Un año después
Daniela
Alcívar Bellolio
Editorial
Candaya, Avinyonet del Penedès (Barcelona), 2019, 157 páginas.
Esta vez me sirvo de las claves sobre el
libro Siberia. Un año después que
publica Editorial Candaya. Mi valoración de la novela de Daniela Alcívar
Bellolio (Guayaquil, 1982) aparecerá en este texto, fruto exclusivo de mi
lectura del mismo. Siberia fue
publicada en Ecuador y ha sido considerada la mejor novela editada en ese país
latinoamericano. Una novela que rinde tributo al dolor personal de una madre
que pierde a su hijo recién nacido, en medio del paisaje quiteño. Según las
escritores Giovanna Rivero y Magda Baudoin, el talento de la autora no se
detiene en la frase retórica a la hora de narrar el duelo absoluto por la
muerte del bebé que la autora acaba de parir. Porque además se atreve a
escribir una novela autobiográfica en la que las categorías del yo se
encuentran, y ese yo se funde en ese magma inconmensurable que es la narrativa
de la vida, En Siberia se constituye una “escritura del
dolor en tiempo real” (Karina Marin). El paisaje quiteño y en ocasiones
bonaerense, se configuran como un personaje más que aparece y se disipa,
intriga e interactúa con la protagonista.
Siberia
es claramente una novela
autobiográfica, provocada por la muerte de un hijo recién nacido, pero es
novela, y por consiguiente lo que en ella podemos leer ha pasado por el filtro
de la ficción. Por eso es novela y no un libro autobiográfico sobre el duelo de
una madre. Pero la ficción se reviste en Siberia
de un atuendo literario demoledor que nos viene a decir que para la madre
escritora que pare mediante una cesárea y que desea y ama a su hijo, todo es
vacío, “hueco veraz”, y que solo se hace perceptible usando un lenguaje
siberiano. La autora intenta superar la pérdida que atormenta su ser al margen
de los universales literarios, de las caladas escatológicas que circulan por
cierta literatura relacionada con lo luctuoso.
La novela comienza en abril de 2018, al poco
tiempo de que Daniela y su marido, prevenientes de Buenos Aires, aterrizaran en
Quito. En la capital argentina habían transcurrido sus últimos años y también
allí una parte de ellos habían desaparecido para siempre: el bebé recién nacido
había muerto nueve meses antes. Y así empieza Siberia, en forma de relatos cortos, de fragmentos, como está hecha
Siberia; de pedazos. La autora, madre doliente trata de hallar un poco de calma
por la pérdida del bebé, mediante la escritura. Como una forma de apoyo donde
agarrarse. Lo intentará en un pueblito ecuatoriano, El Quinche. Pero por mucho
que lo intenta confiesa que la escritura fracasa ante la experiencia del dolor.
Daniela Alcívar ha sido capaz de intentar
convertir en literatura la pérdida del hijo fallecido nada más nacer. Sin morbo
y teniendo en cuenta que la realidad está tamizada por la ficción, en una
historia escrita con una sinceridad que hiela la sangre con pasajes turbadores. Y eso no resulta fácil, porque después de la muerte no se entiende nada. Por eso, con frecuencia, se acaba por recurrir a la literatura. Los libros del duelo, los libros íntimos resultan irreducibles con la calificación de artefactos literarios. Evidentemente un libro donde su autor o autora nos cuenta cómo murió su pequeño, puede ser muy malo. Porque sentir piedad no es sentir la admiración propia de un producto literario valioso. Hay pues diferencias entre unos libros y otro de entre los dedicados a la muerte de los allegados. Y esa diferencia es la capacidad de universalización de la propia desgracia y de expresar cómo de profundo se hunde ese cuchillo de escribir. Entonces hay literatura y no sentimentalismo, y eso es lo que hallo en el libro de Saniela Alcívar, que nos ofrece una experiencia no solo sentida, sino sagazmente interpretada.
Siberia,
reitero, comenzó siendo pequeños fragmentos, con saltos en el tiempo, aparente
desorden a la hora de narrar los eventos, pero eso le permitió a la escritora
ir reordenando su mundo, rescatarlo del caos. Y es eso lo que percibe el
lector. Y máxime teniendo en cuenta de que el yo narrativo es capaz de salir de
su propio caos interior y hallar un cierto sosiego en el paisaje en el que
halla paz.
En efecto, la
autora le concede un cierto poder curativo al paisaje. Por eso abundan las
descripciones, sobre todo de Quito donde el sol a veces limpia el panorama, o
azota desiertos de arena y piedra. La majestuosidad del Pichincha, tan
inmutable como siempre. Asaltada por los recuerdos de las visiones pasadas o
por la presencia presente del paisaje, parece que se atenúa el dolor. La
extensión lumínica de la noche quiteña que no se parece en nada a la de Buenos
Aires, y cubre todo el territorio visible. Formas muy personales de mitigar el
dolor..
Daniela Alcívar ha tenido la acuidad y la
capacidad de huir del hecho de convertir la novela en un lamento lacrimoso y
plano de una tragedia familiar. Siberia
-y ese es su gran mérito- es un pedazo
de vida, por mucho que ese trozo de vida esté roto o desaparecido.
Los componentes de Siberia son esos fragmentos inconexos que Daniela Alcívar compuso
un año después de la muerte del hijo. Y empieza presentándose como una
narradora que, entre efluvios alcohólicos, vive una vida, digamos normal,
repleta de erotismo y furia amorosa con su pareja. La tragedia no aparece hasta
bien avanzado el libro. Y la autora no rehúye dellalles, ni siquiera los
físicos del parto mediante una cesárea: …Luego tienes que vivir con la
cicatriz, el hueco…y sin el bebé…Sus senos que producen leche para su hijo
muerto y se la tienen que sacar con una ventosa, sin un hijo para dársela. Es
un dolor no solo psicológico, sino
físico y extremo. El dolor suele ser un catalizador de la escritura y
del arte en general. Y eso fue Siberia para
la autora: un salvavidas, aunque se sienta como un pasajero abandonado en la
proa de un barco, mientras afuera la vida sigue su plácido curso.
Francisco
Martínez Bouzas
Es un agrado leer sus criticas literarias estimado.
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