W. Stanley Moss
Prólogo y epílogo de Iain Moncreiffe
Post scriptum de Patrick Leigh Fermor
Traducción de Dolores Payá
Acantilado, Barcelona, 2014, 245 páginas
Mal encuentro a la luz de la luna es el título con el que Acantilado edita en español este libro escrito
por William Stanley Moss, y publicado
originariamente en 1950 bajo el rótulo Ill Met by Moonlight. El subtítulo de la
publicación es suficientemente explícito sobre su contenido: “El secuestro del
general Kreipe en Creta durante la Segunda Guerra Mundial”. Y le augura así
mismo al lector un gran relato de aventuras. Su autor, William Stanley Moss
(Japón, 1921-Jamaica, 1965) fue un héroe británico de la Segunda Guerra Mundial
que, al concluir ésta, se convertiría en un renombrado escritor. Después de la
contienda, formó parte de la Expedición Británica al Polo Sur, navegó por las
islas del Pacífico y finalmente se instaló en Kingston (Jamaica) donde
falleció. En unión de Patrick Leigh Fermor realizó arriesgadas misiones en los
cuerpos de la inteligencia británica.
La que se narra en este libro, fue la más
notable y la que mayor resonancia alcanzó, hasta el punto de que dio lugar a
versiones cinematográficas: Emboscada en
la noche o Emboscada nocturna
(1957), el título con el que fue comercializada en España. De la aventura
relatada en el libro, el secuestro del general Heinrich Kreipe, comandante de
la 22 Infanterie-Division que ocupó
Creta, se ha dicho lo siguiente: “De todas las historias generadas por
la guerra, ésta es la que los escolares de todas partes recordarán mejor”. El
secuestro del general alemán fue comandada por, W. Stanley Moss (Billy Moss) y
por Patrick Leigh Fermor (Padyy), que había participado en la retirada de los
ejércitos británicos de Grecia y Creta.
Sin embargo, al poco tiempo, regresó a Creta como agente secreto. Disfrazado de
pastor, con su estación de radio mantuvo encendida desde las montañas la antorcha
de la libertad. En el otoño de 1943 regresó a El Cairo y allí conoció a W.
Stanley Moss, y poco después, bajo la luz de las estrellas, los dos decidieron
llevar a cabo la hazaña (“una tremenda burla”) que se narra en las páginas de
este volumen.
Con la excepción de las primeras páginas,
W. Stanley Moss, escribió este libro en
forma de diario. Cada entrada ocupa varias páginas, lo que fue posible, como
explica en el prefacio el autor, porque en Creta, hacíamos de nuestras noches
días, igual que si viviéramos en un eterno Ramadán, y por lo tanto disponíamos
de mucho tiempo durante las horas que pasábamos escondidos (páginas 7-8).
A parte del prefacio, del prólogo y del
epílogo, escritos por Iain Moncreiffe y de un amplio Post scriptum de la autoria de Patrick Leigh Fermor, el libro
estructura los diversos episodios y peripecias en cinco secciones: “La
llegada”, “La operación”, “En marcha”, “Seguimos en marcha” y “La partida”. A
lo largo de estas cinco partes se describen los pasos que el grupo comandado
por Stanley Moss, en compañía de los griegos George Tirakis y Manoli Paterikis
(El Hombre Jueves y el Hombre Viernes) y
un grupo formado por cretenses, entre los que había incluso algún asesino
convicto, habrá de seguir tras su desembarco nocturno para encontrase con Leigh
Fermor, disponer los preparativos, recorrer largas caminatas nocturnas, los
refugios diurnos en las cuevas de la isla, el contacto con la población local,
que nunca dejó de apoyarles…hasta realizar la misión: el secuestro del general
Kreipe, sucesor del implacable general Müller, comandante de las tropas
alemanas que ocupaban Creta. Y posteriormente, eludir con mucha fortuna durante
casi tres semanas, los puestos de control y las patrullas alemanas y alcanzar,
en el punto de encuentro, el barco que los transportaría a El Cairo.
La increíble hazaña reúne en el minucioso
relato de Stanley Moss todos los ingredientes de un gran relato de aventuras:
intriga, épica, heroismo, grandes dosis de buena suerte se dan cita en la
narración de Stanley Moss que cuenta con gran amenidad, buen pulso y sin
ahorrarse detalles los momentos cruciales de la aventura, pero también las
horas tediosas y el difícil recorrido por las escarpadas montañas cretenses.
Así pues, relato de una aventura tan increíble
y arriesgada que se lee como una novela. No conviene olvidar, no obstante, que
muchas veces la realidad supera a la ficción, y el secuestro y traslado a El
Cairo del jefe del ejército alemán que ocupaba Creta, es uno de esos momentos,
en los que una aventura real adquiere tal calado que parece dispersarse por
caminos ficcionales. Casi como en un cuento de hadas.
Francisco
Martínez Bouzas
Fragmentos
“Salimos
de la cuneta a todo correr y nos plantamos en medio de la carretera. Paddy
encendió su lámpara roja y yo sostuve en alto una señal de tráfico. Ambos nos
quedamos plantados en mitad del cruce.
En
cuestión de segundos -mucho antes de lo que esperábamos- la luz de los potentes
faros del coche del general asomó por la curva, siguió avanzando y pronto nos
iluminó de pleno. Al acercarse al cruce, el chofer frenó.
Paddy
gritó:
-Halt! [Alto!]
El
coche se detuvo. Nos acercamos a él con lentitud, y una vez hubimos pasado
frente al haz de luz de los faros, sacamos las pistolas -ya amartilladas- que
teníamos escondidas en la espalda y preparamos las cachiporras.
Cuando
llegamos a la altura del coche, Paddy preguntó:
-Ist dies das General’s Wagen? [ ¿Es este
el coche del general?]
Del
interior del coche llegó un «Ja, ja»amortiguado.
Luego
las cosas sucedieron con gran rapidez. Hubo mucha precipitación por todas
partes. Abrimos las dos portezuelas de un tirón y nuestras linternas iluminaron
el interior del coche: la cara perpleja del general, los ojos aterrorizados del
chófer y los asientos traseros vacíos. El chófer trató de alcanzar su
automática con la mano derecha, pero le di un golpe en la cabeza con mi porra y
cayó hacia delante. George, que estaba a mi espalda, lo sacó del asiento del
conductor y lo tiró en la carretera. Yo salté dentro del coche y me puse al
frente del volante y en ese mismo momento vi cómo Paddy y Manoli sacaban a
rastras al general por la otra portezuela. El viejo se defendía con furia, les
golpeaba y les daba patadas. Obviamente pensó que íbamos a matarlo y se puso a
gritar como un poseso. Maldecía a grito pelado.”
…..
“Recuerdo
que solté un woods cuando el centinela nos hizo una señal
deparar. Yo había propuesto que frenáramos, como en las anteriores ocasiones, y
aceleráramos en cuanto llegáramos a su altura, pero esta vez era imposible,
porque el centinela no se desplazó un milímetro, y a la luz de los faros vimos
a varios soldados alemanes de pie tras él. No me quedó más remedio que reducir
la velocidad y conducir a paso de caracol. Previamente habíamos acordado que si
se daba el caso de que nos preguntaran cualquier cosa la respuesta sería un
escueto «General’s Wagen!» [El coche
del general!], acompañado de un
saludo amistoso. Si se nos pedía más conversación la charla correría a cargo de
Paddy.
George,
Manoli y Stratis tenía los fusiles listos y se había hundido en los asientos
todo lo que el espacio permitía. El general estaba a sus pies en el suelo.
Paddy y yo amartillamos las pistolas y las pusimos sobre nuestros respectivos
regazos.
El
centinela se aproximó al coche por el lado de Paddy. Antes de que se acercara
demasiado, Paddy gritó que viajábamos en el coche del general –algo que, después
de todo, no era más que la pura verdad -, y sin esperar a que el guardia
abriera la boca y respondiera yo pisé el acelerador y proseguimos la marcha,
gritando un «Gute Nacht!» [Buenas noches!] mientras nos alejábamos. Todos nos saludaron.”
(W. Stanley Moss,
Mal encuentro a la luz de la luna, páginas 107-108, 117-118)
Siempre interesante...
ResponderEliminarSaludos