El hombre bicolor
Javier Tomeo
Editorial Anagrama, Barcelona, 2014, 113 páginas.
Afirma Jorge Herralde, el editor de la
mayoría de sus novelas, que Tomeo fue un escritor autodidacta, con una vocación
irremediable y un mundo propio. Ese mundo propio lo hizo visible Javier Tomeo
(1932-2013) a través de la concisión de una prosa cartesiana que hace que sus
textos sean raros, difíciles, pero poseedores, pese a ese estilo austero y
nítido, a su economía lingüística, de una luz interior capaz de penetrar en el
alma de nuestro tiempo. Así se configura el territorio Tomeo, alta y señera
literatura, poblada de situaciones y personajes asimétricos. Y esta novela no
se sale de esas fronteras. Sea como fuere, El
hombre bicolor, una novela con tintes kafkianos, excéntricos,
expresionistas, puede ser leída como la síntesis de la producción narrativa de
uno de los más originales creadores de la literatura española del pasado siglo,
comparable en alguna de sus obras (Amado
monstruo, por ejemplo) con el mismo Franz Kafka: gran potencia narrativa,
historias alegóricas que parecen surgir de las profundidades de el Ello
freudiano, como él mismo confesaba. Y aunque Javier Tomeo ha sido acusado de
escribir “croquetas literarias”, libros de gusto similar, su fijación en lo
patético, en lo absurdo, en lo monstruoso o en situaciones desoladoras y a la
vez cómicas, nada tienen de sabores banales e insípidos. Surgen del
inconsciente, de las pulsiones, de la propia experiencia vital del escritor y
son además “un difícil ejercicio de amor” como admite el propio autor cuando
habla de su pasión por el monstruo.
Y en esta nouvelle, El hombre bicolor, Javier Tomeo no se
desdice de su macrotexto literario. De entrada, el protagonista es un hombre
peculiar, asimétrico. Los ojos de distinto color: el derecho, azul celeste, el
izquierdo, verde esmeralda. Es Hermógenes W. Inspector de Segunda Categoría del
Cuerpo Especial de Recaudadores Comarcales de Burgundia, un país en crisis que
podría ser cualquiera de los europeos que pasan por esos trances. En Burgundia
hay demasiados estafadores de las arcas públicas, el principal el conde de
Breeworst con fama de vampiro, mas sin excluir a mucha gente del pueblo llano
que no cumple igualmente con las obligaciones tributarias.
Una mañana de finales del siglo XIX llega a
una pequeña ciudad, Baronburg con el
propósito de recaudar los impuestos no pagados y así ascender de categoría.
Pero lo que halla es una ciudad silenciosa, chocantemente vacía. Da la impresión
de que sus habitantes la han abandonado ante la amenaza de algo. Se instala en
el hotel, pero allí nadie le atiende, llama al ayuntamiento solicitando
información sobre lo que está ocurriendo y lo único que escucha es el eco de
una voz machacona que dice: “Aquí no hay nadie” y cuelga acto seguido. El
protagonista se siente desconcertado, pero recuerda los consejos de su tía
Rosamunda y decide no perder la calma, no mostrar su estupor y su rabia. La única
señal de vida en esta ciudad fantasma son dos perros que, sin dejarse ver,
ladran a lo lejos, en la obscuridad de
la noche. Y sin entender lo que está pasando en esta ciudad espectral, el
funcionario deja pasar los días, se desdobla, conversa y discute con su otro yo
y se entretiene, ante la creciente desolación y amenaza latente, con
pensamientos intranscendentes, con el temor de que se altere el orden del
universo y la soledad se convierta en un azote inevitable.
No son pocos los elementos de esta narración
obsesiva que nos remiten a dos escritores de la importancia de Juan Rulfo y
Franz Kafka. La ciudad desierta y desolada a la que llega el recaudador parece
el lugar hermanado de Comala y en Hermógenes
W. vislumbramos una perfecta amalgama de varios personajes kafkianos. La
novela admite así mismo una lectura en clave de nuestro tiempo, ajena a su
aparente excentricidad. El lector puede efectuar una lectura alegórica de El hombre bicolor y percibir el relato
de Javier Tomeo como un retrato de nuestro tiempo y sus indescifrables crisis.
Baromburg puede ser cualquier ciudad europea; el conde representado como
vampiro, la figura de tantos políticos que sobreviven con la sangre de sus
mentiras tragadas por sus votantes.
La novela transita toda ella por la senda de
un largo monólogo del protagonista que se mantiene incluso cundo se desdobla en
su otro yo y comparte diálogos con su otra mitad. Un estilo de prosa concisa y
directa, cartesiana como ya he dicho, acompaña a este personaje a la vez tierno
y estrafalario y le sirve al autor para reflejar el sinfín de situaciones
surrealistas en la que se verá envuelto. Narrativa, como toda la de Javier
Tomeo, que seduce o irrita, pero difícilmente nos deja indiferentes, porque
también en esta su primera novela póstuma aparecen todas las filias y fobias de
su narrativa.
Francisco
Martínez Bouzas
Javier Tomeo |
Fragmentos
“El tren
atraviesa lentamente el páramo de Resondoff, cruza las ásperas montañas de
Jeralpieva, avanza por la comarca pantanosa de Gaggoff -donde se crían las
únicas ranas carnívoras del mundo- y se detiene con un resoplido en la pequeña
ciudad gótica de Boronburg, en el extremo norte del reino de Burgundia,
próspera en otros tiempos pero que hoy apenas cuenta con dos mil habitantes.
Antes de
continuar, permítanme ustedes que me presente. Me llamo Hermógenes W., he
cumplido ya los cuarenta años y tengo los ojos de distinto color. Mi ojo
derecho es azul celeste y el otro verde esmeralda. Puede que si tuviese tres,
el tercero fuera amarillo. Una anomalía que heredé de mi familia materna y que
me distingue de la inmensa mayoría de los hombres. Les diré también que éste es
el segundo viaje que hago a Boronburg en mi calidad de Inspector de Segunda
Categoría del Cuerpo Especial de Recaudadores Comarcales y que en la inspección
de este año estoy decidido a no dejar títere con cabeza. No es que haya
recibido instrucciones especiales, pero sé que las arcas de Burgundia están
exhaustas, me considero un buen patriota y quiero contribuir con todas mis
fuerzas a remediar en lo posible la delicada situación financiera del país.Tengo
fama de ser algo excéntrico, pero creo que, excentricidades aparte, estoy en mi
derecho de considerarme un funcionario importante dentro del complejo
organigrama de la Delegación Periférica de Hacienda del Estado. Hasta hoy he
gozado de la gratitud y el respeto de las autoridades tanto locales como
estatales. Saben que soy un hombre importante y hasta hoy lo han demostrado con
las atenciones que me dispensan. Les pondré un ejemplo: hace dos años, en mi
primer viaje a esta ciudad, su Burgomaestre tuvo el detalle de enviarme a la
estación un moderno landó arrastrado por dos preciosos caballos blancos y con
una moderna capota de ésas que pueden subirse y bajarse a voluntad del viajero.
Un detalle que sólo se tiene con los viajeros de categoría.
La gloria
humana, sin embargo, no vale una avellana. Lo decía mi tía Rosamunda, que no se
equivocaba nunca. Hago esa reflexión porque parece que este año el Ayuntamiento
no me envía a la estación ningún representante para darme la bienvenida.
Después de diez horas de traqueteo, me apeo del tren en una estación vacía. Me
parece una grosería imperdonable.
¿Por qué esa falta de cortesía?, me pregunto. ¿Acaso no
soy el mismo funcionario que hace dos años recibieron en esta misma estación a
bombo y platillo? Ése es el primer misterio que se me plantea en este viaje.
Puede que luego lleguen otros. Vamos a ver, de todas formas, qué excusas me da
el nuevo Burgomaestre cuando me reciba. Lo mejor será que me lo tome a broma.
¿También ustedes -le preguntaré, sonriendo- han recortado el presupuesto
municipal? ¿Sienten también la crisis en este remoto rincón de Burgundia?”
…..
“Una de la
madrugada. Todo sigue igual. La brisa ha cambiado de dirección, ahora llega
desde las colinas del sur pero sigue oliendo a brea y a pescado muerto. Las
ramas de la morera continúan sin moverse. Una estrella fugaz cruza el firmamento
de este a oeste. Ella sabrá lo que se hace. Silencio. Estoy pensando en el
telefonista del ayuntamiento. Puede que si le telefoneo a estas horas lo coja
desprevenido y me diga alguna cosa. No cuesta nada probarlo.
Marco el
número y espero. Pasa un minuto antes de que descuelgue. Tal como suponía, he
cogido al telefonista medio dormido. Se aclara la voz y responde lo mismo de
siempre, no se aparta de su guión.
-Aquí no hay
nadie, aquí no hay nadie-repite, tan afónico como antes.”
…..
“Hace dos
años, yo salí también del norte, y al cabo de diez horas llegue a Burgundia, es
decir, salí del norte y llegué al este. Eso es algo que nadie puede discutirme.
Muy bien, pero ¿y si durante estos dos años hubiesen cambiado las leyes de los
viajes y de los viajeros? ¿Y si alguien hubiese desordenado los puntos
cardinales? ¿Y si desde hace tres o cuatro días todos los viajeros que salen
del norte estuviesen predestinados a llegar al sur y no al este? ¡No es también,
poco más o menos, lo mismo que le pasa al sol, que cada mañana sale por el este
y que, aunque no quiera, está condenado de antemano a viajar hacia el oeste? ¿Y
si hubiésemos llegado a unos tiempos de locura en los que los hombres tampoco
pudiésemos elegir nuestros puntos cardinales? ¿Y si tú, Hermógenes W., que soy
yo, estuvieses ahora en otro Burgundia, distinto al que conociste hace dos años?”
(Javier Tomeo, El hombre bicolor, páginas 9-11,63, 95)
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