domingo, 11 de marzo de 2018

EL AMOR, SEDUCCIÓN POR LA DIFERENCIA





Todo lo que no te pude decir

Cristina Peri Rossi

Menoscuarto Ediciones, Palencia, 2017, 194 páginas.



    

   Reconoce Cristina Peri Rossi (Montevideo, 1941) que su pasión por la vida no tiene límites, es un verdadero frenesí. De ahí, sus numerosas obras tanto en narrativa como en poesía, porque una forma privilegiada de vivir es una existencia dedicada a la escritura. En los dos últimos años han coincidido en el tiempo varias obras de su autoría. Una de ellas, este libro de relatos/novela, Todo lo que no te pude decir, una novela al margen de las pautas canónicas (inicio, nudo, desenlace), pero muy consecuente con lo que demanda el texto. Y con el tema de fondo de la escritura de Peri Rossi: la exploración de las relaciones personales del amor hacia el otro, sus obscuras razones y las asimetrías que nos diferencian y nos unen, comenzando por la más relevante: la asimetría sexual, un verdadero abismo generador de conflictos, mas también de seducciones, que es preciso franquear. Muy oportuna desde esa dinámica asimétrica que son las existencias humanas, una de las citas iniciales que inaugura el libro: “No hay mayor asimetría que la diferencia sexual y de género” (Julia Kristeva).

   El libro se inicia con una historia a primera vista jocosa, pero no carente de ternura: la historia de dos chimpancés enamorados, Bubú y Elisa, huidos  del zoo, que buscan un bosque lleno de árboles y frutos dulces. Su particular paraíso. Pero el mundo exterior, comenzando por el comisario Fonseca, se opone a que arribe a buen puerto esta búsqueda de un paraíso simiesco. Un desenlace trágico, narrado con acentos patéticos, pone fin a esta búsqueda de la felicidad por dos chimpancés enamorados que Suárez, el experto en monos del zoo, confirma. Estos dos personajes, Fonseca y Suárez, prestan continuidad a los siguientes relatos entrelazados. Ellos son el hilo conductor, aunque irán apareciendo más.

   Suárez, el cuidador del zoo, tiene en Claudia una amante excelente, pero por las noches vive maritalmente con la mona Lucila: la sienta a la mesa a comer hamburguesas; es testigo de sus ronquidos, de sus sueños. Y la mona emplea la estrategia habitual entre los de su especie: le ofrece su trasero, la señal de intercambio: sexo por comida. El agujero de la mona invitaba a ser penetrado virilmente, sin prolegómenos como los que demandaba Claudia, la novia. Y en efecto, una noche clava su miembro, penetra a la mona. Y tal como hizo con Lucila, hará con una joven prostituta cuando se llevan a la mona. Es el bestialismo, una relación profundamente asimétrica que, sin embargo, seduce a Suárez.

   Algo semejante le acontece al comisario Fonseca: una relación exclusivamente profesional con Silvia, una bella prostituta uruguaya. Paga sus servicios sexuales dos veces por mes. Un ancla Tyzak que lleva tatuada en el tobillo, es el detonante  de una tenebrosa historia en el Uruguay de la dictadura militar. Silvia había sido elegida por la guerrilla tupamara para seducir al jefe de los servicios de Inteligencia y Enlace encargados de la represión. Allí conoce las catacumbas de la represión, el inframundo, pero la mirada de un oficial salva a Silvia de ser subida al avión de la muerte para ser lanzada al mar. Mas también aquí funciona la ley del intercambio: se verá obligada a convertirse en la amante de ese oficial, si bien ese relato forma parte de un todo que no se puede decir.

   Fonseca pretende ampliar el contrato, invitar a Silvia con la que tiene sexo, a algo que a ella le guste. Ella se niega y extingue el contrato porque se va a vivir con una mujer, con Laura, una mujer de teatro que dirige La muerte y la doncella en la versión de Ariel Dorfman. Sin embargo, tampoco en el amor de Silvia y Laura, esta llega a saberlo todo a pesar de estar unidas como la lapa a la piedra.

   La ley del intercambio funciona así mismo entre el deprimido Fonseca y la joven dominicana sin papeles: él necesitaba una mujer y la joven dominicana, un hombre.

   En la novela, hecha de relatos, no existe un desenlace. Simplemente un cierre de amores y rencores: los del represor Mauricio, ahora necesitado de ayuda psicológica, que sigue buscando a Silvia con una amalgama de amor y resentimiento.

   Desde el punto de vista formal y estructural, al libro de Cristina Peri Rossi se le pueden imputar más de un defecto. El principal es sin duda el intento de hacer una novela de relatos, apenas sin otra trabazón que la del hecho de compartir los relatos ciertos personajes, si bien el artificio escritural puede ser interpretado de otra forma: como una historia coral. En ella los diversos protagonistas nos narran su relato. En todos ellos subyace el gran tema de fondo de este libro: las asimetrías, las diferencias entre los sexos, entre hombres y mujeres y las secuelas que eso provoca. Entre ellas, la seducción. ¿Por qué a un hombre le seduce fornicar con una chimpancé más que con la hermosa novia que lo ama? ¿Por qué aman las mujeres? ¿Por el poder que tienen algunos hombres o por su profunda debilidad?, se nos interroga en el texto.

   La novela está repleta de análisis y reflexiones sobre la conducta humana en la que se pueden producir actos de bestialismo. Reflexiones sobre el amor, la posesión, la soledad, el deseo, que en el fondo no son más que manifestaciones de la insondable esencia humana y de sus relaciones con los de su especie.

   Hay otros rasgos que caracterizan el texto de Cristina Peri Rossi: la sutileza, la ausencia de juicios de condena o enaltecimiento, aunque en este caso con una excepción: el elogio de las relaciones lésbicas -no del lesbianismo- entre dos de las protagonistas femeninas. La mixtura de humor, ironía, ternura, lucidez, transgresión de múltiples convenciones sociales. Y por supuesto, abundantes secuencias de elevado erotismo, nostalgia por Montevideo, la ciudad natal de la escritora, y el tema del exilio. Todo ello lo va dejando caer la autora al pasar por la lupa de su prosa, rica en hallazgos expresivos, el gran tema de fondo de la novela: la forma en la que los seres humanos, pese a las asimetrías, nos relacionamos entre nosotros.









Cristina Peri Rossi

Fragmentos



“Se había sentado, como él, para comer las flores, y entonces Fonseca, siempre reptando, consiguió llegar hasta la improvisada sepultura del mono muerto; con ambas manos y brazos apartó la tierra, el lecho de hojas y el cuerpo inmóvil del mono apareció, inmensamente vacío, como solo los muertos pueden estar vacíos. Vacío y quieto aunque los pelos superficiales de color negro anaranjado temblaban con el viento. Se quedó al lado del mono, esperando. Elisa dejó de comer súbitamente y lanzó un grito áspero, intenso, larguísimo. Él la imitó, procuró lanzar al aire un grito semejante. Durante un rato que no supo o no pudo contar, ambos estuvieron así, gritando, no de manera simultánea, sino alternada, como un lamento de amor, como el aria de amor y de muerte de Tristán e Isolda, recordó Fonseca, extrayendo esa reminiscencia de un área de su memoria poco frecuentada. (Había tenido una novia, en su juventud, a la cual le gustaban las arias.)”



…..



“Lucila dejó de chillar cuando vio esos preparativos y él abrió la puerta de la jaula y se dirigió a la mesa.

Había un plato para ella, con su hamburguesa chorreando mozzarella y brincó varias veces, emitiendo cortos gritos de alegría. A Suárez le gustaba esa espontaneidad, parecida a la de los niños, que no ocultan sus emociones, que no las domestican.

Lucila chillaba, brincaba, gritaba, protestaba, reía, le arrojaba a veces objetos a la cara y estaba alegre o malhumorada sin contemplaciones, sin ocultar sus emociones, aunque era consciente de los roles y jerarquías, como todos los simios, y sabía con claridad que era hembra, o sea, subordinada, que era mona, o sea, inferior a Suárez, y que en caso de conflicto agudo, debía obedecer, le gustara o no.”



…..



“Ella comprendió enseguida. Eso era lo que a Fonseca le gustaba más de Silvia: su comprensión sin palabras. Qué bien dotada estaba para el amor físico y qué bien dotada estaba para comprenderlo. O quizás comprendía a todos los hombres. Estaba seguro (y su profesión se lo confirmó) de que las mujeres comprendían a los hombres mucho mejor que los hombres a las mujeres. Quizás porque ellos no estaban dispuestos a hacerlo: tenían el poder, y quien tiene el poder no necesita comprender, basta con no perderlo. No era su caso. A él el dinero -el otro gran poder, además del sexo- le confería la posesión, quizás porque se hubiera avergonzado de tenerlo o por la culpa. La culpa de no haber amado verdaderamente ni a su mujer, ni a sus hijos, ni a nadie.”



(Cristina Peri Rossi, Todo lo que no te pude decir, páginas 27, 34-35, 113)

1 comentario:

  1. Parece una novela ágil de leer, el tema interesante y creo la forma de que la autora lo aborda lo hace ingenioso y
    enriquecedor. Felicidades a la autora y a ti que siempre nos muestras el mejor camino a la lectura. Un abrazo.

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