Nuria
Barnes
Grupo
Tierra Trivium, Madrid 2019, 191 páginas.
Basculando entre el relato largo y el
hiperbreve, Nuria Barnes le ofrece al lector una colactánea de relatos. Su
cuarto libro publicado, sumando su obra poética y el relato corto. Más de
cuarenta relatos en los que la autora -y me sirvo de la breve sinopsis de la
contraportada- nos ofrece una visión de la vida, oteándola como los gatos:
Mezclándose con la gente y a la vez en sigilo, con la finalidad de conocer sus
historias. Ese gato que avizora hallará un mundo de almas, corazones y piel.
Relatos, por consiguiente, teñidos de sentimientos, y a veces de misterio como
subraya la prologuista, Albahaca Martín. También cita ese algo congénito del homo homi lupus hobbesiano, es decir la
maldad consustancial como nuestra forma de ser.
Los textos que nos brinda Nuria Barnes se
ajustan en buena parte al “dictum” del relato breve. Me quedo, por su
expresividad, con el de la novelista Marina Mayoral: “la novela es como un
veneno lento y el cuento como un navajazo”. Una puñalada cortante que renuncia
a todo lo accesorio e impacta de forma directa e inesperada en la conciencia
del lector. Para ello sugiere más de lo que dice, respetando siempre la coherencia
interna para que la historia resulte verosímil. Por eso la autora emplea con
mesura la adjetivación y no lo explica todo en sus relatos. Mas su estructura
es semejante a la de la novela: parte de la introducción, a veces in
media res como en el relato “Los peores mejores años de sus vidas” (páginas
66-70). Sigue el desenvolvimiento y el cierre. Así pues, en los relatos de
Nuria Barnes hallamos brevedad, concisión, ideas conectadas por verbos que
expresan movimiento, acción, paso del tiempo, dándole la razón a Cortázar que
escribió que el cuento breve condensa la obsesión de la alimaña para fascinar
al lector. Veremos hasta qué medida lo logra la autora.
Ya en el primer relato, “Quizá sin alma”,
nos sentimos embargados por los sentimientos que afloran en forma de lágrimas
de la protagonista y por su entrega a la sombra que oculta su sueño renunciando
a los brazos y abrazos. Un pronóstico de que estamos ante una literatura de
sentimientos, de dolores ocultos detrás de las sonrisas. Siguen muchos otros
relatos en los que se pone en la balanza el sentido de la vida, de una
existencia gris. Todos ellos son historias tejidas con hilos de vida: seres nacidos para bailar
que, sin embargo se aferraban a su destino con pasión y con miedo, aunque su
deseo sería cambiarse por una diva. Pero siempre con el miedo de que se evapore
la magia. La gata también otea a seres que están o parecen estar fuera de la
realidad, con su mejor amiga enamorada de su marido y ella sin enterarse. Seres
cansados de vivir, sin metas, sin razones, que se alejan de los suyos. Relatos,
muchos de ellos con un plus de misterio pero con un núcleo diegético en el que
se relatan escenas de la vida cotidiana, preñada, eso sí, de sentimientos, con
amores y desamores, porque no existe el amor sin contaminación.
Con rasgos imaginativos que abren las
puertas al extrañamiento y a lo fantástico. Por eso sospecho que los cuentos de
Nuria Barnes no parten de hechos reales y que su principal componente es la
ficción. Suelen tener un personaje principal, aunque en muchos de ellos el
lector se encuentra con varios actantes. Relatados en general por un narrador
omnisciente. Pero, en mi opinión, muchos de ellos, especialmente los más
extensos, no responden a la principal exigencia de la narrativa breve: no general
tensión, no son navajazos que nos dejen sin aliento.
Están perfectamente escritos, si bien no se
ajustan en demasía a la gramática de la narrativa breve: sobreabundancia de
descripciones y de diálogos, por lo que difícilmente el lector captará el planteamiento,
el nudo y el desenlace. Verosímiles pero carentes de sustancia narrativa y ayunos
de esos comienzos que hacen que el lector quede
enganchado al relato. No ocurre
lo mismo en aquellos relatos sumamente breves, verdaderos microcuentos, como “Café
amargo, “Sábanas blancas”, ·Game over” o “Tropiezo”. Su núcleo narrativo
condensa verdaderamente la obsesión de la alimaña. Sugieren mucho más de lo que
dicen.
Relatos que muestran lo peor y lo mejor del
ser humano pero atados a historias banales que apenas tiran de la atención
lectora, porque escasea el núcleo del conflicto, y la narrativa breve debe huir
de la dispersión y perseguir la condensación, precisamente en el corazón la
historia, en el clímax.
Francisco
Martínez Bouzas
No hay comentarios:
Publicar un comentario