José Manuel de la Huerga
Menoscuarto Ediciones, Palencia, 2016, 366 páginas.
El pasado mes de marzo, y tras haber sido
finalista en cuatro ocasiones, José Manuel de la Huerga, con la novela Pasos en la piedra, obtuvo el Premio de
la Crítica de Castilla y León 2016. La relevancia, la calidad y la proyección
de la novela fueron algunas de las virtudes literarias que tuvo en cuenta el
jurado al galardonar posiblemente la mejor novela del escritor nacido en
Andanzas del Valle y residente en Valladolid. La novela echa a andar con un
plano -un documental sin cámara- de la vieja ciudad medieval, Barrio de Piedra
que José Manuel de la Huerga ha construido para dar vida a un grupo de
personajes, y que puede ser percibida como una amalgama de varias ciudades de
Castilla y León (Valladolid, Zamora, Toro, Medina de Rioseco…). Un espacio
imaginario del poniente mesetario, anclado junto al río Duero, en el que el
escritor había ambientado buena parte de los acontecimientos y conflictos de
las dos novelas breves recogidas en su obra
SolitarioS. Una ciudad que, como escribe el autor en “Reconocimientos y
referencias” cambia de fisonomía durante unos días.
En esos días (miércoles a domingo de de la
Semana Santa de 1977), se desarrolla la trama novelesca, y aunque esta está
centrada en las vivencias de los dos personajes principales, Germán Ojeda y su
amigo alemán Peter Gesteine, por sus páginas deambulan muchos otros actantes
que convierten a Pasos en la piedra
en una certera novela coral. El núcleo temático de la misma, su columna
vertebral son esos cinco días de Semana Santa que terminaron con la
legalización del Partido Comunista de España el 9 de abril de 1977, el “Sábado
Santo Rojo”.
Pero antes, la trama ficcional nos permite
transitar por el Miércoles Santo; por el Jueves Santo (con la Cena,
Prendimiento, Flagelación y Coronación); por el Viernes Santo (Camino,
Elevación, Descendimiento, La General); por el Sábado Santo (Desierto, Vigilia)
y finalmente por el Encuentro del Domingo de Resurrección. Cada uno de esos
días y sus “estaciones” de pasión o de resurrección, están preñados de larvados
conflictos entre las posturas inmovilistas de la extrema derecha y tradiciones
locales y aquellos partidarios de una mayor libertad o una renovación
aperturista en el seno de una Iglesia católica que demuestra todo su poder
precisamente en la Semana Santa y en la Cuaresma, con sus manifestaciones
religiosas, con la salida de los pasos y la prohibición de hacer uso de la
carne en su más amplio sentido.
A esta ciudad de piedra y madera santas
llegan German Ojeda y su amigo alemán, Peter Gesteine en la noche anterior al
Miércoles Santo. German es hijo del gobernador civil de Barrio de Piedra,
estudia derecho en Madrid y milita en el ilegal Partido Comunista. Son días
trágicos: acaba de aperecer el cadáver de su amiga Yolanda, torturada, violada
y asesinada por un comando de ultraderacha, los Guerrilleros de Cristo Rey.
Debido a la inseguridad latente en Madrid, le aconsejan desparecer por un
tiempo y refugiarse en la ciudad mesetaria. Peter, estudiante de antropología,
alberga el deseo de disfrutar de la Semana Santa castellana, profundizando en
su vertiente social y antropológica.
Comienzan a vivir la Semana Santa con el
fervor y la novedad de las procesiones y pasos. Y junto a ellos, el autor nos
presenta un verdadero desfile de personajes, muchos de ellos atados al pasado,
otros ansiosos de mayor libertad en aquel ambiente costumbrista y asfixiante
que todavía se rige bajo los impulsos de la extrema derecha franquista. Entre
esa nómina de personajes, sobresalen por su incidencia en el transcurso de la
trama, el fraile Luis Alas, un sacerdote peculiar partidario del aggiornamento
del Vaticano II, cuyo lema es acoger, escuchar y compartir. Dirige un grupo de
postulantes a frailes de su orden, entre los que se halla Juan, enamorado de la
musulmana Ashma. Alas pone en práctica con su grupo una liturgia renovada que
no acaba de convencer ni a su superior ni al obispo de la diócesis. Celebran de
una forma distinta los ritos de la Semana Santa, especialmente la Cena del
Jueves Santo, una cena de los que se aman, mezcla de cena cristiana y cena
humana.
Ajenos a ritos y procesiones hallamos a
otros actantes que, sobre todo, permiten que el lector sea testigo de la fuerza
de la naturaleza en los bosques de ribera. Uno de ellos es Antonio Lozano, el
Pajarero, un monumento vivo en Barrio de Piedra. Un hombre de gustos
solitarios, estudioso de los pájaros. La única fe del Pajarero es la aviar.
Otro es Claude Bernard, un poeta de origen francés, afincado en la ciudad
castellana que, tras un viaje por el Extremo Oriente, cambia su nombre por el
de Claudio Pino y decide vivir como eremita en un chozo de piedra.
La novela, muy detallista y erguida con una
sólida arquitectura compositiva, permite que el lector viva los ritos de la
Semana Santa desde dentro del sentir, la emoción y la pasión de los cofrades; a
la vez que nos muestra la tensión entre los elementos reaccionarios, las
cuadrillas de la extrema derecha especialmente, y los que anhelan romper las
rutinas de una ciudad anclada en el pasado y vivir alejados de la de las pautas
de la dictadura franquista. Ese conflicto es el que hace que la obra de José
Manuel de la Huerga sea algo más que la crónica de las semanas santas de una
ciudad del poniente castellano, y se convierta en una sugerente novela.
En la inmersión en los acontecimientos de
esos cinco días, el buen hacer narrativo del autor nos permite vislumbrar el
mapa de la España profunda, el fresco costumbrista de aquellos años. Pasos en la piedra es una fabulación que
seguramente irradia muchas vivencias infantiles del escritor. Una pieza
ficcional basada en la realidad muy ambiciosa, ajena a grietas constructivas
que solamente aparecen en la impactante portada.
Tradición, poder de la Iglesia, ansias de
renovación, contacto con la naturaleza, arte escultórico, fenómenos
atmosféricos propios de esos días de abril, conflictos manifiestos o
soterrados…, todo ello transmitido por una narrador ubicuo y omnipresente que
goza de un punto de vista sin limitaciones sobre la historia. Y tejido con una
prosa de alta calidad, con secuencias rebosantes de un deleitoso lenguaje
poético y descripciones que cautivan por su minuciosidad.
Francisco
Martínez Bouzas
José Manuel de la Huerga |
Fragmentos
“Los
pájaros, los árboles y el agua, y el resto de la fauna que contribuía a dibujar
aquel paraíso lo habían apresado de por vida el verano de sus doce años. Ahora,
apunto de los sesenta y cinco, aquel atardecer de Miércoles regresaba (el
Pajarero) de su puesto de vigilancia con la misma dedicación de su niñez,
idéntica ilusión por registrar un dato nuevo para su censo de garzas, en las
garceras de la orilla de enfrente, en la ribera de Trascastillo, donde el río
se remansaba en su curva de noventa grados. La obra del embalse de San José que
se había acometido tras la guerra río abajo formó pronto sedimentos, para
alegría del Pajarero. Allí crecieron unos generosos carrizos que los habitantes
del barrio de San Claudio enseguida bautizaron como la curva de Carrizales. En
apenas una década, garzas y patos, somormujos, cormoranes, aguiluchos,
chorlitejos, andarríos, zarceros y carriceros convirtieron aquella mancha de
juncos y enea en uno de los mejores hostales de paso para migrantes que bajaban
de Escandinavia o subían de África.”
…..
“El
imaginero no había creído a Alas hasta aquella noche, cuando los actores de
esta historia de pasión se habían puesto delante. Se había rendido a la
evidencia: en Barrio no puede resucitar Cristo. Aquí solo se podían esculpir
cristos para ser prendidos, flagelados y crucificados. La biografía dolorosa de
las gentes sencillas acreditaba la idea. Y por si esto no bastara, estaba su
propio cuerpo, retorcido y deforme, con unas piernas que parecían raíces secas
de encina. La Resurrección, si era, tendría que ser bella y joven, recién salida
del jardín del Paraíso, sin pecado, salvaje, sin la carga de sufrimiento con
que cualquiera, y no dijéramos él, había sido marcado a fuego desde el
nacimiento.”
…..
“Aquel
Viernes, pino abrió los ojos cuando sintió la lux fría que se colaba por los
resquicios de las piedras. Le llevó un rato despertar unos pies ateridos que
masajeó largamente y luego calzó. Salió reptando y se incorporó para apreciar
aquel regalo caído del cielo. El claro de los chiviteros le había trasladado a
miles de kilómetros, se había convertido en poblado esquimal. El jaiku que
brotó de sus labios de improviso no lo iba a olvidar. La memoria de su piel y
de sus ojos atesoró aquella hoja de papel intacto, inaugural del mundo.
entre las piedras
argamasa del
cielo,
el sol te abrasa.”
(José Manuel de la Huerga, Pasos en la piedra, páginas 51, 168, 195)
Muy interesante...
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