Sergio Chejfec
Editorial Candaya, Avinyonet del Penedés (Barcelona),
2013, 171 páginas.
Sergio Chejfec (Buenos Aires,
1956) está considerado como uno de los pocos novelistas filósofos. En las
páginas de sus novelas (o artefactos literarios) hay una ruptura de géneros y en ellos
conviven la ficción, el ensayo, los viajes, el deambular, diálogos
escenificados e incluso el análisis de obras de arte. Artefactos de pensamiento
narrado como las ha calificado Enrique Vila-Matas. Porque la sola ficción,
confiesa el escritor, no basta para entender los misterios del alma. Es la singularísima
forma de entender la literatura, que fue para Chejfec un verdadero acto de
voluntad porque, de origen familiar polaco y judío, el yiddish fue en su niñez
una lengua fantasma, un muro que le impedía comunicarse con sus hermanos. Pero
apostó por ser escritor y poder expresar mediante un idioma que no traicionara
sus orígenes, lo que deseaba exponer. Y hoy en día se ha convertido en uno de
los escritores más originales de las letras latinoamericanas, porque su
novelística, intrigante y sólida, refleja lo que le interesa al autor: no cómo
ocurren las cosas, sino cómo se describen.
Por eso mismo Sergio Chejfec se plantea la
creación como el desafío de proponer una suerte de convivencia entre la
determinación y la indeterminación, ya que es en esa frontera, mantiene el
escritor, donde se produce la ficción, tentativa y cavilante que a él le gusta desarrollar.
De ahí que sus novelas sean textos reflexivos con inclinación hacia el género
ensayístico.
La
experiencia dramática se sustenta sobre una historia minimalista: Rose y
Félix, “navegantes de la soledad”, se dan cita al menos una vez por semana en
un bar de una ciudad cuyo nombre se nos oculta, para conversar y pasear en
interminables caminatas urbanas. Y tal como refleja la contraportada, ambos
“tienen la extraña sensación de haber dicho más de lo que esperaban y menos de
lo que querían decir” que se insinúa,
tras los pliegues del presente y de las experiencias pasadas, en la siguiente
pregunta: ¿Actuar la vida es la única forma de vivirla? ¿Es ésta menos
verdadera cuando se la representa? La historia acontece al compás del deambular de los protagonistas, con fijación
en los espacios que recorren, puesto que con sus recorridos se desplazan
también sus pensamientos, sus reflexiones, condenadas a ser parciales. Son por
lo tanto muchas veces silencios significativos. Un caminar pues que tiene lugar
siguiendo las coordenadas del pensar y viceversa y que nos permite descubrir la
psicología dramatizada de estos dos seres que conscientemente actúan como
personajes que se interpelan conscientemente a sí mismos.
Caminan como una forma de instalarse en el
mundo: Félix, extranjero dentro de su propia ciudad; Rose, la nativa, que se
mueve de forma natural por las calles y barrios. La novela coloca además en el
primer plano el interrogante de si la representación es una forma de estar en
el mundo. Pero, aunque los paseos de los protagonistas constituyan todo el
material narrativo, el asunto principal es una propuesta que el profesor de
teatro de Rose lanzó a sus alumnos: cada uno de ellos debe elegir y escenificar
la experiencia más dramática de su vida. Rose vacila, no sabe cuál. Y a partir
de aquí, Sergio Chejfec envuelve a los lectores en una atmósfera de gran
intensidad que va dando lugar a un encadenamiento de enigmas y vacilaciones
sobre lo efectivamente ocurrido en el pasado que adquiere una gran importancia
en esta novela, y del que solo quedan recuerdos desdibujados.
Más si algo se cuestiona en La experiencia dramática es el estatuto
de verdad de la representación: ¿algo es menos verdadero por el hecho de ser
representado? Pregunta a la que el escritor responde negativamente,
ejemplificando la respuesta con el texto inicial de los mapas virtuales
(“Google Maps”): los edificios, esquinas, semáforos, veredas, árboles y
luminarias tienen como principal cometido ser ejemplo de aquello que de todos
modos los mapas dan por sentado; o sea, como si los objetos físicos no fueran
más que una réplica espacial medio adormecida de aquello señalado por los mapas
(página 10). Confusas y desvanecidas fronteras, pues, entre lo real y la
representación, auspiciadas y promovidas por los nuevos desarrollos
tecnológicos que alteran constantemente nuestra forma de percibir el mundo.
Estética minimalista: ni el argumento ni la
acción son decisivos. Los personajes, más que seres reales, representan ideas
proyectadas en un anónimo espacio urbano, que funciona a la vez como escenario
y alegoría de lo que el autor da cuenta en un texto continuo y con una prosa
tan precisa como elegante.
Francisco
Martínez Bouzas
Sergio Chejfec |
Fragmentos
“No hace mucho, un párroco
quiso graficar en la misa dominical la idea que tenía de Dios. Explicó que
siempre se ha dicho que Dios está en todas partes y que acompaña a todo el
mundo en todo momento. Lo difícil, sugirió, es hacer tangible esa presencia,
ofrecer ejemplos prácticos que no dejen lugar a dudas. Hizo silencio y
enseguida agregó que Dios es como los mapas en línea (dijo textualmente “Google
Maps”). Puede observar desde arriba y desde los costados, es capaz de abarcar
con la mirada un continente o enfocarse en una casa, hasta hacer zoom sobre el
patio de una casa. Y así, como todos los presentes en ese momento podían
imaginar, nada escapaba a su vigilancia. Ahora bien, agregó, Dios funcionaba
como los mapas digitales, pero mejor, porque no estaba reducido a la
representación visual y sus distintas modalidades (mapa, relieve, tránsito,
etc.): estaba en condiciones de abarcar literalmente todo, desde las voces y
sonidos en el aire hasta los sentimientos más inconfesables, de un modo tal que
podía prescindir de la visualización sin mayor problema, cosa imposible para
Google Maps. El párroco dibujó con la mano un gesto de advertencia, o
aclaración, y siguió diciendo que ello no significaba que los mapas digitales
fueran equivalentes a Dios, sino que eran un ejemplo del, como dijo,
funcionamiento divino de Dios. En ese momento se hizo nítido un murmullo, como
si los asistentes repitieran para sí las últimas palabras del cura. Después, al
igual que siempre, al término de la misa se formaron grupos en el pequeño atrio;
y entre quienes conversaban algunos de cuando en cuando dirigían la vista hacia
el cielo como si temieran lluvia.
Esta anécdota ha quedado
grabada en la memoria de Félix, la recuerda en cualquier circunstancia y cuando
menos lo espera. En realidad son muy pocas las veces en las que piensa en Dios,
y raramente en los términos usados por el párroco. En cambio sí piensa con
frecuencia en los mapas digitales, en miradas superiores y en acciones
levemente trascendentales. Concibe los mapas en línea como aparatos escénicos
de vigilia continua, dentro de los cuales se siente incluido más allá de lo que
haga o dónde esté en determinado momento; y por la combinación que encarnan
entre observación insomne y fatal permanencia, se han convertido en un modelo
de funcionamiento de la realidad diaria que le resulta muy inspirador. No
piensa que desde la aparición de los mapas digitales su vida haya mejorado o
sea menos indistinta, ni siquiera diferente, pero sí advierte que sus
desplazamientos en general se han transformado en algo verificable por partida
doble, como si en algún momento hubiese empezado a sembrar un rastro o halo
electrónico y ahora tuviera a la mano una forma de asistir a lo que antes hacía
pero no podía ver con sus propios ojos.”
…..
“A veces se internan en
calles por las que nadie camina: un barrio de grandes galpones tipo industrial
hace tiempo olvidados que muy de cuando en cuando recibe la visita de un auto.
Son edificios gigantes y silenciosos, algunos con los ventanales rotos, gracias
a los cuales aves de la ciudad y del extrarradio consiguen refugio. Los pocos
vehículos que aparecen se mueven despacio, como si no llegaran a encontrar el
punto de destino frente a la desesperante repetición de perspectivas y
fachadas.
En esta ocasión Rose teme
que terminen llegando a ese barrio. Sabe que la zona es una de las preferidas
de Félix, y más de una vez ella ha dirigido los pasos de ambos, sin que él lo
advierta, a través de calles que en cierto momento y sorpresivamente derivan en
el lugar, provocando en Félix una reacción de sorpresa, obvio, y también de
alegría, similar, piensa Rose, a los gestos de los niños inesperadamente
recompensados. En gran parte debido a estas felices sorpresas es que Félix ha
preferido desde un principio dejar los recorridos en manos de Rose. No sólo
porque están en la ciudad de ella, sino porque le gusta someterse a su
iniciativa y adoptar una actitud de pasividad, es una especie de gratitud
sobreentendida y en ocasiones anticipatoria de los premios que ella le depara.
Pero ahora es distinto. En el barrio de los galpones Rose sentirá más frío,
aparte llegarán ahí cuando haya anochecido. La belleza del lugar, ya de por sí
incierta y hasta equívoca, se habrá entonces replegado; en medio de la
oscuridad nocturna podrán verse los reflejos medio inertes de luces
esporádicas, muchas de ellas exhibiendo un extraño movimiento de sombras tras
las zonas de estribaciones urbanizadas, dibujando con sus titilaciones nuevos
pozos de oscuridad.
Y es precisamente este
paisaje de desolación embellecida, unido al frío, el motivo de su resistencia,
sencillamente porque no siempre tiene ganas de hacer un esfuerzo y descubrir lo
bello en lo estropeado, o lo sugestivo en la devastación y el abandono.”
(Sergio Chejfec, La experiencia dramática, páginas 7-8, 133-135)
Excelente resumen...
ResponderEliminarGracias
Me parece una reseña totalizadora del libro, que aunque no lo he leído, gracias a tu trabajo lo intuyo, lo recreo. Estas brújulas son inevitables para quien quiera ponerse al día en la buena literatura. Un abrazo agradecido, amigo.
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