Marta Sanz
Prólogo de Rafael Chirbes
Editorial Anagrama, Barcelona, 2014, 360 páginas.
Con buen tino se nos advierte en la
presentación editorial que La lección de
anatomía es un libro a la vez viejo y nuevo, porque en el año 2008 Marta
Sanz publicó una primera versión de este texto. En el presente año ha aparecido
la segunda. Anagrama, en efecto, le ha concedido una segunda oportunidad a la
sexta novela de esta doctora en Filología y escritora versátil y poliédrica que
frecuenta todos los géneros: narrativa y lírica sobre todo, aunque también es
antóloga de la poesía española. Marta Sanz se dio a conocer en 1995 con la
novela El frío y desde entonces su
trayectoria se ha desplegado de forma fecunda y lúcida. Esta segunda versión de
La lección de anatomía es la
definitiva, según su autora. Y
aparece revisada, reestructurada y enriquecida con un prólogo de Rafael
Chirbes, amplio, esclarecedor y sugerente.
Marta Sanz “narradora proteica, astuta
novelista” en opinión de Chirbes, hace que el lector transite, casi sin darse
cuenta, por un viaje autobiográfico de la propia escritora, percibido, no
obstante, como una pieza de ficción, en un juego que la autora plantea como un
artificio de realidad y fabulación. En su particular autorretrato, la mujer
Marta Sanz se desnuda ante sus lectores y lo hace desde el día del parto en el
que su madre la puso en este mundo. Y en relación especialmente con las mujeres
que más han marcado su vida: la madre, la tía, las amigas o los colegas de
trabajo. Lo concibe además desde la perspectiva de una mujer que, a los cuarenta
años se autorretrata desnuda, “porque su cuerpo es el texto donde se han
quedado grabadas las cosas importantes de su vida”, como apunta la propia
autora.
La
lección de anatomía reproduce en buena parte, y posiblemente en su
totalidad, hechos reales. La escritora nos relata su propia vida desde la
infancia, o mejor dicho, desde el día del parto de su madre, hasta el momento
presente. Por eso mismo, la arquitectura de la novela se sustenta en tres
grandes secciones: “Vallar el jardín”, o la recopilación de los recuerdos de la
niñez -el abrigo de serpiente de la infancia (página 163)-; “Los gusanos de
seda” que rescata las memorias de la preadolescencia y adolescencia, y
finalmente “Desnudo”, donde Marta Sanz recupera su juventud y el inicio de la
edad adulta. Mas, aunque dicho así, el libro podría catalogarse como una
autobiografía, La lección de anatomía
es ficción, porque esta preñada de valores literarios, que son tales cuando la
realidad se nos cuenta empujando el lenguaje hacia el límite. De esa manera, con esa precisión de lenguaje, con esa
cadencia, intensidad y madurez, como en su día escribió Susan Sontag. Es el
estatuto literario de un texto, el acto de individualización de la lengua en
tanto que experiencia formal y construcción singular única.
Y de Marta Sanz se puede decir que
“literaturiza” la vida del personaje Marta Sanz mediante una cala introspectiva,
narrada muchos años después de lo vivido. De la misma forma en la que, sin
darnos cuenta, pasamos por las distintas etapas de nuestra existencia. Y lo
hace reflejando intensamente en el espejo de su escritura el halo de esos
recuerdos y sensaciones de un tiempo ya ido. Sin olvidarse de los nimios
detalles que tanbien componen el singular mosaico de una vida, desde el momento
en el que aprende a atarse los cordones de los zapatos, las “bellas palabras
que nos conducen al dolor de desarnarnos” y la tasación de braguetas y penes
familiares, hasta la edad adulta en la que comprueba la capacidad de sus
bolsillos para guardar billetes, sopesa los trabajos a los que puede aspirar,
se doctora en Filología, sin obtener el cum
laude por no haber citado las publicaciones de los miembros del tribunal,
se compadece de sus suegras y otras variadas experiencias familiares, amicales
y profesionales que configuran su edad adulta como mujer. Finalmente firma su
propio retrato con el impudor de un desnudo integral, pintándose con palabras,
lista para que la midamos.
Al margen del grado de veracidad de los
múltiples acontecimientos, situaciones y anécdotas, algunas banales y nimias,
de la vida cotidiana de los que Marta Sanz hace una copiosa acumulación, el
texto, al que ahora se le regala una segunda oportunidad, se lee como una
verdadera novela. En primer lugar porque en la vida de cualquier ser humano y
en sus interacciones, existe mucho de novelesco; pero sobre todo porque Marta
Sanz transforma todo ese material en un ejercicio literario con el que dibuja
la realidad, de tal modo que la
convierte en ficción. Retrata con maestría los ambientes e incluso las
tonalidades de esa España del último cuarto del siglo pasado. Y en buena medida
esa maestría se hace patente en el hecho de que los contextos y escenarios no
oscurecen el protagonismo de una niña-adolescente-mujer llamada Marta Sanz. Ni
el de la amplia nómina de personajes secundarios, algunos, como la madre y las
tías de la escritora, con gran protagonismo; otros hacen acto de presencia en
la narración de un acontecimiento o anécdota y desaparecen definitivamente.
Y todo esto transmitido con una prosa tan
natural como certera y eficaz, en la que impera el realismo, aunque de vez en
cuando salten chispazos rebosantes de plasticidad y de estrategias narrativas
cercanas al esperpento y a la picaresca, como ha señalado Rafael Chirbes en ese
prólogo que enriquece la novela. Con todos estos ingredientes, convierte Marta
Sanz su propia anatomía, también la física y la íntima, en realidad
diseccionada, en su ser y en lo que aparenta ser, que se expone desnuda ante la
mirada lectora.
Francisco
Martínez Bouzas
Marta Sanz |
Fragmentos
“El
día que mi madre me habló de la experiencia de su parto decidí que nunca tendría hijos. Fue mucho más
gráfica la descripción de su parto que la apología de mi nacimiento, aunque
ella insistiese en que yo era la niña
más hechita de cuantos bebés había tenido la oportunidad de ver de
cerca. Mi madre, cuando narra, tiende a ser minuciosa; en cuanto a mí, siempre
he sabido escuchar y soy mucho más impresionable de lo que a simple vista
pudiera parecer. No recuerdo exactamente la edad a la que se lo pregunté y ella
me respondió. Me acuerdo, eso sí, de que yo ya tenía clara la idea del cómo:
los huevos, las semillas, el quererse mucho, el no tomarse la pastilla -a propósito-,
los besitos, las flores abiertas y la lubrificación natural, las cáscaras
rotas, los niños-pez y los espermatozoides nadadores.”
…..
“Las
explicaciones de mi tía hoy me siguen pareciendo válidas. Incluso el argumento
del amor como lubrificante de las relaciones sexuales, con la salvedad de que a
menudo follar es una forma de enamorarse o de convencerse de que estás
enamorada. Eso le debió pasar a mi tía Maribel con su marido. Que se obcecó. No
es que mi tío, como muchos otros hombres, a quienes sus mujeres permanecen
fieles, fuese un semental o un virtuoso de las artes amatorias -lo que sí era
mi tío es un proxeneta y, por ende un putero, pero de ese detalle me enteré
años más tarde-, sino que Maribel tomó la decisión de quedarse con ese hombre y
ya no se desdijo.”
…..
“Cuando
vuelvo a casa les digo a mis padres que
son un par de gilipollas. De 1984
a 1989, asisto a clases habitadas por seminaristas y
numerarios del Opus. Desde mi silla veo que una numeraria me acecha, me evalúa,
se me acerca con una sonrisa loca y una falda de cuadros. Finjo que no me
entero de lo que está sucediendo, aunque me doy cuenta de que esta muchacha
emana una felicidad fría y se me va acercando poco a poco en línea recta. No sé
si me podré proteger. Me tapo la cara con el pelo. Me concentro en mis papeles
-tengo muchos- y doy un respingo cuando por fin la numeraria se dirige a mí con
una voz que me recuerda una almendra amarga:
-¿Te
puedo hacer una pregunta personal?
En
este período de mi juventud me gustan mucho las preguntas personales, las
confesiones y los calzones quitados -ahora no-, así que cínicamente le doy
permiso reservándome el derecho a responder
sólo si me apetece. La numeraria no deja de sonreír; su tono es íntimo y nos aísla,
de modo que ami me parece que las dos estamos dentro de una urna:
-Tú
no eres virgen, ¿verdad?
Yo,
que ya me sé una vampiresa, no me sorprendo. Quizá estas cosas se noten en la
expresión de los ojos o en la manera de sacar la lengua entre los dientes
mientras se muerde un lápiz. Debo de tener cara de guarra. Tal vez la numeraria
haya mantenido una conversación secreta con el hermano de mi madre, a quien ya
he perdonado: quiere mucho a su amigo. Más que a mí.
La
numeraria sigue observándome con su felicidad fría y yo, congelada, me
tranquilizo y me intranquilizo cuando ella confiesa que me formula esta
pregunta porque todos los días llevo pantalones vaqueros. De pronto, esa pobre
numeraria me da pena y la imagino en su cuarto, de noche, con miedo de meterse
el dedo en el ombligo, de que los pezones se le encojan por una bajada de
temperatura, de que le dé un calambre en el clítoris por haber retenido la
orina o por un sueño o por dormir con un muslo apoyado sobre el otro, apretando.
Respondo con una sonrisa de loca y, sin decir palabra, camino hacia la salida
del aula. Me quedo con ganas de acariciarle la mejilla. Quizá ese gesto la
hubiese obligado a sonrojarse, a apartarse de mí para evitar la turbación. No
quiero que la numeraria se aterrorice por las noches y me guardo la mano en el
bolsillo de mi penetrante pantalón vaquero. Al caminar, sorprendentemente no
experimento ningún placer.”
(Marta Sanz, La lección de anatomía, páginas 27, 53, 262-263)
Un libro diferente....
ResponderEliminarSaludos