martes, 29 de abril de 2014

LA NOVELA DE Y CON UNAMUNO EN PORTUGAL



Por tierras de Portugal

Un viaje con Unamuno

Agustín Remesal

 La Raya Quebrada Editorial, Zamora, 2013, 396 páginas.





    
   Puesta en circulación la primera edición el pasado agosto, hace unos días, Agustín Remesal,  a pesar de los malos tiempos que corren para este tipo de literatura, acaba de situar en las librerías la segunda edición de un libro singularísimo, transgenérico: Por tierras de Portugal. Un viaje con Unamuno. El autor zamorano, y también rayano puro,  es de sobra conocido por el público español en su faceta de corresponsal en el extranjero durante casi tres décadas de TVE (Roma, París, Nueva York, Londres, Lisboa, Jerusalén). Apasionado y fervoroso viajero, ha sabido compaginar su trabajo profesional con el gusto por la escritura. Fruto de ese placer por escribir son la docena de libros que ha publicado.

   Agustín Remesal, “castellano recio, delibesiano, con un idioma bien dicho y rotundo” como él mismo se autodefine nos ofrece en su última publicación un libro original, una amalgama hecha de documentación rigurosa, con personajes, acontecimientos y circunstancias reales y  diálogos ficcionalizados en buena medida, sobre una parcela vital de Miguel de Unamuno: sus más de veinte viajes y estancias en Portugal, frecuentemente ignoradas por biógrafos y estudiosos de la obra unamuniana. Así pues, literatura viajera sobre las estancias del Rector salmantino en Portugal, que no fueron unas simples y anodinas vacaciones, como se han tratado, sino parcelas importantes de su vida e incluso de su obra, vividas en solitario, en familia o acompañado de relevantes amigos, políticos, revolucionarios, pero también pescadores humildes, libreros, cabalistas o poetas suicidas.

   El autor rastrea las huellas unamunianas por los enclaves y nudos geográficos por los que pasó Unamuno. Tres años tras los pasos portugueses de Miguel de Unamuno y un trabajo ingente de documentación están en el origen de este libro. Después de ese esfuerzo investigador,  la conclusión a la que llega el autor, es que Unamuno como personaje es incompleto sin saber lo que vivió, sintió y pensó en Portugal. Abre pues la obra de A. Remesal nuevas e importantes vetas en la biografía de uno de los personajes españoles más eximios y carismáticos de la primera mitad del siglo XX.

   El libro, concebido como una biografía novelada del pensador bilbaíno en tierras portuguesas, estructura su abundante material -los viajes unamunianos a Portugal fueron muchos y frecuentes; más de veinte están documentados- en diez capítulos. La narración inicia su recorrido en el “recóndito paraje ferroviario" fronterizo de Fregeneda. Es un viaje del 21 de marzo de 1894, que el autor repetirá muchos años más tarde en un último convoy ferroviario, cuando la vía férrea llevaba años abandonada. Un viaje hasta Barca d’Alva. Y al otro lado del Duero, el encuentro con el político y poeta trasmontano Guerra Junqueiro. Y uno tras otro se suceden los viajes: a Coimbra, y el encuentro con el poeta simbolista Eugenio de Castro, con el antropólogo Bernardino Machado y otros personajes de la vieja Universidad de Coimbra, así como con el librero y editor Francisco França.

Unamuno disfrutará de muchos otros viajes a tierras portuguesas para descansar mentalmente y reunirse con otros intelectuales lusos como el poeta Teixeira de Pascoaes, que le ofrece refugio en su casa de Amarante ante los peligros que intuyen llegarán muy pronto a España; con el médico y escritor Manuel Laranjeira, un personaje medio loco que terminará escribiéndole a Unamuno con el anuncio de su suicidio, como así sucedió. Viajes y estancias en Oporto, en Amarante, al sosiego del Támega, Barca d’Alva y nuevo encuentro con el poeta Abilio Guerra Junqueiro. Viaje a Braga, aburrido de las vacaciones familiares en las playas de Espinho, y donde, sin amigos que le guíen, “puede buscar sin prejuicios ni consejos ajenos los signos invisibles de la esencia portuguesa” (página 206). Viajes improvisados a Lisboa, Alcobaça y Guarda; a Espinho, la ciudad balneario, la Gomorra ibérica, y nuevo encuentro con el poeta Laranjeira que ya había traspasado la puerta hacia la muerte (página 307). Figueira da Foz, la colonia de bañistas donde se harta de tantas españoladas. Finalmente, la crónica del último viaje: 3 de junio de 1935, destino Lisboa y Estoril, con el relato del encuentro confidencial con el exiliado español más famoso del momento, el general José Sanjurjo, en el que el general golpista engañó a Unamuno sobre los planes del golpe militar del 36 y la creación de un Estado fascista.

   Un copioso material que rueda por este libro, como se le hace decir en un apócrifo Epílogo al Rector de Salamanca, que compone una detallada, sugestiva y rigurosa crónica viajera, imprescindible ya desde ahora para conocer al personaje de carne y hueso, Miguel de Unamuno. Escrita con altas cotas de fidelidad documental y conocimiento  de hechos y vivencias, porque si algo demuestra esta obra,  es que Agustín Remesal tiene metido a  Unamuno  en su cabeza; no solo el de las tierras portuguesas, sino toda la biografía y buena parte de su obra como pensador, narrador, poeta y viajero.

   Acierta el autor con esa estructura paralela que le permite al viajero -alter ego del propio autor- revisitar cien años después los lugares y ciudades en los que el Rector salmantino pasó sus descansos lusitanos. Porque son esas recreaciones viajeras un itinerario ilustrado del Portugal unamuniano tras el paso del tiempo, convirtiéndose así mismo, y en buena medida, en un reflejo de la intrahistoria portuguesa, de sus avatares históricos, de sus revueltas libertarias como la de Diogo Telonio en 1762.

   Atina igualmente el autor en su apuesta: sutura de crónica verídica con la recreación de espacios, ambientes y diálogos, escritos en un elevado tono ficcional y literario, que erradica de la mente lectora la cansada simpleza de una larga lista de lugares, fechas y encuentros y convierte a este libro en una pieza narrativa que se puede leer como novela. Unamuno y Portugal en estado puro, pero también novelados.

   Y no solo es acierto sino también regalo para la mente y los sentidos el estilo de la prosa de esta doble crónica viajera: castellano de altas cotas, fuerte, rotundo, perfectamente moldeado, sin concesiones a inútiles y enrevesados barroquismos, pero ornado con todas las galas de esa lengua delibesiana que el escritor rayano refleja en los cientos de descripciones y relatos de su viaje con Unamuno por tierras lusas.



Francisco Martínez Bouzas





Agustín Remesal

Fragmentos



“De regreso a la estación de Fregeneda, descubrió el viajero años más tarde algunos indicios ciertos de que por aquellos rieles habían transitado durante un siglo algo más que viajeros, emigrantes, tenderos y mercancías. Los dinteles sin puertas, las ventanas desvencijadas, las techumbres hundidas y el pavimento de azulejos hecho añicos no han borrado la grandeza de aquel delirio ferroviario; se derrumbaron las paredes y se borraron los letreros, pero el hierro ha resistido bien el paso de los siglos. Allí siguen herrumbrosos pero intactos los topes de las vías, las palancas y las ruedas dentadas del cambio de agujas; el tanque de la aguada y los raíles marcados en cada extremo con la inscripción de los hornos donde fueron fundidos y moldeados: la fábrica siderúrgica alemana Krupp. El mejor remedio que conoce el viajero para curarse de estas soledades es echarse a andar sobre las traviesas, divisar la peña del Sastre, observar las águilas que vigilan el paso de algún tren fantasma, conversar con su vuelo, oler la jara y la retama y ver el reflejo del agua de los viaductos metálicos. Es ese un buen método para perseguir la felicidad y la quietud que se alejan por los rieles hasta el otro lado de la Raya.”



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“No padece tampoco el Rector las manías del paseante curioso, mucho menos las del turista compulsivo. Cuando esta mañana tomó el tren en la estación de Espinho, con dirección a Oporto, y tras hacer trasbordo en Campanha vino hasta aquí, se sintió tan libre como en sus correrías por la sierra de Francia hablando con los pastores y comiendo a la sombra de sus chiviteras el hornazo y el jamón serrano que ellos trasiegan con el vino áspero de la mortera. Aquí, en esta vieja ciudad arzobispal, el descubrimiento nada tendrá que ver con los de sus retiros en la montaña y el cansancio dulce de las caminatas. Está en Braga, ciudad monumental de cimientos romanos, encrucijada de la historia patria, sede primada y baluarte monárquico que aún llora en los carteles colgados por las calles el asesinato en Lisboa del Rey Don Carlos, hace apenas seis meses. Aquí como en Castilla, todas las piedras destilan historia y algunas tragedia. Bien lo ha experimentado él en Salamanca, en Zamora y en Ávila. Si no fuera por el traje de la gente y ese idioma tan musical que hablan aquí susurrando, se creería en Toledo.”



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“En el chalet situado no lejos de la playa y el Casino, un edificio pequeño de dos plantas con jardín al frente y vistas al mar, el general (José Sanjurjo) vive con su esposa,  a punto de dar a luz un segundo hijo, pegado al teléfono y a la radio según comentan sus amigos.

-Sea bienvenido, don Miguel. Usted ha probado también en carne propia la crueldad del exilio. – dice en tono campechano tras saludar a los visitantes. Y añade zalamero: -Te agradezco, querido Wenceslao, la oportunidad de recibir en esta pobre casa al ciudadano más honorable de España; al menos eso dicen los republicanos.

Unamuno calla. Le disgustan la gran humanidad física del militar y el estrecho recinto del salón oscuro, donde toman asiento dispuestos a tomar una taza de te.(…)

-Ni siquiera me dejan visitar el balneario de Archena y tomar las curas que me prescribe el médico -se queja.-. Aquí nos tienen a todos, don Miguel, encerrados en nuestro dulce hogar.

-Pero sí pudo usted ir a Gibraltar y Tánger hace dos meses –señala F. Flórez-. Menudo escándalo levantó ese viaje.

- Imaginerías de una fantástica confabulación de mente estrecha como la de Riquelme -replica Sanjurjo-. Ese generalito catalán tiene las obsesiones de un cabo furriel: movilizó los cuarteles cercanos al Peñón porque sospechaba de otro complot. (…)

No es esa la conjetura que el escritor se hace sobre la vida en Estoril de los Sanjurjo, idolatrados por los aristócratas españoles que les rodean. Se percibe en ese ambiente el hervor de la insurrección que se cocina a fuego lento. Wenceslao le advirtió cuando llegaron, antes de llamar a la puerta, que en la quinta de al lado ha establecido su residencia de conspirador transeúnte el joven diputado monárquico Pedro Sáinz Rodríguez.”



(Agustín Remesal, Por tierras de Portugal. Un viaje con Unamuno, Raya Quebrada Editorial, páginas 21, 205, 362-363, rayaquebrada@gmail.com)

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