Marguerite Duras
Traducción de Carlos Barral
Menoscuarto Ediciones, Palencia, 2014, 124 páginas
Marguerite Duras, heterónimo
de Marguerite Donnandieu (Saigón, 1914), tuvo una época neorrealista con la
escritura de textos como Un barrage
contre le Pacifique (Un dique contra
el Pacífico). Sin embargo, a partir precisamente de Le Square (El parque), su
literatura forma parte de la reacción frente a la novela tradicional. Es el “Nouveau
roman”, que no se limita a contraponer la literatura didáctica e intelectual de
los filósofos como Sartre, sino que la niega de raíz, porque reniegan de la
coherencia de la acción, de la psicología, del diseño tradicional de los
personajes; es decir, de cualquier elemento literario ligado al realismo. Es
exactamente a partir de Le Square,
que Menoscuarto recupera en el centenario de la autora y guionista, en la
traducción ya clásica de Carlos Barral, cuando la narrativa de Marguerite Duras
se vuelve enigmática y nebulosa y comienza a emplear los elementos compositivos
del “Nouveau roman”.
Aunque el éxito no le llegaría a Marguerite
Duras hasta 1984 con El amante
(Premio Goncourt), El parque es un
texto narrativo que marca fronteras en la escritura de Marguerite Duras porque
marca la evolución de la escritora hacia la nueva tendencia.
El
parque es una novela breve -apenas supera el centenar de páginas-, dominada
por el diálogo y, por lo mismo, la obra más teatral que escribió la autora. De
hecho también se convirtió en texto escénico. El fondo temático de la novela es
el encuentro y contraposición de dos posturas muy diferentas ante la vida,
representadas por los dos personajes actantes en el texto: una joven muchacha,
empleada de hogar, y un viajero, vendedor ambulante. Apenas sabemos nada de
ninguno de los dos. Solamente que la joven es una veinteañera, con bellos ojos
a juicio de su interlocutor. Nada acerca de éste, excepto que tiene la muerte
en común con los de su gremio. Por azar ambos coinciden en un banco de uno de
los parques parisinos. Nada más. Solo que se acerca el verano y el cielo está a
ratos nublado y a ratos luce el sol, que era jueves y en el parque jugaban
muchos niños.
Este absoluto vacío se llena con los
diálogos de los dos protagonistas, con dos visiones contrapuestas de la vida en
continua competencia, que a la postre nos permiten observar dos desnudos
existenciales. Porque las dos personas que, por casualidad se encuentran en el
parque, conversan de forma aparentemente banal, pero en realidad hacen que
emerjan hasta la superficie termas cruciales para la existencia humana, como el
sentido de la vida, su falta de significados o una mínima posibilidad de transcendencia. Y sobre todo, la esperanza
o su carencia, la resignación con lo que hay. El vendedor se contenta con lo
que tiene; su único horizonte es verse todos los días limpio y bien alimentado.
La esperanza es para él la esperanza de la esperanza. Ella, en cambio, aspira a
mudar su situación; piensa casarse algún
día. Tiene esperanzas que cree se consumarán con el matrimonio. Quiere
pertenecerse a sí misma, poseer algo, aunque sea cualquier cosa.
Y como no podía ser menos, en este
enfrentamiento a través del diálogo, con dos visiones contrapuestas de la vida,
también surge el tema de la felicidad. Ella la persigue, cree que es un deber
buscarla. Él, al contrario, piensa que todo el mundo la busca porque, desde la
obscuridad en la que habitamos, no sabemos lo que es. Y los que creen haberla
conseguido, se adaptan mal a ella, les resulta amarga.
Un texto desnudo, pero muy lúcido que cobra
vida únicamente a través de un largo diálogo entre dos seres solitarios que
hablan para pasar el tiempo. Mas a través de sus palabras, Marguerite Duras va
deslizando los interrogantes más cruciales de la existencia humana: ¿hay en ella horizontes, puertas que abrir?
¿Ventanas que nos permitan vislumbrar la esperanza? ¿Ver que la esperanza puede
formar parte de la vecindad de nuestra vida?
Francisco
Martínez Bouzas
Fragmentos
“Lo
comprendo, pero mire usted, no teniendo ningún motivo para prescindir de las
esperanzas de orden general, y este es un hecho que ara mí cuenta mucho, no me
doy a esa idea. Sin embargo poca cosa bastaría, me parece, para inclinarme a
creer que me es tan necesario como a los demás. Bastaría con muy poco
convencimiento. Acaso no lo tenga por falta de tiempo. ¡Quién lo sabe! No me
refiero, claro, al que paso en los trenes, pensando en esto y aquello, o de
charla con la gente, sino al que se tiene de veras por delante, de un día para
otro, el tiempo que necesitaría para pensar en ello y probar de descubrir si
eso es también necesario para mí.”
…..
“-Hay
mucha gente feliz, ¿verdad?
-No
lo creo. Muchos creen que serlo es muy importante y creen que lo son, pero, en
el fondo, no lo son tanto.
-Pues
yo me imaginaba, en cambio, que era como un deber de todos los hombres el
buscar la felicidad, igual que se busca el sol y no la sombra. Mire usted, en
mi caso, por ejemplo con qué afán me lo tomo.
-Sí,
es como un deber, yo también lo creo. Pero cuando uno, ¿comprende?, busca el
sol, es porque está en la obscuridad. No puede hacer otra cosa. En la
obscuridad no se puede vivir.
-Pero
esa obscuridad me la hago yo misma, e igual que los otros buscan el sol, yo
también lo busco, y la felicidad es lo mismo. La hago para encontrar mi
felicidad.”
(Marguerite Duras, El parque, páginas 30, 76-77)
Muy bien presentada....
ResponderEliminarSaludos