miércoles, 7 de marzo de 2018

EL ESPÍRITU DE LA COLMENA



El apicultor de Bonaparte

José Luis de Juan

Editorial Minúscula, Barcelona, 2017, 161 páginas.



    

   El hecho de que esta novela reviva después de más de veinte años desde su primera edición en el sello Bitzoc, es una prueba de su calidad. Y si además lo hace con un trabajo de revisión, de pulido del estilo, con la mejora del desenlace, no cabe duda de que nos hallamos ante una buena novela breve, que ya en su día ganó el Premio Juan March Cencillo; y que por consiguiente merece ser leída para poder disfrutar de una trama que mezcla hábilmente historia y ficción y que estilísticamente provoca una lectura que deleita y permite comprobar todas las potencialidades de la lengua, a la vez que, por su sutil calidad, nos empuja a seguir leyendo.

   Bonaparte acaba de llegar a Elba tras la abdicación de Fontainebleau. Renuncia todo, excepto al título de emperador. Sus dominios se reducen a la isla de Elba, de los que toma posesión, inspecciona, “se concentró en el reinado de la isla con la misma entrega y minuciosidad que cuando tenía sesenta millones de súbitos” (página 34). Hace reparar puentes, reglamenta la limpieza de las calles y nombra guardianes que alejen a las cabras de las fincas rústicas. Y sobre todo se interesa por la miel, por la industria apícola de Elba.

   Andrea Pasolini es un agricultor ilustrado de la isla, con un destino ligado a las abejas. Instruido en latín, griego y francés por el párroco, el padre Anselmo, también desterrado en Elba debido a su desmedido afán de conocimientos y de acción. Escribe observaciones, con frecuencia en frases enigmáticas, sobre lo que le acontece a él y a sus abejas. También es conocedor de la relación secreta que Bonaparte tiene con las abejas desde que leyó la crónica de la batalla de Marengo que Napoleón había planeado observando un enjambre de abejas. El emperador le va a visitar, ya que ambos están obsesionados por la común afición por el  mundo de las abejas, hasta el punto de que Pasolini, en un debate con el padre Anselmo, también bonapartista, llega a manifestar que si alguien o algo puede convencer a Napoleón para hacer resurgir la idea imperial de Roma son las abejas.

   Bonaparte visita finalmente la granja del apicultor, pero Pasolini se ha embarcado rumbo a Esmirna o Cochín, donde quiere empezar una nueva vida. Deserta así de ser el peón que le había de mostrar al emperador de Elba un nuevo camino. Sin embargo, en una carta le aconseja unificar Italia tomando como modelo el espíritu de la colmena. Y a continuación, Europa. Huir de la ciudad perfecta para fundar otra como hacen ciertas reinas que abandonan la tranquilidad de la colmena para crear nuevos enjambres.

   En la novela no hay más argumento, pero la narración avanza en varios frentes, con dos protagonistas principales y otro secundario, el padre Anselmo en sus conversaciones con Pasolini y con el obispo que le destierra a Elba. Lo que verdaderamente importa son los sueños de ambos personajes, Bonaparte y Pasolini, incluso sus autoacusaciones. Late también en la novela el deseo de ser otro, la posibilidad de que un personaje habite en el otro. El apicultor desearía ser Bonaparte para conocerse a sí mismo y comprender aspectos de la personalidad del emperador que jamás había entendido.

   Mas si algo es nuclear en este libro es el mundo de las abejas, el espíritu de la colmena, la disciplinada organización de las abejas, su sacrificio hasta la muerte para defender el bien común. Y especialmente la influencia de las abejas en las victorias napoleónicas, un hecho incuestionable para Pasolini.

   Descripciones de espacios como la del caserío donde vive Pasolini, que son a la vez relación de los instintos y pulsiones humanas, en este caso de la turbia relación entre vecinos; epístolas en las que el apicultor desnuda sus intereses; imágenes muy sugestivas: el emperador se masturba estimulado por la redondez y curvaturas de la luna y su semen cae “sobre las hojas de un filodendro, cuyos agujeros semejan las cuencas vacías de unos ojos sorprendidos” (página 61). Una prosa a la vez lujosa y contenida que envolverá a aquellos lectores que gustan al menos tanto de la forma escritural como de la trama argumental.






                                                  
José Luis de Juan


Fragmentos



“Mañana desearía ser vos cuando encontrareis a ese apicultor al que habéis anunciado vuestra visita como si firmarais una ejecución. Ese apicultor soy yo. Pasado mañana porque reflexionaría sobre el día anterior, llegando a alguna conclusión y por tanto determinación. Siendo vos podría verme a mí mismo como vos me vierais, es decir, un apicultor de Elba que en apariencia (no sin duda alguna) es ferviente bonapartista, ya que de lo contrario ¿habría escrito al emperador interesándose por sus abejas? Es cierto que os escribí hace quince años y que desde entonces han pasado ciertas cosas en nuestras vidas, quizá nada de veras crucial, ya que sabemos que los isleños son conservadores. Siendo vos podría saber rasgos de mí que me pasan desapercibidos y que sin duda conforman mi ser. Al mismo tiempo comprendería aspectos de vos que nunca nadie ha comprendido. Pero esto me interesa menos.

Siendo vos en vuestra visita a mí mismo, yo ya no sería ese apicultor a quien ibais a visitar para aquietar el tedio de un día de agosto, quizá picado por una ligera curiosidad. Es decir, sería otro apicultor, tal vez uno de verdad, orgulloso de su oficio, razonablemente satisfecho de su vida, ignorante y primitivo. Pues, tal como lo veo, siendo vos algún otro tendría que hacer de mi.”



…..



“Bonaparte pasea por el patio interior del Palazzino. Acaba de masturbarse mirando la estimulante redondez de la luna, de pie con las piernas separadas, en el centro del patio ajardinado. Así cree domeñar sus insomnios, y a veces lo consigue. El semen ha caído sobre las hojas de un filodendro, cuyos agujeros semejan las cuencas vacías de unos ojos sorprendidos. Desde arriba, en lo alto del antiguo molino, un centinela le ha visto hacerlo.

Dos abejas confundidas por el claror de la luna revolotean en torno a un rosal de flores blancas. Bonaparte, sin saber por qué, evoca de pronto la frustración que lo embargó tras la derrota de San Juan de Arce. Si hubiera tomado esa plaza de Israel a los turcos, si ese tramposo de Smith no hubiese llegado a tiempo para socorrerlos, él habría podido cambiar la faz de  Oriente, habría llevado la revolución a las Indias. Si…”



(José Luis de Juan, El apicultor de Bonaparte, páginas 50-51, 61-62)

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