Xabier López López
Traducción de Daniel P. Torres
Editorial Gregal, Maçanet de la Selva (Girona), 2014,
251 páginas
Xabier López López (Bergondo, A Coruña,
1974), el autor de Olympia ring, 1934,
es uno de los más acreditados narradores de la actual narrativa gallega. Un
narrador todavía joven -debutó en 1999- y su obra, una decena de libros entre
novelas y relatos, se extiende a lo
largo de estos primeros años del siglo actual. Xabier López ha obtenido algunos
de los más importantes galardones literarios (Premio García Barros, Premio de
la Crítica Española, Premio Xerais de Novela, entre otros). Escritor que tiene
la capacidad y la habilidad para frecuentar con éxito varios subgéneros
narrativos y suturar de una forma plausible tramas argumentales y marcos escénicos. Todo
eso lo hallará el lector en esta novela, escrita originalmente en gallego, pero
traducida y publicada simultáneamente en español.
En prácticamente todos los sistemas
literarios proliferan narradores que, de forma reiterada o eventual, cultivan
la novela detectivesca. Sin embargo, son muy pocos aquellos que son capaces de
dar un paso más y aventurarse en los territorios de la novela negra. En la
narrativa gallega, uno de estos últimos es Xabier López López. Lo hizo de una forma
convincente en la novela A vida que nos
mata (2003), traducida recientemente al español, y lo vuelve hacer ahora en
su última cosecha narrativa, Olympia
ring, 1934. La novela editada en el 2003 fue la presentación de un
periodista, el “plumífero” Sebastián Faraldo, “un adolescente de cincuenta años
y cien kilos”, que contra el parecer de la justicia decide perforar los
secretos de un crimen.
En esta nueva entrega narrativa, el
periodista obeso y sentimental vuelve a actuar como accidental sabueso, también
en la época de la República, pero no en el Gran Hotel Mondariz-Balneario, en
Madrid, Bilbao, Pontevedra y Vigo, sino en la convulsa Barcelona del año 1934.
El atípico periodista de sucesos de Pontevedra viaja a Barcelona junto con
Valiña, el director del Matutino, el
periódico en el que trabaja, para cubrir como cronista deportivo la velada en
la que se van a enfrentar por el título mundial del peso pluma el catalán Josep
Gironés y Freddie Miller, así como los combates previos, con mucho dinero de
apuestas en juego. En uno de ellos intervendrá Manuel Ramírez Castro, O Camión, un boxeador pontevedrés,
inteligente, culto, con estudios de bachillerato y concienciado políticamente
ya que es miembro del Partido Galeguista. Aunque también viaja realizando el
papel de encubridor sin saberlo de
las andanzas y aventuras erótico-sentimentales de Valiña, el director del
periódico. En el combate entre O Camión
y su adversario deportivo, Marc Martell, el boxeador gallego cae en el ring y
muere de forma fulminante y sospechosa.
Tanto la policía como la justicia dan por
sentado que lo que había sucedido en aquella velada boxística había sido un
accidente casual. Por su parte, Sebastián Faraldo sospecha que se trata de una
“muerte matada”, y, al mismo tiempo que ejerce de cronista deportivo, inicia
una indagación que lo zambulle en la tensa Barcelona del año 1934, una ciudad
agitada desde el punto de vista político y social por la ruptura que Lluís
Companys y la Generalit acaban de llevar a cabo con el gobierno de Madrid, la
proclamación del Estat Català, la declaración del estado de guerra,
intervención armada y reclusión de los miembros del gobierno de la Generalitat
en el buque Uruguay, fondeado en el puerto barcelonés. Una ciudad además
dominada por el pistolerismo, el terrorismo blanco, el Sindicato Libre, los
chulos, los galopines, con bajos fondos muy activos y apuestas amañadas en
torno al mundo del pugilato.
A través de una investigación en la que
cobran protagonismo numerosos personajes secundarios y en la que se suturan múltiples historias fragmentarias, Sebastián
Faraldo conducirá la pesquisa de los autores y del porqué del crimen, hasta
llegar a un desenlace insospechado: O
Camión, el boxeador pontevedrés solamente había sido un pobre actor en una
tragedia que no era la suya.
Xabier López López le brinda al lector una trama vigorosa, en la
que se amalgaman de forma armónica dos grandes ejes narrativos: la propia
intriga investigadora y la radiografía histórico-social de la Barcelona de 1934,
y también, aunque en menor medida, una imagen de Galicia, centrada sobre todo
en la visión moderna de la ciudad de Pontevedra. Reproduce en efecto el autor,
con mucha fidelidad y gran rigor histórico, e incluso geográfico-toponímico, el
clima social de la Barcelona del 34 y de los años previos. La Barcelona obscura
de los bajos fondos, de los negocios sucios, de los tugurios, de los pequeños y
no tan pequeños gángsters, la fisonomía física y humana del bario del Raval, el
ambiente marchito y decadente de los clubs ingleses o la dura existencia de las
clases proletarias en los suburbios y barrios marginales.
Todo eso más la ambivalente descripción del
mundo del boxeo (sus conexiones con el hampa, pero también el extremo sacrifico
de un deporte duro), constituyen el marco escénico, el telón de fondo, a través
del cual el periodista obeso y sentimental, conduce sus pesquisas sobre la
“muerte matada” de O Camión. Acierta
plenamente el autor en la caracterización física y emocional de los personajes;
no solamente del protagonista, sino también de otros actores secundarios,
aunque con indudable peso en el desarrollo de la acción: César Valiña,
Malparit, Mister White, Blas Candame, Mar Martell, o ese Eduardo Cortiñas, de
sobrenombre Notario, apoyo de Faraldo e en Pontevedra.
Xabier López López |
Un estilo de prosa muy fluido, con
frecuentes reproducciones de frases
dialogadas en catalán, un ritmo apropiado que le va ofreciendo al lector
pequeñas dosis de intriga hasta desembocar e un final inesperado; una
arquitectura compositiva lineal, a partir de la prolepsis inicial, propia del
género negro-detectivesco, en la que se da cuenta de la muerte del boxeador
gallego, dotan a la acción de Olympia
ring, 1934, de la vestimenta apropiada.
Concluyo con una observación sobre una
característica que, en mi opinión, constituye el principal mérito de esta
propuesta narrativa de Xabier López: Olympia
ring, 1934 no es una novela detectivesca, sino una verdadera novela negra.
El hilo conductor en la novela detectivesca es la investigación y la resolución
de un hecho criminal, convirtiéndose la indagación del enigma en el elemento
estructurador de todo el relato que queda
a merced de esas “máquinas de pensar” que son los detectives clásicos.
Frente a eso, la novela negra añade algo muy importante: el retrato crítico de
la sociedad y la introspección psicológica, tanto en relación con el
investigador como con el criminal o criminales. Así pues, mientras que la
novela enigma muestra una gran tendencia a tratar el desciframiento de las
incógnitas del crimen como un juego de habilidades, en el que el misterio y el ingenio tienen un fin en si
mismos, la novela negra es mucho más rica: mantiene el misterio, aunque su
importancia aparece desplazada o subordinada a la temática y a la ambientación
social y a la especulación psicológica. Las dos son hilos narrativos basilares
en Olympia ring, 1934.
Francisco
Martínez Bouzas
Imágenes del combate entre Josep Gironés y Freddie Miller celebrado en el Teatro Olympia de Barcelona (año 1934) |
Fragmentos
“El
entrenador de Manuel no profirió palabra cuando la puerta se cerró a nuestra
espalda. Se limitó a mirarme en
silencio, como si en ese preciso momento importase bien poco convertir aquel
pequeño cuarto recubierto de azulejos en una suerte de velatorio. A O Camión lo
habían puesto boca arriba en un banco, con la precaución de esconder bajo un
albornoz la terrible evidencia de su rostro. Como a su rival, a nadie se le
pasaba por la cabeza quitarle los guantes. Lo habían desvestido como a un
santo, amontonado a los pies del banco desde los botines al protector bucal,
pasando por los calzones y los trocitos de algodón de la nariz, mas no habían
osado tocar los guantes, no, los guantes, ni pensarlo, como si fuese inexcusable dejar bien patente a qué se
dedicaba el difunto. Uno de ellos colgaba una mísera pulgada del suelo, como un
imposible remate a un brazo que mi imaginación ya veía rígido como el de una
estatua; el otro, oculto por entero por el albornoz, descansaba sobre el
pecho.”
…..
“Con
todo, no era exactamente aquello lo que me perturbaba. Aquel nombre «Raval»,
arrabal en castellano, resucitaba un viejo recuerdo, lleno de horror, de unos
días en los que las redacciones de media España -«de medio mundo», corregía con
una risa macabra el viejo Blas Candame-
buscaban entre el terror y la
fascinación nuevas informaciones que publicar bajo el título de «Los horrores
de Barcelona». En el Raval, y hay cosas que no se olvidan por más que pasen
veinte años, se encontraba aquel tristemente célebre carrer del Ponet, en cuyo
número 29, si la memoria no me traiciona -y no lo hace- aquella desalmada mujer
llamada Enriqueta Martí -prostituta y proxeneta de menores- se dedicaba a
trocear, cocer y quitarle los untos a docenas de niños pequeños, al mismo
tiempo que mi paisano Portela Valladares, por aquellos años gobernador civil de
la provincia, no se cansaba de repetir a quien quisiese escucharlo que era «completamente falso el rumor que se está
extendiendo por Barcelona acerca de la desaparición durante los últimos meses
de niños y niñas de corta edad que según las habladurías populacheras habrían
sido secuestrados».
…..
“Eran
os tiempos del «pistolerismo», tal y como se acaba de bautizar no hace mucho a
la época para equipararla con lo que sucede de un tiempo a esta parte en
algunas ciudades de la República. Días en los que, bajando de un coche en marcha
o saliendo precipitadamente de un portal o de un café, un hombre de gorra o de
sombrero de ala flexible propina un par de disparos a otro hombre que camina
por la calle. Días en los que los poderosos, como siempre, consiguen que sean
los hijos del hambre los que se maten entre ellos, proporcionando armas y
excusas y razones a un bando que prefiere creer en ellos antes que en lo que
les dicen algunos de sus compañeros de camada.”
…..
“Según
se comenzaba a rumorear, todos los diputados del Parlament todavía presos -salvo
uno, a quien nadie se atrevía a ponerle nombre- iban a ser liberados de un
momento a otro aunque las buenas noticias se quedaban ahí y no se extendían al
ejecutivo: Companys y sus consellers seguían presos en los vapores del puerto y
ni siquiera ese rumor que volvía a situar al amigo Portela Valladares como
gobernador civil en cuanto se firmase el decreto de disolución definitiva de la
Generalitat suponía, lamentablemente, esperanza alguna de solución para sus
causas. No obstante, algo dentro de mí me decía que más tarde o más temprano, y
como tantas otras veces, la tortilla podía…
Me
apresuré a ponerle un telegrama al Notario avisándolo de que en un par de días
estaba en casa, que procurase que todo estuviese en su sitio y que hubiese
suficiente leña para la estufa.”
(Xabier López López, Olympia ring, 1934, paginas 69, 170, 211-212, 246)
Excelente artículo...
ResponderEliminarSaludos