Elena Poniatowska
Editorial Impedimenta, Madrid, 2014, 96 páginas
La escritora mexicana Elena Poniatowska, que ha logrado los más importantes premio de las literaturas latinoamericanas (el Alfaguara de Novela, el Rómulo Gallego, el Premio Biblioteca Breve, entre otros muchos), y también el Premio Cervantes 2013, acostumbra tejer sus relatos o novelas a partir de hechos y circunstancias reales, de los que extrae los temas para sus fabulaciones. En efecto, la hija de una mexicana y de un polaco ha dado voz en las páginas de sus obras a los sin voz de su país. Tal es el caso de Josefina Bórquez, en la ficción Jesusa Palancares de Hasta no verte Jesús mío (1969), una lavandera y medium que participa en la revolución mexicana y le permitió a la escritora conocer la verdadera pobreza del México real. Pero la periodista, dramaturga y narradora también le ha prestado su voz a otras mujeres no mexicanas a las que admira. Una de esas mujeres fue Angelina Petrova Belova, más conocida como Angelina Beloff, exiliada rusa en Francia, pintora y pareja sentimental durante diez años del muralista mexicano Diego Rivera.
En la existencia del pintor, Angelina Beloff
ocupó siempre un espacio minúsculo. Ella, no obstante, fu su primera mujer y
con ella Tuvo Diego Rivera un hijo en 1916 que fallecería un años después. Su
vida al lado del artista, y especialmente después del regreso de éste a su país,
fue muy amarga y dolorosa en aquel París, helado, gris y pobre de posguerra. El
mismo Diego llega a confesar: “Angelina me dio todo lo que una mujer le puede
brindar a un hombre. Al contrario, ella de mi recibió toda la miseria que un
hombre le puede infligir a una mujer”. Diego Rivera marcha de París en 1921 y
Angelina comienza a escribirle cartas que nunca obtendrán respuesta.
Elena Poniatowska recrea el ficticio
epistolario que tiene su origen en Angelina. Un epistolario basado no obstante
en restos de escritura histórica de la propia Angelina Beloff. La dimensión
temporal de la comunicación, si así se puede llamar, se extiende desde el 19 de
octubre de 1921 hasta el 22 de julio de 1922. Diez meses sin tener noticias de
Diego. Ni una sola línea. Solamente remesas de dinero. Intercambio de palabras de
amor por monedas, hecho que contradice la simetría de los sujetos emisor y
receptor. En la única carta no apócrifa, la que escribe Angelina el 22 de julio y tomada por Poniatowska de la
biografía que del muralista mexicano escribió B. Wolfe, la pintora rusa le dice
que preferiría una sola línea al dinero, pero sobre todo preferiría su amor.
Se trata pues de un caso patente de amor no
correspondido, de amor intransitivo. Quiela se encuentra alojada en la más
absoluta carencia: del hijo, del calor, del dinero, de su amante. Su voz melancólica
se convierte en la escritura de Elena Poniatowska en una parodia del
sufrimiento resignado a través de la pasividad. E incluso llega rendirle un
culto poco menos que fetichista a los pinceles del pintor (“…querido Diego, tus pinceles se yerguen en el vaso, muy limpios como a
ti te gusta. Atesoro hasta el más mínimo papel en el que has trazado una línea”,
pagina 9).
A lo largo de la correspondencia recreada en
forma de ficción, las sacudidas amorosas muestran un carácter cambiante.
Existe, sin embargo un denominador común que atraviesa estas cartas: el
recuerdo nostálgico y doliente y la
imagen idealizada del amante ausente, del que nunca recibe respuestas, pero al
que incluso le pide permiso y perdón por haberlo substituido por la pintura,
por crear un espacio propio que ocupe el del otro. Desde las primeras líneas,
Quiela se muestra como una mujer alienada; ocupa el lugar de la no-existencia
frente a la evocación de la figura gigantesca de Rivera que alimenta la
sociedad patriarcal mexicana. Diego Rivera encarna el modelo del artista revolucionario,
el macho mestizo de desbordante sexualidad, que exige mujeres “mexicanas” de
perfiles exóticos (Frida Kahlo, Lupe Marín). Frente a ellas la “dulce” y “desfallecida”
Angelina es la extranjera, vinculada además a un período gris de la pintura de Rivera
en la “obscura” y bárbara Europa. Así pues, en la recreación de su
personalidad, asentada en la biografía del personaje histórico, Quiela, la lánguida
mujer azul, tal como la pintó Rivera, se identifica con los trazos atribuidos al perpetuo estereotipo femenino: sumisión,
dulzura, dependencia, impotencia, melancolía, bondad, entrega absoluta. No es
de extrañar por lo tanto que el libro haya sido atacado por la crítica
feminista.
Angelina Beloff, retratada por Diego Rivera |
El
desenlace de esta novela-epistolario fragmentaria es ciertamente cruel.
Sabemos, gracias a la Nota final, que Angelina viajó a la tierra que tanto
anhelaba. Mas allí no buscó al muralista, y cuando se cruzó con él en un
teatro, Diego Rivera pasó a su lado sin reconocerla. El amor incomprendido aguijonearía
los últimos días de la pintora. Su dolor
obsesivo, su melancolía, sus nostalgias fueron recreadas con mano maestra y un
estilo de gran calidad poética, huyendo no obstante del lirismo gratuito, por
una de las principales escritoras mexicanas en esta ficción que demanda ser leída
como verdad.
La fuerza emocional del libro y la calidad de
la prosa que encierra, han hecho que Impedimenta haya puesto en las librerías ya
la cuarta edición de un libro publicado en enero de este año, parco en páginas
pero no en altísima literatura.
Francisco
Martínez Bouzas
Fragmentos
19 DE OCTUBRE DE 1921
“En
el estudio todo ha quedado igual, querido Diego, tus pinceles se yerguen en el
vaso, muy limpios, como a ti te gusta. Atesoro hasta el más mínimo papel en que
has trazado una línea. En la mañana, como si estuvieras presente, me siento a
preparar las ilustraciones para Floreal. He abandonado las formas geométricas y
me encuentro bien haciendo paisajes un tanto dolientes y grises, borrosos y
solitarios. Siento que también yo podría borrarme con facilidad. Cuando se
publique te enviaré la revista. Veo a tus amigos, sobre todo a Élie Faure que
lamenta tu silencio. Te extraña, dice que París sin ti está vacío. Si él dice
eso, imagínate lo que diré yo. Mi español avanza a pasos agigantados y para que
lo compruebes adjunto esta fotografía en la que escribí especialmente para ti:
«Tu mujer te manda muchos besos con esta, querido Diego. Recibe esta fotografía
hasta que nos veamos. No salió muy bien, pero en ella y en la anterior tendrás
algo de mí. Sé fuerte como lo has sido y perdona la debilidad de tu mujer».
Te besa una vez más
Quiela"
…..
7 DE NOVIEMBRE DE 1921
“Dos
semanas más tarde, cuando María Zeting me entregó a Dieguito, vi en sus ojos un
relámpago de temor, todavía le cubrió la carita con una esquina de la cobija y
lo puso en mis brazos precipitadamente. «Me hubiera quedado con él unos días más,
Angelina, es tan buen niño, tan bonito, pero imagino cuánto debe extrañarlo.»
Tu dejaste tus pinceles al verme entrar y me ayudaste a acomodar el pequeño bulto
en su cama.
Te
amo, Diego, ahora mismo siento un dolor casi insoportable en el pecho. En la
calle así me ha sucedido, me golpea tu recuerdo y ya no puedo caminar y algo me
duele tanto que tengo que recargarme contra la pared. El otro día un gendarme
se acercó: «Madame, vous êtes malade?». Moví de un lado a otro la cabeza, iba a
responderle que era el amor, ya lo ves, soy rusa, soy sentimental y soy mujer,
pero pensé que mi acento me delataría y
los funcionarios franceses no quieren a los extranjeros. Seguí adelante, todos
los días sigo adelante, salgo de la cama y pienso que cada paso que doy me
acerca a ti, que pronto pasarán los meses ¡ay, cuántos! De tu instalación, que
dentro de poco enviarás por mi para que esté siempre a tu lado.
Te
cubre de besos tu
Quiela”
(Elena Poniatowska, Querido Diego, te abraza Quiela, páginas, 9-10, 14-15)
Realmente impresionante...
ResponderEliminarSaludos