Leonor de Recondo
Traducción de Lluís María Todó
Editorial Minúscula, Barcelona, 2014, 178 páginas
Pietra
viva es la tercera novela, y la primera traducida al castellano, de la
violinista francesa de origen español Leonor de Recondo. Espoleada por la
curiosidad y tras un paciente y riguroso proceso de de documentación sobre los
hechos históricos que rodearon la vida de Michelangelo Buonarroti, esta
prestigiosa violinista barroca proyecta con gran sensibilidad su visión narrativa sobre un pequeño episodio
de la vida del gran artista. Un pequeño detalle, tan breve como intenso que la pluma
de Leonor de Recondo transforma en ficción, o en historia ficticia, pese a que
reconozco que la conjunción de ambos términos es contradictora. Pero la autora es
consciente de que, a través de la ficción, puede tocar algo más sensible y más
emocional que la simple relación de los hechos históricos. Por consiguiente, en
puridad no es esta una novela histórica. Hablando con rigor es preciso admitir
que no existen novelas históricas, porque la ficción, como marcador semántico
que es, inyectado en la realidad histórica, trastorna, como ha defendido Álvaro
Pombo, todo lo que toca, anula los contextos históricos, aunque no carece de
función, pues la ficción tiene la capacidad de ilustrar bellamente la historia.
Es congruente pues el punto de vista de Leonor de Recondo al reconocer que la
historia ficticia que nos transmite en esta novela, está envuelta por un cuadro
histórico real.
La novela tiene sus orígenes en un hecho
quizás circunstancial pero decisivo en el desarrollo de la personalidad de la
autora: el poder seductor de las imágenes de la infancia. Porque Leonor de
Recondo, hija de un escultor, pasó varias de sus vacaciones en un pequeño
pueblo de la Toscana italiana, Pietra Santa, muy cercano a Carrara. La imagen
infantil, el contacto con los canteros del mármol, hicieron surgir en la autora
la necesidad de escribir sobre la
montaña, el trabajo del mármol y la escultura.
El punto de partida de la novela es un breve
período real en la vida de Michelangelo: el papa Julio II acaba de encargarle
la construcción de su tumba. Es la primavera de 1505 y el escultor,
profundamente perturbado por la muerte de Andrea, un monje de belleza
fulminante del que se sentía platónicamente enamorado porque encarnaba todos
los ideales de la belleza masculina, se traslada a Carrara para elegir
personalmente los mejores bloques de mármol, negociar su precio y organizar el
traslado marítimo a Roma. Espera así olvidar la fascinante imagen del monje. Y
allí, en contacto con la naturaleza y cautivo de la “pietra viva”, de sus pensamientos
y oscuros sentimientos, el escultor que ya ha cumplido treinta años, al que ya
le precede la fama de haber esculpido el David y la más conocida de sus pietà, oscila entre su misantropía que
le fuerza a ser irascible, colérico y a encerrarse en si mismo y un sinfín de emociones que había arrinconado
mucho tiempo atrás.
En la soledad de Carrara, Michelangelo
repasa su vida: la muerte de su madre (“Así fue como a los seis años quedó huérfano de madre y de memoria”, página 50); la
sonrisa y la calidez de los pechos de su nodriza; las disecciones que antaño
practicara en Florencia y en Roma hasta que el cadáver de una mujer embarazada
le hace temblar; las piras de vanidad purificadoras que Savonarola prende en
Florencia, poseído por un ascetismo que excluía toda expresión del yo y de la
belleza del cuerpo humano. Mas todo ello no es suficiente para que de sus
sueños desaparezca la imagen de Andrea, y así talla su mano para recuperar la
esperanza, para comprobar que su carne y su espíritu siguen alerta, puesto que
en la imagen del joven monje pretende comprobar todo el esplendor de la belleza
masculina y apropiarse de ella, incluso sin tocar su mano carnal.
Leonor de Recondo |
La autora apostó muy fuerte y no dejó de
arriesgarse al concentrar el núcleo diegético de su novela prácticamente en un
instante de la existencia de un gran personaje. Mas la apuesta no fue en vano,
porque Leonor de Recondo, con ponderada sensibilidad e intuición, reproduce la
androginia creadora de Michelangelo persiguiendo la belleza sin ser capaz de
darle plenamente alcance. La escritura de Leonor de Recondo humaniza al gran
artista: sin ocultar su irascibilidad y su cólera, descubre en el personaje
sentimientos que podríamos pensar que se hallaban muy alejados del genio artístico
de un misántropo: estallidos de asombro ante el entorno de la montaña marmórea,
cierta comunión con la durísima existencia de los canteros, una inesperada
ternura por un niño huérfano… Sin duda que la estructura de esta historia mínima
sobre una personalidad gigantesca le ayuda en su trabajo compositivo. La novela,
en efecto, alterna secuencias del presente en Carrara con la rememoración de
episodios cruciales en la vida del artista que han dejado un profundo poso en
la existencia del artista. Un fino y elegante estilo de prosa, que parece
dotado de música, que recrea con primor por ejemplo las canteras de Carrara, a
la vez majestuosas y traidoras, reviste con gran eficacia el retrato puntual de
la fuerza impresionante de un gran creador en el terreno artístico, pero que a
la vez arrastra una personalidad opaca, cerrada y en muchas ocasiones
ciertamente huraña.
Francisco
Martínez Bouzas
Tumba del papa Julio II (detalle) |
Fragmentos
“Nunca
ha tocado el rostro de Andrea. ¿Cómo ahora abrir su cuerpo?
Andrea, eres la belleza en estado puro,
la perfección de los rasgos, la armonía de los músculos y los huesos.
Cuando
lo vio por primera vez trayendo un cadáver, creyó que era una alegoría de
Cristo. Su juventud, su luminosa belleza, su fuerza al levantar tan francamente
la muerte no podían proceder más que del hijo de Dios. Y además estaba su
mirada. Azul sin miedo. Directa como el rayo del Juicio Final. Michelangelo venía
a hacer disecciones en aquel convento romano por el mero placer de contemplar a
Andrea.
Apenas
hablaron y, pese a ello, Michelangelo reconoció en el acto su cuerpo desnudo,
ahora sin brillo. Lo mira por última vez y lo abandona al polvo del haz
luminoso que viene a rebotar sobre su
torso.
Repite
en voz baja:
-Andrea,
eres la belleza en estado puro. La perfección de los rasgos, la armonía de los
músculos y los huesos.”
…..
“Michelangelo
está viendo perfectamente el rostro de Andrea. Sus manos lo modelarían en la
arcilla sin dificultad. Sus pulgares, en un gesto simétrico, alisarían la nariz,
los párpados, el mentón, la mandíbula prominente. La boca también, el labio
superior fino y modesto sobre el inferior, más carnoso y sensual. Andrea es la
imagen de este contraste entre humildad y provocación.
En
este momento le importa muy poco la belleza eterna de Andrea. Quiere su piel
recorrida de venas, palpitante, y Petrarca no le ofrece ningún alivio. El
escultor, como el poeta, se encuentra sumido en el conflicto sin solución del
duelo. Con el añadido, en el caso de Michelangelo, de la incertidumbre sobre lo
que ocurrió.”
…..
“Aquel
día, el escultor entra en su habitación con el alma tranquila y el corazón
henchido de alegría. Se apoya en el antepecho de la ventana y contempla la
noche estrellada. ¿Cuántos colores, cuántas sombras cambiantes habrá observado
desde esta abertura?
Michelangelo
se deja llevar por la melancolía de aquellos instantes preciosos que pronto se
desvanecerán entre las brumas del olvido.
Maria
ha dejado una bandeja durante su ausencia. El hinojo a la brasa se ha enfriado.
Toma algunos bocados y después prefiere limitarse al pan. Una buena rebanada de
miga oscura y corteza crujiente. Ese pan que tan bien sabe hacer Maria. Moja un
trozo de miga en el vino, se pone roja y blanda. Tiene el tiempo justo de llevársela
a la boca. Cerca del cuchillo tiene la pequeña Biblia y el libro de Petrarca
que, metidos en el zurrón, también emprenderán el camino de Roma.”
(Leonor de Recondo, Pietra viva, páginas 14, 57-58, 165)
Gran novela....
ResponderEliminarFeliz 2015