Por tierras de Portugal
Un viaje con Unamuno
Agustín Remesal
La Raya Quebrada Editorial, Zamora, 2013, 396 páginas.
Puesta en circulación la
primera edición el pasado agosto, hace unos días, Agustín Remesal, a pesar de los malos tiempos que corren para
este tipo de literatura, acaba de situar en las librerías la segunda edición de
un libro singularísimo, transgenérico: Por
tierras de Portugal. Un viaje con Unamuno. El autor zamorano, y también
rayano puro, es de sobra conocido por el
público español en su faceta de corresponsal en el extranjero durante casi tres
décadas de TVE (Roma, París, Nueva York, Londres, Lisboa, Jerusalén). Apasionado
y fervoroso viajero, ha sabido compaginar su trabajo profesional con el gusto
por la escritura. Fruto de ese placer por escribir son la docena de libros que
ha publicado.
Agustín Remesal, “castellano recio,
delibesiano, con un idioma bien dicho y rotundo” como él mismo se autodefine
nos ofrece en su última publicación un libro original, una amalgama hecha de
documentación rigurosa, con personajes, acontecimientos y circunstancias reales
y diálogos ficcionalizados en buena
medida, sobre una parcela vital de Miguel de Unamuno: sus más de veinte viajes
y estancias en Portugal, frecuentemente ignoradas por biógrafos y estudiosos de
la obra unamuniana. Así pues, literatura viajera sobre las estancias del Rector
salmantino en Portugal, que no fueron unas simples y anodinas vacaciones, como
se han tratado, sino parcelas importantes de su vida e incluso de su obra,
vividas en solitario, en familia o acompañado de relevantes amigos, políticos,
revolucionarios, pero también pescadores humildes, libreros, cabalistas o
poetas suicidas.
El autor rastrea las huellas unamunianas por
los enclaves y nudos geográficos por los que pasó Unamuno. Tres años tras los
pasos portugueses de Miguel de Unamuno y un trabajo ingente de documentación
están en el origen de este libro. Después de ese esfuerzo investigador, la conclusión a la que llega el autor, es que
Unamuno como personaje es incompleto sin saber lo que vivió, sintió y pensó en
Portugal. Abre pues la obra de A. Remesal nuevas e importantes vetas en la
biografía de uno de los personajes españoles más eximios y carismáticos de la
primera mitad del siglo XX.
El libro, concebido como una biografía
novelada del pensador bilbaíno en tierras portuguesas, estructura su abundante
material -los viajes unamunianos a Portugal fueron muchos y frecuentes; más de
veinte están documentados- en diez capítulos. La narración inicia su recorrido
en el “recóndito paraje ferroviario" fronterizo de Fregeneda. Es un viaje del 21
de marzo de 1894, que el autor repetirá muchos años más tarde en un último
convoy ferroviario, cuando la vía férrea llevaba años abandonada. Un viaje
hasta Barca d’Alva. Y al otro lado del Duero, el encuentro con el político y
poeta trasmontano Guerra Junqueiro. Y uno tras otro se suceden los viajes: a
Coimbra, y el encuentro con el poeta simbolista Eugenio de Castro, con el
antropólogo Bernardino Machado y otros personajes de la vieja Universidad de
Coimbra, así como con el librero y editor Francisco França.
Unamuno
disfrutará de muchos otros viajes a tierras portuguesas para descansar
mentalmente y reunirse con otros intelectuales lusos como el poeta Teixeira de
Pascoaes, que le ofrece refugio en su casa de Amarante ante los peligros que
intuyen llegarán muy pronto a España; con el médico y escritor Manuel Laranjeira,
un personaje medio loco que terminará escribiéndole a Unamuno con el anuncio de
su suicidio, como así sucedió. Viajes y estancias en Oporto, en Amarante, al
sosiego del Támega, Barca d’Alva y nuevo encuentro con el poeta Abilio Guerra
Junqueiro. Viaje a Braga, aburrido de las vacaciones familiares en las playas
de Espinho, y donde, sin amigos que le guíen, “puede buscar sin prejuicios ni
consejos ajenos los signos invisibles de la esencia portuguesa” (página 206).
Viajes improvisados a Lisboa, Alcobaça y Guarda; a Espinho, la ciudad
balneario, la Gomorra ibérica, y nuevo encuentro con el poeta Laranjeira que ya
había traspasado la puerta hacia la muerte (página 307). Figueira da Foz, la
colonia de bañistas donde se harta de tantas españoladas. Finalmente, la crónica
del último viaje: 3 de junio de 1935, destino Lisboa y Estoril, con el relato
del encuentro confidencial con el exiliado español más famoso del momento, el
general José Sanjurjo, en el que el general golpista engañó a Unamuno sobre los
planes del golpe militar del 36 y la creación de un Estado fascista.
Un copioso material que rueda por este
libro, como se le hace decir en un apócrifo Epílogo al Rector de Salamanca, que
compone una detallada, sugestiva y rigurosa crónica viajera, imprescindible ya
desde ahora para conocer al personaje de carne y hueso, Miguel de Unamuno.
Escrita con altas cotas de fidelidad documental y conocimiento de hechos y vivencias, porque si algo
demuestra esta obra, es que Agustín Remesal
tiene metido a Unamuno en su cabeza; no solo el de las tierras
portuguesas, sino toda la biografía y buena parte de su obra como pensador,
narrador, poeta y viajero.
Acierta el autor con esa estructura paralela
que le permite al viajero -alter ego del propio autor- revisitar cien años
después los lugares y ciudades en los que el Rector salmantino pasó sus
descansos lusitanos. Porque son esas recreaciones viajeras un itinerario
ilustrado del Portugal unamuniano tras el paso del tiempo, convirtiéndose así
mismo, y en buena medida, en un reflejo de la intrahistoria portuguesa, de sus
avatares históricos, de sus revueltas libertarias como la de Diogo Telonio en
1762.
Atina igualmente el autor en su apuesta:
sutura de crónica verídica con la recreación de espacios, ambientes y diálogos,
escritos en un elevado tono ficcional y literario, que erradica de la mente
lectora la cansada simpleza de una larga lista de lugares, fechas y encuentros
y convierte a este libro en una pieza narrativa que se puede leer como novela.
Unamuno y Portugal en estado puro, pero también novelados.
Y no solo es acierto sino también regalo
para la mente y los sentidos el estilo de la prosa de esta doble crónica
viajera: castellano de altas cotas, fuerte, rotundo, perfectamente moldeado,
sin concesiones a inútiles y enrevesados barroquismos, pero ornado con todas
las galas de esa lengua delibesiana que el escritor rayano refleja en los
cientos de descripciones y relatos de su viaje con Unamuno por tierras lusas.
Francisco
Martínez Bouzas
Agustín Remesal |
Fragmentos
“De
regreso a la estación de Fregeneda, descubrió el viajero años más tarde algunos
indicios ciertos de que por aquellos rieles habían transitado durante un siglo
algo más que viajeros, emigrantes, tenderos y mercancías. Los dinteles sin
puertas, las ventanas desvencijadas, las techumbres hundidas y el pavimento de
azulejos hecho añicos no han borrado la grandeza de aquel delirio ferroviario;
se derrumbaron las paredes y se borraron los letreros, pero el hierro ha
resistido bien el paso de los siglos. Allí siguen herrumbrosos pero intactos
los topes de las vías, las palancas y las ruedas dentadas del cambio de agujas;
el tanque de la aguada y los raíles marcados en cada extremo con la inscripción
de los hornos donde fueron fundidos y moldeados: la fábrica siderúrgica alemana
Krupp. El mejor remedio que conoce el viajero para curarse de estas soledades
es echarse a andar sobre las traviesas, divisar la peña del Sastre, observar
las águilas que vigilan el paso de algún tren fantasma, conversar con su vuelo,
oler la jara y la retama y ver el reflejo del agua de los viaductos metálicos.
Es ese un buen método para perseguir la felicidad y la quietud que se alejan
por los rieles hasta el otro lado de la Raya.”
…..
“No
padece tampoco el Rector las manías del paseante curioso, mucho menos las del
turista compulsivo. Cuando esta mañana tomó el tren en la estación de Espinho,
con dirección a Oporto, y tras hacer trasbordo en Campanha vino hasta aquí, se
sintió tan libre como en sus correrías por la sierra de Francia hablando con
los pastores y comiendo a la sombra de sus chiviteras el hornazo y el jamón
serrano que ellos trasiegan con el vino áspero de la mortera. Aquí, en esta
vieja ciudad arzobispal, el descubrimiento nada tendrá que ver con los de sus
retiros en la montaña y el cansancio dulce de las caminatas. Está en Braga,
ciudad monumental de cimientos romanos, encrucijada de la historia patria, sede
primada y baluarte monárquico que aún llora en los carteles colgados por las
calles el asesinato en Lisboa del Rey Don Carlos, hace apenas seis meses. Aquí
como en Castilla, todas las piedras destilan historia y algunas tragedia. Bien
lo ha experimentado él en Salamanca, en Zamora y en Ávila. Si no fuera por el
traje de la gente y ese idioma tan musical que hablan aquí susurrando, se creería
en Toledo.”
…..
“En
el chalet situado no lejos de la playa y el Casino, un edificio pequeño de dos
plantas con jardín al frente y vistas al mar, el general (José Sanjurjo) vive
con su esposa, a punto de dar a luz un
segundo hijo, pegado al teléfono y a la radio según comentan sus amigos.
-Sea
bienvenido, don Miguel. Usted ha probado también en carne propia la crueldad
del exilio. – dice en tono campechano tras saludar a los visitantes. Y añade
zalamero: -Te agradezco, querido Wenceslao, la oportunidad de recibir en esta
pobre casa al ciudadano más honorable de España; al menos eso dicen los
republicanos.
Unamuno
calla. Le disgustan la gran humanidad física del militar y el estrecho recinto
del salón oscuro, donde toman asiento dispuestos a tomar una taza de te.(…)
-Ni
siquiera me dejan visitar el balneario de Archena y tomar las curas que me
prescribe el médico -se queja.-. Aquí nos tienen a todos, don Miguel,
encerrados en nuestro dulce hogar.
-Pero
sí pudo usted ir a Gibraltar y Tánger hace dos meses –señala F. Flórez-. Menudo
escándalo levantó ese viaje.
-
Imaginerías de una fantástica confabulación de mente estrecha como la de
Riquelme -replica Sanjurjo-. Ese generalito catalán tiene las obsesiones de un
cabo furriel: movilizó los cuarteles cercanos al Peñón porque sospechaba de
otro complot. (…)
No
es esa la conjetura que el escritor se hace sobre la vida en Estoril de los
Sanjurjo, idolatrados por los aristócratas españoles que les rodean. Se percibe
en ese ambiente el hervor de la insurrección que se cocina a fuego lento. Wenceslao
le advirtió cuando llegaron, antes de llamar a la puerta, que en la quinta de
al lado ha establecido su residencia de conspirador transeúnte el joven
diputado monárquico Pedro Sáinz Rodríguez.”
(Agustín Remesal,
Por tierras de Portugal. Un viaje con Unamuno, Raya Quebrada Editorial, páginas 21, 205, 362-363, rayaquebrada@gmail.com)
Muy interesante.
ResponderEliminarGracias