Pastor Aguiar
Editorial Voces de Hoy, Colección: Entre líneas, Miami
2013, 149 páginas.
Imponderables o fraudes
editoriales, y el mismo éxito de la primera edición (2011) han hecho posible
que los Cuentos de Pastor Aguiar
renazcan en estas fechas en una edición renovada, adornada además con un título
más sugestivo. Y esta vez en un nuevo sello editorial (Editorial Voces de Hoy)
y con el agasajo además de nueve nuevos relatos de la autoría del médico y
escritor cubano americano. Reproduzco en este comentario la reseña que publiqué
en su día (2 de septiembre de 2013) de los Cuentos
de Pastor Aguiar, agregada benévolamente
como prólogo de esta nueva edición, y en la misma centraré también mi
mirada lectora en las tramas de estas nuevas pequeñas piezas narrativas.
Aunque es su primer libro en
solitario, Pastor Aguiar no debuta con él en la literatura. Escritor desde la
adolescencia, con múltiples colaboraciones en varios medios y en todos los
géneros (lírica, ensayo, narrativa) y con las alforjas bien cargadas de
material aún inédito, incluida una novela sobre sus tres viajes en balsa para
huir de la Cuba castrista, hoy nos agasaja con esta veintena de cuentos cercanos
al género costumbrista, muy arraigado en Cuba y que tuvo en Jorge Onelio Cardozo
su máximo exponente y por cuya senda camina la narrativa de Pastor Aguiar.
El costumbrismo literario se nutre sobre
todo de bocetos, no demasiado extensos, que pretenden reflejar los hábitos,
usos y costumbres, así como los tipos característicos de la sociedad, animales,
labores cotidianas, diversiones, zozobras y también los acontecimientos que se
salen de la rutina diaria, con la intención de divertir, a la vez que nos ilustran
sobre modelos de vida, sin excluir muchas veces una sutil crítica social. Y en
estos cuadros de costumbres encajan sin disonancias los cuentos de esta
antología de Pastor Aguiar. Seguramente debido a su conocimiento experiencial,
porque la existencia del escritor, en si misma una verdadera novela, quedó
marcada para siempre por su trabajo en la zafra desde los ocho años, donde se
amamantó con un rico caudal de valiosas experiencias vividas en el campo cubano: la dura y
desabrida experiencia de los campesinos en sus labores agrícolas y en su vida
cotidiana, aderezada al mismo tiempo con otras vertientes de la realidad: la
imaginación y la fantasía.
La mayoría de estos relatos, todos ellos de
mediana extensión, nos sumergen, en efecto, en el día a día del campesino
cubano, en sus quehaceres, fiestas y descansos, en los ventarrones, turbonadas,
goteríos, tormentas cuyos truenos se abren paso “como un puñetazo”, en ese sol
inclemente de “vidrios rotos”, que formaban parte de la cotidianidad de las labores
agrícolas, poblada, sin embargo, de insólitos prodigios y de acontecimientos
sorprendentes. Será el globo hecho de tiras de lona que se eleva en la noche
estelar con la tía loca dentro, mostrando las maletas del eterno viaje. O el
reventón del corazón podrido del viejo puente de madera, a la vez que el pecho
del protagonista, arrastrado por las aguas, se llena de vuelos de pájaros. Los
rabos de nubes cortadas con el hacha o las tijeras y los rezos que aplacan
tormentas. O Pitusa, la loca preñada que deja extasiados a los muchachos con
sus tetas crecidas y la preñez agarrándose a las entrañas. O el furor de la
tempestad que hace que la vieja Leocadia vea llover gente en el tanque de los
animales.
Cuentos que incluyen así mismo escenas
crudas como la castración de los toretes del abuelo, escachándoles los
testículos con una tabla de pino, o nos remiten al día a día de las duras
faenas agrícolas, como la trilla del arroz o la lucha del pastor contra el
ataque de los perros jíbaros que le hace pensar en la terrible tragedia de la
muerte.
Detengo ahora mi mirada lectora en algunos
de los nueve relatos con los que Pastor Aguiar completa su antología. “Pobre
Mima” es el primero de todos ellos. La historia tierna y a la vez sorprendente
de la pobre Mima que pare al protagonista narrador gracias a un estornudo, como
si lo defecara. Mima, “ida del queso”, alimenta a su hijo, tanto en lo físico
como en lo intelectual de forma sobreabundante, haciendo de él un superdotado
en fuerza física y en conocimientos intelectuales. Hasta que lo insólito pone las
cosas en su sitio. En “Bravo Mendoza” el lector se encuentra con otra historia
inverosímil en la que lo extraordinario se mezcla con la violencia. “El Congo”
es la historia de un isleño venido de Canarias. Testigo de Jehová, decide quemar el ataúd que guardaba
desde hacía una década para su propio
entierro, porque ahora cree que su religión le salvará de la muerte.
Pero una vez más acontece lo imprevisible, en esta ocasión debido a una coz de
su “mujer”, la yegua mansa. “Intento fallido” es un breve relato de
aprendizaje: el secreto de la fallida iniciación sexual del protagonista y su
prima Elita, ambos camino de la adolescencia y sobrados de curiosidad. En “La
victrola” se nos hace partícipes de los gustos por la ópera del protagonista,
heredados de la vieja victrola y revividos ahora con “aquellas voces de toros
al ser castrados, y aquellos maullidos de mujeres en suplicio”. “La tierrita de
la discordia” es el cuento que rotula la nueva edición. Un inconfundible relato
costumbrista que nos sumerge en el cotidiano vivir del campo cubano, con las
disputas por unos metros de tierra, porque en el campo cubano, como en el de
cualquier sociedad tradicional, la propiedad sobre las tierras es sagrada. “La
ceiba de Saturnino” es un relato que retrotrae la atención lectora a los
primeros tiempos de la Revolución y a los procesos expropiatorios.
Rememoración, en este caso de la vieja y gigantesca ceiba que los soldados de
la Revolución quieren arrancar para borrar la huella de la propiedad privada
porque ahora todo es de un pueblo sin nombre. Pero la naturaleza, ajena a
conflictos bélicos y a políticas
humanas, ofrecerá resistencia y, aunque herida, no se dejará domeñar.
Cuentos populares: sus pequeños o grandes
héroes y protagonistas están extraídos de la gente común del labrantío cubano,
con sus costumbres, sus creencias y sus fantasías. Que resaltan además el
localismo no solo en sus tramas y núcleos diegéticos, sino también en el empleo
de una lengua empapada del español de Cuba. Reproducción poco menos que
fotográfica de la realidad a base de excelentes descripciones de ambientes,
lugares, animales, objetos y utensilios en las que abundan no solo el léxico
específicamente cubano, sino también los giros lingüísticos con una gran fuerza
denotativa. Todos ello sin traspasar las fronteras de una lengua coloquial
abierta y muy natural que convierte a este nutrido ramillete de cuentos de
Pastor Aguiar en una real y a la vez fantástica recreación del campo cubano en
su amplitud, sobre todo humana, que no incomoda las ansias lectoras, sino que
las ilustra con este vivo retrato lleno de colorido de la realidad campesina de
la Isla caribeña.
Francisco
Martínez Bouzas
Pastor Aguiar |
Fragmentos
“Dicen
que mi tía se volvió loca con lo del parto. Había estado toda la noche gritando
sin que aquello se le saliera del cuerpo. A punto de cantar el manisero, le
vino una gran diarrea y con ella el muchacho. Desde entonces engordó mucho, a
pesar de que cada día andaba más de quince kilómetros, teniendo en cuenta los
caminos rectos hacia los brocales de los pozos y las tres vueltas que les daba
en uno y otro sentido, manteniendo los brazos en cruz y enseñándole al cielo
los pellejos donde, según ella misma, cargaba con las maletas del eterno viaje.”
…..
“Cuando
era la tarde de turbonadas, nos íbamos a jugar a la casa vieja. Era una
construcción de madera, techo de hojas y piso de cemento y lozas. Como mis
abuelos habían muerto años atrás, la sala y el comedor se adaptaron para
escuela. Los dos cuartos se convirtieron en la casa de abono. Allí apilaban los
sacos de fertilizantes hasta las soleras, que limitaban la parte superior de
las paredes de tablas de pino. Este era nuestro sitio de juegos. Recuerdo que
en uno de los escaparates encontré un libro de historias de sexo, donde una
muchacha virgen era conquistada. Aquello fue un acontecimiento inolvidable. Lo
escondimos debajo de las losas y nos disputábamos el tiempo de leer. Entre los
ángulos de las paredes y los sacos, las gallinas escondían nidos y alguna vez
tomamos un huevo echado para descascarlo y ver al polluelo con esbozos de
plumas que, al moverse, proyectaba el piquito blando sin lograr un pío.”
…..
“En
el forcejeo sentí el roce de su pecho y había dos pequeños bultitos.
-Eh,
te están saliendo las tetas…
-Ni
se te ocurra, que eso es malo -me soltó para cubrirse con ambas manos; pero se
reía.
-Déjame
tocar una sola vez. ¿No será un relleno de trapos?
-De
relleno nada; ¡ya quisieras tú!
-Yo
soy hombre, carajo:; lo que tengo es otra cosa. Ya me están saliendo pelos
donde tú sabes.
-¡Qué
sé yo! Allá tú. Eso no me interesa. Las niñas no tienen que saber cosas malas.
Tío
Martín me había estado contando sobre las mujeres y gracias a él había
aprendido a masturbarme; aunque todavía demoraba mucho para sentir la cosquilla
y las sacudidas en todo el cuerpo.
-Si
dejas que te toque, te doy un pedacito de raspadura de maní.
Ella
me miró y después se le fueron los ojos hacia el pomo repleto de raspaduras.
-Bueno,
dame la mano. Una vez y nada más.
Cuando
le di la mano, el asustado era yo, porque un fogaje desconocido me subió a la
cara y las rodillas seme aflojaron. Sin embargo, cuando me llenó la palma con
su repunte a teta y sentí el pezoncito hincándome en el centro, me desesperé
por descubrir más.”
…..
“Al
cabo de una semana, entre desmayos, decenas de aperos quebrados y refuerzos,
dejaban una especie de hueco circular de veinte varas alrededor del titán. Para
entonces era tan hondo, que los buldózeres no podían avanzar. Aún así, la
maraña de raíces era indescriptible en su majestad. Se dividieron en grupos de
dos o tres y planearon cortar lo que pudieran entre todos, para después atarle
una cadena al tronco y halar con todas las máquinas al hilo.
A
los pocos hachazos una cerrazón como no se había visto en décadas, trajo la
noche, el diluvio y los truenos, dos de los cuales quemaron sendos buldózeres
definitivamente y dejaron sin sentido a cinco hombres, uno de los cuales murió
en el hospital Colón.
Al
cabo de un mes la laguna se había secado; pero el lodo y las piedras rellenaban
todo y apelmazaban los contornos de manera que semejaban un cementado. La
Ceiba, rejuvenecida, vibraba como una gigantesca bailarina sobre el horizonte.
Hasta entonces y por muchos meses, fue nuestro héroe, nuestra carne y la
historia de todas las historias salvándose aún más allá de la muerte.”
(Pastor Aguiar, Tierrita de la discordia y otros cuentos, páginas 11, 26-27,
126-127, 149)
Felicitaciones por tan excelente sinopsis de la obra narrativa de Pastor Aguiar.
ResponderEliminarUn cordial saludo agradecido.
Jeniffer Moore
Gran trabajo.
ResponderEliminarGracias
Bouzas, querido amigo, tan hondo en sabiduría que siempre regalas como un sembrador. Mis palabras de agradecimiento nunca serán suficientes para tu gentileza, para pagarte el tiempo que has empleado con mi humilde trabajo, más que trabajo divertimento al contar soñando. Por suerte me doy cuenta de que me falta mucho por aprender, para lograr lo que quisiera; pero insito. Al leer tu hermosa reseña casi me asusto, y apaleo mi ego para seguir con los pies en tierra. Gracias de nuevo, y un gran abrazo.
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