Mario de los Santos
Edhasa, Barcelona, 2014, 149 páginas
La gota contra la primavera
es apenas ciento cincuenta páginas. Mas en ella sus autor, Mario de los Santos,
es capaz de agasajarnos con un formidable y deleitoso presente que invade toda
la subjetividad del lector: su mente, su afectividad, pero también todos sus
sentidos. Con un lenguaje directo, sencillo, una voz narrativa en primera
persona que, en una tonalidad confesional, requiere y apela a una segunda, la
esposa del narrador, penetra con la fuerza del rayo en nuestras órbitas lectoras y sobre todo
emocionales. El escritor zaragozano se “entrega” al lector con una inexorable
necesidad que surge desde un futuro relativamente lejano del momento en que acontecieron los hechos
narrados para mostrarle todas las facetas vitales del protagonista: hijo,
hermano, amante, marido, padre, abuelo.
Con una cita inicial en la que Borges nos
recuerda que solo aquello que ha sido es lo que nos pertenece y esa presencia
de Alfonsina Storni homenajeada en un título extraído de de su poema “Fiero
amor”, que nos recuerda que es la gota la que inaugura la primavera, porque con
ella renace y se despliega de nuevo la vida en todas sus dimensiones,
especialmente en la amorosa.
Mario de los Santos desarrolla una trama
argumental cuya sinopsis nadie mejor que el propio escritor nos puede
trasladar: “El argumento inicial es
simple: un partido de fútbol entre dos pueblos vecinos y enfrentados
termina en una pelea multitudinaria. A partir de ese momento, sobre el campo
estallan las tensiones entre ambas comunidades, pero también aparece la
capacidad del ser humano para comprender, empatizar, de verse en el otro y con
el otro. Este acontecimiento, por otro lado, marca la vida del protagonista de
la novela. En él se enamora, en él se encuentra con su padre, en él disfruta
por última vez de su hermano. La gota
contra la primavera es un libro que nos habla de la importancia de saborear
cada momento porque nadie es capaz de darse cuenta de cuando está construyendo
los hechos que marcarán su futuro. También es un canto a la capacidad del ser
humano de romper los prejuicios y construir en libertad sus relaciones privadas
y comunitarias”.
Pero la novela del escritor aragonés es
mucho más de lo que refleja esta sinopsis argumental. Es una novela de la memoria, de la recuperación de la memoria
histórica de la Guerra Civil. Es el relato de una intensa y dramática tensión
que el lector percibe desde el arranque del libro y que, no obstante, el buen
hacer del escritor al preservar oculto el suspense, tarda lo justo en zanjarse.
Es sí un partido de fútbol entre Serín y Togur, dos pueblos vecinos separados por un río; y sobre
todo por remotas beligerancias debidas a
la muerte de veintidós hombre en 1936 que desencadena una batalla campal
repleta de episodios tan jocosos como
absurdos pero que le permiten al narrador, el anciano Manuel, revelar muchas de
sus claves existenciales, sus ausencias, sus recuerdos amorosos -amor y muerte
enfrentados en un aciaga partida-, la traiciones, sus rémoras, sus amarguras,
los odios, los muertos “que no se pueden borrar de los ojos aunque éstos miren
al suelo” (página 25); el pasado convertido en una fe de erratas. Y
especialmente las pérdidas -esta pieza ha sido calificada como una novela de
perdedores-, y la solidariedad y el coraje
porque los perdedores, los vecinos de los dos pueblos separados por el
río son capaces de unirse y enfrentarse a la guardia civil, puesto que, si
había muertos que separaban, también había peleas que unían (página 100). Y la
gran pérdida: el definitivo adiós de la pareja del narrador. Pero también el
desamor.
Mario de los Santos construye esta pieza en
una narración no lineal, jugando con los tiempos, sin provocar por ello
confusiones en el lector. Y lo hace a partir de una voz narrativa en primera
persona, como ya quedó señalado, que apela a una segunda, la mujer del
protagonista ya fallecida, a quien recuerda desde la nostalgia, como en una
confesión de alivio y desahogo. El autor relata los acontecimientos ficionales
con la verosimilitud del testigo. Retrata con maestría a los personajes en los
que se focaliza la trama (el hermano del protagonista en quien recae todo el
mérito futbolístico del equipo que alcanza la liguilla de ascenso, el padre,
una chica de Tagur, el pueblo rival, que acapara la atención de Manuel…) Pero
en el fondo la novela se convierte en una historia coral, narrada,
fundamentalmente en la segunda parte, con una especial y fina sensibilidad,
humanidad y ternura. Y no exenta de toques líricos (“…quedó un rastro de saliva
que sabía a noche infinita”, página 33). Esta tonalidad y sobre todo muchos de
los hilos argumentales convierten a la narración de Mario de los Santos en una
novela ajena a la amargura y al pesimismo. Por el contrario, sus páginas están
impregnadas por un soplo de optimismo, esperanza y orgulloso coraje que hacen
que estas vidas que forman parte de un colectivo arquetípico de perdedores, sean capaces de resistir. Es la
grandeza de los microbios.
Un libro, en definitiva, que a pesar de una
portada en mi opinión más bien anodina, aunque en consonancia con la época a la
que la narración se refiere, esconda un manjar de delicioso sabor.
Francisco
Martínez Bouzas
Mario de los Santos |
Fragmentos
“Tu
enfermedad fue larga y dolorosa. Por eso, cuando te enterramos, no me quedó ni
tristeza ni alivio, sino una mezcla pegajosa que se apelmaza en las cloacas de
los pulmones cuando quiero hablar de ti y hace que me escuezan los ojos. Nos
conocimos el día de la Campal, hace mucho tiempo ya, en 1982, cuando España
organizó el mundial de fútbol. Me acuerdo perfectamente: se empató con
Honduras, se ganó a Yugoslavia y se perdió con Irlanda del Norte. Con ese
bagaje pasamos llorando a la siguiente ronda. Allí los alemanes nos dieron un
repaso y, junto al empate con Inglaterra, se acabó lo que se regalaba.
Finalmente, lo terminaron ganando (casi sin querer, como ganan siempre) los
italiano.”
…..
“Llegué
a tu portal a mitad de la mañana, te esperé, apareciste a mitad de la tarde.
Llevabas un abrigo de ésos con botones que son trozos de madera y guantes con
un dedo de cada color. Me miraste, nos besamos como se besan dos primos
lejanos, comenzamos a caminar sin hablarnos. Llegamos al embarcadero. Olía a
algas secas, a madera roída. Te había preguntado qué tal, me habías dicho que
bien. Subimos a una barca, remamos un poco, mirabas ambas orillas, te pregunté
si todavía me querías. Asentiste. A veces, explicaste, es como la leche, se
calienta tanto que hierve y al final descubres que no es sino espuma. Te volviste
hacía mí, tus ojos se habían contagiado del río, eso éramos nosotros,
concluiste, espuma. Remé a la orilla, pagaste al barquero. Antes de irme me
agarraste de las manos. Son los días, las horas, el tiempo. Ahora es mío. En el
pueblo era de otros, era de mis padres, era tuyo, ahora es mío. El tiempo mío.”
…..
Mis
preferidos siempre fueron aquella colección de la obra completa de Alfonsina.
Recuerdo que abrí un libro, era la primera vez que veía una poesía fuera de los
libros de texto, de las tardes aburridas de lluvia memorizando la Canción del Pirata
para el festival de fin de curso. Me
dijiste: lee.
Te
miré.
Lee.
Nunca
pude olvidar ese primer fragmento
Lloré, lloré sin tregua; grité. Corazón
mío,
detente
en encamino que lleva al desvarío:
pero
el corazón mío fue una gota de cera…
Dios,
¿que pudo esa gota contra la primavera?...
La
gota contra la primavera.
Cuando
terminé me abrazaste.
Los
historiadores dicen que se tiró desde unos cerros al mar, me susurraste al oído
misteriosamente. Pero no es verdad, se disolvió en el agua. Nunca confíes en un
cura ni en un historiador, son las basureros de la verdad.”
(Mario de los Santos, La gota contra la primavera, páginas 9,
101-102, 110-111)
Ciertamente parece un tema banal desarrollado en forma magistral...y en 150 páginas!
ResponderEliminarSaludos