Jaunusz
Korczak
Traducción
del polaco de Jerzy Slawomirski y Ana Rubio Rodon
Editorial
Seix Barral, Barcelona, 2018, 342 páginas.
Janusz Korczak (Varsovia 1878-Treblinka,
1942) autor de Diario del gueto fue
un libre pensador, médico, activista social y sobre todo pedagogo de fama
mundial. Uno de los más grandes educadores de todos los tiempos en palabras de
Bruno Bettelheim. Consagró a la infancia su entera existencia. Por ella, por
los niños y niñas, por sus derechos y por el respeto a su integridad se batió
con todas sus fuerzas y con todos los medios, incluso hasta la muerte. Creyó
firmemente en las potencialidades de la naturaleza humana, y por eso mismo
trabajó sin descanso para realizar el sueño que había acompañado toda su
existencia: el de un mundo más verdadero, más a la medida del ser humano, más
justo. Por ser judío murió en el campo de exterminio de Treblinka junto con
doscientos niños y adolescentes y los educadores de la Casa de Huérfanos que
había fundado y dirigido en Varsovia durante treinta años. Pudiendo haberse
salvado, marchó con los niños y niñas en el tren de la muerte. Su extensa obra
(novelas, textos teatrales, relatos para adultos y niños, ensayos sobre la
educación) fue el antecedente en el que se basaron la Declaración de los
Derechos del Niño de 1959 y la convención sobre los Derechos del Niño aprobada
en 1989 por la Asamblea General de la ONU.
Diario
del gueto no solamente constituye un valioso testimonio autobiográfico,
sino que es un documento de gran valor histórico sobre lo que fue el gueto de
Varsovia. Seix Barral lo publica por primera vez en España junto con otros
escritos originales, la biografía de Janusz Korczak y numerosas ilustraciones
entre las que destacan las imágenes de
manuscritos del Diario y otros documentos muy interesantes como el testamento
de Korczak. Y un valioso y esclarecedor aparato de notas a pie de página.
Janusz Korczak, heterónimo de Henryk
Goldszmit, escribió este Diario en el gueto de Varsovia durante el periodo que
va desde el mes de mayo de 1942 al 4 de agosto del mismo año. Era un proyecto
-dejar un legado espiritual- cuya necesidad sentía desde dos años antes, pero
fue en 1942, con la muerte ya próxima, cuando el médico y educador lo llevó a
cabo. Ha llegado hasta nosotros porque, unos días después de su deportación a
Treblinka junto con los residentes del orfanato, logró hacerlo llegar a manos
de un amigo polaco que lo escondió hasta finales de la Segunda Guerra Mundial.
En el Diario del gueto hay dos partes
claramente señaladas por el mismo autor. La primera finaliza el 26 de junio de
1942 y es un libro memorial, a pesar de que a Korczak la literatura memorial le
parecía lúgubre y agobiante.
En esta primera parte, Korczak se muestra
consciente de su vejez, cree que ha llegado al ocaso del tiempo de los
esfuerzos gastados aparentemente en balde. Desde la noche silenciosa del
orfanato enclavado en pleno gueto, repasa aspectos y anécdotas de su vida, de
su niñez sobre todo, de sus años de práctica médica; relata sucesos cotidianos,
se interroga sobre su propia identidad: ¿solo judío o quizá también polaco?,
revela cómo un suicidio planeado con todo lujo de detalles planeó sobre su
existencia. Nunca lo llevó a cabo porque por la aparición de nuevos sueños que
quiere realizar. Cuenta sus experiencias en el hospital pediátrico, convencido
de que lo suyo son los niños. Y entre estas rememoraciones, alusiones al día a
día en la Casa de Huérfanos: la medición de peso -la escasez de alimentos está
provocando que los niños estén cada vez más delgados-; la búsqueda de comida,
visita a simpatizantes mendigando ayuda para el orfanato, despacho de
correspondencia…
Y en las noches que ansiaba tranquilas, los
ecos de los disparos de los fusilamientos: “esta noche solo han fusilado a
siete judíos, todos ellos miembros de la Gestapo judía” (página 67). Así como
la constatación del hambre y de la miseria que percibe en el gueto.
El 26 de junio pone fin a sus elucubraciones
nocturnas, escritas de una forma bastante caótica y llenas de discontinuidades,
de lo que él mismo es consciente, pero consecuentes con los momentos vividos,
llenos de incertidumbres.
En el período que abarca la segunda parte
(finales de junio–4 de agosto), se reiteran los temas del hambre, la miseria,
la esperanza de mucha gente puesta en el contrabando, la lucha por un trozo de
pan, que entresaca de fragmentos de diarios de judíos del gueto; el deambular
de los niños arriba y abajo, incapaces de soportar tanto cansancio, tanta
tristeza, ira y añoranzas. Intoxicaciones masivas de los residentes del gueto
debido al mal estado de los alimentos (huevos podridos enmascarados con
pimienta francesa).
Y un motivo recurrente: la conciencia de la
proximidad de la muerte, pero tarea fácil comparada con el trabajo de nacer y aprender a vivir.
Las últimas anotaciones corresponden al 4 de agosto de 1942. Korczak había sido informado por un oficial
nazi, pediatra como él, que sus doscientos niños y niñas serían deportados y
aniquilados. Y lo que hace es preparar a los residentes. Quiere ser responsable
a toda costa hasta el último momento de sus huérfanos. Por eso les inculca que
se debe morir con dignidad: morir sin defenderse, morir cantando. En lo que escribe
ese último día en el orfanato, deja constancia de que riega las plantas a las
seis de la mañana, destina una tonelada de carbón para la sucursal de la Casa
de Huérfanos. Y nos hace saber la ausencia de resentimientos por su parte. No
desea mal a nadie. Sencillamente es consciente de que lo que está soportando,
aconteció. Simplemente aconteció.
Para poder valorar el relato de Korczak es
preciso tener en cuenta algunas de las circunstancias en las que fue escrito:
en un gueto, “el distrito de los condenados”. Entre el hambre, tifus,
montones de personas muertas en las calles. El día 5 de
agosto, Janusz Korczak y su asistenta Stefania Wilczinska inician la marcha en dirección a
Umschlagplaz, el punto de reunión cercano a la estación ferroviaria. Con ellos,
los doscientos huérfanos. Desde allí serán transportados en vagones de ganado
hacia Treblinka donde serán gaseados. La mañana de la partida se escucharon los
gritos “Raus, Raus”. Korczak había
alertado a los huérfanos de que, cuando oyeran esos gritos, deberían descender
rápidamente. Y así fue. Marcharon en fila hacia el tren de la muerte.
Esa marcha por las calles desiertas de
Varsovia forma parte de la leyenda, y sobre ella existen dos versiones. Según
la más repetida, especialmente en películas, los niños marchaban en filas de a
cuatro enarbolando la bandera del Rey Matías I; uno de los chicos, al frente
del desfile, tocaba el violín y los demás cantaban. La otra versión es muy
distinta: apatía, Korczak conmocionado, no hubo gestos, nadie cantaba. Silencio
terrible y agobiante…todos iban como en un trance.
La cronología de los hechos imposibilita que
en el Diario se hable de todo esto. Además tampoco fue esa la intención del
autor. Su punto de vista es otro: hablar consigo mismo, registrar pensamientos,
impresiones, recuperar memorias: Quiere transmitir, para las generaciones
futuras, sus experiencias y teorías. Pero, a medida que vamos pasando páginas,
ese diseño se vuelve más difuso, porque resultaba imposible desligarse de la
agonía del gueto. Todo ello escrito con una lengua áspera y coloquial, con
algún ramalazo poético. A pesar de ello, Diario
del gueto es un documento de valor incalculable sobre ese mal gratuito
ejercido sobre niños, que otra refugiada del nazismo Hannah Arendt, llamó la
banalidad del mal. Mas sobre esa banalidad, emerge la figura de un hombre - ethos modélico-, que pudiendo salvar su
vida, defendió a sus huérfanos hasta el final, compartiendo con ellos el atroz
destino. Una perspectiva nueva para reflexionar sobre la experiencia del
Holocausto y sobre los dilemas morales en situaciones límites.
Fragmentos
“La puerta del
dormitorio de los chicos está abierta. Son sesenta. Un poco más hacia el este,
duermen en el más silencioso de los sueños sesenta chicas.
Los demás, en el
piso de arriba. Estamos en mayo, de modo que, aunque haga frío, los chicos
mayores pueden dormir en la sala de arriba.
La noche. Tengo
apuntes sobre la noche y sobre los niños que duermen. Treinta y cuatro blocs de
notas. Por eso he tardado tanto en empezar mis memorias.”
…..
“Querida Anka….
1.
No voy de visita. Salgo a
mendigar. Pido dinero productos, información, consejo, indicios. Si a esto lo
llamas visitas… Es un trabajo duro y humillante. Además hay que hacer el
payaso, porque a la gente no le gustan las caras de pena.
Voy a menudo a ver a los Chmielarz. Me alimentan. Tampoco es una
visita. Yo opino que es beneficencia, ellos lo tratan como un intercambio de
favores. A pesar de que la atmósfera es amable, dulce y balsámica, a menudo
también cansa.
El descanso que ofrece la lectura empieza a fallar. Un síntoma
peligroso. Me he vuelto loco y esto ya no me preocupa. No quiero convertirme en
un imbécil.”
…..
“Ahora la Casa de Huérfanos es una Casa de Anciano. Tengo siete
inquilinos en la habitación de aislamiento, tres de los cuales son nuevos. La
edad de los pacientes está comprendida entre los siete y los sesenta años de
Azryl, que gimotea sentado sobre la cama con las piernas colgando y la cabeza
apoyada en un brazo de la silla.
Las conversaciones matutinas de los niños: el resultado de la toma de
temperatura. Cuánta fiebre tengo yo y cuánta tú. Quién se encuentra peor y cómo
ha pasado la noche.”
(Janusz Korczak, Diario del gueto, páginas 21, 106, 124-125)
Toda una reflexión ...
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