Felices los felices
Yasmina Reza
Traducción de Javier Albiñana
Editorial Anagrama, Barcelona, 2014, 190 páginas
Bajo la apariencia de inocentes comedias
burguesas (Arte, Un Dios Salvaje),
Yasmina Reza ha sabido darles voz a sus grandes obsesiones existenciales. El pasado año ha vuelto a
hacerlo, pero emigrando de género: en la narrativa, a través de una novela: Hereux
les hereux, Premio Le Monde 2013, que Javier Albiñana ha traducido al pie
de la letra -me refiero al título de la novela- para Anagrama, Felices los felices, una pieza de ficción en la que dieciocho personajes ponen al descubierto sus virtudes y miserias, las dudas y
embarazos que la vida va poniendo a nuestro paso; y también los regocijos que
ésta a veces non concede, aunque haya
existencias humanas que consuman su
felicidad pudiendo prescindir del amor, como insinúa la frase de Borges
(“Felices los amados y los amantes y los que pueden prescindir del amor.
Felices los felices”) que rotula el pórtico del libro. Es precisamente eso lo
que la novela de Yasmina Reza intenta poner de manifiesto a través de los
relatos entrelazados de las vidas de sus personajes. Porque amar y felicidad,
confiesa la autora, no son nociones colindantes. Por eso mismo Yasmina Reza
declara abiertamente que no cree en la pareja, ni en los vínculos afectivos
-algo que no pasa de ser una reflexión optimista-, porque la felicidad es una
predisposición que no depende de ninguna circunstancia concreta.
Y llega hasta tal punto su convencimiento de
la insuficiencia estructural de la pareja como plataforma para el amor que no
duda en afirmar que el adulterio es algo clave en el matrimonio, necesario
muchas veces para que una relación de pareja funcione.
Partiendo de esas premisas, la conclusión
lógica que se impone es que Felices los felices es una novela
perturbadora, desconcertante. Una pieza coral estructurada en capítulos breves
e independientes en apariencia y en los cuales la autora irá diseccionando las
llamadas relaciones amorosas mostrando
simplemente la realidad a través de esos dieciocho personajes que nos muestran
una inclemente radiografía de sus vidas, y que aparentemente no tienen
relaciones entre ellos. Sin embargo la autora irá poco a poco trabando sus
vidas hasta que aparecen ocultos y sorprendentes lazos. La arquitectura de la
novela la conforman veintiuna escenas, rubricadas con el nombre de su
protagonista principal, que volverá a aparecer en otros capítulos como
personaje secundario, o simplemente como aludido.
Todos ellos tienen en común: las relaciones
de pareja y las relaciones familiares. Parejas de toda guisa. Parejas
recientes, futuras, matrimonios jóvenes, otros ya afianzados a través de
los años, parejas corroídas por el enmohecimiento
del paso del tiempo y sobre todo por la herrumbre del desamor. De todo ellos se
deriva lo ineludible: el engaño, amores frustrados, adulterios que apenas dejan
huella, soledades compartidas o sin compartir, discusiones ridículas que se
eternizan, relaciones pasajeras.
Yasmina Reza da muestras de una perfecta
percepción de los enmarañados y complejos engranajes de las relaciones humanas
y de las emociones que éstas suelen provocar. Y sus personajes son humanos,
imperfectos como el más común de los
mortales.
En resumen, dieciocho personas relatando
pedazos de su propia vida. Lo que piensan, lo que dialogan, cómo interactúan
con los que los rodean dando lugar a una gran telaraña narrativa que a través
de un finísimo hilo conductor, cada sección se comunica con las demás. De este
modo, lo que en una primera visual podrían semejar relatos independientes, son
en realidad fragmentos de la misma gran historia: la de los hombres y mujeres
que habitan este planeta.
No cabe dudar de la cáustica rotundidad de
Yasmina Reza. Ha sido acusada de machista, feminista, misógina… a lo que ella
responde que los detractores de esos bandos tienen su parte de razón, porque de
hecho ambos sexos salen malparados. Pues, con independencia de que sean hombres
o mujeres, se pelean por caprichosas ridiculeces en los supermercados, hablan
con su padre muerto, son el retrato risible de la figura donjuanesca, se
engañan mutuamente, algunos tienen un hijo que se cree Céline Dion… Un crudo
fresco del aburrimiento de vivir, del hastío, de las cansinas rutinas
matrimoniales. Un realista bestiario que compone la moderna comedia humana,
erguida sobre un cúmulo de miserias, soledades, egoísmos, mezquindades,
pequeñas tragedias, lágrimas patéticas. Y todo aderezado con un estilo incisivo,
burlón, elaborado con frases cortas, despojadas de todo lo accesorio para
lograr el impacto perseguido. Un estilo que choca de lleno contra las
incontables aristas humanas. Sin un ápice de concesión al romanticismo, y
muchos menos cuando de sexualidad se trata. “Cuando has visto de cerca como
copulan los cerdos, escribió Yasmina Reza en El Trineo de Shopenhauer, ya no te puedes hacer ilusiones sobre el
sexo”. Una cartografía, acertada o que admite reparos, del lado más negativo de
la existencia de hombres y mujeres, de la desolación humana como se ha escrito.
Francisco
Martínez Bouzas
Yasmina Reza (foto Pascal Victor) |
Fragmentos
“La
complejidad humana no se reduce a ningún principio de causalidad. Puede que de
no ser por esos años de silencio me habría atrevido a afrontar el abismo de una
relación que aunara sexo y amor. ¿Quién puede decirlo? Por lo general, pago
después. Casi siempre, el otro tiene que confiar en mí como una prueba de
amistad. Al egipcio de pagué antes. Una casualidad. No se metió el billete en
el bolsillo, lo conservó en la mano. El billete se hallaba en mi campo visual
mientras se la chupaba. Me lo metió en la boca. Chupé la polla y el dinero. Me
introdujo el billete en la boca y me cubrió la cara con la mano. Un juramento
sin futuro que nadie sabrá nunca. De niño podría darle a mi madre un guijarro o
una castaña que me hubiera encontrado en el suelo. Le cantaba también pequeñas
canciones. Ofrendas inútiles e inmortales a la par. A veces he convencido a
alguno de mis enfermos de la única realidad del presente. El muchacho egipcio
me metió el billete en la boca y me cubrió la cara con la mano. Acepté cuanto
me dio, su pene, el dinero, el goce, la pena.”
…..
“Un
hombre es un hombre. No hay hombres casados, ni hombres prohibidos. Nada de eso
existe (es lo que le expliqué al doctor Lorrain cuando me internaron). Cuando
se conoce a alguien, tanto da su estado
civil. Y su condición sentimental. Los sentimientos son cambiantes y mortales.
Como todas las cosas de este mundo. Los animales mueren. Las plantas. De uno a
otro año, los ríos no son los mismos. Nada dura. La gente quiere creer lo
contrario. Se pasan la vida recomponiendo los pedazos y a eso le llaman
matrimonio, felicidad o yo qué sé. A mi me traen sin cuidado esas tonterías.
Pruebo suerte con quien me da la gana. No me da miedo salir trasquilada. De
todas formas no tengo nada que perder. No seré guapa toda la vida. El espejo ya
se muestra cada vez menos amistoso. Un día, la mujer de Jacques Ecoupaud, el
ministro, mi amante, me llamó para que nos viéramos. Yo estaba aturullada.
Probablemente había hurgado en las cosas de Jacques y había descubierto un
intercambio de correos entre los dos. Al finalizar la conversación dijo antes
de colgar: «Espero que no le diga nada. Quiero que esto quede entre nosotras.»
Inmediatamente llamé a Jacques y le dije, el miércoles he quedado con tu mujer.
Jacques parecía estar ya al corriente. Suspiró. El suspiro del cobarde, que
significaba, qué remedio, ya que hay que pasar por eso. Las parejas me repugnan.
Su hipocresía. Su suficiencia.”
(Yasmina Reza, Felices
los felices, páginas 78-79, 115-116)
Un trabajo muy particular....
ResponderEliminarSaludos
Valiente la escritora, desprejuiciada según la uella de su pluma. Muy interesante ese desnudo de sus letras tan bien armadas de estilo y contenido. Muchas gracias, amigo, por tan detallada y amena aproximación a la obra en cuestión. Un abrazo fuerte.
ResponderEliminar¡Soberbio!
ResponderEliminar