses y los años. La bailarina se integró en su escuela como la carmelita en su orden. Fuera de la institución, no hay salvación.

Ella era una estrella en ascenso. Se hablaba de ella en lugares privilegiados: Plectrude lo sabía.

Llegó a la edad de quince años. Seguía midiendo un metro cincuenta y cinco y, por tanto, ni siquiera había crecido medio centímetro desde su ingreso en la escuela de bailarinas. Su peso: treinta y dos kilos.”



(Amélie Nothomb, Diccionario de nombres propios, páginas 16, 69, 106)

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