Rafael Chirbes
Editorial Anagrama, Barcelona, 156 páginas
(LIBROS DE FONDO)
Regreso hoy a la lectura de La buena letra. Una lectura de la
segunda edición de esta pieza narrativa escrita por uno de los mejores
novelistas españoles de nuestro tiempo. Una edición -la segunda que hizo
Anagrama, las hay posteriores y en otros sellos editoriales-, a la que le falta
el último capítulo. No es la primera vez que eso sucede, pero sí una de las más
significativas. Nada tiene que ver la ausencia con un error de impresión, sino
con un remordimiento del propio autor. El arrepentimiento de un cierto
voluntarismo literario que le hizo modular en su día el libro bajo el criterio
de la circularidad consoladora,
convirtiendo el tiempo en instrumento implacable y justiciero que acaba por
poner las cosas en su sitio. La novela apareció por primera ver en el año 1992,
un año de euforias (la Expo, las Olimpíadas), cuando estaba de moda ser moderno
y aquella literatura que se arriesgaba a mirar hacia atrás, era valorada como
desfasada y caduca.
La
buena letra no es la mejor novela de Rafael Chirbes (Tavernes de Valldigna,
Valencia, 1949), pero sí una de las que acrecientan la trayectoria inaugurada
con Mimou (1988) y jalonada de éxitos
como Los disparos del cazador, La larga
marcha, La caída de Madrid, Crematorio o En la orilla, novelas, algunas, de esas que marcan cumbres y
fronteras.
En aquella primera versión de 1992, las dos
principales protagonistas volvían a encontrase muchos años después. El decurso
de una década convenció al escritor de un error de sintaxis narrativa porque,
como él mismo afirma, no es misión del tiempo
corregir injusticias, sino al contrario hacerlas más profundas. Por eso,
en la reedición y en alguna traducción anterior a otras lenguas, Rafael Chirbes
deja al lector compartiendo la rebeldía y el sufrimiento de la madre anciana
que no acepta que se hable de su casa, llena de goteras mas también de
recuerdos, como de un solar donde se pueden construir nuevas viviendas.
La
buena letra es un ejemplo paradigmático de la llamada literatura intimista.
Esa escritura introspectiva que le presta gran atención a las crisis del propio
individuo, a sus estados de conciencia o de inconsciencia, que escudriña en las
ondulaciones psicológicas de los personajes. Rafael Chirbes siente una cierta
aversión por la literatura en abstracto y por eso sutura sus obras al
tiempo, a un tiempo determinado. Deudor
indudable de la concepción balzaquiana de la novela, profesa la máxima de que aquella debe de relatar la
vida privada de las naciones. Así pues, el papel del narrador no consiste en
escribir editoriales para los periódicos, sino referir lo privado de cada
personaje. Novelar así pues historias intimistas que reflejen, no obstante, conflictos
mucho más amplios. Los recuerdos que persiguen a sus personajes pero que también
los identifican.
Vemos así como Ana, la protagonista de La buena letra, le cuenta la historia de
su generación a su hijo, arrullada por el olor de la madreselva, como si a
través de ese acto, se la estuviese refiriendo a ella misma, persiguiendo
sombras, las sombras de las ausencias familiares que la han cargado de
sufrimientos y le han robado las ganas de vivir. También las miserias
familiares, el sufrimiento del padre/abuelo demente, convertido en un niño. El
primer invierno después de la Guerra en el que, junto con el frío, la familia
es víctima del fanatismo de los vecinos falangistas, como si aún siguiese la
guerra, a pesar de haber concluido oficialmente. La lucha por la supervivencia
como única forma de amor que se le permite a las familias. Todo eso se lo
relata al hijo que ella siente alejado, pero que será el destinatario de la
micro épica de su vida y de la de su familia: su resistencia, su rebeldía, el
cansancio, la espera de la muerte, viendo como las generaciones de sus
descendientes se yerguen sobre las cenizas y sufrimientos de la suya.
Así pues, cuando se derrumba una casa para
construir otra, como sucede en la novela, se arruina una parte fundamental de
la memoria, en este caso de la memoria de los perdedores de la Guerra Civil.
Todo esto, relatado sin resentimientos, sin maniqueísmos, sin tesis, reflejando
únicamente la suave tristeza del tiempo ido. Arropando la novela con una prosa
sencilla y natural, con un ritmo pausado que nos muestra, a través del espacio
del relato, los vínculos interpersonales y lo privado como espejos de nuestra
historia más reciente. Una literatura, en definitiva, en la que la las tristezas
y alegrías tienen vida propia y marcan los rumbos de generaciones enteras.
Francisco
Martínez Bouzas
Fragmentos
“Rumores
de fusilamientos que sólo a veces se confirmaban, pero que siempre hacían daño.
Aparecieron cadáveres en el manantial, en el huerto de naranjos que tenía una
balsa en la que tú siempre querías bañarte cuando eras pequeño y donde una vez
casi te ahogas; en la playa, en los arrozales. Aprendimos la suciedad del
miedo.
Los
fusilados no siempre eran de aquí, de Bovra. Había mujeres que venían en busca
de cadáveres desde Gandía, desde Cullera, desde Tabernes. La certeza de la
muerte las curaba del miedo. Preguntaban en voz alta, a la puerta de los cafés,
por el lugar en que habían aparecido aquella mañana los fusilados, y los
hombres volvían avergonzados la cabeza y seguían jugando en silencio al
dominó.”
…..
“Cuando
regresaba al comedor, tu padre se había servido una copa de coñac y la miraba
con insistencia, ya silencioso, hasta que venía a recogerlo José. Entonces
recobraba una animación forzada y se ponía a hablar en un tono que no le
correspondía, y seguía hablando sin parar, como si temiera derrumbarse si se
callaba, hasta que se despedían desde la puerta.
Yo
notaba cómo le iba cambiando el carácter. Probablemente nos iba cambiando a
todos. Era como si, no teniendo ya que resistir frente al exterior,
necesitáramos seguir consumiendo nuestra energía, ahora de puertas adentro. A
veces me paraba a pensar qué deprisa nos habíamos olvidado de todo. También
pensaba que, en cuando las cosas se quedaban atrás, dejaban de ser verdad o
mentira y se convertían sólo en confusos restos a merced de la memoria. No
había nada que salvar. El tiempo lo deshacía todo, lo convertía en polvo, y
luego soplaba el viento y se llevaba ese polvo.”
…..
“Durante
toda la noche anterior me acordaba de que tu padre me contó en cierta ocasión
que los marineros se niegan a aprender a
nadar porque así, en caso de naufragio, se ahogan enseguida y no tienen tiempo
de sufrir. No conseguía dormirme. Estuve dando vueltas en la cama hasta el
amanecer. No podía evitar que me diesen envidia los que se fueron al principio,
los que no tuvieron tiempo de ver cuál iba a ser el destino de todos nosotros.
Porque yo he resistido, me he cansado en la lucha, y he llegado a saber que
tanto esfuerzo no ha servido para nada. Ahora espero.”
(Rafael Chirbes, La
buena letra, páginas 30, 113, 156)
No hay comentarios:
Publicar un comentario