sábado, 8 de febrero de 2020

"UNA CITA CON LA LADY": VIAJE A LA TIERRA DE LOS MUERTOS



Una cita con la Lady
Mateo García Elizondo
Editorial Anagrama, Barcelona, 2019, 197 páginas.

    

En una escueta síntesis de este libro, a la vez trágico y amoroso, se podría decir que un tipo enganchado a las drogas llega a un pueblo a morir. El pueblo es Zapotal, una especie de réplica de Comala. Solamente sabe que en Zapotal la desolación era total, que le faltaba apenas nada para ser un pueblo fantasma, es el fin, la línea. Más allá la selva o la manigua. Pero en el desenlace el protagonista concluye que Zapotal quizás no sea más que el reflejo de la soledad y de la desolación de los que la habitan y que quizás él nunca dejó la ciudad. Se ha desprendido de todo lo que le ataba y solo lleva una lata con el kit para la droga: unos gramos de goma de opio, un cuarto de onza de heroína. Cree que con eso le alcanzará para matarse y no morirse de hambre o de frío, porque luego no podrá comprar más Lady (heroína). Se hace también  con un cuaderno para entretenerse contando cómo se siente al morirse.
   Cuando emprende el viaje, su vida ya carece de todo deseo. Le ha aconsejado que en ese pueblo final de la línea la droga le conducirá a un hermoso viaje sin retorno. Y así pretende abandonar este mundo: fumando opio y consumiendo heroína, teniendo sueños, incluso de aparecidos; y transcribiendo sus últimos actos de vida. Morirse no es como lo pintan: algo pavoroso. Morirse en manos de la Lady  es como desligarse uno entero, en un lugar cálido y estrecho como una gran vagina, y salir al otro lado ligero.
   Pierde la volición, no hace más que lo que le dicta su cuerpo para preservarse a si mismo en este pueblo donde todo es como él: muertos vivientes y del que Dios se ha olvidado. Pero a él pronto le consideran “el Muertito”; y en efecto, se convence de que la verdadera vida es aquella que se vive bajo la influencia de la Lady, la gran señora.
   Poco a poco la mente le abandona y los sentidos y su imaginación producen recuerdos, imágenes, la mayoría irreales.  Cosas que se  figura debido al opio. Le sorprende la tenacidad de su cuerpo para mantenerse vivo, pero ante la gente parece un muerto en vida, un zombi. En la cuneta donde está tirado, los únicos que le dan la lata son los muertos. Ellos jamás descansan. Llaman la atención escenas muy crudas como la de una mujer que le tiende su bebé, pero arropado en las cobijas que trae en sus brazos, no hay más que una piedra del río.
   Se queja porque no acaba de pegarle esa malilla infernal que acabe por tumbarle. Hasta que un grupo de adolescentes le dicen que ya ha pasado al otro lado, que ya es un muerto. Y en efecto, el hambre que siente, es el hambre de los fantasmas. El final concluye que él no es más que puro silencio.
   El autor, Mateo García Elizondo, nieto de Gabriel García Márquez y de Salvador Elizondo, confiesa que esta su primera novela está escrita con la piel. Es un descenso hacia ese inframundo en el que los hombres y las mujeres actúan del mismo modo: como muertos creyéndose vivos; lo cual no es nada extraordinario en un país donde la línea divisoria entre la vida y la muerte es muy tenue y difusa. La novela se halla contextualizada en un trasfondo onírico. Pocas veces se ha escrito con la crudeza fantasmal con la que lo hace el autor sobre lo que es ser víctima del mono. Pero lo que nos ofrece Mateo García Elizondo no es un reportaje, sino una ficción alucinada, embrujada, de los que es el síndrome de abstinencia. Con crudo realismo describe los efectos de la Lady, la  chingada de los piquetes: algo extraordinario cuando te la metes por primera vez, pero poco a poco te sentirás precipitado en el abismo, en la miseria que no cesará de afligirte. Lástima que  no exista heroína para el alma, como se dice en la novela.
   

                                                 
Mateo García Elizondo


 Lo que pretende el autor es darle sentido a la experiencia de la adicción. Y en México, que es literatura viva y casi andante y confusión entre  la vida y la muerte, el autor trata con originalidad el fenómeno terminal de la muerte: ambas son un continuo único, dos caras de la misma moneda. No es cosa fácil esto de morirse, pero es lo más bonito, no es como lo pintan: confuso, aterrador. Es como desligarse de todo. La muerte no nos pide que avancemos; nos pide que hagamos retrocesos hasta llegar al origen de todas las cosas. Y para los servidores de la Lady, morirse es vagar por el mundo, añorando, desentrañando la dicha de la Señora, amante celosa y caprichosa. En la novela, Mateo García Elizondo muestra un dominio absoluto del lenguaje incluidos los argots del mundo de la droga, pero lo más reseñable es la tonalidad: un verdadero: trainspott en Comala, ya que, como Juan Rulfo, nos transporta con gran pericia de lo real a lo fantástico.

Francisco Martínez Bouzas

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