Marina Perezagua
Editorial Anagrama, Barcelona, 2019, 281 páginas.
La autora
de Seis formas de morir en Texas, Marina
Perezagua, reside en Nueva York, donde escritores como Salman Rushdie han
elogiado su obra. La crítica, por su parte, la considera una autora singular,
sobre todo por sus temas y personajes. Su última novela que acaba de editar
Anagrama, es una clara denuncia de dos países que, o bien trafican con los
órganos humanos (China), o por las torturas a las que el sistema penitenciario somete a
los condenados a muerte (Estados Unidos).
Cientos
de miles de personas son condenadas a muerte en China para extraer sus órganos
vitales y venderlos. Por su parte, Estados Unidos banaliza la pena de muerte y
tortura a los condenados con años y años en el corredor de la muerte. El libro,
no obstante, no es un alegato contra la pena de muerte, sino una novela
interesada en los sujetos a ella condenados. Una historia que, sobre todo al
final, se convierte en una trágica encrucijada de destinos: varias personas se
cruzan porque están ligadas a un corazón. Una novela sobre tráfico de órganos,
de corazones más en concreto, un pecado que según la tradición budista debe
redimirse trayendo de nuevo el corazón a China.
Y en
paralelo con el tráfico de órganos, la novela se nutre con el drama del
corredor de la muerte. De la escritura de la autora surge así una novela de
denuncia social, y al mismo tiempo de análisis filosófico, ya que explora lo
que es el ser humanos desde las vertientes antropológicas más obscuras y
tenebrosas. Una suerte de fábula distópica ambientada en los secretos cauces
del tráfico de órganos del gobierno chino y en la barbarie inhumana de los
corredores de las cárceles norteamericanas.
La novela
está protagonizada por tres personas unidas por la misma suerte y el mismo
corazón, escribe la autora en el íncipit
de la novela. Un corazón que no es el lugar de las torpezas o de los
sentimientos amatorios, sino el órgano que perpetúa la vida. La historia
comienza con una ejecución en 1984 en un centro penitenciario chino. El reo fue
vaciado de su corazón estando su cuerpo vivo porque un corazón extirpado de un
cuerpo vivo goza de mayores posibilidades de éxito en el trasplante. El hijo
del ajusticiado emprende un largo viaje para recuperar el corazón de su padre
pues, en caso contrario, su alma no descansará hasta que el corazón sea
enterrado, rodeado de la familia.
Este el
eje de la novela de Maria Perezagua: la búsqueda del corazón de Zhou Hongquing,
el hombre ajusticiado en China. Poco importa que el receptor del corazón,
Edward Peterson, ya haya muerto en Texas, porque una parte de su shen ya está habitando el corazón de su
hijo James.
En
paralelo la novela relata la condena a muerte de Robyn, una menor de edad
invidente, acusada erróneamente de haber matado a su madre y de haberle
substraído el corazón. Ahora ve porque su padre le donó la córnea de sus ojos,
y antes de su ejecución expresa su deseo de ver el amanecer del día.
La novela
se detiene en los crímenes contra los ciudadanos que se cometen en China, y en
la vejación a la que son sometidos los condenados recluidos en el corredor de
la muerte. En China miles de personas son ajusticiadas por el simple hecho de
creer en los beneficios de la meditación. Son los practicantes del Falun Gong. Los
reos más sanos y fuertes pasan de las prisiones a los hospitales, tras haber
firmado bajo amenazas una autorización como donantes de órganos. Ellos fueron
durante los años noventa “terrenos cultivables de órganos” y máquinas de hacer
dinero ya que existían como una reserva de personas a las que se les pueden
extraer los órganos en el momento necesario.
Y cuando
la autora narra los que ocurre en el corredor de la muerte, no tiene forma de
describirlo sin apelar al horror: el corredor es el lugar donde se mantiene con
vida a los condenados a muerte, y se les impide suicidarse para poder matarlos.
Los guardianes tienen poder sobre sus intestinos, estómagos y digestión. La
impunidad de los guardianes es absoluta y la violaciones de las condenadas a
muerte son comunes, Entre ellas, Robyn, únicamente capaz de expresarlo con tres
palabras: “Me han violado”.
Pero
Robyn no saldrá de la cámara de ejecución muerta. Solamente será sedada y
trasladada a un hospital porque había donado su corazón y allí se lo extrajeron
para salvar otra vida: la de su padre.
En el
cierre de la novela, la maestría de Marina Perezagua, escribiendo una pieza de
ficción, aunque muy documentada, sobre todo en lo relativo a lo que sucede en
los quirófanos chinos, logra unir a los principales personajes: Xinzàng, el
nieto del preso cuyo corazón fue extraído en los quirófanos chinos, al hijo del
americano que recibió el trasplante heredero del shen de Zhou Hongquing y Roby, la hija depositaria, como último
eslabón de la cadena del corazón del ajusticiado en China.
La historia
que relata Marina Perezagua es un alegato, a la vez feroz y perturbador, pero escrito
con la humilde historia de vidas y muertes de varias personas sobre la manera en
que en China y en Estados Unidos manejan las vidas y las muertes de sus ciudadanos.
No solamente rige el ojo por ojos y el diente por diente, sino una crueldad inhumana,
pero en el fondo sustanciosa en términos económicos, al menos en China.
Francisco Martínez Bouzas
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