Francisco Díaz Klaassen
Editorial Candaya, Avinyonet del Penedès (Barcelona,
2919, 125 páginas.
En Claves sobre el libro, una aportación que Editorial Candaya ofrece a
los lectores de sus libros, hallamos algunas de las guías fundamentales para
adentrándonos en la secreta y profunda sustancia de En la colina, obra de un joven escritor chileno que lo hace desde
Ithaca (EE.UU). Sabemos, por ejemplo, que En
la colina llega precedida de cinco piezas escriturales, que es una obra
minimalista, con una sintaxis sobria y depurada; y que el objetivo del autor es
plasmar mediante la ficción -o quizás no tanto- la redención de un despecho
amoroso; que en este libro, el autor emprende un progreso formal y arriesgado
con párrafos de una sola frase a la hora de abordar el relato. Que en su
escritura, los lugares y cuerpos cobran vida por sí mismos. Con referencias a
los diarios de Nabokov o a Valdivia, una ciudad azotada por un gran terremoto.
Finalmente que estamos ante una novela ecléctica, divertida, con pinceladas de
erotismo y bien escrita, al menos desde el punto de vista formal.
El protagonista del libro es un profesor de
literatura que sufre en sus carnes una separación matrimonial, algo
suficientemente transcendente para iniciar una nueva vida-rutina: ascender
borracho a una colina para desde allí escribirle cartas a su antigua amada; y
plantearse el recuento de sus fracasos. Francisco Díaz Klaassen experimentó una
situación vital parecida, por lo que sospecho que parte de sus vivencias se colaron
en la novela. Sería un claro ejemplo de autoficción, de que el escritor en el
fondo y en buena parte está escribiendo sobre sí mismo, dándole la razón a
Delphine de Vigan: “Actualmente la única razón de ser de la literatura es la autobiografía:
describir la realidad, decir la verdad”. Para otros autores -es el caso de
Ricardo Piglia- la forma moderna de la autobiografía es la crítica. La
autoficción parece estar tan presente en los libros de Díaz Klaassen que una tía
lo denunció por lo que había escrito en la novela.
En su autoficción, el protagonista confiesa
que no lograba remontar la colina; todavía le escribe a la que fuera su pareja,
pero solía pasar meses enteros sin acordarse de ella. Ganaba poco enseñando lengua
y literatura; lo suficiente, sin embargo para ascender borracho la colina
varias veces a la semana. Y desde allí se enfrenta con sus recuerdos: la abuela
cada día un poco más vieja y siempre ocurrente, los ilustres borrachos de su
familia, el infarto cerebral del abuelo, los ciervos de lengua morada. Y sobre
todo a su esposa viviendo con otro hombre, y abierta de patas con las guatas cubiertas de semen. Y con
múltiples anécdotas familiares, sin olvidarse del terremoto de Valdivia:
culeones entre una tal Penélope Cruz, camarera de un bar y amiga de un profesor
a la que sin embargo le permite que lo pajee
y con la que culea. Conoce a amigos, escritores de pacotilla, caminando
y conversando; alguno de ellos bastante paranoico. Casi todos ellos seres extraños,
desencajados y obsoletos. Y se interna, sobre todo en sus propios delirios que
lo retrotraen a su lejano país. Su distracción: descifrar el significado de las
inscripciones de las galletas de la fortuna.
Poco más se puede extraer de la trama argumental
de En la colina, cuyo núcleo
diegético es la redención del desengaño amoroso que solventa el protagonista mediante el relato de minitragedias
personales y bagatelas que comparte con los tipos que va encontrando. Quizás
demasiado poco para ser un libro de Candaya que se ha convertido en sinónimo de
calidad. Sin embargo desde el punto de vista formal, no desmerece del crédito
de la editora catalana. Escritura osada por su pulsión poética y algunos
ramalazos de ironía. Y por la estructura y forma narrativa de Díaz Klaassen:
sin secuencias, sin capítulos y con una innovación formal: párrafos de una sola
frase que se suceden tras puntos y aparte. Escritura telegráfica que el autor
entiende como pseudoaforismos de una narración cortante, capaz de avanzar por sí
misma.
Subrayo una vez más que Candaya respeta también
en este libro, y como nos tiene acostumbrados, el criterio de traducibilidad de
las singularidades verbales del español de Latinoamérica. No traduce la terminología
popular o culta de Chile al español de España. Confía en que el lector lo pueda
hacer por sí mismo. Su ejemplo está surtiendo efecto, y hoy en día lo que leemos
en todos los libros escritos allende los mares y editados en España, mantienen un
español universal enriquecido por los términos propios del español de Latinoamérica.
Francisco Martínez
Bouzas
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