Elizabeth Bowen
Traducción de María Belmonte
Acantilado, Barcelona, 2013, 325 páginas.
Elizabeth Bowen (1899-1973)
fue una destacada narradora y ensayista anglo irlandesa. Sus seguidores y
partidarios la consideran de hecho como la Virginia Woolf irlandesa. Aunque
menos famosa y menos conocida que Virginia Woolf o Henry James, es considerada
como un miembro colateral del Círculo de Bloomsbury. Nació en Irlanda pero
avatares familiares (los problemas mentales que padecía su padre) provocaron el
traslado de la familia a Hythe (Londres), donde logró relacionarse con los
miembros del Círculo de Bloomsbury. Fue precisamente la Editorial Hogart Press,
creada por Virginia Woolf y su esposo Leonard, la que le abrió las puertas de
la edición, y en ella, en efecto, publicó su primer libro Encounters (1923).
Sin embargo, su primera novela fue The Hotel (1927). The Last September fue la segunda y lo que en ella narra -los
vaivenes en el mundo de la nobleza anglo irlandesa en una Irlanda amenazada por
los rebeldes independentistas y ocupada por las tropas británicas- tiene lugar
en 1920, cuando la escritora apenas había cumplido veinte años. Elizabeth Bowen
recuperó buena parte de esas vivencias
-experiencias de su propia adolescencia y juventud y de la vida real en el
Condado de Cork, en la mansión
llamada Danielstown- tamizadas no
obstante por la ficción.
La trama de la novela centra su acción en la
época de los “Disturbios”, es decir, en la guerra de guerrillas entre los
independentistas irlandeses, las tropas británicas acuarteladas en la Isla y
los Black and Tans. Emboscadas, detenciones, incendios, represalias y
contrarrepresalias mantuvieron al país en permanente agitación. En general la
postura de las familias anglo irlandesas, terratenientes protestantes como los
Naylor, propietarios de la mansión de Danielstown, era muy ambigua: una
contradictoria lealtad a Inglaterra, país al que debían sus tierras y su poder
y un sentimiento de empatía por la sangre irlandesa que corría por sus venas.
En Danielstown los ecos del conflicto
parecen lejanos. Nada da la impresión de alterar el ritmo de vida de los Naylor
y sus invitados, a no ser el comportamiento de la joven Lois, sobrina de los
Naylor, personaje que sin ser Elizabeth Bowen, proviene de ella, y que medio a
ciegas camina hacia la vida adulta y experimenta la irrupción del amor. Pero
avanza el mes de septiembre y las evidencias de alarma y peligro se
multiplican, y tanto los propietarios de la mansión como sus invitados no
pueden seguir de espaldas a la realidad. Se acabaron las fiestas y los
torbellinos independentistas son imparables.
El
último septiembre es sobre todo una historia pausada, morosa, en la que la
ambientación de la trama, las descripciones y la vida interior de los
personajes tienen un gran peso. Fuera, en el exterior, apenas acontece nada,
motivo por el que esta novela es apta sobre todo para aquellos paladares
exquisitos que gozan con la descripción del mundo en ella contenido, con el
clima interior, con la intención evocadora. Es la propia autora quien recuerda
en el Postfacio (página 321) que lo que
busca en la novela es el “entonces”, el pasado, el estado de ánimo de sus
personajes, así como sus acciones, transmisoras del resplandor de un tiempo
determinado. Mas con la intención que espera transferir al lector, de que “todo
se acabó” y empieza nuestra historia (En 1928, tiempo de la escritura, la paz
había llegado a Irlanda).
Escritura, por otro lado, dominada por el
escenario y las épocas. Así, por ejemplo, la mansión Danielstown no es solo una
presencia espacial. Desempeña su propio papel, es el verdadero protagonista,
dotado de vida propia, a la manera de Faulkner en sus solitarias mansiones que
cobijan el yugo del linaje y el peso de la tradición.
En la composición narrativa, la autora acude
de nuevo a un recurso que ya había utilizado en The Hotel: reunir a sus protagonistas, mujeres y hombres, bajo el
mismo techo y mantenerlos allí, ya fuera por azar o por elección, durante el
tiempo del desarrollo de la historia, que Elizabeth Bowen teje con una prosa
extremadamente refinada, de elevados quilates, con la que logra transmitirnos,
no solo el amor de una muchacha irlandesa y un joven suboficial británico, así
como la presencia del ejército ocupante que precipita los hechos, sino también
la melancólica fuga de un “entonces”, ya pretérito y remoto que deja paso a un
nuevo y distinto amanecer.
Francisco
Martínez Bouzas
Elizabeth Bowen |
Fragmentos
“En
aquellos días las chicas llevaban faldas blancas almidonadas y blusas
transparentes adornadas con flores también blancas; sobre los hombros, se
dejaban caer unas cintas, enjaretadas para que hicieran bonito. Con este
aspecto fresco y pimpante permanecía Lois en lo alto de la escalinata; era muy
consciente de la frescura que, como el resto de las chicas de su edad, emanaba,
y, con los brazos firmemente cruzados a
la espalda, hacía todo lo posible por disimular su turbación. Los perros salieron
correteando del vestíbulo y se colocaron a su lado; detrás, la enorme fachada
de la casa lanzaba una fría mirada a los prados de la finca. A Lois le hubiera
gustado congelar el momento y conservarlo para siempre. Pero, mientras el coche
se aproximaba y frenaba, se inclinó para acariciar a uno de los perros.”
…..
“Hugo,
que se debatía entre encontrarla sutil o muy estúpida, y Lois, concentrada en
su melodrama, regresaron a paso vivo. Al sur, los árboles de la heredad
Danielstown dibujaban un cuadro oscuro y regular, semejante a una alfombra
colocada sobre los verdes prados. En su centro, como una aguja caída, el tejado
gris en el que se reflejaba el cielo centelleaba ligeramente. Desde allá
arriba, Lois tenía la impresión de que vivían en un bosque: el espacio ocupado
por el prado desaparecido, absorbido por la densa penumbra de los árboles. Le
extrañó que no se ahogaran; le extrañó más todavía que no tuvieran miedo.
También desde aquí su aislamiento era evidente. La casa parecía achicarse por
el miedo, disimulando su rostro, como si viera con los ojos de Lois dónde se
encontraba. Se hubiera dicho que reunía a sus árboles a su vera por miedo o
asombro ante la extensión de este país luminoso, entrañable, incapaz de amar,
ese seno recalcitrante sobre el que estaba situada.”
…..
“Porque
en febrero, antes de que esas hojas no fueran siquiera brotes, durante esa
misma noche tuvo lugar la muerte -la muerte o más bien la ejecución- de las
tres mansiones, Danielstown, Castle Trent y Mount Isabel. Un espantoso rojo
devoró la salvaje oscuridad primaveral; en realidad, se hubiera dicho que un
día de más, inesperado, moría antes de haber nacido para permitir que se
produjeran esos acontecimientos. Mirando de este a oeste el cielo agrandado por los
resplandores escarlatas, se habría dicho que el propio país estaba en llamas; aunque al norte la línea de
montañas que se elevaba ante Mount
Isabel destacaba con una nitidez terrorífica (…) En Danielstown, a mitad de
camino de la alameda bordeada de hayas, la endeble verja de hierro chirrió
(tras perder el cerrojo seguía balanceándose, horrorizada) mientras el último
coche se alejaba silenciosamente, con todas las luces apagadas, llevándose a
los verdugos, indiferentes ante el deber cumplido.”
(Elizabeth Bowen, El
último septiembre, páginas 7-8, 99-10, 317)
No sé si soy de paladar exquisito, pero sí que disfruto de lecturas pausadas, intimistas y evocadoras. Así que espero disfrutar de esta lectura.
ResponderEliminarGracias y un saludo
Hola Ana: por el estilo y el tono de los libros que comentas en tu blog (Ana Basfemia) estoy seguro de que la escritura de Elizabeth Bowen te va gustar.
ResponderEliminarGracias a ti por comentar mi post. Un saludo igualmente