David
Toscana
Editorial
Candaya, Avinyonet del Penedès (Barcelona, 2020.
Daniel Toscana (Monterrey, México, 1961) no es
ningún debutante en empresas literarias. Más de diez novelas -varias de ellas
premiadas, alguna con el Premio Xavier Villarrutia, quizás el más importante
que se concede en México-, abalan su buen hacer en las letras latinoamericanas,
en las que destaca como autor innovador que tiene la virtud de los buenos
escritores, de hacer que los lectores se sientan provocados y acepten el papel
de ser cómplices de sus juegos narrativos. Por eso David Toscana está
considerado un escritor eminentemente de nuestro tiempo (Elmer Mendoza), que
juega con el humor, heredado
posiblemente de la picaresca española y con las simas metafísicas de
Kafka. De algo de eso se nos informa en “Siete Claves sobre el libro” una ayuda
impagable para iniciar la lectura del libro y que publica Candaya: uno de los
maestros del panorama literario mexicano, notable fabulador, prosista intenso,
“y una voz que retrata una forma diferente de ver el norte mexicano, más allá
de las historias de narcotraficantes y sicarios”, temas muy propios de los
escritores conocidos como ”los bárbaros del norte”. También en estas Claves de
Candaya se apunta a los grandes temas de la literatura de David Toscana: la
lucha por no caer en el olvido por parte de cuatro personajes, pero anhelo así
mismo de la mayoría de los seres humanos.
Todas las novelas de David Toscana tienen como
escenario el norte de México. Sin embargo
La ciudad que el diablo se llevó, transciende las fronteras nacionales y se
desarrolla, de forma casi exclusiva en Varsovia, en la capital polaca, asolada en la Segunda Guerra Mundial. En esa
ciudad vegetan y se mueven los principales personajes. Pero realmente no
estamos ante una ciudad real, sino en un escenario ilusorio, construido por la
imaginación de los protagonistas. Este señuelo ilusorio les permite soportar el
frío, el hambre y el miedo.
En
esta obra demuestra una vez más el autor sus dotes de excelente
fabulador, creador de historias, protagonizadas por singulares actantes. La
novela recrea ese espacio fantasmagórico de la capital polaca desbastada tras
la Guerra, y los primeros años de la ocupación soviética. Por ella se mueve
cuatro sobrevivientes más un barbero que se anda con el auxilio de una pata de
palo. Todos ellos sobrevivientes a ejecuciones y algún muerto notable.
Los cuatro habían logrado escabullirse de
una redada nazi, y lo celebran con una epopeya etílica. Tras salvarse de ser
fusilados por los nazis, la soledad, el miedo, el hambre y la pesquisa de
restos en el pasado los unirá en una serie de recorridos por la ciudad en
ruinas.
Son ellos Feliks, un viejo que se oculta
bajo la apariencia y mentalidad de niño, de enorme bebé Eugeniusz, un sacerdote de pocas luces que, en uno de
los días de farra, quiere ser un laico disoluto; Kazimierz que habita en un
apartamento abandonado junto con la novia de un soldado encarcelado por el nuevo
régimen comunista; Ludwig, un sepulturero solitario. A ellos se les une un
barbero cuyo nombre queda en el anonimato y que había perdido una pierna en la
guerra.
Se reúnen sin planearlo y sin llegar a
conocerse. Y celebran estar vivos, sentados y tomando café, conscientes del
montón de muertos que hay afuera. Y entre bandos, racionamientos,
prohibiciones, castigos y mercado negro, sobreviven como pueden, sintiéndose
incluso héroes, como Kazimierz que regresa de la guerra con espíritu de
colonizador y que vive feliz con Marianka en el apartamento abandonado y siente
con frecuencia la necesidad de un trago. O el cura que incita a la mujeres en
el confesionario con frases amorosas y que tiene prohibido oficiar, pero, ante
la falta de sacerdotes, asesinados en la guerra, echan mano de los reservistas
para impartir los últimos sacramentos. Sus alegrías pronto se tornan en
tristezas.
Vivos y muertos como las hermanas Kasia y
Gosia conviven en una ciudad arrasada, primero bajo el yugo nazi, más tarde
bajo la dominación roja. Hacen de sus vidas un verdadero carnaval poco menos que valleinclanesco que David
Toscana retrata con humor e ironía.
La imaginación, es decir la libertad en un
contexto sórdido para encontrar sentido a sus vidas en una situación sórdida y
bajo regímenes opresores, es el pilar fundamental, la “trabe” maestra en el que
se asienta la resistencia y las ganas de vivir de estos cuatro diablos y de
otros personajes secundarios que les rodean. Y todo eso a pesar de los
sinsentidos de una vida entre escombros. Sus ensoñaciones, chuflas y lingotazos
de vodka hacen que una realidad negra y opresiva pase a ser otra cosa: algo
alegre, festivo, dicharachero, como con palabras parecidas ha apuntado Eduardo
Ruiz Sosa.
Narrada con un estilo de prosa sencillo, con
ciertos destellos poéticos en alguna secuencia, La ciudad que el diablo se llevó
pasa por méritos propios a formar parte de ese catálogo de calidad y de
alta literatura con la que nos suele agasajar Candaya.
Francisco
Martínez Bouzas
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